1.
Corría, sin mirar atrás, campo a través, en aquella oscura y fría noche. Le faltaba el aire, poco le importaba. Herido, casi cojeaba, una de sus piernas se desangraba, se debilitaba poco a poco, casi ni le respondían, pero nada le detenía. El instinto de supervivencia era mucho más fuerte, el terror que reflejaban sus temblorosas pupilas, su arrugado y magullado rostro, con algunos corros de sangre que reflejaban los golpes sufridos, antes de emprender aquella huida. Marcos no pudo más. Se detuvo a tomar aire, tratando de reponerse. Atemorizado, no pudo contenerse las ganas de vomitar, de verter sobre el suelo todo lo que dentro llevaba, mientras su cuerpo tiritaba. Volvía a sonar el motor de aquel coche. Estaba cerca. No pudo despistarle. Tocaba volver a emprender la marcha. Entre aquellas ramas, trataba de ocultarse, de no ser visto, pero los faros del coche iluminaban con fuerza y su silueta se hacía patente. Se lamentaba. Volvía a trotar. Pero el coche se acercaba, poco más pudo hacer. Por su lado, le pasó. Se detuvo ante sus ojos, le deslumbró con las luces largas, no podía más que resignarse, frenar, cubrir con sus manos su rostro.
De aquel coche, un Renault 25 color marrón, bajó alguien, a paso lento. Su rostro cubierto. Una capa envolvía su cuerpo, tan oscura como aquella noche, donde casi ninguna estrella podía apreciarse en el firmamento. Caminó hacia Marco, que se arrodilló, vencido, entre sollozos, suplicando clemencia, que le dejase ir, que nada tuvo que ver, que todo fue un error.
⸻Eres como todos ellos. Ninguno de vosotros merece vivir. ⸻Aquel extraño sacó un arma de uno de los bolsillos de su capa. Era un revolver gris, con el que le apuntó, decidido, a su cabeza, preparándolo para ejecutar el disparo⸻. Serás uno menos en una lista que cada día se hace más corta. Un problema menos para la ciudad. Se acabó, maldito hijo de puta. Se acabó destruir la vida de tanta gente.
⸻Por favor, se lo suplico. Se está equivocando conmigo. No soy la persona que busca.
⸻¡Claro que lo eres! Eres un puto camello más de esta jodida ciudad. Un ángel oscuro del mismo infierno enviado aquí para martirizarnos, para robarnos a nuestros hijos, para destruir familias, para arruinar lugares donde antes reinaba la paz.
⸻Está loco. No sabe lo que dice. Ha perdido la cabeza.
⸻Por culpa de gentuza como tú, sí. Pero, ahora, ya tengo claro lo que quiero hacer. Y no pienso parar hasta eliminaros a todos.
Se acercó a Marcos, sin dejar de apuntarle y le golpeó con fuerza sobre la cabeza, con el mismo revolver. Dolorido, Marcos trataba de ponerse en pie, pero de nuevo, aquel extraño le dio una fuerte patada en el estómago, dejándole malherido en el suelo, escupiendo borbotones de sangre por la boca. Aún así, no se rendía y quiso volver a ponerse en pie.
⸻Por …favor. Se lo…suplico. Yo …no soy de esos…se está equivocando.
De nuevo, otra patada, llena de rabia, contra su rostro. Fue tan cruel que rompió la nariz de Marcos, a quien ni fuerzas le quedaban para gritar, dolorido.
⸻¡Vamos, levanta! ⸻Aquel extraño le agarró, violentamente, por el cuello y lo puso en pie. Marcos apenas podía mantener el equilibrio⸻. Quiero ver como tu rostro se apaga, como tus ojos se cierran, como tu corazón da el último latido y como mueres. Quiero ver cómo te apagas, lentamente, como la vida de esos tantos jóvenes a quienes destrozáis.
De nada servían sus súplicas, tan siquiera le sirvió llorar, el gatillo de aquel revolver se apretó con tanta fuerza, que disparó varias veces, contadas al menos tres, tocas contra su pecho, una fue en la cabeza. Su cuerpo, sin vida, se desplomó ante los pies de aquel extraño, quien unas botas color marrón calzaba. Agarró el cuerpo sin vida de aquel joven y lo arrastró con fuerza hasta llevarlo al río. Allí, lo agarró y lo lanzó con fuerza. Desde la distancia, observaba, mientras un cigarrillo se fumaba, como flotaba, como se alejaba.
