NOVELA CORTA

EL TIEMPO

MERIAN ESCALLÓN GAMARRA

AUTORA

I

EN UN TIEMPO LEJANO A LA MEMORIA

La imponente matrona paseaba por la casona, ya desprovista de belleza igual que ella.

-se fueron todos.

De pronto se sintió el crujir de las mecedoras,

  • No te olvido Juan Daniel, es que no hablo de los muertos, sino de los vivos.

Dijo la vieja de tez pálida y acartonada por los años, vestida de un negro opaco de gamuza desteñida, mirando a la mecedora con tanto convencimiento, que se podía sentir la respiración del muerto invisible

En la calle lejana se escuchaban los pitos de los carros y el bullicio y los afanes de los estudiantes y trabajadores. Sonaban las seis de la mañana en el reloj antiguo de la sala que se negaba a morir, el mismo que llego una tarde soleada de navidad, con Juan Daniel, que siempre traía algún adorno nuevo para la casa, a complacencia de su mujer, Marelen.

En navidad los niños gritaban por el patio de la casa ahora desierta, jugando con los” niñosdios” con olor de plástico nuevo que caracterizaban los sueños infantiles, eran seis pequeños tres varones de buen aspecto y tez morena y tres niñas de mirada tiernas, blancas rosadas y de belleza sencilla como la madre, se llevaban cada uno dos años de edad y como por suerte o selección estaban intercalados niñas y niños, la mayor Liuzka de hermosos rizos cenizos, de ojos grandes y nariz redonda, muy agraciada ayudante en los labores de la casa, desde los cuatro años la subía su madre en una banca para que lavara la vajilla de vidrio, Luego venia el niño Juanito, como lo llamaban todos por tener el nombre de su padre, era un niño moreno de espalda ancha, de piernas cortas pero alto, bien parecido, de pelos rizados, estaba encargado de cuidar de los otros cuatro niños y niñas en orden Sonia, Hernán Adriana y Pedro y debía cargar con las consecuencias si alguno sufría alguna caída o golpe.

Aunque la casona, no estaba adornada de arboles o pesebres, Las navidades eran las mejores épocas del año, los niños estaban ansiosos de la noche de los regalos y Juan Daniel andaba entusiasmado con la compra de la pólvora, un año había decidido hacer un globo de cometa encendido a mecha para soltarlo en año nuevo. Marelen se ocupaba como siempre de la belleza de la casa, una sala amplia dividida imaginariamente con muebles blancos, modestos de un color verde en los cojines, al fondo reposaba con elegancia en un bife algunas piezas de cristalería y libros estéticamente ordenados que no eran solo elementos decorativos, porque desde el más pequeño al más grande había adquirido el buen habito de la lectura, frente del bife estaba la mesa familiar en madera de doce puestos con un limpísimo mantel blanco de flores rosas y hojas verde en cada esquina, que hacían juego con el color de los cojines, había unos muros de color naranja seco que dejaban ver el callejón adornado con una carretilla pintada de blanco con una hermosa mata de palma.

A un lado de la sala estaba la habitación matrimonial, arreglada sin exquisiteces; pero de un clima cómodo y pulcro que lo hacían ver como una especie de santuario de paz, le seguía el cuarto de las tres niñas con las camas puestas una al lado de la otra en orden ascendente, el muñequero de madera negro caoba con algunas muñecas y peluches, dos payazos pegados en la pared y un cuadro pequeño de marco verde en alto relieve con la imagen del sagrado corazón de Jesús y el armario de la ropa, todo ordenado con sencillez y estética belleza, que la hacían acogedora y tibia., Seguía luego otra pequeña sala que se usaba para ver la televisión con taburetes de madera de cueros curtidos en perfecto estado y dos mecedoras de mimbre, al final estaba la cocina grande y la más limpia de todas, con una mesa donde se tomaba café y se conservaba con la lora, Concha, que andaba suelta en la ventana de el patión, sembrado de jardines de rosas a un lado y de cayenas al otro, en el fondo árboles frutales, guanábana, anón mango y limón. Frente a la cocina estaba el cuarto de los niños era por casualidad y pobreza el más modesto, las camas eran de mimbre y solo se encontraba algún carrito decorativo y el armario pero igual de pulcro que alguno hubiese dudado que era cuarto de varones.

