El Voto que Nunca Existió

El televisor murmuraba noticias sobre las elecciones del 2026 mientras Ernesto sellaba, con parsimonia, los sobres grises que había recibido esa mañana. Todo parecía rutinario: un encargo más del ministerio, una orden más sin cuestionamientos. Sin embargo, había algo en el olor del papel —un leve rastro metálico— que lo inquietaba.

A medida que revisaba las listas de precandidatos, notó un patrón: nombres repetidos, idénticos, distribuidos en partidos distintos. Al principio pensó en un error de impresión, pero las firmas también coincidían. Volvió a leer los encabezados, las fechas, las resoluciones del Jurado. Todo estaba sellado, registrado, legal.

Encendió otra vez el televisor. En todos los canales, los mismos rostros pronunciaban los mismos discursos, con el mismo tono, como si una cinta se repitiera. Salió al pasillo del edificio gubernamental y se dio cuenta de que los relojes marcaban la misma hora, sin avanzar un segundo. Afuera, una multitud esperaban frente a urnas cerradas, inmóviles, respirando al unísono.

Ernesto intentó romper un sobre. Dentro no había papeleta alguna, solo un papel en blanco con su propia firma impresa. Entonces comprendió. Las elecciones ya habían ocurrido, una y otra vez, y él seguía contando votos que nadie había emitido.

El televisor, detrás de él, anunció: “Faltan diez días para decidir el futuro”.

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