EN TORNO A LA MONTAÑA

EN TORNO A LA MONTAÑA

William Densi

30/12/2017

SENDERO INVISIBLE

Podía verlo desde la distancia que le alejaba de la inerte montaña de reflejos azules, separándose de la línea principal que debía seguir, remontándose hacia la cúspide y describiendo suaves curvas, como si intentara escapar de las imposiciones naturales para conocer lo que le había sido prohibido.

«Es curioso que tenga la forma de un cono recortado por la mitad, aunque si alguna vez fue un volcán, tal vez tuvo una erupción exageradamente violenta».

Pero no era la forma de la montaña la que absorbía toda su mirada, sino la extraña vereda que se separaba de la pequeña calle que envolvía el lado visible de la montaña. Lo utilizaban los agricultores para trasladar los frutos que recogían del bosque, y otras personas que caminaban sobre él para liberar sus tensiones cotidianas.

Al menos, la calle era conocida por todos, pero la majestuosa vereda nadie la había visto, y cada vez que había preguntado a algunos lugareños, estos le decían que el antiquísimo monte no tenía más que una solo calle principal, sin ninguna vereda.

«Si la puedo ver desde aquí, tengo que verla una vez que esté cerca. Uno de estos días tendré que llegar hasta allá, de todas formas, no está tan lejos de mi casa».

Paso unos minutos más sentado sobre la roca, pensando sobre el momento adecuado para emprender el viaje. No pretendía hacerlo temprano por la mañana, porque los rayos del sol, provenientes del oriente, no bañaban ese lado de la montaña. Recordó que las horas cercanas al mediodía resultaban con mejores temperaturas, aunque eran similares a la tarde, pero el tiempo vespertino no era una opción debido a que oscurecía más temprano en aquella época del año.

Tomó la decisión al siguiente día, cuando miró que el cielo estaba despejado y la brisa se movía suavemente entre las hojas de los arbustos de su casa. Era el clima perfecto. Desayunó un poco de avena para que su cuerpo estuviese ligero, se puso la ropa más cómoda que tenía, y se calzó los zapatos con la mejor suela (aunque gastada). Con buen ánimo salió del hogar, recorriendo con pasos lentos el trecho que separaba el sitio rural del pequeño fragmento de ciudad en el que vivía, encontrándose con pocas personas y saludando a quienes conocía de vez en cuando. En menos de media hora se hallaba en las faldas de la montaña, desde la cual decidió continuar con pasos más rápidos sobre el camino principal que conducía al trecho angosto vislumbrado el día anterior.

Ascendió con entusiasmo, hasta situarse en la mitad del monte, en donde una callejuela de polvo servía de cinturón e indicación de la zona central. Fue al comienzo de ese sitio que apreció a lo lejos el misterioso trayecto que deseaba conocer de cerca, el cual se encontraba resguardado por dos troncos con brotes minúsculos que servían de punto inicial. Y sin más, comenzó a correr a toda a toda prisa, sin desviar su mirada del objetivo que se divisaba cercano a un lado del camino terroso central.

No había alcanzado la mitad del trecho, y mientras avanzaba con la velocidad que sus piernas podían permitirle, notó como a su lado, en donde la montaña continuaba con su escarpado relieve, crecían frondosos arbustos, cuyas hojas terminaban en pequeñas flores de diversos colores. Lentamente, detuvo su agitada marcha, y decidió mirar de cerca a los seres extraños que nacían sin ninguna explicación. Ante sus ojos, aquello le resultaba inverosímil, pero le maravillaba totalmente y le aislaba del ruido que venía de la pequeña ciudad. El único murmullo que podía escuchar era el rumor de las pequeñas hojas que se elevaban sobre las ramas y las flores finales que abrían sus pétalos para construir la efigie surrealista.

Finalmente, y hasta el momento en que los arbustos terminaron de formar la pared de esplendor adyacente al camino que servía de antesala a la vereda, dio un paso atrás y volvió a sentir el sonido industrial de la ciudad, recordándose que debía continuar para llegar hasta la majestuosa vereda. Ahora avanzaba con parsimonia, mirando de reojo el lado mágico del trayecto, como si esperase un nuevo evento extraordinario que le obligare a detenerse.

Pero al acercarse cada vez más, notó como la vereda se volvía cada vez más estrecha, y cuando finalmente llegó al punto en que debería iniciar el territorio del sendero, esta se había escondido de su mirada, y en su lugar, los matorrales de alturas inexpugnables se mostraban imponentes ante sus ojos. Decidió entonces que la vereda podía hallarse justo detrás, y se introdujo en la espesura de la alta hierba con toda la intención de arrancarla con sus manos si fuera necesario. Pero mientras más avanzaba, esta se volvía más espesa y gruesa, convirtiendo su nueva travesía en un suceso de corta duración.

