Es primavera de 2020.
Nunca imaginamos que el miedo invadiera nuestras vidas, que nuestros sueños y propósitos más cercanos se verían frustrados… pasaban los días y las noches, y nuestra imaginación para pasar los días de la mejor manera se agotaban.
Decidimos pasar más tiempo en la terraza, el tiempo empezaba a mejorar, y mi abuela se sentaba en una linda mecedora y mientras observaba las vías del tren que pasan por debajo de nuestra casa. Ella volvía a su infancia: una niñez marcada por la pobreza.
Nació en un pequeño pueblo de Colombia, hija de una recolectora de café y un terrateniente. Creció en medio de la nada, en una pequeña casita con apenas lo justo y menos, adonde solo había una habitación y una minúscula cocina con un fogón de leña. Leña que cada mañana tenía que ir a recolectar junto a sus hermanos pequeños. Lo mismo pasaba con el agua, que tenían que ir a recogerla al río que estaba a unos cuantos kilómetros de casa. Así era como unos días llevaba un saco lleno de troncos de madera que iban encontrando por el camino, y otros, un palo largo colocado en su cuello con dos cubos de agua para cocinar.
No pudo ir nunca a la escuela. Apenas aprendió los números y algunas letras con las que sabía escribir su nombre.
Creció entre cafetales y La Casa Grande, donde ayudaba con la limpieza.
Seguían pasando los días, la primavera brotaba y nosotros ansiosos, esperábamos que llegará la tarde para escuchar unas pocas más de sus historias. Recordaba como siendo tan solo una adolescente cogió un autobús, que esta vez no la llevaría al pueblo grande de la región, sino un poco más lejos: a la Capital, una gran ciudad que estaba a más de 8 horas de camino en autobús y por unas carreteras que no estaban asfaltadas. Donde según recordaba, tuvo la sensación de que nunca llegaría su destino, porque creía que el autobús se despeñaría. Fueron las horas más largas de su corta vida. Tan solo era un recuerdo, pero aquel momento lo vivió como si sólo hubieran pasado unas pocas horas.
Una vez en la capital se reencontró con su hermana mayor, que le enseño lo básico para empezar a trabajar. La llevó de su mano a su nuevo lugar de trabajo: un restaurante en el centro de la ciudad. Le dio 10 pesos y le dijo cuál era el autobús que la llevaría de regreso a su casa. Así es como recuerda las muchas veces que se perdió en aquella gran ciudad.
Pero el no saber leer ni escribir, nunca le impidieron buscar trabajo y desenvolverse en la capital para poder ayudar a su madre y sus hermanos que seguían el pueblo. Y fue así cuando con 16 años, conoció en aquel restaurante al amor de su vida; el padre de sus 5 hijos…, mi abuelo. Un señor muy elegante y guapo que le robó el corazón. A los 17 años fue madre. Recuerda aquel momento con mucha alegría, como cada uno de los nacimientos de sus demás hijos.
Trabajó mucho, hasta que consiguió traer del pueblo a su madre y hermanos a vivir con ella. Recuerda entre risas que el día que llegaron a la capital estaban muy asustados, que eran incapaces de soltarse de su mano. Temblaban del frío y miraban todo con mucho asombro. No era su pequeño pueblo. El ruido ensordecedor y tanta gente a su alrededor, era lo que más les aterraba.
Así transcurrió su juventud entre niños, trabajos y muy poco descanso. No era fácil sacar adelante a tanta gente a su cargo: sus hijos, su madre, hermanos… la pobre solo podía pensar en trabajar, y siempre recordaba que llegó a tener hasta 3 trabajos, y a veces no era suficiente.
Mientras ella nos narraba su historia, yo solo podía pensar en lo difícil y dura que fue su vida. Ella nunca se quejó. Eran simplemente recuerdos… y que aunque lo había pasado mal en muchos momentos, todos esos momentos los convirtió en simples anécdotas sin más. Su nobleza se reflejaba en todos y cada uno de esos recuerdos.
Su amor y su nobleza, dos simples palabras que me llevan a volver a una tarde de lluvia de aquella primavera, que la vuelven a trasladar al pasado: recordando como en aquella fría capital, fue donde vio como su esfuerzo ayudó a cumplir los sueños de sus hermanos. En realidad, recordó como en un lejano mes de junio, pudo sentir el orgullo de ver a su hermana pequeña convertirse en enfermera. La primera de esos pequeños niños asustadizos que llegaron a la capital. De ese miedo ya no quedaba nada, todo había cambiado. Eran capaces de ser libres en aquel lugar.
Sonreía al ver a sus hijos correr alrededor de aquella mesa donde celebraban aquel triunfo.
Así vio como poco a poco pasaba el tiempo, y cada uno de ellos crecía e iban cogiendo su propio camino.
Es así como recuerda la llegada de su primera nieta, una niña que nació enferma y que desafortunadamente no pudo ver crecer, porqué siendo muy pequeña, se convirtió en “su pequeño ángel” que la cuidaba desde el cielo.
La familia empezó a crecer y es cuando experimentó otra etapa en su vida. Recordando como se volcó con la crianza de sus nietos, ayudándolos a educar y formar su carácter con todo su amor.
Hablo desde el corazón; ella cuidó de mi hermana, de mis primos y de mí misma. Nos enseñó el respeto, el amor y la bondad hacia los demás.
También tuvo que ver como dos de sus hijos dejaban atrás a su familia, sus amigos, su vida… como hasta ahora la habían vivido, para buscar un futuro diferente muy lejos de casa.
Los años pasaban y con algo de tristeza, recordando como siempre nos obligaba a poner dos platos más en la mesa cuando llegaba la Navidad; esperando que ese año sí que volveríamos a estar todos junto a ella. Fueron años difíciles, siempre había un poco de tristeza. Así los recordaba; parecía que aquella tarde de primavera acompañaba para volver a los días grises del pasado.
Los años pasan, los nietos crecen y ya somos más.
Ahora tenemos una casa grande, por fin su gran sueño hecho realidad, donde vé como cada cierto tiempo puede acoger a toda su familia: hermanos, sobrinos, primos, hijos, nietos, etc. Ella ya tenía su propio techo, un lugar donde podía hacer y deshacer como quisiera. Y es cuando entonces decide cumplir otro sueño: aprender lo que no pudo cuando fue niña… Sí, a leer y escribir. Su nueva meta. Después de todo, ella ya había cumplido con toda su familia. Ya lo había hecho todo por todos, ahora era su turno.
Es así como empieza a cumplir con ella misma, no le importaba tener que atravesar la ciudad de lado a lado para ir a clase. Lo intentó por muchos años, y aunque le resultaba muy difícil, no se rendía, pero fue entonces cuando el destino la llevó a volver a tener que tomar una decisión: cambiar de nuevo de vida.
Esta vez dejando atrás su vida tal y como la conocía, para coger un avión, atravesar el Atlántico y decidir empezar cerca de sus hijos y nietas, los cuales habíamos decidido hacer nuestra vida lejos de nuestro país de origen… Entonces, me miró a los ojos y me dijo: “hace muchos años recuerdo como sentada en el Parque del Retiro, en el verano del 2000, decidí no volver a Colombia. Vine de vacaciones aquí, y ahora voy de vacaciones allí. ¡Cómo cambia la vida, de un momento a otro!” (Viendo como ahora estamos encerrados y sin saber por cuanto tiempo). Entonces la nostalgia nos invadió el alma…
Su vida cambia, pero nunca deja de soñar. Después de tanto cambio, tenía que volver a aprender a conocer otra ciudad, otra moneda, nuevas costumbres… pero ya no era como cuando se fue de su pueblo. Ahora había todo un océano de por medio, un continente por conocer, eso no le asustaba… Aprendió todo lo que tenía que aprender, volvió a estudiar en el colegio de mayores. Un ejemplo de perseverancia para todos.
Es así como de nuevo ve aumentar su familia. Sus nietos teníamos niños, a los que les enseña cuanto puede enseñar; dedica tiempo a llevarlos con ella, crecen escuchando sus historias de infancia, y como siempre, les aconseja que nunca hay que dejar de soñar, que hay que trabajar duro por lo que se desea, y que hay que dejar tenerle miedo a los cambios.
Pero era curioso que en este momento sentía miedo, ella callaba, pero la tristeza en sus ojos reflejaba otra cosa, pero parecía que contar sus historias la ayudaban a dejar de pensar en el encierro una vez más.
Esta vez sentada en el salón, mientras veíamos la tele, volvió a recordar como solía tomar el autobús para ir a estudiar, a tomar café con sus amigas de la escuela. Ella decía que todas iban a pasar la tarde, que eran viejas y que ya no aprendían nada, pero que se lo pasaban bien.
También nos hablaba de sus viajes; recordaba la primera vez que estuvo en Holanda visitando a su hijo y nietos; un país donde según ella hacía mucho frio, pero que para ella no era tan importante. Le gustaba viajar. Es así como recordamos los muchos lugares que conocía: viajó de norte a sur, conoció casi toda España, Francia y muchos más lugares. Pero no puedo olvidar el momento en el que recordó su viaje a Roma (buah, sin duda el recuerdo más bonito y emocionante de esa tarde). Sus ojos brillaban cómo dos bombillas. Ese fue el viaje de su vida, su gran sueño era conocer el Vaticano, y por consiguiente al Papa.
Para ella después de ese viaje ya podía recorrer el resto del mundo, pero lo más importante ya lo había conocido.
La llamábamos la abuela viajera. A nada decía que no. Cualquier plan le parecía bien. Le gustaba viajar, comer, ir a misa, aprender cosas nuevas cada día, estar con los suyos… y lo más importante, pasar tiempo en familia…
Pero esa primavera nos arrebató todo el tiempo en familia; los besos, los abrazos, los momentos importantes… no pudimos pasar tiempo juntos, y fue en esos momentos cuando ella se fue en medio del miedo, del dolor y la incertidumbre que nos invadía a todos.
Fue así como ella empezó su último viaje, su viaje final, el viaje sin retorno en el que no pudimos ni decirle adiós. No pudimos estar con ella. No hubo más besos, ni más abrazos sólo nos quedó el dolor por su partida, el vacío en nuestro corazón…
Sólo nos queda el amor infinito que sentimos por ella, que nos ayuda a superar el hecho de que ya no esté.
“Esta es mi manera de decirte adiós, porque aunque ya ha pasado un año y aunque pasen cien más, siempre te llevaré en mi mente y en mi corazón. Que cada recuerdo, cada enseñanza y cada momento vivido los guardaré en mi memoria como mi gran tesoro, porque el tenerte en mi vida fue un verdadero honor. Te quiero infinito MAMI.”
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