Era una noche de verano, llena de estrellas titilantes. Marina, una adolescente de cabello castaño y ojos soñadores, se encontraba en su balcón, contemplando la inmensidad del cielo, sus párpados estaban a punto de cerrarse cuando de pronto, una luz brillante descendió del firmamento y se posó frente a ella. Era una estrella fugaz, pero en lugar de desaparecer rápidamente, se transformó en una hermosa bailarina con vestido de seda plateada y zapatillas de cristal.
La bailarina sonrió a Marina y le dijo: «He venido a invitarte a bailar conmigo». La niña, sin dudarlo, aceptó la invitación. De la mano de la bailarina, Marina se elevó hacia el cielo nocturno, riendo y girando sin parar. La música era celestial, y mientras bailaba sentía una felicidad que nunca antes había experimentado.
A la mañana siguiente Marina irradiaba felicidad, recordaba todos y cada uno de los momentos experimentados pero olvidó preguntar a su nueva amiga su nombre y como volver a verla.
Después de varios intentos fallidos de encontrarla en sucesivas noches, la niña se dio por vencida.
Una tarde Marina paseaba de la mano de su padre por el zoco de una milenaria medina, súbitamente no pudo apartar la vista de un puesto callejero:
«El vendedor de sueños» vendía frascos con polvo luminoso. Decía que, si se soplaba sobre la almohada antes de dormir, se soñaba con lo que más se deseaba.
Al llegar la noche se dirigió a su habitación con el bote en la mano dejando la persiana subida para que las estrellas fugaces no tengan problemas para encontrarla.
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