2.
En la consulta de la doctora Bárbara Hunter, se encontraba Alberto. Sentado en aquella butaca tan cómoda, mirada perdida hacia el techo de aquella consulta que tan bien olía, mientras ella, a su lado, mantenía el cuaderno abierto y un bolígrafo para tomar notas.
⸻Bien, Alberto. Háblame de ese sueño que se repite, una y otra vez. Sé…que no es fácil para ti y que supone un esfuerzo cruel, pero es necesario que, poco a poco, seas capaz de enfrentarte a ello, como primer paso para comenzar a caminar.
⸻¿Comenzar a caminar?
⸻Claro, Alberto. ⸻Alargó su brazo y, con su mano, agarró la fría mano de su paciente, que receptivo se mostraba, mirada furtiva⸻. Si estás aquí, conmigo, es porque quieres que te ayude, que juntos emprendamos un camino hacia una vida nueva para ti. Pero es algo que, finalmente, decidirás tú. Solo tú.
⸻Para mí la vida ha dejado de tener el sentido que tenía antes. Ya nada importa…
⸻Entiendo perfectamente por lo que estás pasando, Alberto, pero…
⸻No. Tú no entiendes nada, doctora. Puedes ayudarme con tus consejos, con tus palabras, pero nunca podrás devolverme la vida que he perdido. Que me han arrebatado. Eso nadie puede devolvérmelo ya.
Bárbara cerró su libreta y dio un fuerte suspiro. Clavó su mirada en las pupilas vidriosas de Alberto quien, mirada rabiosa, se mordía los labios, apretando los puños. Se acercó a él.
⸻¿Sabes? En eso tienes razón. Nosotros no hacemos milagros. No tenemos el poder de cambiar el pasado, de devolveros a aquellos quienes habéis perdido tanto lo que tanto echáis en falta. Eso es algo que tenemos claro, pero también tenemos claro que no es nuestra intención, Alberto. Lo que sí buscamos, nuestro objetivo, es que podáis superar ese trance. Que os enfrentéis a él y que aceptéis que, tarde o temprano, toca aprender a convivir con ello. No me digas que no sé lo duro que es, pues llevo años oyendo a otros tantos como tú, empatizar con ellos, absorber su dolor, hacerlo mío. Puede que no lo haya vivido, que no me haya tocado de cerca, pero tan solo escucharte, me rompe por dentro. ⸻Alberto bajó la mirada, dio un pequeño suspiro, secó algunas lágrimas que asomaban por sus ojos⸻. Yo soy madre de un pequeño de cuatro años, Alberto. Y cada día que vuelvo a casa, le beso con fuerza. Si algún día…no sé qué haría. Así que no vuelvas a decir que no soy capaz de entenderte, porque te entiendo como a nadie. Y ahora, por favor, levanta la cabeza y enfréntate a tus miedos.
Alberto clavó su mirada en los preciosos ojos de aquella hermosa doctora, que le miraba, con positividad en aquel rostro que le animaba a soltar aquello que dentro llevaba. Pasó ante sus ojos, el recuerdo de aquel sueño que, cada noche, le abordaba, le invadía.
Allí estaba él, recién llegado del trabajo. Vestía aún la indumentaria de policía, tan impoluta como siempre. Alegre, anunciaba que estaba en casa. Su mujer, Elsa, le recibía con un cariñoso beso en los labios.
⸻Cariño, ¿qué tal el día?
⸻Pues como siempre, querida. Redadas y más redadas. Aunque hoy me ha tocado hacer papeleo en comisaría. Lo he agradecido porque estaba el tiempo como para salir.
⸻Esto es Sevilla, cariño. Cuando llueve, parece que diluvia. ⸻Acarició su rostro, mueca de felicidad, era muy hermosa⸻. Bueno, siéntate a la mesa. Te he preparado tu plato favorito.
⸻¿Y Pablito? Quiero darle un beso.
⸻En su cuarto, jugando. Se lo pasa tan bien con el cerro de juguetes que le compramos.
Alberto caminaba a paso lento hacia la habitación de su hijo, al fondo de aquel pasillo, frente a la de sus padres, ya que vivían en un primero, muy humilde. Abrió la puerta. Allí estaba, tan pequeño, solo tenía cuatro años, jugueteando con aquellas piezas. Pero estaba desnudo.