Marelen que era mujer de trabajo desde pequeña, sabia cocer con esmerada belleza, así que hasta en los años precarios los niños se vistieron con ropa nueva cada navidad y se disfrazaron con retazos de manteles de la cocina en hallowen, procuraba dar a sus hijos una educación distinta a los niños del barrio, odiaba las costumbres del lugar, la música vallenata y la malanga en la sopa; pero era cortes con sus vecinos y mostraba afecto hacia aquellos que acostumbraban visitar la casa, a tal extremo que fue madrina de varios niños de la cuadra.

Perdida en la soledad recordaba la risa alborotada de los niños en el patio, ahora cercenado y convertido en un pequeñísimo apartamento con salida al callejón, arriendo del cual vivía su vejez, Juan Daniel había partido ya más de un año al mundo de los muertos, pero ella decía que solo había cambiado su forma, porque estaba sentado en la mecedora de mimbre frente a la televisión que ella prendía solo para no escuchar la ausencia de los vivos, hablaba con él y se sentaba a su lado en la mecedora y se quemaba las ansias de sentir el calor de sus manos en el café de la mañana y de la media tarde. Sus manos temblorosas y sus dolencias de osteoporosis y artritis no impedían que la casa oliera a lavanda y estuvieran los pisos y muebles viejos como ella sin mota de polvo.

II

EL TIEMPO NOS VISITA A TODOS

Quién diría que su aspecto de anciana encorvada de ojos cansados que andaba a tientas, era la misma del retrato colgado encima de la peinadora, mujer hermosa, de cuerpo esbelto, de cabellos y ropa tan bien cuidados como la casona, quién diría que ella había sido la matrona de una casa de ocho, y el perro Urano, la lora concha y la gata Pacha que paria cada año seis o siete gatas.

Solo quedaba el retrato de lo que fue, sus hijos crecidos llegaban cada navidad para alegrar con la bulla de los nietos la casa que se confundía con gritos de otro tiempo; pero cuando la navidad acababa se marchaban todos, solo quedaba el abuelo Juan Daniel en su mecedora de muerto, con su sonrisa calmada y su espera paciente.

-Mijo ya quedamos solos, al fin.

En lo contradictorio de su expresión se escondía una turbada presión de soledad acostumbrada, que no soportaba ya las risas y corrientillas de niños nuevos y ver en sus tres hijas y tres nueras a ella misma limpiando, cocinando y tomando café en la mesa de la cocina, riendo de los recuerdos que a ella la visitaban cada día casi haciendo la llorar.

Esa mañana se sintió más cansada que de costumbre pero por la fuerza de hábito, limpio la casa, puso el café y preparo el desayuno que no comió y sintió a Juan Daniel más cercano y sonriente, y lo vio más joven, sin el hueco en la dentadura que tenía en sus últimos años. Se sentó a su lado en la otra mecedora y casi sintió su calor.

-Cuando pueda tomar tu mano y sentarme para siempre en la mecedora, diré sin prisas y sin llantos, nada le debo a la vida, nada me debe ella a mí, ya se puede caer esta casa olvidada, ya se pude cortan en trozo de seis para los niños, marchemos a un cielo acogedor.

y se durmió, soñando con haber tomado la mano de Juan Daniel y haber disfrutado del silencio de la ultima taza de café de media tarde, ese día era el pago del arriendo del apartamentico del patio y el policía que vivía en él fue quien la encontró con cara de tranquilidad eterna y aviso a sus hijos.

La casa estaba impecable, pero había en el olor a lavanda un extraño aroma de soledad y muerte, percibida por aquellos seis hijos que esa tarde habían enterrado a su madre con el mismo amor y tranquilidad que un poco más de un año lo habían hecho con el buen papá Juan Daniel.

Adriana la menor de las hijas se apresuro a decirles que había que venderla y repartirse el dinero y los muebles viejos, que de nada servía conservarla pues así como su ama, también ella había muerto.

-ahora es solo una casa sin alma. Dejemos que se llene de muebles nuevos e historias nuevas y otro perro y otro gato y alguna concha que picotee las cascaras de los jugos.

