En eterno invierno.

En eterno invierno.

Fátima Calero

23/02/2019

Habían pasado años desde que escribí mi primera novela, aun recuerdo lo emocionado que estaba, todo lo que sentí tras realizar ese proyecto. Ahora esa novela permanecía guardada en un caja sucia que había transportado el camión de mudanzas hasta mi nueva vivienda. Saqué con sumo cuidado la novela y comencé a ojearla, la acerque a mi corazón con la intención de poder recordarla, poder olerla por última vez. Con la novela en la mano caminé hasta mi escritorio, había conseguido publicar varios libros después de años y años de duros enfrentamientos con editoriales que no apostaban por mis libros, ni por mí. Hasta que llegó el día en el que intercambié esta novela que hoy se encuentra entre mis manos por papeles que debía entregar en el trabajo y es así como llegó a manos de alguien que apostó por mi, ¿casualidad? yo prefiero pensar que fue obra del destino. Aunque esa novela nunca se publicó. Quise guardarme aquellos sentimientos para mi, publiqué otros relatos y cuentos que había escrito.

A partir de ese momento cambio mi vida, me mude a una ciudad más grande, dejé mi trabajo y me centré en la escritura, con lo que ganaba con mis libros tenía suficiente para vivir. No compartía mi vida con nadie. Vivía solo como siempre, apenas mantenía contacto con mi familia. Salir de aquel trabajo y de esa ciudad tan agobiante fue un alivio, deje algo atrás a lo que nunca querría regresar o eso al menos es lo que yo pensaba en ese entonces.

Una vez sentado en el escritorio y con el corazón sacudido de nostalgia comencé a releer mi novela, comencé a leer una parte de mi vida que consideraba enterrada y olvidada.



Era Diciembre del año 96. Como siempre el tranvía pasaba tarde, desde el banco de la estación esperaba impacientemente a que llegará. Vivía a la afueras de la ciudad en un pequeño barrio con cuatro casas quizás ni una más, ni una menos. Todos los días debía hacer lo mismo a la misma hora para poder ir a la ciudad, esperar a que pasase el tren que me llevará directo a la ciudad. Como siempre me sentaba en mi sitio para no perder la costumbre, que era el asiento que daba justo a la ventana, en el mismo vagón. Siempre era el que iba vacío así podría aprovechar para leer. No me gustaban las personas, no me gustaba entablar relaciones interpersonales, prefería mantenerme solo, distante, sin tener que compartirme con nadie. Tenía un par de amigos superficiales, a bastantes conocidos y a un amigo de la infancia con el que me llevaba muy bien, él quería trabajar en la industria del cine yo diría que era otro soñador como yo me consideraba.

No tardaba mucho el tren en dejarme en mi parada, aproximadamente unos quince minutos. En cuanto me bajaba me frotaba las manos y podía ver como la nieve caía, las puertas del vagón se cerraba y con su ruido particular se despedía de mí hasta la hora del almuerzo, cuando regresase a casa.

Me limité a caminar hasta la entrada del edificio y una vez allí me tope con mi amigo Thiago, era un chico de un metro setenta, vestía con ropa ajustada y siempre solía usar camisa. Era raro que se dejará crecer el pelo, solía ir rapado. Sus ojos eran del color de la miel. Su tez era algo pálida y si te fijabas bien podías notar como le estaba aflorando ya la barba. Él se colgó con el brazo derecho a mi cuello de una manera cariñosa, mientras caminábamos hacía donde se impartían las clases. Solía contarme las historias que grababa con los del club de cine donde se había apuntado hacía dos años, antes de que comenzará esta gran aventura para él solíamos escribir guiones que nosotros mismos representábamos.

Gracias a aquello llegué a la conclusión que lo mío no era actuar, no me gustaba llamar la atención, no me gustaba nada que las personas supieran que existía. Me gustaba que la gente me ignorase que me dejase tranquilo, que no hablarán de mí.

Me limité a sentarme en el pupitre y a divagar las siguientes horas de clase, me quedaba con los explicaciones que me interesaban. Así se pasaba la mañana hasta que llegaba la medía mañana donde iba al club de literatura donde yo era el único participante de ese club. Me limitaba a cuidar la biblioteca, a leer en ese tiempo que tenía. Me gustaba cada día sacar un libro al azar de la estantería y que predijera aspectos de mi vida, me resultaba interesante, aunque no me gustaba dejarle mi vida al hado.

Cuando cerré la puerta para ir otra vez a clases oí a un grupo de chicas en el pasillo susurrando. Decían algo como “esta rara” “dice que hoy no correrá”… Caminé sin prestarle demasiada atención a sus comentarios, y volví a dispersarme en clases.

No tardaron en finalizar las horas lectivas, por fin era libre. Me acerqué hasta las pistas donde me sentaba cada mediodía antes de coger el tranvía, a ver correr a una chica de mi clase ya que me inspiraba para escribir, su nombre era Julieta. Aquella chica era una de las mejores corredoras de toda la escuela. Nadie había superado su marca y era bastante popular entre los chicos de su club.

Era alta con los ojos azules, de tez morena, con una forma tan característica de sonreír que al hacerlo le salía un hoyuelo en el lateral de la comisura de los labios. Su cabello era moreno y rizado, era una chica con carácter, había venido a mi clase desde que era pequeño y siempre la había admirado ella era todo lo que a mi me hubiera gustado ser. Me gustaría que la gente leyese mis libros, pero yo no tenía el coraje que ella tenía, ni esa fuerza, no le importaba exponerse delante de todo el mundo con tal de hacer lo que le gusta, y era algo que admiraba de ella, por eso ella me inspiraba. Ella había salido con un chico del club de atletismo durante un tiempo, no recuerdo cuanto tiempo fue, lo supe como toda la escuela cuando los vimos agarrados de la mano e intercambiando muestras de cariño, algunos chicos envidiaban eso, yo simplemente deseé que no dejará de correr, porque era lo que me inspiraba y lo que me mantenía escribiendo relatos. Siempre me había llamado la atención, lo que ocurre es que ambos sabemos que somos muy diferentes, además todas las cosas que había tenido habían durado un parpadeo, no quería sentir nada fuera de lo establecido por mí.

Por mi derecha entró Thiago con las manos en los bolsillos y rechistando hasta que me vio sentado donde siempre, arriba en las gradas.

—Otra vez viendo a mi novia… no te había dicho ya que dejarás de acosarla—dijo chistosamente.

—Chss—le rogué que se mantuviera en silencio. Los dos mirábamos como los corredores se colocaban en la pista, pero alto, hay no estaba ella—¿Por qué ella no esta?

Era la primera vez que faltaba a sus entrenamientos, iba todos los días a la misma hora estuviera enferma, con dolor de cabeza, con la cabeza desgarrada por un Tyrannosaurus Rex. El caso es que ella estaba allí en el entrenamiento, sin embargo hoy no correría y se me vino la imagen de aquellas chicas en el pasillo susurrando.

—Decían algunos de clase que ella había perdido algo, no se sabe el que, pero que sin eso no puede correr.

—¿Y que demonios es eso que ha perdido?

—No lo se, si lo supiera te lo diría, solo se que es como un amuleto de la suerte

¿Suerte?… quien demonios necesita suerte cuando es tan buena corredora como ella, no se quien narices dejaría su pasión en manos del hado, con lo terrible que es ese sentimiento de no tener control de las cosas que haces. ¿Y el esfuerzo? donde dejaba la dedicación de cada día… No podría creerme que no corriera solo porque había perdido su amuleto.

Me levanté de aquel banco bastante enfadado y me dispuse a encerrarme en la biblioteca terminaría las actividades de mi club y me iría a casa. Thiago se quedó allí mirando incrédulamente mi reacción, hasta que decidió acompañarme.

Una vez allí en la biblioteca él se dispersó entre todos los libros que había, se limitó a dar vueltas a los pasillos en busca de algún libro que llamará su atención. Yo me acerqué a la ventana y mire por ultima vez las pistas, allí la vi sentada en el césped junto a las demás chicas de su club.

