La veo y la quiero. Quiero su contacto, su apoyo y su cariño.
Pero a la vez, la odio. Me repele todo de ella: su ropa, su olor, su estar, y su ser. Sobre todo, lo que ella significa para mí: el esfuerzo, y todos esos valores antiguos que no sirven para casi nada, excepto para hacerme la vida más difícil.
Reconozco que me ha criado, pero justamente por eso, le tengo rabia. Porque me veo como ella, y no me gusto. Quiero ser yo.
Cada vez que la veo, me salen los insultos, y los gritos. La amenazo con lo que sé que hace más daño. Y entonces, me quedo superbién, liberada.
Llevo así años. Todo empezó con una de esas discusiones tremendas. Y me fuí, la dejé plantada, a ella y a mi hermano. Me salvé yo. Es una rabia que me carcome. Porque ella no me vino a buscar. No me salvó de mí misma.
Ahora me estoy reencontrando. Con ella y con la parte de mí que se quedó con ella. Ay, dolor!
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