El Visitante Nocturno

El Visitante Nocturno

Gaast Gurrea

30/04/2020

Eran las ocho de la noche en la casa de los Rodríguez y el temporal que se sentía afuera era realmente impresionante. Luego de una larga jornada laboral en el taller, Carlos estaba muy agotado. Después de tomar un baño, creyó que le vendría el alma al cuerpo, pero por el contrario, su cansancio se hizo aún más presente en todo su cuerpo. Mientras tanto Lorena cocinaba un estupendo guiso en la nueva cocina que habían comprado el mes anterior. Si bien el dinero no sobraba, aquella compra había sido más que necesaria, pues la maltrecha cocina pedía a gritos su jubilación de aquel lugar.

Nicolás entre tanto jugaba a la play en el living, entretenido con aquellos hombrecitos dentro del televisor simulando un partido del Real Madrid contra Barcelona. Vigilado por Lorena de vez en cuando desde la cocina, él sabía que tenía un tiempo prolongado hasta la hora de la cena. Aunque sentía un hambre voraz, Nicolás no quería que llegase ese momento. Y no era porque debía de terminar aquel apasionante partido, ni tampoco porque estaba más cerca de otro día escolar. Nicolás tenía algo que lo atormentaba todas las noches o al menos casi todas las noches, algo que al parecer solo él veía y sentía, pues sus padres nunca le habían creído realmente.

Todo había comenzado hacía seis meses, luego de cumplir sus nueve años de vida. Esa noche había tenido una larga conversación con una extraña y gruesa voz llamada “el visitante”. Había charlado de todo su cumpleaños, de sus amigos, quienes habían asistido y quienes no, reído e incluso llorado. Todo dentro de su habitación en penumbras, a oscuras. Si bien Nicolás había querido ver a El Visitante, este le decía que si prendía la luz desaparecería y que no podrían charlar más, que necesitaba hacerse fuerte para soportar la claridad y la única manera de hacerlo era seguir hablando con él. Aunque un poco escéptico, Nico aceptó la propuesta, no parecía alguien malo. Su voz no era muy tranquilizante, pero no lo asustaba, al menos en aquellos momentos.

Conforme pasó el tiempo, El Visitante comenzó a hacer preguntas extrañas sobre qué era lo que comía Nicolás durante el día e incluso lo incitaba a que comiera más, que nada le haría daño. Nicolás en tan solo tres meses había aumentado cerca de diez kilos. El Visitante se había obsesionado con la comida, tanto que Nico lo notaba hambriento, pues siempre preguntaba por sus almuerzos y cenas. El niño siempre le preguntaba por si comía o si deseaba comer algo, pero El Visitante siempre desviaba la conversación con cierta tristeza en su aterradora voz extremadamente gruesa y gutural. Nico llevaba comida todas las noches a su habitación, pero su “amigo” solo estaba interesado en saber si el niño había comido, antes que sus propias necesidades. Una noche en medio de sus conversaciones sin importancia, Nicolás decide preguntarle algo que ya hacia un tiempo tenía en su mente.

—Dime Visitante ¿Qué eres?

—¿Qué soy? ¿Cómo que, qué soy? ¿Acaso no soy tu amigo?

—Sí. Claro que sí. Pero…yo soy un niño.

—Así es…—dijo El Visitante con un pequeño cantito.

—Y tú eres…

—¡Tu amigo!—dijo con cierta alegría El Visitante Nocturno.

—Ya te he dicho que si…—dijo Nicolás golpeándose la cara con la palma de su mano—pero no eres ni un perro, ni un gato y al parecer no eres una persona ¿Qué eres?

—Oh, con que esa es la verdadera pregunta—dijo El Visitante desde debajo de la cama, donde siempre conversaba con Nicolás—pues bueno, digamos que soy…un Ser.

—¿Un Ser? ¿Qué es eso?—preguntó el niño con extrañeza.

—Es alguien que no es una persona, pero tampoco es un animal…

—Ahh…Visitante…

—Dime Nico…

—Gracias…tengo sueño.

—Duerme entonces, yo me quedaré cuidándote—dijo la horrible voz, mientras Nico cerraba los ojos y entraba en el mundo de los sueños.

Con el correr de las noches las conversaciones se volvían aún más extrañas. Aquel ser había tratado de establecer contacto con el niño varias veces, según él ya tenía la fuerza necesaria para mostrarse como era, pues se alimentaba de la confianza ajena. Si bien en un principio Nicolás se había aterrado por la sombra que generaba este ser, le habían enseñado a no ser prejuicioso y aceptar a los demás tal cual eran, aunque no fuesen animales ni personas como en este caso.

Con una contextura física extremadamente alta y escuálida, las manos del Visitante parecían ser garras de cuatro dedos y su cuerpo con un pelaje bastante denso. Sus ojos redondos y rojos, se podían ver en la oscuridad de aquella figura que se presentaba como si fuese una sombra. Parecía increíble que aquel niño no tuviese miedo con la presencia de este ser, aunque como el mismo Visitante había dicho, se alimentaba de la confianza ajena. Y Nicolás confiaba mucho en el ser, quizás demasiado.

El quiebre de esta relación de “amistad” había surgido solo unas noches atrás del gran encuentro del Real Madrid vs Barcelona. El Visitante se había presentado como todas las noches.

—Buenas noches Nico.