Thiago no tardo en irse, mientras yo me quedé allí leyendo cerca de la ventana, a veces se me iban los ojos a la pista donde ella estaba sentada sola en el césped y no podía dejar de preguntarme que había perdido. No estuve demasiado tiempo allí ya que mi barriga comenzó a rugir, estaba deseando comer algo. Así que cerré la biblioteca y lentamente fui bajando las escaleras mientras oía unas risas en la planta de abajo, pude oír los murmullos de las chicas y nítidamente sus chismes. “Que idiota esta buscando desesperadamente unas latas rojas” “Si, si como te digo es una tonta, por eso no ha corrido hoy” Los murmullos cada vez estaban más lejos a medida que yo me iba acercando. Abrí mi mochila y miré en su interior ¿serían las latas que encontré esta mañana lo que Julieta había perdido?… Me despertó de mis pensamientos un ruido, me giré una vez que estaba ya en la planta baja del edificio. Allí la vi desesperada buscando lo que se le había perdido. Me acerqué lentamente hacía ella, no pude evitar sonrojarme—perdona—llamé su atención mientras mi mano derecha rebuscaba en mi mochila las latas unidas por el hilo rojo—¿esto es lo que buscas?

Ella clavó su mirada y con una sonrisa se acercó a mi—¡Si! es mi amuleto, muchas gracias—se mostró contenta ante mi gesto—¿Dónde estaban?

Estaba algo nervioso no sabía muy bien que decir—pues la encontré esta mañana tirada en el suelo de clase, quizás se te cayó de la mochila.

Nos quedamos allí quietos intercambiando miradas, ella estaba feliz y agradecida, mientras yo no dejaba de ponerme cada vez más rojo, hasta que finalmente me atreví a decirle—Eres buena en lo que haces, muy buena, no deberías depender de un amuleto.

Me sonrío—Gracias, ¿vas a la estación no?

Asentí y ella fue rápidamente a buscar sus cosas con una sonrisa—¡Espérame!—gritó.

Una vez tuvo sus cosas se colocó a mi lado y caminamos fuera del edificio dirección a la estación de tren. Estuvimos hablando durante el camino a la estación, era una chica agradable, tímida, con una sonrisa muy bonita y una expresión corporal muy notable, gesticulaba todo lo que decía y eso me hacía sonreír.

—Me resulta extraño que cojas el tren a la misma hora que yo y que nunca hallamos coincidido.

Ella se río ante mi reacción— Te veo todos los días. Siempre inmerso en los libros.

Yo me quedé inmóvil, ella siguió caminando cuando vio mi reacción—¿En serio que nos cruzamos todos los días?

Ella asintió—Cada día te veo sentarte en el mismo vagón y en el mismo sitio con un libro entre las manos.

Yo me quedé sorprendido, ¿cómo es que nunca me había percatado de su presencia?, ¿cómo podía ser eso?, si que era verdad, intentaba en esos momentos tediosos apartarme del resto del mundo, pero ¿cómo iba a pasar ella desapercibida para mí?

Ella me sacó de mis pensamientos con un leve susurro que fue dulce melodía para mis oídos—¿Te puedo llamar Stefano?— Yo asentí—Puedes llamarme Juliet.—Me sonrío.

—Puedes llamarme Stef si te resulta mas cómodo.

Ella negó bruscamente—Me encanta tu nombre—le devolví la sonrisa.

Una vez que llegamos a la estación mire el reloj y me percate de que no hubiéramos perdido el tren, pero justo cuando baje la mirada el tren estaba entrando en la estación con su particular sonido de recibimiento.

Subimos al tren juntos, nos adentramos a “mi vagón” como ella le había denominado y nos sentamos en mi sitio, yo junto a la ventana y ella a mi lado, su asiento daba al pasillo. No mantuvimos conversación hasta que ella llegó a su parada donde se despidió—Gracias, nos vemos mañana—se fue dejándome con media sonrisa en el rostro.

A partir de ese día empezamos a hablar cada vez más y más, nos sentábamos juntos en el tren, ella al lado del pasillo junto a mi con un libro de literatura como solía hacer yo, en ese momento intercambiábamos un par de sonrisas torpes, yo aun me sonrojaba cuando estaba cerca. En ese momento ninguno de los dos hablábamos y en clases nos manteníamos alejados, ella se iba con los de su club y yo solía estar solo, como siempre. En mi club a veces Thiago venía ayudarme con algunas de las tareas, pero pocas veces pasaba por allí, estaba demasiado ocupado viendo películas en la sala de cine. Cada uno tenía sus intereses y estábamos dispuesto a luchar cada uno por sus sueños.

No obstante, el equilibrio se rompió cuando recibí la petición de admitir un miembro a mi club, me limité a obedecer ordenes y me senté a verificar a mi siguiente candidato si era apto para mi club o no.

Ella entró tímida en la biblioteca sin mantener contacto visual. Me levanté de un salto y sonrojado le pregunté—¿Eres tú?

Ella asintió sonrojada—Quiero que me aceptes en tu club.

Asentí—No necesito hacerte ninguna prueba, pero ¿por que querrías tú estar aquí?

—Porque me gusta dedicarle tiempo a las cosas que me gustan como a correr y la literatura también me gusta, así que he decidido que como tú eres el único miembro podrías enseñarme todo lo que sabes de literatura.

No me creí su argumento, sin embargo la admití. Julieta dejó su mochila en la mesa y se dedicó a pasear por la biblioteca, mientras tanto la observaba sonrojado sin saber que decir.

Cuando interrumpió Thiago en la sala—Tío no te lo vas a creer hay un nuevo miembro para el club.

Señalé sutilmente a Julieta que deambulaba por el pasillo ojeando los libros extrayendo de la estanterías los que llamaban su atención.

Él se quedó petrificado. No podía ser, no se lo creía. Sacudió la cabeza como si se tratase de un sueño del que no despertaba.

—Ella es real—susurré.

Thiago y yo la mirábamos fijamente—Es real— repitió incrédulo Thiago ahora girando la cabeza lentamente para mirarme a los ojos.

Asentí e intenté echarlo de la sala para poder quedarme a solas con Julieta ya que estar con ella y con otras personas me incomodaba.

Una vez que cerré la puerta a Thiago en las narices sin dar tiempo a poder objetar nada, me rasque la nuca nervioso, mientras me giraba para encontrarme con sus ojos que me contemplaban tímidamente.

—Deberíamos organizarnos las tareas del club, ¿te parece?

Nos sentamos en la mesa. Charlamos largo y tendido estábamos ambos realmente nerviosos, pero se podía notar que los dos nos entendíamos fácilmente. No tardamos en dividirnos las tareas del club; hablamos de todos los libros que había en la biblioteca. Le recomendé libros para que se leyera, pasamos un rato agradable. Agradecí que se hubiera apuntado al club de literatura, ya no me sentía tan solo.

—Tengo que irme dentro de poco empezará el entrenamiento—mencionó ella acalorada mientras se abrochaba la chaqueta, antes de subírsela cremallera se giró sonrojada para mirarme a los ojos—¿por qué vas a vernos entrenar todos los días?

Yo me quedé estupefacto, no sabía que decir. ¿Qué era lo apropiado? Le decía que iba a verla a ella o mejor me quedaba callado, no sabía que hacer. Estaba rojo como un tomate, me rasqué la nuca nervioso e intente hacer el esfuerzo de contarle la verdad, pero lo único que me salió fue una sonrisa nerviosa—La verdad es…—comencé a contarle—voy todos los días para verte correr—dije lo más rápido que pude cerrando los ojos y los puños como si quisiera sonar valiente.

Ella se quedó pálida seguía en la misma postura, frente a mi—¿A verme a mi?

