Te tengo entre mis brazos acurrucada junto a mí.
Pero a pesar de ello me siento solo y esta angustia insoportable me desgarra el alma.
Llevas unos días tan extraña, he llegado a imaginar tantas cosas que terminaré volviéndome loco.
He pensado que tal vez, habías dejado de quererme y que no sabías como decirlo.
Pero entonces me miras a los ojos y me sonríes.
Me miras, yo te miro. Pasan minutos, horas, días ó años. No lo sé, ni me importa.
Ni siquiera me importa mi pasado, ni mi futuro. Quiero quedarme aquí contigo, donde estoy ahora. Eternamente contigo.
Me gusta tanto mirarte. No soy capaz de imaginarme una vida sin ti, ni siquiera una noche entera.
De repente un temblor me hace mirarte y solo atino a apretar más tu cuerpo contra el mío como si solo fuesen uno.
Y la necesidad de tenerte toda entre mis brazos y esa jodida desazón y corazonada que intento desesperadamente ignorarla.
Soy cobarde lo sé, pero me da miedo oir tus palabras.
Cierro los ojos y borro esa maldita sensación de mi pecho. No quiero saberlo.
Abro los ojos, te veo observandome y me sonríes tiernamente. Y un nudo en mi garganta aprieta de forma insistente al ver en tu mirada cosas que no dices con palabras.
Sé que no eres consciente de ello.
Pero siempre has sido así de transparente tu mirada.
Y me rodeas con tus brazos como si me fueses a perder, como si estuvieses viviendo la pérdida con una antelación injustificada. Tus gestos últimamente me han hecho sospechar que algo te pasa.
Sin embargo yo no quiero perderte, no quiero perdernos. Y menos cuando te tengo sobre mí y comienzas a contarme como te imaginas nuestra casa.
Dices que la quieres frente al mar, con un ventanal enorme y nos dé el sol por la mañana.
Y yo solo te observo, no puedo pensar en nada. Porque a pesar de tenerte entre mis brazos, sigo sintiendo el vacio.
Luego me dices que la casa también tendrá un patio y lo llenaras de plantas.
Después de varias horas vamos a la cocina. Miro la nevera y saco el zumo de naranja y preparamos tostadas.
Nos sentamos en la barra. Comienzas a comer y yo te miro mientras me llevo un trozo de tostada a la boca y se me atraganta.
Toso, no puedo tragar nada. La tristeza a cerrado por completo mi garganta.
Termino por recoger todo y lo coloco en el lavavajillas y lo miro aún vacío.
Lo pondré más tarde, pienso.
Me extiendo sobre el sofa y tú te colocas junto a mi.
Y vuelvo a querer detener el momento.
Y odio sentirme así, el no querer que avance el tiempo.
Odio esta sensación de ansiedad que me consume.
Me odio por no hacer nada al respecto.
Comienzo a acariciar tu brazo conmis dedos y esa sensibilidad me provoca dicha.
La dicha de tenerte aquí conmigo y poder sentir mi tacto sobre tu cuerpo, sentir tu tacto sobre el mío.
Me gustaría seguir aquí los dos en silencio.
Me levanto no sin antes darte suavemente un beso y acaricio tu mejilla.
Me voy a la cocina y sirvo dos copas de vino. Pero antes de avanzar me quedo a mitad de camino, pensativo.
Y un sobrecogimiento me atraviesa, como si un rayo me hubiera penetrado el pecho y ese dolor agudo se convierte en miedo.
Miro la barra de la cocina y veo varias botellas vacías sobre ella y me pregunto quién las ha bebido.
Entonces el estómago comienza a dolerme y rápidamente voy hacia el baño y me enjuago la cara con agua fría.
Observo mi rostro en el espejo y no me reconozco.
Agacho la cabeza para no ver ese reflejo. Me toco la sien para calmar ese dolor punzante que atravieza mi cabeza.
Paso por la sala con rapidez y miro por la ventana, ya es de noche.
Un escalofrío me traspasa el cuerpo.
Me giro hacia el sofa para ofrecerte una copa de vino, pero ya no estas y no siento tu presencia, ni tu aroma, ni el sonido de tu risa.
Miro la copa en mi mano, esta vacía y ni siquiera puedo recordar el momento que la he bebido, ni recuerdo si la he llenado.
Me voy en tu busca hacia la habitación y no te veo tampoco allí.
Siento mi cuerpo tambalearse y me sostengo sobre la mesada.
Otra vez en la cocina. ¿Cómo he llegado aquí?
Ando de arriba a bajo de la casa, intentando desprenderme de esta sensación de angustia y malestar, que me corroe por dentro.
Mi cuerpo termina perdiendo la poca fuerza, que me mantiene en pie y caigo sobre el sofa. Me pierdo en la inconsciencia.
Siento mis articulaciones resentidas y mis ojos pesan. Los abro lentamente por que la luz no me deja.
Me levanto y voy a nuestra cama.
Veo las sabanas revueltas y tú entre ellas.
Observo tus ojos vacíos. Me miras, pero no hay nada en ellos.
Ya no existe esa luz, esa mirada dulce y expresiva ya no esta.
Y no quiero perderla, me niego rotundamente a perderte.
Pero entonces mi cuerpo sede, cayendo de rodillas y la desesperación me embarga por completo el alma.
Y busco impaciente tu sonrisa amable, un signo de vida.
Pero no hay nada.
Y un olor nauseabundo inunda la habitación.
Demostrandome el motivo, la dura realidad de tu vacia y fría mirada.
OPINIONES Y COMENTARIOS