El Viaje de María

El Viaje de María

Estaba muy excitada, y emocionada, tanto, que se había confundido, por tres veces, de dirección hacia la puerta
de embarque, por fortuna, fue con el tiempo suficiente . Si la vieran sus hijos,
pensó, probablemente, se reirían un poco y también la compadecerían otro poco,
por eso de ser mayor, pero eso era porque desconocían la determinación con la
que emprendía aquel viaje. Era tal que no quiso que la acompañaran al
aeropuerto y prefirió despedirse en casa.

Una tarde, viendo un programa documental sobre
viajes, descubrió Indonesia, se emocionó
especialmente con Sumatra y la cautivadora historia de su independencia, la sonrisa de su gente, la sencillez. Sin saber
el porqué comenzó a llorar, el vacío que
llevaba algún tiempo barruntando, acababa de darle una punzada en su corazón y
dolió, entonces, sorbiendo mocos y lágrimas tomó la decisión. Intuyó que en
Sumatra sería muy fácil reencontrase con aquello que iba buscando, el tiempo le
diría que no se equivocó

Aquel domingo 23 de Abril, reunió a sus hijos, como
de costumbre, para comer, todo transcurría con la calidez y alegría habitual, era una familia muy
entrañable, llena de amor.. Eran tres hijos, dos chicas y un chico, los adoraba,
ser su madre había sido la experiencia más hermosa de su vida, pero a los
postres les daría una sorprendente noticia.

-Queridos hijos, dentro de tres días me voy a
Sumatra.

A Adela se le cayó la cuchara de la mano, Manuel se
quedó boquiabierto e Isabela reprimió una sonrisa socarrona.

-Mamá, pero ¿qué dices? Espetó el chico.

-Lo que oís, que dejo todo, dejo el trabajo, os dejo
a vosotros, a mis nietos, dejo la familia y me voy.

Seguramente, ahora estarían los tres con la sangre helada, los niños jugaban por ahí ajenos a la situación y era como si el tiempo se hubiera detenido.

-¿A Sumatra?, no había un lugar más lejano.

Fue la pregunta más tonta del momento.

-Sí, lo hay,
un poquito más allá, pero quiero ir a Sumatra.

Quiso María poner un poco de humor, pero quedo raro y
sus hijos no se rieron.

Se levanto Isabela, era la pequeña, llegó un poco
tardía y siempre fue la chiquilla y rodeando a su madre con los brazos le
preguntó

-Mamá, ¿es una broma, verdad?.

-No hija, tan cierto como que tengo el billete en mi
cómoda.

María se incorporó, retiró la silla y se dirigió a
su habitación para retornar con un sobre de la agencia de viajes, allí estaba
su vuelo, y en él, su futuro.

No daban crédito a la osadía de su sensata
progenitora. Desde que se quedó viuda,
había sido un sin parar de inquietudes. El Centro de Educación para Adultos era
su segunda casa, comenzó con cursos de Tertulias Literarias, Talleres de
Historia y Sociología. Lo cierto es que no se le daba mal, siempre obtenía
óptimos resultados en los trabajos que realizaban. Un día, una profesora, vio
que allí había potencial y la propuso
hacer acceso a la Universidad Mayores de 45 años, y aprobó, pero irse a Sumatra
les pareció excesivo. ¿Qué se le había
perdido en ese lugar?

-Mamá, no entendemos nada. El chico siempre estuvo más apegado a ella y
lo notaba algo asustado.

-Mama, ¿sabes que nos has dejado de piedra?, no alcanzamos a imaginar porque tienes que
irte

-Hijo, no os pido que me entendáis, sólo os pido que
respetéis esta decisión.

Se fue a la cocina, mientras les dejaba cavilando en
el comedor, que se les pasara un poco el
susto y se aplacaran los ánimos, hizo café, cogió aire despacio, suspiró y dijo
en un susurro “hijos…”

Apareció con una bandeja de plata, la favorita de
Jaíme, su difunto esposo, era un pequeño homenaje de despedida para él. Llevaba
cuatro tazas de porcelana blanca, ribeteadas de oro y una pequeña flor
grabada, una jarra de humeante y
aromático café y la mejor de sus sonrisas.

-Tomemos café y hablemos. He dejado todo arreglado,
están las cosas de esta de manera, este piso queda bajo vuestro cuidado,
podréis disponer de él como os plazca, yo no lo volveré a necesitar, cuando
venga a veros, me alojare con alguno de vosotros, ¿algún inconveniente?

-No mamá.

Todos estuvieron de acuerdo en este punto.

-Bien, he abierto una cuenta en un banco Indonesio,
como he pedido la baja voluntaria, no tengo derecho al subsidio de desempleo,
así que hasta que llegue el momento de la jubilación, viviré con parte de los
ahorros que he depositado ya en esa cuenta, el resto es para vosotros. En
Sumatra no necesitaré nada de lo que necesito aquí, con lo que me llevo será
suficiente.

Los hijos de María no salían de su estupefacción
pero la conocían y sabían, que no daría marcha atrás. No les quedaba más
alternativa que aceptar.

-Bien mamá, si ese es tu deseo, adelante, pero no
dudes en pedirnos ayuda, si las cosas no van sobre lo previsto,

La sensatez de Adela hizo presencia.

-Cualquiera de nosotros volará a buscarte, para eso
nos dejas dinero.

Y todos rieron complacidos.

Ya de noche, víspera de partir, María preparó las escasas cosas que tenía pensado llevar y se dispuso a hacer la maleta. En primer lugar, dobló su bata de trabajo y la puso cuidadosamente en el fondo, quizá no tuviera mucho sentido, pero ella la necesitaba, era parte también de su identidad. Después, saco un pequeño y ajado sobre, con letra infantil, del cajón de la mesilla, era la redacción con la que ganó aquel concurso y que jamás perdió ni olvidó. María siempre soñó con aquella niña, aquella escritora en ciernes que se diluyó por el camino y ahora iba a su encuentro, para poder realizar juntas su sueño. Apagó la luz y se durmió plácidamente. Cuando el avión aterrizó en Sumatra María cumplía sesenta y dos años y era el primer día de su segunda vida.

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