—Se que suena raro—estaba tan nervioso y sonrojado que fui incapaz de no tartamudear al hablar—tú…tú me inspiras—Julieta se sonrojó y se le pusieron los ojos brillantes me animé a proseguir hablando—se que suena raro…pero tu me inspiras a escribir, me gusta sentarme a escribir mientras estas corriendo, llevo muchísimo tiempo haciendolo porque me ayuda, hace que mi corazón se inspiré. Me siento en calma cuando te veo trotar por la pista y siento como mi corazón se acelera cuando logras quedar la primera venciendo a todos. Quiero algún poder tener tanta pasión en algo. Me gusta ver como conviertes en arte lo que te apasiona.

Ella sonrío con los ojos llenos de lagrimas había conseguido emocionarla. Nos quedamos en silencio por unos instantes. Sentí como si nos estuviéramos congelando, me recorría por mi interior una sensación extraña me sentía aliado y muy cerca de Julieta y por otra parte quería salir corriendo a esconderme, ¿como podría haberle dicho semejante cosa?, me sentí un estupido.

Me atreví a irrumpir nuestro silencio—Se que suena raro—me justifiqué.

Ella negó con la cabeza —y porque no en vez de ver cómo entreno, ¿por qué no corres hoy conmigo? Tengo que enseñarle a los más pequeños; a los niños de primaria y a los de primer curso. Sería agradable que participarás con nosotros.

Hice un ademán con las manos mientras negaba con la cabeza— a mi no se me da muy bien—reí nervioso.

—Vamos…—ella tiró de la manga de mi jersey y me arrastró hasta las pistas.

Me ofreció un chandal que usaban los chicos del club. El chandal era negro y con rayas amarillas. Hacía unas formas circulares con las iniciales de la escuela.

Una vez que me cambié en el vestuario, salí de allí muy nervioso. No dejaba de colocarme las mangas del chandal, no me quedaba bien, debía al menos ser de una talla más.

Julieta reía con los niños allí en la pistas mientras algunos se preparaban nerviosos para correr—Vaya… te queda un poquito grande…

—¿Tú crees?—estaba rojo como un tomate—esto no ha sido buena idea.

Julieta no pronunció palabra y tiró de la manga que me sobraba del chandal hacía ella, para que la siguiera con los demás niños. No había nadie más que ella y otra chica que se llamaba Lana como profesoras de seis niños; una chica que no superaba los doce años, otras dos niñas y tres niños del jardín de infancia de seis o siete años aproximadamente.

—Bien chicos tenemos que esforzarnos hoy al máximo, tenemos un nuevo integrante en el entrenamiento de hoy—todos los niños me contemplaban fijamente con una sonrisa, supuse que por mis pintas y por mi manera patosa de correr.

—Él es Stefano— me saludaron al unísono por mi nombre.

Sonreí al verlos tan felices. Recordé cuando yo estaba en el jardín de infancia, entonces los ojos se me fueron a ella que seguía sonriendo junto a los niños que la admiraban. Recordé que en el jardín de infancia íbamos a la misma clase, apenas hablamos mas de dos veces. Una vez nadie quería sentarse a mi lado en clase, se dedicaron a perfumarme con desodorantes y colonias, a decirme que olía mal. Julieta cogió su pupitre y lo puso junto a mi y calló a los que se estaban riendo de mí.

Era muy difícil ser mi amigo en esa época recuerdo que me pasaba todo el día escondido entre libros y no salía al patio a relacionarme con los otros niños, a veces jugaba a la videoconsola escondido en la biblioteca y otras veces llamaban a casa para que mi abuela viniera a buscarme ya que me ponía “enfermo”. Ella se acercó a hablar conmigo, pero dejó de intentarlo cuando vio que no hablaba con nadie, me dio por perdido.

Ella era muy peculiar de pequeña, solía llevar el pelo a media melena y siempre iba con coleta y con un lazo rojo. Me acuerdo que era un lazo trenzado y grueso que adornaba la coleta. Sonreí al recordarlo, sentía que estaba viendo aquella niña rodeada entre todos esos niños. Ella era una más y pude notar lo feliz que era, acaso ¿yo era tan feliz? se podría decir de mí que desprendía eso, ¿qué era lo que yo trasmitía? Seguramente nada especial, quien iba a querer sentarse al lado de una persona como yo sin nada especial que aportar, sin nada especial que decir.

Ella me sacó de mis pensamientos sacudiendo mi manga de nuevo—Eres del equipo rojo—me dio una cinta para que me la colocará en la cabeza. Me la ate fuertemente.

Ella se colocó una amarilla con una sonrisa en el rostro que hacía que el sol tuviera envidia del brillo que desprendía.

—Primero van los rojos y después iremos los amarillos.

Lana también era del equipo rojo con algunos de los niños. Estaba nervioso. Me coloque torpemente en la marca.

Una vez sonó el silbato todos corríamos como buenamente podíamos intentando alcanzar la meta, mientras Julieta gritaba—¡Chicos recordad! ¡Brazos sueltos, cadera alta y manos cerradas!

No era capaz de mantener el ritmo, los niños me adelantaban por ambos lados, no podía mantener el ritmo, me empecé a cansar y de pronto paré en seco. Me desanimé completamente era pésimo en esto, no se porque estaba perdiendo el tiempo en realizarlo.

El tiempo pasó rápidamente y en nada los entrenamientos habían finalizado. Las madres de los niños habían sido puntuales a la hora de la recogida y ahora nos encontrábamos guardando el material en el gimnasio del edificio. Llevaba varias cajas mientras Julieta despedía a Lana que estaba en la puerta del edificio alejándose.

Deposité las cajas en el suelo y las apilé seguidamente. Caminé a los vestuarios, en breve estaba vestido con mi ropa y saliendo con Julieta del edificio. Nos despedimos del conserje y los dos caminamos hacía el tren.

Caminábamos al mismo ritmo. La charla que manteníamos era animada, ella movía las manos de manera energética y en uno de esos movimientos nuestras manos se rozaron, se encontraron finalmente. Me puse completamente rojo. Sentí que el calor me subía y que mi cara iba a estallar. Ella también se sonrojó y se disculpó.

Seguimos caminando en silencio, mientras oíamos el ruido de los coches, el compás de la gente caminando y el ritmo de algunos artistas callejeros que ponían banda sonora a nuestro día. En ese instante desesperado volví a rozar su mano, quería entrelazarla, aunque era demasiado torpe, no sabía como hacerlo, así que fue ella la que busco mi mano y los dos las unimos sin mirarnos a la cara, estábamos sonrojados.

Ese día caminamos hasta la estación en silencio con las manos entrelazadas y andando a un ritmo diferente, las canciones en la calle sonaban con otra sintonía, y es en la estación cuando ambos nos sentamos juntos y abrimos los dos el libro que nos estábamos leyendo cada uno. Y con una mirada de refilón nos sonreímos como dos niños avergonzados.

A partir de ese momento nuestras manos se buscaron más de lo habitual, nuestras miradas tenían miedo de encontrarse, de sostenerse, ambos no podíamos mirarnos y el silencio nos embriagaba. Tímidos comenzamos algo nuevo. Pasábamos mucho tiempo juntos y a veces con Thiago, aunque tengamos que estudiar porque estaban los examenes de acceso a la universidad. Teníamos que enfrentarnos a la realidad.

Yo comencé a estudiar para presentarme a la universidad de la zona, no quería hacer nada especial con mi vida, no tenía ni idea del rumbo que quería seguir estaba completamente perdido, mientras que ella parecía tener las cosas más claras. Dedicaba mucho tiempo a mejorar su marca quería obtener la beca para poder llevar el atletismo al ámbito profesional. Mientras que yo presente mis guiones y mis historias a varias personas que rechazaron mis ideas, ella no dejó que decayera en mi esfuerzo, me alimento de esperanza y me dio sueños aunque estaba tan perdido en mi propio camino que no sabía por donde establecer mi ruta por donde empezar a construir la casa, no sabía que ladrillo era el primero que quería poner.

