Estuve de paso por sus campos, entré en su morada, sabía que la encontraría silenciosa y oculta fisgoneando la visita, casi imperceptible a mis sentidos.
Allí también se encontraban ellos, sus hijos, dos jovencitos harapientos de pálidas frentes y rostros cadavéricos cuyas miserables figuras parecían esculpidas en mármol por un artista satírico y burlón; tan quietos y callados en sus rostros dibujada la expresión inequívoca del terror, aun así, no sentí el miedo tan característico en mí, al contrario, me sentía tan valiente como para recorrer todos los rincones de la casa, quizá por un impulso de esos que se adueñan de la razón humana que sin previo aviso nos obligan a cometer actos de manera inconsciente en contra de la voluntad y la costumbre. Sé que fue un gesto descarado de mi parte sentarme en la cama así como hacer uso de la cocina sin permiso alguno, mientras ella silenciosa escudriñaba en mi conciencia, escarbando con tu regordete dedo las entrañas de mi cerebro, sin que yo pudiera siquiera advertirlo.
Este demonio aprovechando la confianza que gane en el macabro espacio, decidió acercaste a mí. Palidecí ante tan horrenda figura, el corazón quería salir del pecho y adquirí la misma expresión de terror de aquellos jóvenes, la misma palidez con la diferencia que los temblores recorrieron mi cuerpo, pues su rostro parecía aún más macabro que el espacio en el que habita., y que decir de su situación, estaba tan ebria y adormilada, su cuerpo rollizo se dejó caer pesadamente sobre la tierra húmeda e inmediatamente como quien se ve desarraigado de algo que considera suyo, levanto una de sus gruesas y enormes manos buscando a aquellos miserables, sus hijos, para que le tocasen, como si estuviera ciega o no les bastaran sus ojos para ver a los pobres desgraciados, era necesario sentirlos y así comprobar que no la habían abandonado.
El más pequeño se acercó tímidamente con un movimiento veloz poso su esquelética mano sobre la suya como quien toca una serpiente sabiendo que lo morderá, el mayor estaba más temeroso, se tendió en el suelo y elongo su brazo hasta donde sus músculos se lo permitió sin desgarrarse, sus ojos alerta miraron hacia todos lados, estiro su pequeña mano, la puso sobre la suya, retirándola con la misma velocidad con que la había colocado. Yo era una observadora, miraba la escena con repugnancia y temor, hubo un momento en que aquel demonio intento levantar la cabeza del suelo fue entonces cuando en medio de mi cobardía decidí intervenir empujándola nuevamente hacia abajo, tengo que decir que todo esto motivada por la pena que sentía por aquellos jóvenes temerosos de su propia madre.
No sé cuánto tiempo paso, no podía escapar de aquella casa, de repente las puertas y ventanas desaparecieron, estaba atrapada con estos tres espectros, entonces vi como aquel demonio se levantó del suelo donde yacía desde su caída, y pude notar que continuaba igual de ebria, perdida en su hedor, sostenía con una de sus manos un vaso de cristal del que emanaba constantemente un líquido rosa inagotable semejante al champagne, que alargaba hacia mí invitándome a beber, sus ojos sacrilicos estaban fijos en mí, sentí temor pero me negué a beber, insistió sin decir una palabra, solo con su mirada, me negué nuevamente y así en repetidas ocasiones, cada negativa despertaba su violencia llevándose enérgicamente el vaso a la boca y vaciándole de un solo trago, pero mágicamente se rebosaba. Pensé entonces que se trataba de alguna bruja de esas que habitan en los cuentos infantiles, su cuerpo enorme, su rostro macabro, sus cabellos negros largos desordenados, la maldad en sus ojos, sus largos silencios. Nuevamente el temor se apodero de mí, y recordé el cuento de hansel y gretel, entonces pensé que los jóvenes habían sido raptados, e ingenuamente creí que la razón de mi estancia allí estaba relacionada con aquellos muchachitos, que tenía algún tipo de deber quizá moral, quizá maternal de protegerlos, o que en determinado caso y esto es más por ego que por convicción creí que podía despertar el instinto maternal de aquel monstruo mediante mi enorme capacidad de convencimiento y supe que era el momento de comenzar. ¿Porque no los ama? Pregunté decididamente…
- ¿a quienes? Me respondió con una voz amañada y melosa
- ¿a sus hijos, porque no los ama?…
- ¡no tengo hijos! Fue su respuesta. Repuesta incompleta, sabía que mentía, pude leerlo no sé porque don especial pude hacerlo.
