Suena el timbre, es aquel chico apodado el Chancle por sus estropajos mal olientes. Vivía recorriendo los senderos de Valparaíso. Entre San Antonio y Casa Blanca solía ir para beber un trago. Salíamos mucho por ahí cuando nos sentíamos mal… nos acompañaba el recorrido, junto a una taza de té nos dormíamos.

La habitación 6 era nuestra preferida, tenía unos buenos camarotes, la tele, una mesa, el armario y la lámpara. Todo lo que necesitábamos para ser felices. El diario del día sobre la mesa el último de la semana pasada, un par de croquis y el lápiz amarillo para colorear las noches. Para mí era algo nuevo o todo blanco, vacío. Las herraduras cosían los caminos húmedos, ya no hablábamos nada. La negra amanecida acostada sobre la alfombra, los autos plomos se asomaban por toda la ciudad. Era un bubo de corredores demoníacos. Las libertades encaminadas en toda la calle apagaban más aún los ánimos de los transeúntes. Pastos quemados para perros hambrientos eran la merienda de la noche.

Peter y Tito estaban con una cara insostenible aquel día siguiendo el camino a casa para volver a partir.

  • Nos esperaban en la terminal unos tipos raros —

Me volví atrás para ver si venían – nadie había – de pronto entro el EFE sonriente venía a decirnos que había comprado los pasajes a Madrid mientras de las voces se oían antorchas febriles.

Aún planeamos el viaje a casa….

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