Ella tenía toda su aventura fabricada y montada solo tenía que saltar a la piscina y realizarla. Sin embargo yo no tenía nada. Me costaba ponerme a estudiar y no era capaz de centrarme con la situación que me rodeaba en ese momento en casa. Mis abuelos que eran los que me cuidaron desde mi nacimiento cada vez estaban más mayores. Mi abuela cada vez recordaba menos las cosas y a las personas. A veces me confundía con mi padre, otras veces me preguntaba quien era… No quería dejarla sola, eso me mataría, por eso tampoco deseaba irme muy lejos de la ciudad. Mi abuelo le ayudaba a recordar; le apuntaba cosas, toda la casa estaba llena de post-it y de notas escritas pegadas en las paredes. También tenia algunos dibujos de mi abuelo y míos ya que nos gustaba retratar algunos recuerdos y los dos amábamos el arte, por eso apoyaba que escribiera y me alentaba a que no desistiera de conseguir mi sueño. Mi abuelo solía hacerle bocetos de sus lugares favoritos, de su comida favorita, de las cosas que eran importantes, que debía y merecía la pena recordar. Se pasaba horas y horas delante de un blog dibujando, se notaba ese sentimiento de amor que se tenían. Se habían conocido ambos a través de una foto que vio mi abuelo en una de las criadas que trabajaba en su casa. Mi abuela vivía lejos de la ciudad de mi abuelo, pero al final el destino les unió por una foto que se perdió, se cayó de la cartera de la criada que servía en su casa y en ese momento cuando cogió la fotos sus destinos se unieron. Eso fue lo que me dijo mi abuelo sino recuerdo mal, y al cabo del tiempo preguntó por ella a su criada y comenzó a escribirle. Sus familias se negaron por completo, ella era de una clase social baja y eso no estaba bien visto, sin embargo eso no fue un impedimento para que lucharán y en contra del destino y sin ninguna persona a su lado que les hiciera las cosas fáciles confiaron el uno en el otro para irse juntos a una pequeña ciudad donde han vivido la mayor parte de su vida. Mi abuelo renunció a todo por estar con ella y mi abuela siguió viendo a su familia ya que deseaban que ella fuese feliz, era lo único que a ellos les importaban. Estaba claro que venían de familias muy diferentes, sin embargo los dos eran muy especiales y eso fue lo que les unió y nunca los rompió. A día de hoy él sigue recordándole las cosas que no merecen la pena olvidar; como quien es ella, quienes somos nosotros y su historia, que le gusta, que no le gusta… ese tipo de cosas que es importante no olvidar, porque es importante saber que nos hace felices al final del día.

Cuando mi abuela se perdió por primera vez en la ciudad tuve que ir a buscarla, no estaba muy lejos de casa, había querido ir a comprar material de dibujo para mí abuelo y con tan mala suerte que no recordaba el lugar donde vivía, no era capaz de encontrar el camino de vuelta a casa, menos mal que una vecina se topó con ella y fue ahí cuando llamaron a casa y yo que tendría unos doce años más o menos la fui a buscar.

A partir de ese momento, cada vez fueron mas frecuente sus pequeños despistes a veces se olvidaba de mi nombre, otras veces de donde vivía, las llaves, lo que hacía, su edad… y multitud de cosas que se le fueron olvidando con el tiempo y que le cuesta recordar.

Mediante los dibujos ella recuerda las cosas, muchas veces cuando tenía que salir sola porque mi abuelo y yo no estábamos, cogía uno de los dibujos de mi abuelo y le servía de guía. Las anotaciones en el mapa y algunas notas como números de teléfono, nombres de calles importantes…

Y así hemos ido viviendo desde que tengo aproximadamente doce años, cada día es un infierno, a veces deseo que se acabe esta pesadilla siendo completamente egoísta. Mi abuelo también esta triste, puedo verlo reflejado en sus ojos, nos invade la tristeza en cada rincón de la casa. Ella era pura alegría, era un girasol, así es como la llamaba a veces mi abuelo cariñosamente, porque los girasoles miran al sol, lo buscan y ella siempre buscaba el sol en todo lo que hacía, las cosas positivas y buenas. Sin embargo eso había tornado a tristeza. Yo no necesitaba excusas siempre me sentí roto, de pequeño vagaba solo, apenas me llevaba con los demás niños en el colegio, pasaba mucho tiempo leyendo, dibujando, escribiendo, jugando a videojuegos… A veces salía solo a caminar y otras veces con Thiago pasábamos el día grabando películas. Desde pequeños compartimos esa afición, de hecho estuvimos apuntados al club de cine en el colegio, hasta que en el instituto, me interesé más a fondo por la literatura, comencé a leer más y a figuras más celebres, el hombre que se encargaba de llevar la biblioteca del barrio me había enseñado algunas técnicas para escribir, leía mis guiones y me ayudaba a progresar, era profesor de literatura en nuestro instituto, pero de último curso. Y yo aun era un niño que pretendía dar pasos agigantados. No hice muchos amigos y tampoco me gustaba la gente, no hice mucho caso a las chicas durante mi adolescencia, no había ninguna chica que llamara mi atención, bueno al menos conscientemente, aunque siempre iba a ver correr a Julieta en cierto modo si que me fijé en ella.

Solía mirarla cuando era pequeño, siempre me arrepentí de no haberle hablado, de no haberme hecho su amigo, de no darle las gracias por sentarse a mi lado, por defenderme. El caso es que nunca di el paso, no me arriesgué entonces y ahora que tenía la oportunidad quería agradecérselo.

Las tardes de invierno eran frías, podía sentir el frío congelando mi respiración como mi nariz se tornaba a roja y como mis labios se volvían de un color morado. A ella le pasaba lo mismo, su cabello frente a la humedad luchaba y quedaba hermoso en esa lucha. El gorro y la bufanda a juego que llevaba le quedaban muy bien, y el abrigo la cubría, pero no era suficiente capa para tanto frío.

Los dos nos manteníamos andando en silencio hasta que llegamos a un lugar. Era un jardín con un pequeño lago que hacía forma circular y en el que se podían ver peces de todos los colores y de todos los tamaños, nos asomamos como dos niños admirando una chuche y nos encandilamos de aquel maravilloso momento, de ese ruido que hacían las grillos en la noche y ese olor a agua estancada con jazmines que adornaban el estanque.

Ella se subió a una de las piedras que te adentraba al interior del lago, era una piedra pequeña donde cabía una sola persona y ella de un salto había subido, le advertí que tuviera cuidado, pero ella ignoro mis palabras.

—¿Que va a pasar?—Ella agarró de mi manga y tiró de mí—vamos—me pidió con carita de cordero degollado.

—Nos vamos a caer—dudé de que saliéramos ilesos de la situación.

—Lo peor que nos puede pasar es que nos caigamos y nos mojemos.

Salté hacía otra roca era divertido me sentí como un niño haciendolo. Eso me gustaba de ella me recordaba la sensación de ser niño otra vez. Me encantaba era una de las sensaciones que más me reconfortaba en mi soledad.

Nos quedamos allí uno en cada roca sosteniéndonos la mirada, sin nada que decir. Ella apretaba fuertemente la manga de mi chaqueta, cuando bajo la mirada sonrojada. Quise en ese momento acercarme. Así que planeé en un fugaz intento el resbalarme hacia atrás cayendo y tiré de su mano para que ella cayera encima de mí.

El agua nos salpicó y los dos nos empapamos por completo, ella cayó encima de mí, estaba muy cerca podría sentir como su respiración se agitaba y como se mordía el labio y bajaba la mirada. Ella intento alejarse cuidadosamente, pero no se lo permití, llevé mi mano a su rostro y acerqué mis labios a los suyos y nos encontramos compartiendo un beso suave, dulce, el primer beso que compartíamos. Pude notar como ella se sonrojaba y a la vez como se dejaba llevar. Yo también estaba nervioso, pero estaba seguro de lo que hacía y eso me ayudo a encontrar el valor para arriesgarme.

Nos separamos lentamente, nos costaba sostener la mirada. En mi rostro se dibujó una sonrisa avergonzada, y ella sonrojada me devolvió la sonrisa. Eso me reconfortó.