⸻Pablo, ¿y la ropa? ⸻Echó la mirada hacia el salón, buscando a Elsa, pero nadie había⸻. ¿Elsa? Cariño, el crío está desnudo. Se va a resfriar.
Pero nadie respondía. Un misterioso silencio invadía aquella escena. Extrañado, encogido de hombros, decidió ser él quien vistiese al chico, pero algo impedía que entrase en la habitación. Una especie de barrera invisible bajo el quicio de la puerta.
⸻Pablo. Pablito, hijo. Ven conmigo.
Pero el crio continuaba jugueteando, como si no escuchase a su padre. Se divertía, se lo pasaba en grande, mientras Alberto trataba de vencer aquella resistencia que le impedía entrar. Por mucho que llamaba a su mujer, ésta no acudía. Por mucho que gritaba a su hijo, éste no hacía caso. Entre aquellas piezas, aquellos juguetes y muñecos, una jeringuilla. Pablo fue hacia ella y la agarró.
⸻No, Pablo suelta eso. Pablo, por favor, suelta eso. ⸻Alberto se volvía violento, trataba de patear aquello que le impedía pasar, golpear con sus puños, pero imposible era. Nada pudo hacer⸻. ¡Pablo!
El crío, desnudo, echó una última mirada a su padre. Aquellos ojos, inocentes, alegres como su rostro, sonriente, el de un niño que poco sabe de lo que tiene entre sus manos. apretó con fuerza aquella jeringuilla y, como jugando a los médicos, se pinchó con fuerza el brazo, mientras Alberto gritaba, se lamentaba y era aquí cuando despertaba.
⸻¿Y eso es todo? ⸻Barbara anotó algunas cosas en la libreta, algo emocionada⸻. ¿Ocurre algo más?
⸻No, doctora. Nada más. Pero es tan real. La siento tan real. Ese sentimiento de impotencia de no poder hacer nada. Querer salvar a mi hijo, desnudo, desprotegido, y no poder hacerlo. Cuando despierto…puedo tirarme horas llorando sin parar. Voy a su habitación, me tumbo en su cama, aún está como la dejó y no dejo de preguntarme por qué.
⸻Alberto, enhorabuena. Acabas de dar un gran paso. ⸻Barbara agarraba sus manos, esbozando una tímida sonrisa, con una mirada cargada de energía⸻. Ese sueño solo simboliza algo que te atormenta por dentro. Un sentimiento de culpa que llevas arraigado en tu interior y que hemos hablado. Y no, no eres culpable de lo que le ocurrió a tu hijo.
⸻Lo soy, doctora. No supe actuar en consecuencia, no estuve cuando más me necesitó. Lo abandoné. No me centré en él como debí.
⸻Hiciste lo que pudiste, Alberto. Luchamos contra un enemigo desconocido. Tan cruel que se está llevando por delante vidas inocentes, a diario.
⸻Yo era policía, doctora. ⸻Alberto lanzó una furtiva mirada contra ella⸻. ¡Era policía! Y no fui capaz de impedir que sucediera.
⸻Te sorprendería saber la cantidad de personas que sufren este drama, cuántos de ellos son hijos de agentes de policía, y no solo eso. Jueces, abogados, fiscales…Esto nada tiene que ver con una clase social, Alberto. Es un drama que nos concierne a todos.
⸻¿Y a mí eso que me importa, doctora? A quien se ha llevado por delante es a mi hijo. Él, tan joven, tan inocente…tan buen chaval. ¿Por qué permití que sucediera? Tuve que darme cuenta antes. Actuar cuando comencé a sospechar. Se me hizo tarde…
⸻La muerte de tu hijo, Alberto, fue un terrible accidente. ⸻Alberto negaba con la cabeza, violentamente, repitiendo constantemente que fue un asesinato⸻. Hasta que…no lo asumas, no lo asumamos, no podremos continuar a la siguiente fase.
⸻¿Sabes que te digo, doctora? Que te puedes ir tú y tus fases a tomar por culo. Me marcho de aquí.
⸻Alberto, deberías meditar lo que acabo de decirte. ⸻Alberto se detuvo, antes de cruzar la puerta, manteniéndose de espaldas a ella⸻. No renuncies a esta terapia. Aunque ahora no lo creas, estás más cerca de volver a ser quien un día fuiste.
