Él la veía alejarse una y otra vez, pasando entre las mesas del local donde trabajaba. La brisa del mar en ocasiones hacía bailar su largo cabello y él siempre se divertía viendo esa imagen y adoraba su manera de pasar la mano por ellos para poder domarlos. A él Le encantaba esa danza anarquíca que hacía verla como una gorgona, pero al contrario que medusa era una mujer de ilimitada belleza, tanta que la mismísima Afrodita sentiría envidia. Cuando la miraba y observaba su hermosa mirada a través de sus gafas, se sentía petrificado. Quería alejarse de su hechizo, pero al mismo tiempo se sentía tan cómodo y feliz a su lado… Que ya le daba igual.

Él siempre sentía que era poca cosa para ella, pero era feliz de formar parte de la vida de su mejor amiga, la misma mujer que años atrás con su amabilidad, carácter, dulzura y su enorme paciencia, que aún que de mecha corta siempre parecía ilimitada, pero sobre todo su fortaleza contra los infortunios y obstáculos de la vida le dieron la luz que él necesitaba para esclarecer su oscuro pasado, sentía que cualquier cosa que hacía por ella era poca para agradecerle los buenos momentos que pasaban juntos.
Luego de pasar 2 horas en aquel lugar se sorprendió a si mismo disfrutando del paisaje de aquel bar, en la lontananza podía ver las islas cercanas a su ciudad, que igual que si de murallas se tratasen, siempre guardaban a la ciudad de las catástrofes provenientes de la mar. – Menos mal que están aquí – pensaba. – Si no fuese por vosotras estaríamos tiritando del frío. – frío que siempre desaparecía cuando la veía pasar.

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