Cuando nos dimos cuenta estábamos andando por las calles empapados, ella tiritaba y yo le cedí mi chaqueta, estaba congelado, pero no quería que ella pasará frío.

—¿No tienes frío?—asentí—Pues toma—me devolvió la chaqueta.

Frene en seco su gesto—por mi culpa estas empapada, es lo mínimo que puedo hacer por ti—me miro de un modo cariñoso y negó mordiéndose los labios.

—Eres un raro—ella se sonrojo mientras yo miraba hacía el frente, caminábamos en silencio, sonreí levemente al escucharle decir eso—eres mi rarito—me miro y yo en ese momento me sorprendí al escucharlo.

Ella me miro sonriendo, mientras contemplábamos los copos de nieve que caían y rozaban nuestra piel. Los dos nos sentimos felices, pero esa felicidad fue cortada por un estornudo que resonó como un trueno.

Y ella instantáneamente me abrazó para darme calor, sonreí ruborizado y la imité. Caminamos por la calle congelándonos de frío, sintiendo que el corazón se aceleraba y que ambos queríamos salir corriendo de la emoción y la alegría.



Los días de invierno y hastío fueron pasando de largo dejando paso a la primavera y con ella el final del último curso. Cada vez estaba más cerca la decisión de nuestro futuro, de nuestro despertar en el mundo real, y yo cada vez estaba más asustado de esa realidad. Ya que estaba atado a este lugar. Y también estaba atado a ella, cada día nos íbamos haciendo más y más íntimos. Hasta el punto de que llegó la primavera y a ella le tocaba correr ante los ojeadores de las universidades de la gran ciudad, le prometí que iría. Que estaría allí en ese momento, pero la promesa se rompió. Lo que ocurrió aquel día fue tormentoso y caótico para ambos. Aquellos nos rompió en pedazos, nos llevó a separarnos.

Esa mañana ambos nos reencontramos a la misma hora y en mismo sitio del tren. Cuando ella se sentó yo estaba al lado leyendo, con una sonrisa la salude y ella de su mochila sacó un libro.

Yo sostuve el libro con una mano y con la otra busque la suya que instantáneamente ella hizo lo mismo y en uno de los roces que tanto ansiábamos nos encontramos, sonreímos dulcemente a la vez y ambos avergonzados aun volvimos la vista al libro. Ella al suyo que había sacado hacía unos segundos de su mochila y yo al mío que sostenía con una mientras la otra envolvía la mano de Julieta.

Llegamos a la misma hora al edificio y entramos los dos caminando el uno al lado del otro, la humedad estaba tan espesa que podías notar como te empapaba la cara a cada paso. Ella llevaba un gorro rojo con una bufanda enorme que la envolvía y el uniforme de la escuela. Yo también llevaba una bufanda que me envolvía, también roja, si fue una coincidencia. Mis abuelos me la habían regalado unas navidades cuando estaba en primaria y su bufanda era de su madre, sus hermanas se la cedieron a Julieta con un par de cosas más de ella, ya que su madre había fallecido cuando su hermana pequeña nació.

Una vez llegamos a clase cada uno se fue por su lado. Ella se iba con los del club de atletismo y yo estaba solo. Esa mañana me apoyé en el pupitre y me quedé abstraído en como los copos de nieve caían y se rompían en el suelo. ¿Cómo podemos sentirnos a veces tan rotos? eso fue justo lo que pensé en ese momento, porque me sentía tan roto. ¿Por qué me siento ahora tan roto? El caso es que esa mañana lo único que podía pensar es en la soledad que me embriaga, ella se iría lejos y se olvidaría de mi, ¿quien se acordaría de alguien como yo? era tan simple, apenas tenía sombra y mucho menos sol, no sabía a veces como tratarla, ni mucho menos que decirle, a veces me sentía avergonzado y quería ir a encerrarme en mi casa. Pero luego recordaba que en mi casa la gente que habitaba cada vez se iba olvidando de mi. Y yo entonces pensaba que todo esto es cuestión de tiempo. Nada dura para siempre.Seguía con la bufanda en clase cuando decidí quitármela y dejarla a un lado. Justo en ese momento el profesor entró y pude notar como ella me estaba observando, me dirigió una breve sonrisa. Y yo me quede sorprendido no sabía que ella se encontraba mirándome y eso me resultó llamativo.

Llegó el momento en el que terminaron las clases y me fui a mi club. Me encerré en la biblioteca y comencé a andar por los pasillos. Cuando note como alguien se acercaba por detrás.

—Estoy muy nerviosa—me giré para mirarla sorprendido, no esperaba que se encontrase allí—vendrán ojeadores hoy a la competición a las siete de la tarde y necesito que tu estés allí.

Cuando me volteé la vi con lata que estaba unida a otra. Ella me alargó la lata y yo la cogí me la lleve al oido.—¿Vendrás?

Me llevé la lata a los labios y susurré—Allí estaré.

Los dos bajamos la lata y nos sonreímos.—Quiero que te las quedes y que cuando vengas estéis allí dándome suerte.

Me reí—No necesitas suerte eres buena has trabajado duro confío en ti—suspiré a media sonrisa—Lo vas a lograr. Se que lo harás.

Ella me devolvió la sonrisa y me robó un beso antes de marcharse rápidamente de allí. Me dejó allí con una sonrisa dibujada en los labios y con el corazón acelerado. En mis manos sostenía su tesoro que no tardaría en guardar y llevármelo a mi casa.

Esa tarde quise ir, debería haber ido, pero no fui. No pude hacerlo. La casa ardió por una vela que mi abuela había encendido para sus ancestros. Resulta paradójico cuando a veces se olvida del presente, y es que el pasado lo recuerda más y mejor. Esa tarde todo ardió la casa y mi vida. Pude salvar algunas pertenencias que llevaba conmigo como las latas de Julieta, que continuaban en mi mochila. Y resulta paradójico, esas latas hicieron que le salvará la vida a mi abuela. Esa tarde me preparé para salir de casa, aunque antes me aseguré que mi abuela estaba bien, solo se quedaría sola media hora, no creo que en ese corto periodo de tiempo fuese a pasar nada.

Estaba caminando hacía la estación recordé que las latas las había dejado en casa, las había sacado para verlas con detalle y creí que las había dejado en la mesa, así que tuve que dar la vuelta. Y efectivamente las latas estaban en mi mochila, pero en ese instante no lo supe y di la vuelta. Cuando volví todo estaba en llamas.

La gente en la calle gritaba, el servicio de emergencias estaba allí. Mi abuela se encontraba con un bombero que la había rescatado tiempo. Me abrí paso entre la gente y corrí hacia mi abuela.

Ella se acordó de mi—Stefano—gritó y se echó en mis brazos.

No pude contener la emoción y llore, llore como un niño, como llevaba tiempo sin hacer. Con la situación que tenía frente a mis ojos me sentí responsable de lo que había pasado. Sabía que no debería haberla dejado sola, por otra parte sabía que estaba fallando a Julieta, así que no pude contener la emoción del momento.

Esa noche dormimos en un hotel y los días posteriores, hasta que mi abuelo nos dio la preocupante noticia que iríamos a casa de uno de los sobrinos de la abuela. Que nos acogería el tiempo que necesitáramos, pero claro estaba lejos de esta pequeña ciudad. Y en mi interior mi corazón se quebró y con ello comencé a gritarme el nombre Julieta cada vez más fuerte.

Las latas aparecieron en la mochila del instituto y eso me dio que pensar, no creo que fuera casualidad. Y en ese momento quise verla y devolvérselas. Sentí como una conexión enorme, no pude explicarme en ese momento que era lo que estaba sintiendo, pero se que una sensación extraña recorría mi cuerpo. Estaba atado a ella, eso fue lo que pensé. Teníamos un vinculo que no podría explicarle a nadie y creo que tampoco querría hacerlo si tuviera la oportunidad. Era algo mío y quería que así se quedará eternamente.