Liuzka seguía las palabras de su hermana con aceptación sin percatarse de tener en sus manos la imagen del sagrado corazón apretada entre el pecho y otra vez lloraron a la muerte y al olvido, a la niñez perdida, a la madre, al padre, al perro, la gata y la lora.

III

AHORA SOMOS NOSOTROS

Deshacerse de aquella casa fue una tarea agotadora, les llevo casi un año; pero sus nuevos dueños ya estaban haciendo planes para colocar un segundo piso y tumbar los muros naranjados. Eso les conto Daniel , ahora un hombre ya entrado en años , a sus cinco hermanos, lleno de nostalgia con un brillo en los ojos calmados que había heredado de su padre y se remonto de nuevo al patio donde vigilaba el juego de sus cuatro hermanos pequeños.

Estaban reunidos con sus hijos y esposos y esposas en una plaza donde los niños más pequeños corrían y los mayores manejaban bicicleta o se sentaban a charlar, allí sentados a la sombra de un árbol hablaron de la repartición del dinero.

Liuzka, que había tenido la fortuna de casarse con un abogado prestigioso, cedió su parte a sus hermanos, solo conservo de la casa el cuadro del sagrado corazón de Jesús y el retrato de su madre. Daniel se quedo con los muebles de la sala que ya estaban descoloridos y con la caja de herramientas de su padre, Sonia Hernán y Pedro se sortearon el resto de las cosas; mientras Adriana conservo el bife con todos los libros y los álbumes de fotos.

Esa navidad romperían la tradición familiar de reunirse y cada uno viviría la fiesta en su propia casa, después de darse un abrazo de paz en la misa de gallo, cada quien se fue con un extraño sentimiento de ausencia y vacio. Los niños charlarían de lo triste que fue la navidad sin los primos y los tíos y el nieto consentido que solía sentare a escuchar las historias, soltaría lagrimas por la abuela muerta.

-El año que viene nos reuniremos todos para el cumpleaños de Adriana

Se decía, para quitarse el frio de nostalgia que se le había metido en los huesos. Pedro era el más joven, se parecía un poco a su padre, era de piel trigueña, de poco cabello y un poco más alto que Daniel, se había casado un poco antes de la muerte del abuelo con una morena hermosísima, llamada Lilian y ahora tenían a la pequeña Stefan, de un año, que ya caminaba por toda la casa. Lilian trataba de consolarlo con dulzura y afectuosos cuidados, pero el parecía como embotado por el dolor. Era quien mas había estado en la la casa paterna y quien solo dos años antes todavía regañaba Marelen por llegar tarde sin avisarle y por sentarse a la mesa sin camisa, tenía una estrecha relación con su madre y conversaban largamente después de los desayunos dominicales, hasta que se caso. Al principio la visitaba con frecuencia pero luego de que murió su padre no le gustaba ir mucho, porque sabía que no lo encontraría en la mecedora viendo la televisión, ni en el cuarto leyendo un libro repetido y le daban unas ganas inmensas de llorar, que entristecían a la pobre mamá y para no apenarla decidió no ir tan seguido, después vino el embarazo, el parto y el poco tiempo que le quedaba entre el trabajo y el ultimo año de universidad los dedicaba por completo a Lilian y Stefan, con el deseo ferviente de ser tan buen padre como lo había sido papá Juan Daniel.

Desde la muerte de la madre había tomado la costumbre de llamar a su hermana Liuzka todas las mañanas para saludarla, después se iba a trabajar con su maletín de maestro de escuela y llegaba a casa muerto del cansancio que le producía hacer a un lado el dolor que le aplastaba el alma para dar clases de ingles a niños de tercero y cuarto elemental. Saludaba a su esposa con un beso corto y se dedicaba toda la tarde a jugar con la pequeña Stefan, pero su risa espontanea lo llenaba de melancolía hasta el punto que se le llenaban los ojos de llanto y debía apartarse de la niña impetuosamente. Lilian preocupada había avisado a sus hermanos y estos le llamaban y prodigaban con él un gran afecto, Liuzka recibía con cariño sus llamadas y lo invitaba a pasar los domingos en una casa campo que era patrimonio de la familia de su esposo.