Suspiro leve, mirada al vacío y camino hacia la puerta, la cual abrió y fuerte portazo dio, tras salir de aquella consulta. A paso violento, caminó hacia su Renault 25 color marrón. Se prendió un cigarrillo, tembloroso. Subió al mismo. Trató de dar un par de caladas a ese cigarro, pero no pudo. Lo lanzó por la ventana. Se quedó sentado, unos minutos, admirando el volante. Su rostro, triste, mirada gris. Asomaba al espejo retrovisor, donde podía apreciarse, cómo había cambiado. Algunas arrugas ya comenzaban a aflorar, aquella barba comenzaba a crecer y alguna que otra cana asomaba por su poblado cabello. Tan solo habían pasado seis meses desde aquello y parecía haber envejecido diez años. Volvía de nuevo ese fuerte dolor en el pecho, que tenía que aplacar tomando una de esas pastillas que guardaba en la guantera. Aliviado, recordando lo último que la doctora Bárbara le dijo, cerró sus puños con fuerza y comenzó a golpear el volante, mientras gritaba, mientras soltaba esa ira que, de pronto, le abordó.
3.
Conducía, ¿dónde iba? Pocos kilómetros le separaban de aquel centro de salud mental donde acudía asiduamente para visitar a alguien especial que encerrada en una habitación se hallaba. Mientras avanzaba en su camino, Alberto admiraba el asfalto, aquellas líneas blancas que consumían sus ojos, una tras otra, manos apretando el volante, un recuerdo sobrevoló el reseco paisaje que le rodeaba. Lo impregnó de sombras, grisáceas ellas, teñían la poca luz que bañaba los campos. Oscurecía el camino, parecía que iba a llover.
En aquel piso, sentado frente al televisor, estaba él. Lo miraba, apático, apenas mostraba interés por lo que emitía o, mejor dicho, de lo poco que se veía, ya que estaba algo cascado. En alerta, esperaba el momento en que Pablo saliese de su habitación, donde llevaba casi todo el día encerrado. La puerta de su habitación crujió, los ojos de Alberto apuntaron hacia el pasillo que llegaba hasta ella. Fuerte portazo, se puso en pie, se preparaba. Del pasillo, salía un joven y demacrado Pablo, cabello corto, delgado, espigado y con unas enormes ojeras que teñían de gris sus preciosos ojos. Su cabeza cubierta con un gorro de lana. Al ver a su padre ante él, cortándole el camino, comenzó a dar pequeños saltos, nervioso, resoplando, negando con la cabeza, abriendo y cerrando las manos.
⸻Papá, por tus muertos, déjame salir o no respondo, te lo juro por la gloria de la abuela.
⸻No vas a ir a ningún lado, Pablo. Que te quede muy claro. De aquí no sales.
⸻¡Que me dejes salir, hostias! ⸻Pablo agarró un jarrón y lo lanzó contra el suelo, de manera violenta. Comenzó a dar vueltas por el salón, mientras Alberto se mantenía firme, tratando de no perder el control⸻. ¿Qué demonios te pasa? ¿Qué os pasa a todos conmigo? Me tratáis como si fuera un apestado.
⸻Hijo, hacemos lo mejor para ti. Aunque no quieras verlo.
⸻¡Y una polla! Mira, como no me dejes salir, salto por el balcón. No sería la primera vez.
Corrió hacia el balcón, tratando de cumplir con la amenaza, pero al llegar, se topó con que su padre había puesto un candado a la reja que separaba el salón del mismo, de la cual solo él tenía llave. Rabioso, dio dos fuertes patadas contra una silla, se volvió contra su padre, que allí continuaba, manteniéndole la mirada, aquella tan cruel, tan oscura, aquellos dientes apretados, ese rostro que nunca Alberto pudo borrar de sus recuerdos más íntimos, aquellos ojos llenos de ira, de rabia.
⸻Hijo, no vas a salir. No porque, si lo haces, irás a meterte más mierda de esa. ¿No lo ves, hijo? Te tiene dominado.
⸻¿Y qué vas a hacer, papá? ¿Convertirla la casa en una cárcel? ¿Tratarme como tratáis a los presos en vuestros sucios calabozos? No eres más que un instrumento de represión del estado, un puto fascista de mierda.
