En telares de cuencos soñados,
reposan los cantos dorados,
ocultando los cielos donde tu cosmo no respira.
Yo, naufragio del tiempo sin horas,
me pierdo en tus olas,
pues hay tanto mar en tus ojos
que las mareas despiertan mis memorias grises,
raíces disueltas en la arena del ayer.
No hay más camino que caer en tu cuerpo,
ni rito más sagrado que celebrar tu luz,
tu hambre de mí y la mía de ti.
Soy el eco que anoche tejían tus señales,
el suspiro que existe solo para contemplarte,
porque no hay instante más real
que tus ojos dibujando el cielo,
mientras nuestros besos incendian las sombras
y el universo calla, rendido ante nuestra llama.
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