Ella me había mandando muchísimos mensajes desde ese día que no tuve el valor de responder, me dejó llamadas…y quise cogerle el teléfono, aunque tenía miedo. Un miedo que no podía explicarme. Sentí miedo por primera vez de perderla.

Tuve el coraje de quedar con ella y devolverle lo que era suyo antes de irme y darle una explicación antes de que mi corazón finalmente se rompiera en mil pedazos.

Llegué al lugar y allí la vi. Yo llevaba un paraguas porque no dejaba de llover intensamente y allí la vi empapada bajo la lluvia. Quise cubrirla con el paraguas, pero ella lo aparto de un manotazo. Estaba molesta, realmente lo estaba. Pude notar en sus ojos que estaba dolida y que contenía las lagrimas que luchaban por traspasar las barreras que ella ponía.

Ella tiró el paraguas lejos al darme el manotazo. Nos quedamos ambos bajo la lluvia mojándonos, mientras nos mirábamos fijamente. Hurgué en mi mochila y saque de ella las latas. Ella las cogió y comenzó a caminar. Entonces fue cuando la detuve.

—Espera.

—No quiero hablar contigo—se giró llorando—Te he llamado, te he mandando mensajes y no me has respondido. Dijiste que vendrías y ni apareciste, no me avisaste. Mi marca ese día fue espantosa, no se fijaron en mí, ni creo que ahora lo hagan. Perdí mi oportunidad y tú no estabas allí.

Quise acercarme a ella, pero no supe como. Tenía los ojos llorosos y el silenció me invadió. Ella continuo su camino, pero fue entonces cuando la agarre de la manga como siempre había hecho ella. Me quedé sorprendido de mi acto.

No se giró. Se quedó allí inmóvil ante la situación—Escuchame por favor.—En ese momento las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, me rasguñaron por dentro, me devoraron las entrañas. Mi mano violentamente quería fusionarse con su piel y comenzaba apretar su muñeca agresivamente en un intento de adherirme a su piel, a su cuerpo y ser uno con ella. Todo lo que quise era quedarme con el tacto de sus manos para siempre, con su sonrisa para los días de lluvia y con su risa para cuando me costaba encontrar la fuerza para salir al exterior y no volver a mi casa a esconderme. No dije nada, la admire con los ojos llorosos.

<< Te quiero, y las palabras jamás rozaran este sentimiento que me embriaga, lo supe desde que te sentaste a mi lado con el pupitre cuando todos se reían de ese niño al que nadie quería. Era un monstruo, pero tu quisiste a ese ser, te sentaste y volviste aunque actué cruel contigo y jamás podré perdonármelo, porque te quise, en esa clase ese día lo único que resonaba era el compas de mi corazón que bailaba cual juglar queriendo rozar los limites del cielo, aunque no se daba cuenta de que ya me encontraba en el cielo cada vez que me mirabas o me sonreís, pobre de mi, no sabía que acabaría tan prendado por la chica del pupitre de al lado >>

Ella se giró y pronunció debilmente—me haces daño.

Mi expresión corporal tornó a sorprendido y mi mano soltó bruscamente su muñeca y las lagrimas brotaban de mis ojos como si quisieran gritar que son libres y dejándome vencido ante la situación.

No tardé mucho tiempo en levantar la mirada y encontrarme con sus ojos que seguían allí clavados en mi, rojos de haber llorado y no poder más. Quise abrazarla, algo dentro de mí me lo impidió, es eso que llama la gente orgullo o fue miedo, no sabría decir en ese momento que fue lo que me echó atrás, quise alargar su mano y encontrar la suya, pero cuando alargue su mano y busque las palabras para decir me di cuenta de que volvía a estar solo, su figura cada vez estaba más lejos de mí y el aire azotaba mi cuerpo impidiéndome que me acercará a ella.

La nieve comenzaba a caer su vista se elevó al cielo y suspiró—Eres como un copo de nieve—susurró ella—Alguien dijo alguna vez que eran un milagro de la naturaleza y que era una pena la gente no apreciará tal belleza, cada copo es único, no se forman iguales. Cada diseño es irrepetible—elevé la vista hasta sus ojos escuchando su frío susurró—Eres un copo de nieve, único en tu forma, eres un milagro de la naturaleza como todos los que habitamos este mundo. Tú eres único, luchas por eso que te hace irremediablemente diferente y no te importa lo que opine el resto, siempre admiraba eso de ti, por eso desde pequeña tenía tanta curiosidad por ti, admiraba que no fueras como los demás, que no buscaras amigos y que eligieras estar solo. Admiraba eso de ti, que te diera igual que la gente se riera, que fueras contra viento y marea tú solo—cogió aire para proseguir—lo que no comprendo es que habiendo gente que se sube contigo a tu barco y decide entrar en tu vida, se arriesguen por ti no comprendo como puedas apartarlos con tanta facilidad, siempre lo consigues. Me apartas.

El silencio nos golpeó de pronto haciéndose notable la distancia que nos separaba en mi rostro se me había dibujado media sonrisa. Los copos de nieve caían entre nosotros. ¿Yo era un copo de nieve? Que va, yo no tenía magia. Ella estaba confundida tarde o temprano descubriría algo de mí que no le agradaría y ella se marcharía y encontraría a alguien mejor.

—Creo que te confundes, no soy quien crees que soy. Soy un chico del montón intentando sobrevivir fuera de mi habitación, cuando vuelvo a casa me refugio en libros, en mis escrituras y en las series infantiles que tanto me gustan. No soy una persona con ángel, ni tampoco alguien a quien se pueda admirar, me he pasado mi vida encerrado entre libros y en cuartos para no ver a nadie. No quería encontrarme con nadie y tener que abrirme porque sabía que tarde o temprano descubriría mis demonios.

—Tus defectos son tuyos, tus demonios son solo tuyos, tu puedes usarlos como escudos o dejar que te torturen, pero ten cuidado con el muro que estas construyendo, porque el muro te protegerá, pero también te aislará del resto del mundo.

Ella se dispuso a marcharse sin embargo antes de que pudiera hacerlo se atrevió a decir—Gracias por haberme hecho sentir un copo de nieve.

Tragué saliva y antes de pudiera marcharse la detuve con un beso, no supe que decir solo me aproxime a ella y la bese. El beso no fue ni apasionado ni romántico, ella no se esperaba que le robará un beso de esa manera—Lo siento, no podía dejarte ir sin decirte lo que no se expresar con palabras.

Ahora fui yo quien se alejó de la escena, fui un idiota no la acompañe a casa, la dejé allí sola llorando. Me comporté como un imbecil, la quería, lo sabía. Todo mi mundo interior gritaba su nombre mientras me alejaba de ella, de ese lugar y de su tacto. Hice finalmente la maleta cargada de dudas, culpa y lugares a los que queria volver, pero jamás me permití regresar.


Mis manos temblorosas apartaron el relato de mis ojos que estaban en pleno naufragio, ellos hacían el frío intento de retener las mareas que querían desbordarse y recorrer mi tez. Caminé lentamente hasta la ventana del salón; la ciudad iluminada me sonreía melancólicamente. Las estrellas arriban adornaban el mundo y guiaban a los de alma perdida como yo me siento. Dejé caer los folios.

<La vida no es como un libro que lees y puedes releer tu parte favorita siempre que quieras, la vida esta llena de sin sabores, de momentos amargos y nosotros nos complicamos la vida, si tan solo hubiera sido valiente y te hubiera dicho como me sentía quizás compartiríamos el mismo sol desde la misma ventana, compartiríamos una vida y podríamos ser todo lo que siempre soñamos juntos. Y ahora estaba aquí solo convenciéndome de que todas las elecciones por muy equivocadas que fueran no podría arreglarlas. Esta vez necesitaba decírtelo, porque no me importa donde este, iré a buscarte y te encontraré.>>

Salí a toda prisa de aquel apartamento, no pude coger una chaqueta ni nada que pudiera abrigarme en la oscura noche. Corría por las calles a toda prisa, con la cara empapada en sudor y las manos temblorosas por los nervios del momento. El corazón me iba a mil, quería que ese libro viera la luz. Con mi mano derecha sujetaba el libro que arrugaba con los nervios del momento. Atravesé varias calles hasta llegar al centro de la ciudad donde vivía Marcos el editor de mis libros. Sin dudarlo golpeé la puerta.