⸻¡A mí no me hables así! ⸻Hacia él dio un brinco y abofeteó su rostro, con bastante fuerza, tanta que al suelo cayó un frágil Pablo, que se levantaba despacio, a la vez que Alberto cerraba los ojos, entendiendo que obró mal⸻. Hijo, perdóname, no quería…
⸻¡Vete a la mierda, opresor! ⸻Dando un empujón a Alberto, desplazándolo unos pasos hacia atrás, casi colisiona contra un mueble, Pablo se alejó camino de la puerta⸻. No trates de buscarme. No trates de hacer nada por mí. Tú ya no eres mi padre. Púdrete.
Crueles palabras, que penetraron en el corazón de Alberto, impotente, viendo como Pablo finalmente se salía con la suya y marchaba de casa, dando un fuerte portazo. Aún retumbaban en su cabeza, mientras a la realidad retornaba, admirando como volvía de nuevo a esa carretera. Sus ojos se habían llenado de lágrimas, que secaba pasando su brazo por ellos.
Por fin llegó a su destino. Se adentró por los tristes pasillos de aquel centro, admirando a esos pobres pacientes que por allí deambulaban, junto a enfermeros, psiquiatras o celadores, quienes los acompañaban en su discurrir, miradas perdidas, caminar despacio, torcido, triste. Leve suspiro, Alberto se prendió un cigarrillo, tratando de evitar aquellas escenas, pero era algo a lo que estaba acostumbrado, pues es lo que tenía que apreciar cada vez que frecuentaba dicho lugar. La doctora Mercedes Cruz se acercó a él, cuando le vio. Carpeta en mano, ella algo mayor, experimentada, muchos años cuidando de aquellos pacientes, esbozó una tímida sonrisa y le recordó que, pese a no estar prohibido, mejor que no fumase, haciendo un gesto con sus manos.
⸻Lo siento, doctora. Es que…no logro acostumbrarme.
⸻Yo se lo agradezco, señor Ruz. ⸻Se acercaba. Se daban la mano, cordialmente⸻. Vamos, acompáñeme.
Caminaron por los pasillos, camino a la segunda planta. Por aquellos pasillos, más de lo mismo, acompañado de gritos, llantos o risas. Era peor que atravesar un rosal lleno de espinas descalzo, al menos para Alberto.
⸻Dígame, doctora, ¿cómo ha pasado estas últimas noches?
⸻Por lo general, podemos decir que tranquilas. Aunque lo peor es cuando le vienen momentos de lucidez. Hemos tenido que subirle la dosis en calmantes.
⸻Maldita sea, joder.
⸻No se lamente, señor Ruz. ⸻Calmaba Mercedes, deteniéndose ambos a las puertas de aquella habitación, la número doscientos tres, donde ella se encontraba⸻. Es muy normal en pacientes como ella experimentar este tipo de actuaciones. Ahora está bajo los efectos de las medicinas. Ya sabe…
⸻¿Cuándo cree que podrá volver a ser como antes? Hábleme con total franqueza, doctora.
⸻No es algo a lo que podamos poner fecha, señor Ruz. ⸻Mercedes apoyaba su mano en el hombro de Alberto que, mirada al vacío, resoplaba, cerrando los ojos, algo triste⸻. Hacemos todo lo que en nuestra mano está, es algo que le aseguro, pero los avances, por el momento, no son los esperados.
⸻Doctora, lleva encerrada en este centro casi seis meses. No puede decirme que no se han hecho avances.
⸻Su esposa sufre un shock muy severo, señor Ruz. Los doctores le han hecho pruebas, de todo tipo, pero no saben el alcance que puede tener. Yo le prometo que nos estamos dejando el alma por ella, igual que por todos quienes bajo nuestro techo están, pero le pido, una vez más, que tenga paciencia, señor Ruz. No es fácil.
⸻Doctora, ¿mi mujer volverá a ser la misma de antes?
⸻Hemos tratado a numerosos pacientes con patologías parecida a la de Elsa, y le aseguro que muchos de ellos han recuperado su vida, aunque bien es cierto que debe estar preparado para lo que acontezca, señor Ruz. ⸻Mercedes ahora acariciaba el rostro de Alberto, con afecto. Él asentía levemente, ante aquel pequeño hilo de esperanza que la doctora ponía ante sus ojos⸻. Ahora, entre ahí dentro y dele todo el amor que pueda. Le ayuda mucho que usted venga a verla.
