Elucubraciones.

Elucubraciones sobre los límites y la libertad.

Esta palabra “límite” siempre me ha perturbado, es una cuestión de matemáticas que arrastro desde hace decenas de años. Aquí, la gente es más sencilla cuando afirma que “pinta su raya”. Pero esto no resuelve mi problema, ya que nunca supe si pintar la dichosa raya antes o después del acontecimiento. Tener un límite por delante me parece utópico y tenerlo atrás de lo más inútil. La única posición que me parece interesante es estar de pie en la línea de la frontera y mirar hacia los dos horizontes con lucidez. Se llama situarse en los confines. No sé cuánto tiempo puede uno quedarse parado en este menudo espacio de los confines sin caerse muerto de hambre o de susto. Es lo que los sabios orientales viven como el famoso “aquí y ahora”, pero en general lo hacen tranquilamente en una choza de bambú que huele a incienso, lejos del ruido de los balazos que vuelan de ambos lados.

Encontrarse entre dos límites que llegan de afuera y estar reducido hasta el punto de ahogarse en su propia respiración, es prácticamente imposible de soportar. Pero todavía falta el límite que puedo poner a mi propia vida si quiero, el renombrado “hasta aquí”. El momento de no ignorar más ni de perdonar y poder decidir la política del ojo por ojo.

¿Cuál sería el límite franqueado que me alejaría de mis más íntimos amigos, de mis
más profundas convicciones? Vaya pregunta. Esta idea de entrar en posibles márgenes cuando se trata de una situación tan clara, me perturba nuevamente.

¿Por qué no considerar una tan actual como necesaria ruptura y nada más? Se franqueó el límite o no. No hay ninguna condición ni suposición que pueda entrar en juego. Lo que me separará siempre de los humanos, hasta de los más íntimos, es que maten, y de manera definitiva si matan a una persona de piel negra. Ésta es mi posición política y sentimental. Además, estoy segura que si yo fuera negra, mi límite sería todavía más nítido, política y sentimentalmente hablando. Esto es lo que quiero escribir mientras tenga las fuerzas y el tiempo de hacerlo. Si solamente la lluvia pudiera cesar de caer a cántaros sobre este techo de lámina y dejarme pensar. Tampoco podría ser amiga de alguien que simpatiza con los asesinos de negros. Es el mismo límite, sólo que tiene potencial. ¿No cambia la definición, o sí?

Por lo menos, cambia la urgencia: ni mato ni me matan, sólo veo en la pantalla cómo pasan los bombardeos de un lado a otro y giro la cabeza, oigo cómo gritan y sufren su miedo desde ambos campos y me tapo los oídos con la música del supermercado, así no me pasa nada: estoy en los confines lejos del campo de batalla. Esta es mi libertad, me pusieron los límites y estoy dentro de un espacio mío, de un terreno virgen, hago lo que quiero en los pocos centímetros cuadrados que me pertenecen y me muevo.

Me encuentro en un lugar todavía seguro, aunque sienta un ligero malestar porque son casi las diez de la noche y mi hija no ha regresado de su reunión. Se queja siempre de que una pandilla de muchachos malvados la molestan en la parada del autobús. Ya le dije que son productos de nuestra sociedad y que debe aprender a vivir con ellos, pero no deja de preocuparme su retraso. La lluvia no ha parado y mis pobres plantas van a inundarse.

Siguiendo con los límites, tengo dos buenos ejemplos: mi vecina, la señora Ofelia, y ahora esta guerra que empezó en la Punta del Sur. Ambos se asemejan de manera sorprendente a pesar de la diferencia de magnitud. La vecina quiere a todo costo que yo construya otro muro contra el suyo para que existan dos muros entre nuestras propiedades; es lo que yo llamo el mundo de las dobles bardas. Es la tradición en la región, me dicen los autóctonos. No lo entiendo, no lo acepto, mi mente se rehúsa a dar órdenes a mis manos, la vecina tocó mi límite a la estupidez.
Sin embargo, ella lo logró, pasando por trámites judiciales, con insultos, amenazas y golpes de piedras en mis ventanas, hizo que yo gastara mi energía en citas con abogados para contrarrestar su demanda y miles de billetes en la construcciónde una doble barda.

En cuanto a la guerra en la Punta del Sur, siento lo mismo: dos pueblos que no se conocen van a tener que hacer su doble barda. A la fuerza, han de poner sus dobles límites para vivir en paz. Entre los límites, en los confines, se vive con libertad, pienso yo. Si uno sabe exactamente lo que le limita, puede vivir en el espacio sobrante con toda tranquilidad. Es la respuesta sana a todo tipo de conflicto que viene del exterior. No importa si el espacio es reducido, si la barda tiene que ser alta y tapar un poco el sol, uno sigue siendo libre en su territorio. Ya me siento mejor al escribir una solución razonable al problema de los límites, ellos me protegen dentro de mi mundo seguro. Por lo menos, que no maten a los negros cerca de mí y me siento en libertad.

Pero son las diez y media y lo que temía desde hace más de una hora está pasando: un coche con sirena y luces rojas se paró frente al portón. No sé por qué ni cómo llegaron a mi casa. Dos policías me llaman por mi nombre, tocan con fuerza contra la madera, tengo que abrir la puerta y dejarles entrar, ya que representan una autoridad universal. Hablan y me dan con gran calma las explicaciones de su presencia, me dejan sin apoyo alguno, sin defensa ni un argumento para que desaparezcan. El ruido de la lluvia sobre las láminas se intensificó y nos obliga a gritar con desesperación. Mis ojos no se despegan de las pistolas que cuelgan de sus cinturones pero los dos hombres tienen los brazos cruzados y no parecen dispuestos a disparar, a menos que yo me escape corriendo para esconderme tras las ramas de un árbol en el jardín.

¿De qué se trata? Todavía huele el aroma del café en la taza, todavía se oye aunque débil la música de fondo que me acompañaba en mis escritos, estoy esperando a mi hija que se retrasó mucho. Precisamente, su hija. Está encerrada en la delegación del
distrito, acusada de intento de homicidio. Apedreó a un joven en la parada del autobús y él está grave en el hospital, golpes en la cabeza, no se sabe si
podrá salvarse. No, no saben quién es, sólo que es de raza negra.

No hay confines tampoco.

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