Marcos era un tipo alto con barba, con el pelo engominado para atrás. Era fuerte y estaba casado con una mujer que debía conocer a Julieta, no sabía quien era, apenas había hablado de ella, solo me lo mencionó cuando leyó por primera vez la novela. Era un buen amigo aparté de socio, y sabía que ahora me ayudaría aunque fuera de noche.

Volví a golpear la puerta y esta vez hice más ruido y grité su nombre “Marcos”. Se oía un ruido dentro y a los segundos la puerta se abrió de golpe, este golpeó con su pie izquierdo una lata que yacía en el suelo chocando contra mis pies. Mis ojos se desviaron a la lata, era como la lata de Julieta, estaba unida por un hilo rojo. La cogí.

—Eso es de mi cuñada, que los niños lo han cogido esta mañana para jugar y lo han dejado todo por el medio.

—¿Tu cuñada?…—Marcos me interrumpió.

—¿Que haces aquí a estas horas?

—He encontrado esto—le entregué la novela y me limpié el sudor con la manga de la camisa—Necesito que esto salga a la luz, hay algo que quiero decirle a una persona. El final tengo que reescribirlo, pero necesito que esa novela la publiquemos.

—¿Es la de Julieta?

—Si, me he dado cuenta de porque mi corazón estaba tan triste y no quiero perder ni un minuto de mi vida, quiero reparar mis errores.

—Ella esta en la ciudad estos días.

—¿Como lo sabes?

Alguien interrumpió en la entrada de la casa—Cariño, ¿quien es?—se asomó una mujer por la puerta.

Me quedé de piedra. Ella me resultaba familiar, no podía ser que fuera ella. Caí redondo al suelo de la emoción.


Estaba sentado en el salón de mi casa, el sol entraba por la ventana. La ventana estaba abierta de par en par y la música sonaba de fondo. Ya que había puesto el antiguo gramófono de mi abuelo y los discos que tenía guardados él, quería recordar todo lo vivido durante aquel periodo ya que me encontraba reescribiendo el final de mi historia. Aunque estaba un poco espeso y decidí dejarlo hasta que me volviera la inspiración. Decidí salir a pasear durante un rato. Me coloqué el Walkman con las cintas antiguas de mi abuelo y salí a dar una vuelta.

Quería volver a sentir lo que sentí en aquella época cuando las cintas eran todo lo que teníamos y aquello me recordaba a mis abuelos. Caminé hasta un parque iba disperso en mi mundo, llevaba una libreta y una pluma donde iba apuntando ideas que me surgían. Hasta que llegue a la estación, cogería el tren para salir a uno de los jardines que más lejos se encontraba de la ciudad. Allí vi un rostro que me resultaba familiar al otro lado del andén la pude ver, mis ojos se abrieron como platos, ella estaba sumergida en un mapa, parecía preocupada y a su lado iban dos niños pequeños que se aferraban a sus piernas con miedo de que pudieran hacerles daño. Me quedé allí parado, el tren cruzó la vía y mi corazón se detuvo y con la respiración agitada comencé a correr para cambiar de anden. Cuando llegué al otro anden ya era demasiado tarde, mire para todos los lados y el tren ya estaba saliendo de la estación hacía su destino.

Mi corazón se había puesto nervioso, estaba bailando a un ritmo que desconocía, mis ojos llenos de lagrimas no pudieron contener la frustración que sentía de no poder tenerla, pero mi corazón el estupido caprichoso se sentía en paz por haberla observado aunque fuese unos segundos. Estaba contento para todo el día y podía seguir bailando a sus anchas como solía hacer últimamente, mientras gritaba su nombre.

Los días de invierno iban pasando dando paso a la primavera. Esta llegaba para quedarse. Uno de estos días de primavera recibí una carta, nos convocaban a todos los antiguos alumnos del instituto, mi corazón se aceleró al instante y pensé en Julieta. Quería verla aunque tenía miedo no voy a mentir, estaba aterrado por el momento de encontrarme con ella.

En ese momento en el descansillo irrumpió una anciana que me saludó educadamente, eso hizo que mi mente dejará descansar a mis pensamientos.

—Buenas tardes joven, hace un día muy bonito….—Le asentí y sonreí.

—Si hace un sol espléndido.—Sonreí.

—Parece un girasol enorme…aunque no se yo quien parece más un girasol si nosotros que lo buscamos desesperadamente o él que también nos busca en silencio.

Yo me quedé sorprendido ante aquellas palabras. Ella se despidió con una sonrisa y caminó hacía el exterior del edificio. En mi mente apareció el recuerdo de mis abuelos y el de Julieta. ¿Esto era una señal? Cuando estuve frente a la puerta abrí lentamente y una vez dentro dejé la carta encima de la mesita de la entrada.

Puse los mensajes del teléfono fijo y me sorprendió oír la voz de Thiago al otro lado. En el mensaje mencionaba que él iría aquella reunión y que esperaba verme allí que hacía algún tiempo que no sabía de mí y que tenía ganas de verme, que debía contarme nuevas noticias.

Él se fue a otro continente a continuar con su sueño del cine, mientras yo me fui a la gran ciudad a continuar con el mío. Nunca perdimos el contacto, ya que él se empeño en no dejarme ir, me hablaba continuamente aunque yo hacia esfuerzos por cortar el contacto aunque luego me daba cuenta de que no quería cortar con él, pero él me recordaba a Julieta y eso me dolía.




El tren se movía por las vías veloz. En mi asiento solo permanecía yo en silencio y mi equipaje junto a mi. Observaba absorto el paisaje, como si me hubiera engullido un montón de recuerdos de los que no quería salir. Respiré profundamente y volví al mundo real en el instante en el que alguien llamo mi atención—Perdona, ¿están ocupados?—señaló los asientos.

Negué les hice un hueco sin mediar palabra, no quise ser participe de un dialogo absurdo entre desconocidos sobre el tiempo o quizás algunos ámbitos de nuestra vida poco interesantes. Debí parecer ante aquellas personas un maleducado, sin embargo poco me importaba deseaba con impaciencia bajarme de aquel tren y correr hacía mi juventud.

No tarde mucho en llegar a mi pequeña ciudad, y menos aun en llegar al hostal donde me hospedaba. Con la maleta cargada de dudas y con una sonrisa intermitente, toda esta situación me provocaba nervios y a la vez paz. Supongo que tenía muchas ganas de ver lo que ocurría de ahora en adelante con mi vida, sabía que a partir de que mi novela se publicará las cosas cambiarían. Algo dentro de mi había cambiado, sentía paz conmigo mismo, quería reparar mis errores y aquellas veces en las que deje de hacer lo que quería hacer por miedo o por temor a no hacer lo correcto, pero ¿quien demonios puede decirnos que es lo correcto? por eso mismo me había prometido que sería más feliz cada día simplemente porque cada día era un regalo, cada día podía ver el sol.

Me encontraba frente al espejo mis manos temblaban, la imagen de ella con esos niños en la estación hizo que mi corazón palpitará alegremente. Noté como me ruborizaba. El esmoquin que vestía era azul y apretado, me intente abrochar la cortaba, pero mis nervios me jugaban una mala pasada, no era capaz de verme perfecto ante aquel espejo. Me volví a anudar una y otra vez la corbata con la intención de que quedará perfecta, como no lo conseguí decidí dejarlo y me puse en marcha hacía el edificio del instituto. Quise coger el tren que cogía cuando iba al instituto, aunque ahora los servicios habían mejorado al igual que la tecnología que había avanzado y se notaba en la reestructuración de la estación. Me senté lentamente en uno de los bancos de la estación, en mi cabeza no podía dejar de recordar la imagen de Julieta sentándose junto a mi lado y sonriéndome. Me gire, pero en cuanto lo hice su imagen se difumino. Quise alargar la mano y tocarla. Mi corazón estaba alegre y bailaba otra melodía porque simplemente era feliz con verla y saber que todo le iba bien, quiero que ella sea feliz, aunque por un instante deseé que ella hubiera pensado en mi casi tanto como yo lo había hecho a lo largo de estos años y no pude evitar que mi corazón se entristeciera ante aquel pensamiento.