Mercedes marchó, sin dejar de mirar desde la distancia como Alberto, tras un suspiro, abrió la puerta de aquella habitación. Ante sus ojos, sentada en aquella cama, pijama blanco, paredes cubiertas de gomaespuma, se encontraba Elsa, su esposa. Pelo corto, mirada perdida, sonriente, mientras en sus manos sostenía un muñeco de bebé. Lo mecía, con cariño. Caminó hacia ella. Se sentó a su lado.
⸻Hola, cariño. ⸻Le besó en la mejilla, llamando su atención, volvía su mirada hacia él⸻. ¿Cómo estás, cielo?
⸻Cariño, ya has vuelto. Una dura jornada de trabajo hoy, ¿no?
⸻Sí, como siempre.
⸻Tienes la cena en la cocina. Ahora te la sirvo. Voy a terminar de dormir a Pablito. ⸻Mostraba aquel muñeco a Alberto, que sonreía tímidamente al verle, sin poder apartar su triste y temblorosa mirada del rostro feliz de Elsa⸻. Mira, está ya muy grande. Mira, Pablito, es papi. Ya ha venido.
⸻Hola, pequeño. ⸻Alberto dio un beso en la mejilla a aquel muñeco. Luego, otro a Elsa, efusivo.
⸻Hoy ha llorado menos que ayer. Ya está mucho mejor. ⸻Elsa trataba de ponerse en pie, pero Alberto la detuvo⸻. Oye, que tengo que servirte la cena. Coge tú a Pablito de mientras.
⸻No tengo mucha hambre, Elsa. Mejor, quedémonos aquí, los tres, juntos. ⸻Elsa sonreía, con una mueca de felicidad que no admiraba en ella desde hacía mucho tiempo, lo que le hizo emocionarse⸻. No sabes cuánto te necesito, cariño. Cuánto te extraño. La casa se me cae encima sin ti. Tienes que volver a ser tú, cariño.
⸻Oh, no te pongas triste, amor mío. ⸻Elsa acariciaba el rostro de Alberto, con ternura. Luego volvía la mirada al muñeco⸻. Pablito, dile algo a papi, que esta triste.
Alberto abrazó a Elsa, con cariño. También a ese muñeco, al que volvía a besar. A su lado permaneció hasta que la noche comenzó a oscurecer las últimas claras del día, momento en el que Elsa durmió, él aprovechó para marchar. No sin antes echar una última mirada a su esposa, dormida, feliz, abrazada a ese muñeco a quien llamaba Pablo, como su hijo. Como anhelaba que aquello fuera realidad, como deseaba volver a esos tiempos.
4.
Sentado en el asiento de su coche, allí se mantuvo, mientras escuchaba que no oía, las noticias de la radio de aquel lunes, dos de marzo de mil novecientos ochenta y cuatro. ¿Qué importaba lo que en el mundo ocurriese? Si mi mundo ya estaba devastado. Desde su posición, admiraba las calles solitarias, en silencio, del barrio que habitaba, en pleno corazón de Sevilla. Un barrio, el de San Vicente, que apagaba los faroles y bajaba las persianas pronto, presos del pánico por el aumento de la delincuencia en los últimos meses. Sobre todo, cuando caía la noche. Apenas había vecinos deambulando por aquellas empedradas calles. Bajó del coche, lo cerró, cerciorándose por hasta tres veces que no se lo dejó abierto y caminó a paso lento hacia su portal. De pronto, se detuvo a las puertas de la iglesia de San Vicente. Sin saber cómo, sus pies le llevaron hacia ese templo, que antes frecuentaba a menudo, junto a su esposa y su hijo. Se resistía a entrar, pero finalmente, movido por una energía especial, lo hizo. A lo lejos, allí estaba él. Su cristo de las Siete Palabras, presidiendo el altar mayor. Caminó hacia él, nadie en la iglesia, solos ellos y aquellas velas que le rodeaban. Se detuvo ante su imperante imagen, que clavaba sus ojos en él. Se santiguó.
⸻¿Por qué? ¿Por qué me has arrebatado todo cuanto amaba? ¿Por qué me has dado de lado? ¿Por qué mi hijo? ¿Por qué Elsa? Te he llevado a hombros muchos años. Desde niño he creído en ti, ciegamente. Nunca te abandoné, ¿por qué tú sí? ¿Por qué me hiciste ser un mal padre? ¿Por qué ahora me has hecho convertirme en el monstruo que soy? ¿Por qué me obligas a hacer cosas que repugno hacer? Dime algo. ¡Dime algo!
