El visitante

El visitante

Mkos Anton

09/11/2022

La luz tenue del quinqué alumbraba vagamente el aposento, apenas se podía otear en la pared los libros desordenados puestos sobre el estante, en la mesa vieja sesteaba el cuaderno, que abierto le permitía ir escribiendo las ideas que le venían a la mente, una hormiga se paseaba en torno a la taza de café frio que reposaba lindante al cuaderno, seguramente en poco tiempo habrán muchas más recogiendo los cubitos de azúcar dispersos que se habían salpicado cuando coloco las dos cucharadas para endulzar la bebida; un libro abierto estaba junto al cuaderno de apuntes, a su mente le llegaban mil ideas pero cavilando en las mismas las escogía para impregnarlas en las hojas blancas del opúsculo, de manera periódica revisaba sus apuntes, algunos los tachaba, otros los corregía y otros los subrayaba, sintió un leve susurro, sabía que estaba solo así que no le dio mucha importancia y continuaba con la lectura y sus anotaciones, al poco rato nuevamente el bisbiseo, pero esta vez más vehemente, al principio pensó que era su imaginación, pero al levantar la cabeza y observar en la obscura esquina de la habitación apenas iluminada no le quedo duda de que allí estaba alguien que esbozaba una sonrisa burlona, ─ ¿quién eres? Le increpó, esta pregunta intensifico la risita del visitante, ─ no me reconoces, respondió en un tono suave y amable, se levantó de la silla y camino algunos pasos hasta posarse frente a frente con el hasta ese momento desconocido, no lo podía creer, era como estar frente a un espejo.

Pensó que se está volviendo loco, regresó a la mesa tomó el candil en su mano derecha, volteo lentamente y se dirigió hacia donde se encontraba el extraño, era real, volteó a ver la puerta y noto que esta estaba cerrada con picaporte por dentro, nuevamente giró su vista hacia el visitante y le increpó preguntándole de cómo había ingresado a la habitación, ─ yo no necesito puertas para ingresar, le respondió;

─ ¿quién eres? Le volvió a preguntar

─ eso no es importante, pero no te das cuenta que soy Anton o sea tu mismo, lo que realmente importa es porque estoy aquí para ayudarte.

Trató de no darle importancia al infrecuente y regresó a la mesa para continuar con lo que estaba forjando, perseguía no inmutarse ante la presencia del visitante, pero definitivamente se sentía molesto y decidido a afrontar la situación, arrastro la silla vieja apeada junto a la cama y la colocó en la mesa, con duda volteo hacia el extraño y le invito a sentarse.

Antes de cruzar alguna palabra, el intruso tomo el cuaderno de apuntes y empezó a ojearlo, ─ Es un abusivo, especuló, como se atreve a leer mis notas personales, ─ se lo que estás pensando, no te enojes, yo soy tú y estoy aquí para ayudarte; ─ no necesito ayuda de nadie, yo estoy bien; respondió, ─ parece que no me escuchaste, te repito que yo soy tú, se lo que piensas, como te sientes.

Vives en este tálamo, te invito a observarlo detenidamente de rincón a rincón, no te asfixias en esta pestilencia, no te deprime esta densa lobreguez y esos apuntes te soliviantan a la tristeza y desesperanza, el intruso le preguntó: ─ ¿Sabes qué hora es? ─ Y eso que importa, respondió; estas gastando los últimos años de tu vida anclado a esta vieja mesa y confinado en este fosco cuarto, afuera hay un mundo lleno de cosas maravillosas que puedes hacer para enmendar tu vida, se levantó y se dirigió a la ventana y de un solo tajo abrió las soporíferas cortinas, la luz intensa del día se coló e iluminó toda la habitación, ─ Que has hecho, vas a matarme no ves que soy fotosensible, el visitante esbozo una sonora carcajada y le manifestó: ─ esas son pendejadas que te has embutido en tu cabeza, ven acércate a la ventana y observa.

Acto seguido quito el picaporte que aseguraba la ventada y la abrió, una fuerte brisa ingresó a la habitación mezclada con un fragante olor a flores y bosque haciendo que se apague el quinqué y que la pestilencia guardada saliera como huyendo por la misma ventana, un intenso sol cobijaba el amplio jardín lo que hacía aún más intensos los colores del verde césped y las flores, el viento suave golpeaba como acariciando a los árboles que se menaban en un ir y venir de sus ramas, se escuchaba cantos de pájaros que alegraban aún más el ambiente.

─ ¿Por qué haces esto?, no ves que molestas mi tranquilidad y no me dejas concentrarme en mis tareas.

─ Que tareas, respondió, si no haces más que encerrarte en este pestilente cuarto y dedicarte a escribir frases desconectadas y sin sentido.

Con amabilidad le invitó a mirarse en el espejo, por la intensa luz que ingresaba por la ventana libre de las pesadas cortinas, dicho espejo reflejaba claramente y con vivos colores todo su entorno, Anton se acercó con mucho recelo y su reflejo se iba dibujando cada vez más intenso, muy cerca del cristal se detuvo y empezó a mirarse muy detenidamente, pensó que hace mucho tiempo no se había observado, una desazón y tristeza invadió su mente, el visitante tenía razón pues al mirarse notó su abandono, tenía la barba crecida muy poblada y con muchas canas, su cabello era de espanto por el desorden y la falta de peinado, sus ojos llenos de ojeras, no se diga de sus frunces que eran bastante marcados y le hacían parecer con un hombre de muy avanzada edad, luego, gracias a la claridad pudo notar que la habitación estaba bastante sucia, las paredes despintadas y con mucha humedad, su cama desarreglada, su mesa que fungía de escritorio totalmente desordenado.

Regresó a ver de manera molesta al visitante, le pidió que se vaya, que es feliz como está, se acercó a la ventana cerro la misma, colocó el cerrojo, corrió las pesadas cortinas, la obscuridad nuevamente invadió la habitación, tentaleando avanzó hasta la mesa, en uno de los cajones busco los fósforos, encendió un cerrillo y prendió el quinqué que nuevamente iluminó vagamente el lugar, se preparó un nueva casa de café colocó las acostumbradas dos cucharadas de azúcar tomó un sorbo y sintió que la tranquilidad nuevamente invadía su cuerpo, abrió el cuaderno de notas y escribió las ideas que se presentaban en su mente.

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