La primera vez que lo vi me encontraba sentada, completamente extendida de piernas buscando la posición perfecta para mi lectura; estaba lo suficientemente agradable como para aislarme y no determinar en absoluto quién me observaba. Sin embargo, sentía que alguien lo hacía.
En el momento en que comencé a tomarme mi café en aquel lugar, un hombre se acercó; me preguntó si podía invitarme a otro café. No me alarmé, ni discutí el hecho de que quisiera hacerlo, así que, aprobé su deseo.
En cuanto aquel hombre se sentó en frente de mí para disfrutar de nuestras bebidas, preguntó por mi nombre; yo le respondí que no importaba, lo importante era que el me conociera sin saber cómo me llamaba. Para mí no era un misterio dedicarle mi nombre, ni mucho menos afirmar mi identidad; empero, nunca he compartido esa pregunta, me parece que el nombre que nos ponen de nacimiento, no es el que verdaderamente nos corresponde.
La siguiente pregunta que me hizo fue el por qué leía aquel libro, yo, no vacilé en responderle dentro de mi cabeza, claro está. Pero, meticulosamente, observé sus ojos y noté que en ellos había más preguntas, y que ésta que me hacía no era ni la única ni la más concreta. Así que le respondí: descúbrelo.
En cuanto él siguió bebiendo su café, analizó la forma en cómo me tomaba el tiempo en observar sus manos. Recuerdo que aquellas, eran la muestra perfecta de lo que era él. Si alguien me preguntaba cómo era él, me bastaba con simplificarle lo que sus manos me mostraban. Las manos que, a decir verdad, eran bastante crudas, alegres, firmes, detalladas y bien esculpidas.
A la siguiente sesión de preguntas que nos hacíamos mutuamente, el café estaba a punto de cerrar, estaban organizando las mesas. Ese método de organizarlas, me recordaba la cualidad en como ubicamos nuestros pensamientos. Cuando se ordena un lugar, se recorre cada parte de nuestro cuerpo.
Faltando cinco minutos para cerrar éste café, le dije que no se fuera, que me acompañara a mi lugar; lo que él no entendió, era como yo lo hacía; no obstante, el aceptó, y yo, sin duda alguna cerré el libro, y él quedó allí atrapado.
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