«Asustado, vi sombras que pasaron por todas direcciones, hasta que algo golpeó mi cabeza»…

Hace dos años trabajé de sacristán en una parroquia católica, imaginé que solo iba a limpiar el templo y en alguna otra ocasión realizar una actividad extra, para mi sorpresa fue más que eso; Ayudaba al sacerdote en los rituales religiosos, ecualizando el sonido del coro y por unos días también fui el velador.

Una noche, algunas personas irrumpieron en la parroquia, un vecino que los vio los describió como un grupo de seis jóvenes de no más de 20 años. Eran pocos para el daño que ocasionaron; Quebraron imágenes de Santos, rayaron paredes y quemaron bancas pero no pudieron llevarse nada que los religiosos consideran sagrado, pues las cerraduras aún que intentaron forzarlas no pudieron abrirlas.

Y fue así donde comenzó todo, a la mañana de lo ocurrido, el sacerdote me invitó a pasar algunas noches adentro del templo, solo las necesarias para terminar las reparaciones, no más de cinco días me comentó -acepto- le contesté tajantemente, la paga de 200 pesos por noche no eran nada despreciables si lo sumas al salario normal.

La primera noche, alrededor de las 2:00 a.m. escuché unas risitas, que provenían de la entrada, pensé – seguro son los vecinos que tendrán alguna fiesta o algo- y seguí dormido.

A la noche siguiente, las risitas fueron más fuertes acompañadas de murmuros, que agudizando el oído pude distinguir varias frases, que no hace falta, no quiero recordar, asustado me fui a refugiar a la capilla de velación, donde permanecí hasta el día siguiente, ya en la tarde le platiqué al párroco lo ocurrido, me calmó y me invitó a orar, -lleva contigo una biblia si gustas, la puedes leer en la noche- me dijo. Me convenció a seguir, aún que por dentro sentía miedo pero también curiosidad, al fin de cuenta, nunca había tenido alguna experiencia similar.

Regresar fue lo peor que pude hacer, a la misma hora, “las risitas” tiernas que escuché en las noches previas, se tornaron más agresivas, lámpara en mano, alumbré cada rincón del templo, como era de esperarse no encontré nada más que escombros de la restauración y los signos dibujados en la paredes por los malhechores. Al tiempo de los susurros se hacían más graves y nítidos, podía oír como maldecían todo a todos, recordando errores de mi vida, contando secretos que a nadie le había dicho. Saqué la biblia y comencé a leerla, se los juro, solo encontré textos que describían algún tipo de demonio, era como si solo tuviera esas páginas. Asustado, vi sombras que pasaron por todas direcciones, hasta que algo golpeó mi cabeza… me desmayé.

A la mañana siguiente, al despertar, la cruz grande del templo estaba en el suelo, ese olor peculiar como de animal muerto es algo que aún recuerdo, basta decir que ese día perdí el empleo, mi tranquilidad, la paz.

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