“Me estoy asfixiando, si sigo caminando quedaré atrapado en medio de todo este horrible pastizal, de todas formas, la vereda se ha escondido y aquí no hay ningún rastro de que haya alguna”.

Finalmente, decidió que era mejor desandar su recorrido hasta alcanzar la libertad de la calle empedrada. Lo hizo con desesperación, entre los empellones de la hierba que le derribaba cada dos pasos y el calor de la tarde que le envolvía como una capa sofocante totalmente invisible. Después de su ingente esfuerzo, alcanzó con gran alivio la vía principal de la montaña, desde donde había visto la vereda que no existía más, tirándose con ansías sobre el pasto de la orilla de la calle que se encontraba fresco y tranquilizador. No descansó demasiado tiempo, puesto que decidió ponerse de pie, para emprender la huida de aquel sitio que le parecía mágico, pero que le aterraba al mismo tiempo.

Ahora caminaba de prisa, pero no corría, mirando a su izquierda para notar que los arbustos seguían allí, como testigos de su fallido intento. Y movido por un impulso que no pudo controlar, giró su cabeza para darse cuenta de que la vereda se mostraba ante él, a media distancia, tan brillante y suntuosa como la había distinguido al momento de subir hasta la calle de la montaña.


GÉNESIS

-¿Dices que es real? – Lo es. Tan solo mira el panorama.

Giró su vista para cumplir el mandato. Observó detenidamente los valles lejanos que estaban rodeados de imponentes montañas, con un mar impetuoso que limitaba el infinito del horizonte. Pensó por unos instantes. Su mente estaba absorta, llenándose de ilusión por lo que contemplaba alrededor, le parecía un sueño sin posibles interpretaciones, totalmente confuso, pero al mismo tiempo fascinante.

– Es hora de seguir, el camino es largo. – Si, vamos de una vez.

PERMANENCIA

– El horizonte es magnífico, y para siempre. Ahora sabes que existe.

Sus ojos se llenaron de un fulgor inexpugnable, ya no quería marcharse de aquel lugar. – Desearía seguir aquí. Es como si fuera la realidad del mejor de los sueños. No puedes obligarme a volver a Anhedonia, debo quedarme aquí.

Movió la comisura de sus labios con suavidad, hasta esbozar una leve sonrisa. Comprendía perfectamente lo que le provocaba aquel temor. – No te preocupes. Anhedonia deja de existir para quienes escapan al menos una vez, y ya hicimos eso. Pero el camino no termina aquí, el trayecto nos espera impaciente, y es necesario que cambiemos nuestro espacio-tiempo cuanto antes.

MULTICINEMAS

«Puedes llamarlo como el multicinema»
Una innumerable cantidad de pantallas estaban frente a sus ojos. Cada una era una inequívoca película de lo que pudo haber ocurrido.
«Mira hacia allá, esa pudo ser tu vida si te hubieras cambiado de escuela cuanto tenías 10 años»
Y al observar las sucesivas imágenes, no podía más que sentir una efervescencia de emociones encontradas, puesto que no sabía si era arrepentimiento, alegría o curiosidad de haber tomado aquella decisión.
Sabía que todo aquello era un sueño, pero las proyecciones parecían ser reales cuando las miraba fijamente y sucumbía ante las infinitas posibilidades que había desperdiciado, o de las que había evadido oportunamente.
«Pero no importa, eso pudo haber sido así, ya no lo es. Ahora estás en la película que tu elegiste, y lo más reconfortarle, es que aún puedes cambiar su desarrollo, solo imagina».


19

– Es una marca demasiado grande, aunque es posible que pudieran hacerla los trabajadores del pueblo.

– No pudieron haber utilizado solo machetes, o motosierras. Y se hubieran tardado más tiempo, eso no lo entiendo – respondió Matías, con expresión seria en su rostro.

– Tal vez si se unieron hombres de otros pueblos, de todas formas, la montaña la comparten tres regiones- dijo Esteban.

El Monte Oriental, como era conocido, tenía el número 19 trazado en su lado boscoso (puesto que tenía dos caras, en una de las cuales florecía la fauna y la flora que convivían con los cultivos humanos en las faldas verdes, pero que, al otro lado, solo era una enorme pendiente arenosa y deforestada). Cientos de árboles habían sido cortados o agachados, para crear una especie de hondonada, que se extendía desde la base hasta la cima, y que dibujaba la marca misteriosa que se apreciaba a lo lejos como una sombra.

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