El sonido del tren me sacó de mis pensamientos. Me levanté de un salto y entre rápidamente en el vagón donde me agarre a las barras que había arriba, no me moleste en buscar sitio. Contemplé el cartel que describía los sitios exactos por los que pasaba el tren y sentí el deseo irrefrenable de acudir a ese lugar, necesitaba ir a mi lugar. Mi corazón me gritó que fuera que necesitaba respirar de ese olor de melancolía y así encontraría las fuerzas para encontrármela en la reunión.

Contemplé el paisaje varias veces absorto. Había cosas que definitivamente no cambian, igual que hay lugares que siempre estarán en nuestra memoria. A paso lento recorría aquel jardín con ese pequeño lago circular adornado por esas piedras que lucían robustas como si el tiempo no hubiera pasado, como si allí en ese lugar el tiempo se hubiera congelado.

No podía apartar mis ojos de aquella figura, la garganta comenzó a secarse y mis manos temblorosas no supieron donde esconderse. Me acerque a paso lento con el corazón en un puño y muerto de miedo. Aquella figura se giró lentamente y consiguió que mi corazón diese un vuelco.

Trate de buscar las palabras, no las encontré por más que busque. En mi corazón resonaba “es ella”.

Su figura permanecía fuerte y segura. Lucía un vestido negro largo que sin duda estaba mojando porque estaba subida descalza a una de esas rocas y parecía que no le importaba lo más mínimo.Ella se sonrojo al verme allí y lo único que hizo fue tenderme la mano para que me subiera allí con ella. Sin dudarlo me descalce. Tome su mano y de un salto subí a una de las rocas que había al lado de la que ella permanecía subida. Estaba sonrojado, no encontraba palabra para expresar mi gozo, pero tampoco para hablarle de mi dolor, de ese dolor que había llevado durante años yo solo y que ahora quería compartir con ella.

—Leí tu novela—comenzó a hablar sonrojada—no te lo vas a creer la noche que fuiste a entregársela a Marcos yo estaba en su casa, él es mi cuñado. Y he estado en esa ciudad durante unas semanas cuidando de mis sobrinos y por cuestiones de negocios.

—Se que él es tu cuñado lo supe cuando vi a el rostro de tu hermana—estaba boquiabierto—por eso él sabía con tanto detalle quien eras.—Las latas. Las latas volvieron a golpearme—grite eufórico—era una señal de que tu estabas ahí. Sabía que estabas ahí, de hecho confiaba en que la leyeras, deseaba hace años poder contar esa parte de mi, poder por fin dejar esta imagen y asumir los errores que cometí. Quería verte, estaba loco por verte, deseaba con todo mi corazón poder encontrarme contigo, siempre quise doblar la esquina y toparme con tu sonrisa. No se como lo hacías, pero hacías que saliera el sol los días de lluvia y los convertiste en mis favoritos. Tu hiciste que me sintiera un copo de nieve.

Ella se río—Aun recuerdo la belleza de los copos de nieve, cuando veía nevar era inevitable que me acordase de ti. Yo también deseaba verte, deseaba encontrarme contigo.

—Lo siento—la interrumpí—siento haberme ido sin explicaciones, siento haberte dejado sola y no haber sido valiente y haberte buscado, quise hacerlo, pero primero debía buscarme a mi mismo antes, para poder encontrarte a ti. Lo siento por no poder cuidarte y por no estar cuando más me has necesitado y lo siento porque perdimos algo que era especial, algo que es difícil encontrar, siento no haber cuidado ese hilo que me unía a ti irremediablemente. Lo siento desde que pusiste tu pupitre junto al mío, algo que supera las palabras y los gestos me une a ti. No logro averiguar que es, pero sin quererlo te busco en mis pensamientos, en las palabras de la gente, en el telediario, en la prensa…prácticamente en todo lo que hago. Nunca dejé de quererte incluso cuando pensaba que no lo hacía. Te quería y a día de hoy lo sigo haciendo.

—Acércate—mencionó ella sonriendo. Alzo su mano para que pusiera el oido y me acercará todo lo que pudiese a ella. Estábamos relativamente cerca así que aprovecho para empujarme al agua. Yo caí hacía atrás de culo. Sin embargo ella también se metió mojándose el vestido y tendiéndome la mano para que me levantará así que la cogí con una sonrisa y la tiré encima de mi.

En ese instante aproveche para robarle un beso, delicado, suave. Ella no quiso alejarse así que proseguí y le mordí el labio. Buscando hacerla mía con un beso suave, aunque desesperado.

Ella se aparto riéndose y salpicándome.—Te quiero—fue un susurro suave que hizo que mi corazón se embriagara de una felicidad completa.

<<Eras tu. Siempre fuiste tu la dueña de mi corazón. Lo supe desde el instante que te sentaste junto a mi en el jardín de infancia. Cuando te veía el corazón me daba un vuelco aun si cierro los ojos puedo verte correr por aquellas pistas y dar lo mejor de ti a cada paso. Allí estaba esa niña feliz, sonriente, más preciosa que nunca. Haciendo vibrar mi corazón como ella solo podía hacerlo. Este danzaba con jubilo y egoísmo, déjame vencido ante aquella niña o mujer, más bien diría que son ambas en un mismo cuerpo y con un mismo corazón.

A partir de ahora sabía que las puestas de sol cobrarían más sentido que nunca, porque verse esconderse el sol ya no me daría miedo porque estabas tu en la fría noche agarrando mi mano y caminando conmigo. Ya no volvería a estar nunca más solo>>

Nos sonreímos. Nos fundimos en una sonrisa. Se acabaron las palabras ambos nos abrazamos en la noche y entrelazamos nuestros dedos como habíamos hecho tiempo atrás, disfrutamos del roce de nuestras manos, nos acariciamos el corazón y volvimos enamorarnos más de lo que lo habíamos estado nunca. En ese momento desee que el tiempo se congelase en ese lugar y poder abrazarla siempre en aquel lugar, mi lugar, bueno más bien nuestro lugar.

Eramos uno en ese abrazo que abarcaba tanto sentimientos y emociones. Nos separamos y sin duda la bese desesperadamente. Ella me correspondía con la misma impaciencia.

—¿Ibas a ir a la reunión?-me preguntó.

—Si, estaba yendo para allá cuando sentí una ganas irrefrenables de venir hasta aquí, no lo se, me lo gritó el corazón y simplemente le seguí.

—A mi me paso lo mismo—susurró emocionada y ambos sonreímos—Deberíamos ir, no te parece.

Ella asintió y entrelazo mi mano con la suya—aunque estamos empapados.

—Si, no te preocupes. Podemos decir que nos ha llovido.

—¿Quien se va a creer eso?—la hice reír.

—Da igual lo que digan, lo importante es como lo dices tu. Tu dilo segura de que ha llovido, porque es verdad a caído el puto diluvio universal y nos hemos empapado.

Ella me sonrío y se abrazo a mi deseando permanecer allí durante mucho tiempo, le correspondí el abrazo y seguimos hablando mientras caminamos.

—Ha llovido.

—Durante mucho tiempo si—susurre mientras la miraba dulcemente.

Entré en el edificio primero y de la mano me seguía Julieta. Las personas de nuestro curso se quedaron imputados ante aquel imagen. Thiago sonriendo me abrazo y también abrazo a Julieta que se alegraba mucho que estuviéramos por fin juntos. Allí volvimos a festejar y a sonreír como si fuéramos unos niños otra vez. Estaba feliz de poder ver el sol del día siguiente junto a ella. Contaba expresamente los minutos para que amaneciera, deseaba ver el sol.

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