Era uno de esos mediodías de Marzo, el otoño amagaba y el calor se empecinaba en no abdicar su reinado. El paisaje era el mismo del día anterior, de su antecesor y de siempre. Tarareaba en mis adentros: “los paredones de Buenos Aires no tienen sur ni después…” y así como la letra de aquel tango feroz, yo no conocía de límites y no me importaba el después. Ensimismado en mi lúgubre existencia, sentado en un banco de Plaza Miserere, mientras veía al otro lado del asfalto, sobre las vías, que la vida seguía su vorágine como todos los días.

De pronto, como artilugio del cielo, el sol se volvió etéreo y sobrevino un aguacero. Corrí al bar de Pueyrredón, con el aliento entrecortado y poco resto, escogí la mesa de costumbre y el café que completa el libreto. Ya no se podía fumar puertas adentro y yo para variar no le hice honor al decreto. Fue entonces que entre las matas del humo intenso, vi esa figura sin par que me dejó boquiabierto.

Ella se acercó sin más, a desestabilizar mi sosiego, no pudo adivinar la orgía que yo orquestaba a un paso del entrecejo…”el hombre es un animal no importa su credo o su abolengo”.

-Buenas tardes, escritor. ¿No le importa si me siento?-.

-Es un país libre- dije,- podes ahogar el silencio-.

-Admiro, desde hace tiempo, su reconocido talento- y sonreía a matar cuando me hablaba.

-Niña, no pretendas hidratar la hojarasca de este viejo-.

-Me acerqué a intentar descifrar ese aire de misterio que me invade cada vez que lo leo-.

-Con cuidado, criatura, no vaya a ser que al correr el velo, no te guste lo que encuentres y entonces salgas corriendo-.

-Prometo no darle lugar al miedo si usted me brinda su tiempo-.

-Podes hacerle la lucha, yo tan sólo te prevengo, entonces escarba nomas entre los pliegues de un mujeriego. Sin embargo, para mí el tiempo ya casi vence y es escaso, a vos éste te sobra y aun estás de estreno.

Entonces el matiz melancólico volvió y ella lo notó al instante, giró la conversación hacia terrenos menos ingratos.

-Dígame, ¿cómo lo hace?, ¿de dónde saca tanto argumento?-.

-Un escritor es un bicho de camaleónico pellejo, que puede vestir harapos de la inopia o el ropaje de lo que va viendo-.

-¿Cómo es a la hora de escribir?, es decir, ¿tiene alguna clase de ritual de literato?-.

-El acto de escribir es casi orgásmico, con sus convulsiones y espasmos, una vez acabado, obtienes similar placer al que te brinda el sexo. Y como ese placentero ritual, escribir se te hace necesario para seguir viviendo-.

Una vez vomitado el derrotero, no la dejé preguntar más y tomé al toro por los cuernos.

-Te conferí uno de mis secretos y te concedí un pedacito de mi tiempo-. ¿Podrás vos, en justa retribución, darme a mí lo que yo quiero? -.

-¿Qué va usted a pedirme?- dijo y como presagiando el evento, me lanzó una mirada de fuego y de repente frunció el ceño.

-Ahora soy yo quien quiere ahondar en el paisaje que vislumbro del otro lado del velo, soy yo quien quiere revelar los misterios ocultos en tu cuerpo-.

-Eso no se lo puedo dar. Tendrá usted que disculparme si me niego, no es un precio justo a pagar por las limosnas de su tiempo-.

-Eso era de esperar, niña mía, no me condenes por mi intento y como dice Serrat: “…Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio…”-.

-¿Por qué tuvo que opacar la brillantez de este encuentro?, ¿acaso, de haber accedido, me tomaría como protagonista de su próximo argumento?-.

-Hay escritores que escriben porque les pasa algo, otros que lo hacen porque les pasa mucho. Yo con gusto dejaría de escribir porque el punto intermedio, entre ese algo y ese mucho, me pase a mí-.

-No me salga con eso, conozco su prontuario de conquistas y sus multitudes de vicios añejos, no se olvide que lo leo-.

-Vivo en un mundo de ficción y de experiencias ajenas me alimento, tomo historias prestadas que en mi camino voy recogiendo. Un poco de mi resurge en lo que escribo, en voces de mejores intérpretes, pero cuando el acto concluye, tras bambalinas yo muero. Ahora ve a contar de mi espectro a quien le interese el cuento “del aspirante a poeta, del escritor medio pelo”, que osó tocar tu inocencia con sus artimañas de zorro viejo; que yo me seguiré deshojando apenas nazca el invierno-.

– ¿Por qué está cerrando la puerta?, ¿por qué su ostracismo de nuevo? -dijo con tierna mirada magnificada por mi recuerdo.

-Las puertas están hechas para cerrarse, al menos eso es lo que creo. No me despido de vos, sólo te digo: “hasta nuestro próximo encuentro”-.

Antes de perderse de mi vista, me regaló un libro entreabierto que revisé con esmero, nadando en su prefacio encontré la razón del argumento que hoy les convido a ustedes y a ella que está leyendo. No tenía un pasaje subrayado, tan sólo un número de teléfono, que abría una puerta nueva que les presentaré en otro cuento.

Flavia Lorena Alderete

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