Nuevamente esa mirada que produce escalofríos y de repente empecé a sentir mi cuerpo aquilatado hasta quedar totalmente inmóvil, sentía como el poder de la mirada petrificadora de medusa había caído sobre mí, convirtiéndome en una figura de piedra capaz de ver y oír. recordé a Perseo, ojala y pudiera rescatarme fue lo que pensé, mientras yo fantaseaba con la llegada triunfal de Perseo a mi rescate, la figura demoníaca se acercó rápida y peligrosamente para observar mis formas, mis pechos estaban descubiertos al igual que todo mi cuerpo, pude sentir su aliento repulsivo, estaba aterrada aunque no podía expresarlo, quise llorar, gritar, huir de aquel lugar, pero estaba atrapada, siendo objeto de un análisis minucioso, cada gesto, cada torpe movimiento aumentaba mi temor, los jóvenes me observaban desde el rincón con la mirada perdida.
Escuche sollozos mezclados con quejidos lastimeros de aquella bruja o demonio y vi, como escondía la adiposidad de su vientre, y vi, como presa de la angustia se arrancaba los cabellos que empezaron a adquirir un color blanco, y vi, como su feo rostro se volvía más feo y sus facciones se perdían en gruesos pliegues, de pronto ante mí, se presentaba como una anciana y sus gritos desgarradores no cesaban, pude oler su miedo a la vejez; entonces como si se tratara de una revelación celestial supe su nombre, mis labios pronunciaron pausadamente “Vanidad”, no eres un pecado, siempre pensé que lo era, algo venial sin importancia, que espías con un par de padres nuestros, pero no, me equivoqué, no se trata de un simple pecado si no de una feroz bestia llamada vanidad. Cuantas almas perdidas, cuantos Calígula, cuantas Cleopatras, cuantas condesas Barthory, vanidad que con el paso de los siglos se fortaleció esparciendo su ponzoña hasta llegar al corazón de la sociedad materialista y débil, aprovechando la ductilidad de las nuevas generaciones, del machismo y la necesidad de la mujer de complacer sin demora las exigencias y caprichos masculinos y las suyas propias, hay que decirlo, la mujer y su incansable lucha por ganar la guerra contra el tiempo y contra las otras de su género. Todos en algún momento bebimos del veneno color rosa ofrecido por un demonio llamado vanidad y fuimos atrapados, caímos en sus redes, igual que los insectos incautos atrapados en las redes de las arañas, cuya lucha no libera si no envuelve, mientas la araña agazapadas esperan pacientemente el momento para sin compasión clavar sus feroces colmillos y robar su existencia bebiendo hasta su última gota de sangre.
Vanidad que esclaviza, vanidad que se oculta bajo hermosas facciones esculpidas con afiladas puntas de acero, que se esconde entre las sondas y sobrantes de piel, vanidad que conlleva a la ruina y miseria del espíritu. Legiones de Esclavos y esclavas, sometidos atados por sus cuellos, con apretados lazos, castigados hasta la locura por un espejo inquisidor, quejidos y lamentos retumban en las esquinas.
Ahora lo sé, descubrí sé el nombre de los hijos de vanidad, ese par de desgraciados que a simple vista se ven tan desvalidos y encierran tanto dolor y sufrimiento, son el miedo y la inseguridad, hasta su propia madre se avergüenza de los frutos que engendro y pario, más sin embargo no los deja marchar, los mantiene cautivos porque los necesita para sembrar sus semillas en la fértil emocionalidad de los incautos, una vez se instala la semilla en un lugar muy cómodo de la conciencia, crece y se extiende hasta cubrir con sus raíces las pobres mentes humanas; envenenadas las emociones, vanidad somete mediante el engaño y la alucinación, y poco a poco transforma los nobles sentimientos en frivolidades, la belleza deja de ser una ilusión pasajera propia de la juventud y se convierte en una adicción que los empuja poco a poco a la humillación, a la perdición en campos escarpados bulímicos y anoréxicos, donde se revuelcan en sus miserias. Vanidad quiso que los senos ya no fueran un conjunto de grasa y carnes, en su reemplazo una abultada masa de silicona al igual que las nalgas y sin necesidad se someten a dolorosos procedimientos quirúrgicos, solo por el simple placer de verse devorados por ojos morbosos, concupiscentes, libidinosos.
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