Pedro fue superando el dolor y volvió a reír; todos pensaron que tanto cariño había logrado saciar el vacio de los padres muertos, pero fue una noche de sábado, en la que Pedro deambulaba en sus sueños por la oscuridad de los recuerdos y los vio sentados en las mecedoras, tranquilos, sonrientes, tomados de la mano, la madre tenía en sus manos un rosario de madera, que extendió hacia el hijo triste, se despidieron con la misma alegría y seguridad con que lo habían hecho años atrás en su primer día de colegio y escucho de papá Juan Daniel las mismas palabras que aplacaron sus miedos en esos días … “no es necesario quedarnos contigo porque a dónde vas, tú nos llevas dentro“ en la modorra del sueño no supo si logro o no tomar el rosario, antes de que sus padres se levantaran de las sillas y desaparecieran caminando hacia el viejo patio de rosas y cayenas, donde Urano los miraba con sus ojos de cachorro y les seguía fiel, moviendo la cola, hasta que ya no pudo verlos más y despertó con un olor de lavanda y café, que duro en la casa varios días.

Esa mañana no sintió la necesidad de llamar a Liuzka y no dejo a su esposa sola en la cocina, recostada en el mesón amasando las arepas del desayuno, y rodeándole la cintura le dio un beso de ternura en la mejilla, Lilian soltó una lagrima y volviéndose a él le dio un largo beso, susurrándole cuanto lo había extrañado y se amaron abandonando las arepas para escapar a los delirios del amor en su habitación, su santuario de paz. Cuando el llamado de Stefan, les obligo dejar la cama nupcial, se fueron juntos a su habitación y la niña jugaba con un rosario de madera, Pedro pregunto rápidamente de donde había salido y su esposa temiendo que su marido volviera a su tristeza contesto con una un hilo voz baja, que había venido con las cosas de la casona; pero que no sabía cómo había llegado a manos de la niña, él sonrió y lo apretó con su mano, desde entonces lo llevo siempre en su bolsillo.

IV

EL OLVIDO DEL TIEMPO

Los hermanos decidieron encontrarse en la navidad que se acercaba.

Han pasado varios años de la partida de los padres amados y a Liuzka y Juan ya tenían canas.

La pequeña Estefan empezaría su primer año escolar y habían nacido varios nietos que no recordarían nunca a los abuelos, solo escucharían, en las tardes de ocio en que los más viejos hablaban de la casona, del perro y la lora.

Los primos se reunían con frecuencia porque estudiaban en el mismo colegio al que sus padres habían asistido. Cuando llovía y terminaban las clases temprano, algunos de ellos tomaban el viejo camino a la casona y se sentaban en la acera a recordar aquellas navidades bulliciosas, correteando y comiendo natillas y buñuelo de la abuela.

Esa noche, todo preparado en la casa campo, los hermanos fueron llegando, Hernán se tardo un poco; cuando hubo llegado todo el grupo se dispuso la mesa.

Los más jóvenes refunfuñaban pues hubiese preferido la navidad acostumbrada en el club o en el barrio con sus amigos, los mayores se reunían a conversar, alguno comentaría que la natilla no era igual que la de la abuela y que los buñuelos les falto esponjarse un poco y Liuzka sentiría la frustración de no poder imitar a la abuela Marelen.

La noche termino pronto y la feliz navidad llego con un dolor de olvido, la s lagrimas volvieron y un abrazo de los seis hermanos sello la única navidad juntos.

Los primos crecieron y dejaron de visitar la casona, los hermanos estuvieron juntos cada vez que alguno lo necesitó, hicieron todo uno por otros, fueron al sepelio cuando Liuzka enviudo, al matrimonio de la pequeña Estefan y al grado de doctor del nieto querido; pero no hubo más navidad juntos, ya no era su tiempo y cada uno contaba y escribía ya su propia historia, poco a poco se convirtieron ellos en abuelos, dueños de pulcras casonas, esperando que los nietos la llenaran de sus gritos y entendieron porque a veces en la alegría de aquellas navidades perdidas de la infancia los ojos de mamá Marelen y papá Juan Daniel tenían el brillo de una lagrima que nunca termino de caer.

Fin

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