• -¿Está seguro? –preguntó con la mirada resignada
  • -Lamentablemente, los resultados Annabella son irrefutables.
  • -Entonces, así será. Después de todo creo que es lo mejor que me pudo haber pasado – repuso- al tiempo que se levantaba de la silla con nostalgia. El atardecer se escondía tras los grises edificios.
  • -Te acabo de decir que tienes un cáncer demasiado avanzado, y me dices ¡que es lo mejor que te pudo haber pasado! créeme que en mis más de treinta años de medicina, nunca había escuchado tamaño disparate.
  • -No lo es doc., es quizás lo más cuerdo que he dicho. Sin querer polemizar, se retiró dejándolo con la mano estirada y aún más desconcertado.

Lo primero que hizo, fue regalarle su fino reloj a la secretaria quien lo recibió perpleja abriendo sus ojos casi al límite del espanto, no alcanzando a pronunciar palabra, antes de que Annabella saliera de la consulta.

Eso haré – se dijo- mientras caminaba hacia el metro, me desprenderé de todo, y arrojó su pañuelo a una mujer que pedía limosna, quien fascinada se lo colocó.

Al llegar a casa, se dio un baño de espuma (cosa que no hacía en años) abrió una botella de champagne y bebió un par de copas. Necesitaba sentirse animada, hacer locuras, pero no contaba con quien, sus amistades eran todas achacosas y anticuadas. Se decidió por Rebeca, la mejor amiga de su hijo desde que iban juntos a la universidad. Acordaron que la pasara a buscar.

Rebeca tocó el timbre y no pudo dar crédito a la mujer que abrió la puerta. Llevaba puesto unos jeans ajustadísimos y una blusa con un escote más que pronunciado para sus años. Se había escarmenado el pelo de un modo que rejuveneció por lo menos diez años.

Conducía sin dejar de contemplarla, no podía convencerse que fuera la misma tía Annabella recatada que siempre conoció. En la discoteca la vio bailar cómo en sus mejores años, e incluso pudo percatarse que dio ciertas licencias a un par de jóvenes audaces, que dejándose llevar por el alcohol la besaron y manosearon como a una adolescente. Tuvo que llevarla a casa pues ya no se podía mantener en pie, de tanto que bebió. Era día de semana y debía presentarse a trabajar al día siguiente. Prefirió quedarse, luego de acostarla.

Al amanecer, Annabella despertó renovada, incluso preparó el desayuno para ambas. Insistió en que le acompañase, pues reconoció no estar en condiciones para manejar. En tan sólo un par de minutos renunció al trabajo donde llevaba más de veinte años y pidió que le depositaran el finiquito. No retiró nada de su oficina, hasta sus cosas personales dejó.

Almorzaron juntas en un restaurante elegante, bebieron y rieron de banalidades, disfrutando el momento. Siempre me caíste bien – exclamó entre un brindis. Dime Rebeca ¿cuál es tu sueño? ¡Tengo tantos! creo que el primero sería viajar por el mundo. Sí, tienes toda la razón, ese es un gran sueño recalcó, con ojos ensoñadores. Y ¿a qué país te gustaría viajar? No lo sé, me gustaría un lugar donde no vaya mucha gente. Humm creo que nuevamente tienes razón. Y ¿tienes tiempo? Ayy tía, eso es lo que más me sobra, ahora que estoy cesante. Se pensó y se hizo – repuso – nos vamos de viaje. Pero ¿Adonde? Donde sea, lo importante será viajar.

Antes debes ayudarme a hacer una venta de garaje, volvamos a la casa. Pasaron todo el día juntas, le ayudó a separar la ropa y los artículos. Con santa paciencia, tomaba fotos a cada cosa que le pasaba con nostalgia y las acomodaba en el living o sobre la mesa del comedor. Las subió a internet y publicó la venta para el fin de semana entre sus amistades. Ese sábado vendieron casi todo, lo que no se vendió lo llevaron a hogares y a la iglesia para que se lo regalaran a los pobres. La casa quedó prácticamente desmantelada. Su hijo se enteró de la locura de su madre a través de las redes sociales, cuando lo quiso impedir, ya era demasiado tarde. ¿Te volviste loca mamá? ¿Cómo se te ocurrió vender todo, y ahora que harás? Me iré de viaje a conocer el mundo con Rebeca. Su hijo no cabía en sí, su madre definitivamente había enloquecido.

Los días siguientes, le parecieron mágicos, sus plantas parecían alegrarse por el espacio ganado ahora que la luz las bañaba más intensamente donde no estaban las cortinas. Escuchaba la música tan fuerte (sin importarle sus vecinos) que las paredes retumbaban, deseaba sentir la música. Ya no estaba dispuesta a perderse de nada. Al realizar la venta, encontró un paquete de diario, donde su hijo alguna vez guardó marihuana. Se preparó un pito y lo fumó a media mañana. Su risa invadía la habitación, se paseaba desnuda por la casa mientras cantaba y bailaba, estaba plena. Se burlaba de la muerte que le miraba sombría desde un rincón de la habitación, sin siquiera poder rozarla con sus tenebrosos dedos. Rebeca llegaba por las tardes con miles de lugares para visitar. Dos semanas más tardes, entró a la agencia y solicitó dos pasajes para las Islas Salomón, en Oceanía, pues había escuchado que era uno de los lugares menos visitados por turistas.

Echó una última mirada a su cuenta corriente (le habían depositado el finiquito) se despidió de su casa con la pena de un final, luego esperó a Rebeca con su madre, que las iría a dejar al aeropuerto. Su hijo esperaba allí. Le dio un abrazo intenso, y le besó los ojos cómo cuando niño, demostrándole el inmenso amor que sentía por él. Se acomodó el abrigo y se despidió acompañada de Rebeca que le tomaba del brazo, feliz por la aventura que iban a emprender. Mientras se alejaba por el pasillo con su andar distinguido, soltó un par de lágrimas. Su hijo la vio perderse feliz tras la mampara, sin saber que sería la última vez.

*********

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS