Alto y con tu vanidad intacta pasaste siempre frente a mí sin percibirme como yo quería.
Claro, un caballero de tu nivel ni siquiera atribuiría el movimiento del aire que le rodea a mis dudosos y tan prescindibles pasos.
Sé que tu existencia no cambia si no me notas. Por el contrario, todo te resulta más brillante; todo tú acabas desprendiendo encanto sin proponértelo, sin notarlo… sin ver cuántas quedamos deshechas tras de tí.
Y como siempre ocurre en estas historias paralelas, sólo puedo hacerme responsable de mis heridas que esperan algo que nunca llegará.
Tu esculpido rostro, del cual he sido testigo cuando el sol tuvo a buena voluntad quererle de cerca… brilló a modo de venganza y quebró mi corazón en un estallido doloroso.
No me culpes por sentir todo esto a un grado tan digno de plasmarte en cualquier superficie que te merezca. Lienzos, estelas y pequeñas notas que me guardo cerca del corazón… y que jamás podré mostrarte porque no me ves como yo a tí mi vida.
Por eso, dejaré de intentarlo. Sólo deseo que seas siempre feliz.
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