Me encontraba bebiendo un capuchino en las mesas exteriores de un café local, bebía mientras a la par acababa mi cigarrillo. El que eso fuera mi único alimento se había convertido en un mal hábito de los últimos días, siempre ese café, siempre esa mesa, un cigarrillo y un pensamiento perdido.
Había sido una mala semana, pésima si se puede decir, me encontraba en un momento de mi vida lleno de desilusiones, depresión y soledad.
Hace unos días, mientras caminaba, me alejé mucho de los barrios que frecuentaba y me encontré perdida en una de las colonias más remotas de la ciudad, ahí fue donde encontré la guarida de mis pensamientos. Trataba de buscar un lugar donde resguardarme de la lluvia, pues si seguía así, ningún taxi subiría a tan empapada mujer y no podría regresar a casa, no es que quisiera regresar, pero en algún momento tenía que hacerlo, en fin, levante la mirada y encontré aquel lugar, era pequeño, acogedor, tenía unas cuantas mesas afuera y otras tantas dentro del local, decidí beber algo caliente mientras esperaba a que pasara la tormenta.
Parecía el lugar perfecto para personas que, como yo, no querían llamar la atención de nadie, un lugar tranquilo donde perderse en el mundo que habitaba en mi cabeza. La música reflejaba un ambiente solitario pero cálido, era un poco callado y tenía una pequeña biblioteca. Podías sumergirte en tu propia soledad, la quietud te permitía aclarar tus ideas mientras leías una novela, tomabas un buen café y fumabas un cigarrillo, y así fue como convertí ese café en mi segundo hogar, en mi momento de paz, en el lugar que puede albergar mis secretos.
Volviendo al principio, terminaba de leer una novela cuando algo llamo mi atención, era un sonido peculiar de un violín, la melodía era muy diferente a las que acostumbraban a poner en ese café, era casi mágica. Trate de ponerle más atención para detectar de donde venia el sonido y al voltear la mirada mi sorpresa fue aun mas grande. Era hermoso, su cabello ligeramente despeinado y un poco largo, su barba de un par de días sin rasurar, era alto y atlético, el traje color negro que vestía solo lo hacía ver más interesante, su piel blanca, y lo hermoso de sus oscuros y brillantes ojos solo podían compararse por la belleza de su melodía.
Me quede observándolo tocar por horas, me olvide del café, de la novela y por primera vez en tantos días olvide todas mis preocupaciones. No si se era él o su hermosa música, pero me vi envuelta en un hechizo que no me permitía dejar de verlo, dejar de escucharlo.
Decidí que tenía que acercarme a él, quería saber su nombre, saber todo sobre esa melodía, no podía quedarme así, tenía que saber si era real o solo uno más de mis delirios. Me acerqué y sonreí, él me observo y dejo de tocar un momento, me miro con esos ojos que podían atravesar tu alma. Por un instante comencé a temblar, me sentía abrumada por su belleza, por su seriedad. Él me observaba como un depredador observa a su presa, sus labios evocaron una leve sonrisa y me saludaron con la misma. Se presento, su nombre era casi tan hermoso como él, William, un nombre digno de un artista. Me reí torpemente y él se rio conmigo, de un instante a otro nos encontrábamos sentados juntos en una de las mesas de aquel café, riendo, hablando y volviendo a reír, de pronto su mirada atravesaba mi piel y un leve escalofrió atravesaba mi cuerpo al tiempo que mis mejillas se ruborizaban, me sentía nerviosa, muy nerviosa pero feliz.
Pasaron las horas, hablábamos, me conto sobre sus numerosos viajes, sobre su música, yo le conté sobre algunas cosas buenas de mi vida y cuando pregunto por lo demás solo quise desviar el tema, no quería arruinar ese momento llenándolo de tragos amargos. Cada vez que preguntaba desviaba la atención a otro tema y sin querer una lagrima solitaria callo por mi mejilla, él la tomo y en un rápido movimiento me abrazo y así nos quedamos hasta que el café estaba cerrando.
Nos despedimos uno del otro con un abrazo y un pequeño beso, antes de irme voltee rápidamente y pregunté – ¿Te volveré a ver?- Él sonrió y me dijo -Estoy aquí, cada día a la misma hora- solo sonreí y me dirigí a casa.
Esa noche deje de llorar hasta quedarme dormida, esa noche sonreía mientras un dulce sueño apareció por mi mente y en mi corazón esperaba ansiosa por el siguiente encuentro con ese caballero que con su aura de misterio me hechizaba cada vez que lo miraba.
Al día siguiente me dirigí al mismo café, pedí un capuchino, fume un cigarrillo y leí la misma novela, espere a que fuera la hora acordada “el mismo lugar, a la misma hora” esas palabras resonaban en mis pensamientos cada vez que veía el reloj. Y así pasaron las horas, anochecía, pero no perdía la esperanza, seguía esperando. Un poco más impaciente pregunte al mesero si había visto a William y el juro nunca haber visto a un violinista de tal descripción tocando por esos lugares.
Algo confundida fumé otro cigarrillo, no podía ser verdad, yo había estado con él, había hablado con él, reído, ¡llorado! No podía ser solo un sueño, ¿estaba tan dañada que mi mente inventó todo? No, estoy segura de que sentí su calor en aquel abrazo, en aquel beso. ¡No! ¡No podía ser un sueño! No iba a perderlo, ya había perdido todo, no podía perder algo más.
El café estaba a punto de cerrar, William no apareció, ¡era imposible! Decepcionada y herida me dirigí a casa, la noche era más oscura de lo habitual, la calle estaba tan tranquila que parecía que me encontraba en una película antigua, de esas que son mudas, fue entonces cuando a lo lejos comencé a escuchar una melodía bastante familiar que se hacía más fuerte conforme avanzaba, ¡era su melodía! Era cada vez más intensa conforme me acercaba a casa, “quizá él estaba allí, quizá él fue a buscarme” no podía dejar de repetir esas palabras en mi mente “unas casas más, solo unas cuantas”, sin darme cuenta corrí hasta la puerta, pero ahí no había nada, nada más que una pequeña rosa con una nota sujeta a su tallo y solo unas cuantas palabras “volveré algún día, lo prometo. William”.
Esa noche fue muy oscura y silenciosa, pero en mi corazón resonaba aquella melodía que escuche en ese café en algún lugar remoto de la ciudad, al cual vuelvo todos los días a la misma hora, en el mismo lugar, la misma mesa, un capuchino, una novela y un cigarrillo. Él volverá, y yo estaré aquí para amarnos nuevamente.
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