En la altura

La posibilidad de dar traspiés siempre ha sido extremadamente alta, sobre todo a mi edad.

Había, desde antaño, toda aquella intención de transitar por el rudo sendero que apenas se dibujaba en el pasto seco, era un anhelo desmedido que había el tiempo lo había ocultado y brotaba cuando mis ojos divagaban por el cerro.

No cabía duda, pensé, mis ojos ya no son los mismo, tampoco mis pies, pero di el primer paso

Sendero inequívoco, grite en un tono tan bajo que apenas y yo me percate, todo parecía quietud en medio de la silente llanura de breve pendiente. En la altura habitaba aquel viejo esqueleto metálico, oxidado, vestigio de antena de radio cuyo esplendor es de otro tiempo, y la imaginé pintada de rojo, me abrase con suavidad a su fría estructura, y durante algunos segundos, ningún pensamiento caminó por mi mente, y reí, demencial, para mis adentro, y luego, todo premeditado, de súbito y con violencia, me di la vuelta y quedó a mis pies el poblado de casas multiplicadas

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