—Buenas noches ¿Qué haces?

—Oh nada. Hoy estoy un poco ansioso.

—¿Ansioso? ¿Por qué?

—Tengo mucha hambre Nico.

—Si quieres puedo ir por algo de comer. Creo que sobró algo de la cena—dijo el niño amablemente.

—Oh, eres muy amable pequeño—dijo el Visitante mientras entre sombras se sentaba junto a Nico y acariciaba su cabeza—pero no como ese tipo de comida…

—¿Confianza? Quizás pueda confiar más en ti y así estarás satisfecho—Nicolás movió su cabeza hacia arriba encontrando sus enormes ojos rojos con voz esperanzadora.

—Eso ya no me satisface pequeño Nico.

—¿Y entonces? ¿Cómo podemos hacer?

—Bueno, quizás si me dieras tu brazo…—dijo el ser, tomándole el pequeño brazo al niño, mientras le corrían enormes restos de saliva alrededor de su boca desconocida, por el solo hecho de pensar en su idea—podría…tal vez…darle una probadita ¿Qué dices?

—¿Qué? Ay Visitante…—dijo Nico secándose la saliva de su rostro—¿Cómo una probadita?

—Claro, a tu brazo…

—¿Te quieres comer mi brazo?—dijo el niño apartándose de a poco presintiendo que algo no andaba bien.

—No. Comer no, solo probarlo—dijo el Visitante con un tono de total naturalidad.

—No. Me dolería mucho ¿Por qué quieres hacer eso?

—Pues…es que tengo hambre.

—Te traeré algo de comer entonces—dijo Nicolás levantándose de la cama y yéndose hacia la puerta de su habitación. Aquella situación no le gustaba nada, ya empezaba a sentir miedo del Visitante.

—¿Acaso no entiendes que no quiero otra comida?—dijo el ser levantándose de la cama con su flaqueza enormemente alta y sus ojos rojos clavados en el niño.

—Pero no te daré a probar mi brazo—dijo Nicolás enfadado frente a la puerta—¡No te lo daré!

—Claro que lo harás pequeño y si sabes bien, luego será el otro. Y si no se me va el hambre serán tus piernas…jaja.

—Ya cállate. No tendrás nada de eso.

—¿Ah no? Pues no sabes con quien te has metido niño…—dijo el Visitante y rápidamente sus ojos pasaron a ser completamente hostiles y se agazapó hacia Nicolás.

El niño muerto de miedo encendió la luz y como por arte de magia el Visitante desapareció. Lo buscó por todos lados, incluso hasta bajo de la cama con mucho temor, pero no encontró rastros del Visitante. Llegó corriendo al cuarto de sus padres y los despertó entre sollozos y gritos, les contó todo lo que había sucedido, pero como era de esperarse sus padres solo creyeron que habían sido solo unas cuantas pesadillas. Desde ese momento Nicolás comenzó a dormir con la luz encendida, pero no faltaba el día en que su madre ingresaba a la habitación y le apagaba el velador. Instantáneamente luego de que cerrara la puerta, se escuchaba aquella voz gutural y gruesa que parecía que provenía del mas allá: “Buenas noches Nico, tanto tiempo sin vernos…” desde debajo de la cama. Nico casi instintivamente tomaba la perilla del velador y lo encendía, aunque algunas veces había sentido las garras en sus pequeños pies o había visto subir su cabeza por un flanco de la cama, nunca había pasado a mayores. Pero todas las noches era una batalla nueva para que no apareciese el Visitante a devorarlo.

Luego de cenar el maravilloso guiso que había preparado Lorena, Carlos se encargó de Nicolás. Hizo que se lavara los dientes, se pusiera el pijama y luego lo arropó. La tormenta en el exterior se hacía sentir en la casa a través de las persianas moviéndose bruscamente y el sonido de la lluvia contra las paredes que se estrellaban con violencia. Como siempre Carlos había dejado la luz del velador encendida y se había encaminado hacia la habitación en donde Lorena aún estaba alistándose para dormir.

—¡Que tormenta!—dijo Lorena.

—Si. La noche está ideal para dormir—pronunció Carlos mientras ingresaba a la habitación.

—¿Y Nico?

—En su cama, con el velador prendido como toda la última semana.

—¿Qué crees que le suceda?

—No lo sé, per…Genial. Lo que faltaba, que se corte la luz—dijo Carlos antes de escuchar los gritos desesperados y desgarradores de Nicolás.

Rápidamente salió corriendo por el pasillo a oscuras, mientras Nicolás seguía gritando pidiendo por su ayuda. Al llegar a la puerta de la habitación del niño, Carlos se encontró con que estaba cerrada, intentó con todas sus fuerzas abrirla a golpes, pero no pudo.

De pronto reinó un silencio aterrador, los gritos cesaron, Carlos dejó de golpear la puerta, incluso hasta parecía que la tormenta en el exterior también había culminado, pero no era así. Se hizo la luz y la puerta que tanto le había costado abrir a Carlos se abrió frente a sus narices. La habitación de Nicolás era un desastre, parecía que la hubiesen dado vuelta de patas para arriba. En el suelo un enorme charco de sangre decoraba la habitación, igual que las salpicaduras en las paredes y lo único que quedaba de Nicolás, era el dedo gordo de su pequeño pie.

Gastón Gurrea

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