Sintió el impulso de agarrar aquella imagen de Jesús sosteniendo su cruz al hombro por el ropaje que le vestía, pero se contuvo, llevándose las manos a la boca, mordiéndoselas, mientras resoplaba. Allí permanecía, igual, la respuesta no llegaba.
⸻Solo te pido que me ayudes. Ayúdame a cambiar. Ayúdame a volver a ser yo. Te lo ruego. Te lo imploro.
⸻Sabes de sobra que él, en su divina gloria, acogerá tus plegarias y te ayudará, pues hermano de su iglesia eres. ⸻El padre Evaristo salía de la sacristía, caminando a paso lento hacia Alberto, tímida, aquellas arrugas en su rostro se hacían patentes, como imponentes eran sus lentes, su sotana que apretaba con fuerza su cuello y pobre su canoso cabello⸻. Hijo, no sabes la alegría que me da volver a verte por aquí.
⸻No se haga ilusiones, padre. Solo estoy de paso.
⸻Ya, imagino. ⸻Evaristo se acercaba a la imagen del cristo y se persignaba, haciéndole una reverencia y apagando una de las velas grandes que le rodeaba. Se volvió a Alberto, que aún seguía allí⸻. Él está feliz de verte de nuevo en su templo.
⸻No lo creo, padre.
⸻Vamos, ven conmigo. Sentémonos un rato aquí. ⸻Tomaron asiento en un banco, frente al altar⸻. Cuéntame, hijo, ¿cómo va todo?
⸻¿Cómo quieres que vaya padre? De buenas a primera, todo cuanto quería, todo aquello que amaba, lo he perdido. Y vienes a decirme que él me ayudará. Si hubiera querido ayudarme, si realmente fuera lo misericordioso que dice ser, lo bondadoso que todos aseguran que fue, no se hubiera cebado conmigo.
⸻Hijo, los caminos del señor son inescrutables. Pero, a veces, el mal, que acecha en cualquier esquina, actúa, de manera cruel.
⸻Si tan poderoso es, ¿por qué no salvó a mi hijo? ¿por qué nos castigó así? ¿por qué mandó a Elsa a ese centro? ⸻De los ojos de Alberto, brotaban algunas lágrimas⸻. No volverá a ser la misma, padre. Nunca.
⸻Rezo mucho por ti y por ella, Alberto. Y sé bien que él escucha mis plegarias. ⸻Evaristo apoyó su mano sobre el hombro de Alberto, que negaba con la cabeza⸻. Hijo, sé que hay momentos en la vida en los que llegamos a perder la fe en aquello en lo que creemos, hasta dudamos de ello, pero el amor de cristo es mayor que todo. En su gloria tiene al joven Pablo, a su lado y le cuida como uno de sus ángeles del cielo. No le abandones, Alberto. Aunque tu creas lo contrario, él nunca te abandona. Él está contigo.
⸻Yo no quiero que él sea quien cuide de mi hijo, padre. Quiero ser yo quien lo cuide, como debía haberlo cuidado. Quiero volver a tener esa oportunidad de estar a su lado, de corregir todos mis errores con él. No fui el padre que él necesitó. Lo abandoné cuando más me necesitaba y ahora…ahora no está.
⸻Alberto, no debes mortificarte de esa manera. Tú hijo…como tantos otros jóvenes, fue una víctima más de algo que nos persigue desde hace años. Algo a lo que algunos hacemos frente. Algo tan cruel como desconocido. ⸻Evaristo daba un suspiro y dibujó en su rostro una sonrisa, algo tímida⸻. Aún recuerdo cuando era un crio. No faltaba un solo domingo a misa, como monaguillo. Y luego se quedaba a ayudarme a recoger. Era un niño tan bueno.
⸻Amaba tanto a su cristo de las Siete Palabras que decidió llevárselo a su lado, ¿no padre? ⸻Alberto se puso en pie, violentamente⸻. Fueron esas sus palabras el día que le enterramos. Aún las recuerdo. Desde entonces, es algo que no puedo perdonarle. Ni a usted ni mucho menos, a él.
Lanzando una última y violenta mirada hacia ese cristo, esta vez sin persignarse, marchó a toda prisa de aquella iglesia, dejando a Evaristo con la palabra en la boca, visiblemente afectado. Se acercó de nuevo a la imagen.
⸻Por favor, ayúdale. Haz lo que esté en tu mano. No le vuelvas a abandonar. Te lo ruego.
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