Ha muerto mi Dios, Parece que ha desaparecido
Las calles llenas de infortunio y hambre
Me relatan que ya no está vivo
En remotos lugares de mi memoria
Parece que lo he comido
Tal vez como pan,
Como maíz,
Como sal,
Quizás como vino.
Tenerlo en tiempos remotos,
Antes, siquiera de poder escribirlo
Me dio el arte,
El sueño,
El amor,
Y hasta un centenar de destinos.
Hoy ya no le veo en mis caminos,
Ni los del pan, ni los del vino,
Ya no es ni el padre cielo,
Ni el sol,
Ni el agua,
Ni siquiera el divino cauce del río.
Se olvidó del Barro,
Del maíz,
Del alma y del aliento,
Aunque es posible que antes fuésemos nosotros
Quienes lo diéramos por muerto.
Mi tierra es ahora un lodazal
Llena de la sangre de los muertos
Donde ya no hay miedo,
Ni hay anhelo,
Solo un oscuro y fatal desencuentro.
Esperamos entre colas
A nuestro amado Dios divino,
Rezando a otras deidades
Que éste aun esté vivo.
Cual rito ancestral,
Cual danza milenaria
Además de la providencia
Muero yo y cada parte de mi alma.
Cada noche, en cada cielo
En mis lágrimas reaparezco
Con un abatido lamento
Solo para darme cuenta
Que volvemos al inicio de los tiempos.
¿He sido yo quién lo mató?
Creo que es eso lo que más lamento
Ni la orquídea, ni el turpial
Cantan alegres ya mis versos.
Todos le lloramos,
Solo que cada quién, desde un sepulcral silencio
Y aunque llueva mil años
Ya no vuelve a germinar
Nunca más en su celestial aspecto.
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