Alex Irausquín/febrero 2019
Hoy en la tarde, delante de mí en la caja para pagar en el supermercado, había unas poquitas cosas, tal vez cuatro o cinco, pero no quien las iba a comprar.
Haciendo gala de la paciencia que nunca he tenido esperé hasta que llegó la persona, un rato después de mi arribo a la mencionada caja.
Entonces pensé, “bueno, ahora por fin va a pagar”.
Pero no…
La joven compradora empezó a preguntarle a la cajera del supermercado el precio de cada cosa.
Entonces pensé: “bueno, en realidadno son muchas…basta un poco más de calma”.
Luego de informada por la cajera, la compradora llama por su celular y reporta “a alguien” el precio de cada cosa, así como el total.
Entonces pensé: “bueno, ahora pagará todo o sólo una parte y dejará el resto”.
Pero no…
Agarra parte de las cosas y se va de la caja registradora.
Al rato regresa con otras cosas y vuelve a preguntar el precio de cada una.
Entonces pensé: “ahora si pagará por fin y ya todo habrá acabado en breve”.
Pero no…
La joven compradora le indica a la cajera del supermercado lo que va a comprar y lo que dejará.
Entonces pensé: “bueno, ahora sí”
Pero no…
Cuando la cajera informa el nuevo total, la joven compradora le indica a la cajera que pase 2000 bolívares por “esta tarjeta” y el resto por “esta otra”.
La cajera procede según las indicaciones.
Entonces pensé: “¡qué fastidio!, pero ya va pagar… sólo un tantito más de calma”.
Pero no…
Cuando la segunda tarjeta va a ser pasada por la cajera, la joven compradora dice: “… a ver si pasa”.
Entonces temblé.
Recé 13 padrenuestros y siete avemarías en tiempo récord Guinness para que la tarjeta pasara.
Y pasó.
En ese momento me reconvertí al catolicismo.
Sólo yo me enteré de toda esta epopeya librada en mi interior, la paciencia y caridad cristianas inculcadas desde la niñez contra las furias innominadas que todos llevamos por dentro y puestas a la prueba más dura en la actualidad venezolana.
Con amabilidad informé a la cajera mi cédula para comprar los dos panes de sándwich, y muy poco después, apacible, pagué “como si nada”.
Mientras la joven compradora empaquetaba ella misma sus dos bolsas de cheetos y un paquetico de cazabitos. Tres artículos en total.
Esta especie de poesía urbana extravagante y en prosa se la dedico a alguien que es como mi hija y en ocasiones compinche de risas, hoy por fortuna exiliada en Argentina. Ella aprecia en especial este tipo de estupideces que a veces se me ocurren y, a veces también, me avergüenzan un poco. Pero es como mi hija y en todo caso me perdonará si no le divirtió tanto.
En todo caso no la publiqué para todos mis amigos; sólo para algunos que pueden entender lo que este tipo de situaciones de la cotidianeidad pueden eventualmente representar para uno, más, en la actualidad venezolana.
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