El texto de Ramón C. nos invita a pensar en cómo la evolución de los soportes de escritura ha transformado no solo el medio, sino su esencia. En otras palabras, al cambiar la herramienta, cambia también la manera de pensar, de expresarse y de contar historias. No es lo mismo narrar algo en un papiro, que en un Word, o en un vídeo de TikTok: la estructura, el ritmo y la forma de llegar al otro cambian.

Hoy en día escribimos en pantallas. Yo misma, ahora, estoy escribiendo esto en una. Pero no solo eso: nuestras conversaciones fluyen entre mensajes, notas de voz, emojis, vídeos, memes, audios que duran un minuto y dicen más de lo que puede decir un ensayo de cinco páginas.
Desde mi experiencia, veo que la forma en que nos comunicamos ha cambiado tanto que la palabra ya no basta. La retórica, eso que Aristóteles definía como el arte de persuadir a través del logos, el pathos y el ethos, se ha transformado en un lenguaje nuevo. Hoy, el logos puede ser una infografía; el pathos, un GIF que nos hace reír o llorar; el ethos, una cuenta de Instagram bien cuidada. Las emociones, la credibilidad y los argumentos ya no se expresan solo con palabras.
Y claro, eso requiere herramientas. Editores de vídeo, de diseño, de sonido. Programas que, aunque parezcan técnicos, se están convirtiendo en nuestra manera de pensar y estructurar ideas. Un hilo en Twitter necesita una lógica narrativa. Un vídeo de TTikTok tikTok también. Y lo curioso es que cada vez más personas jóvenes lo hacen de forma intuitiva, como si hubieran nacido sabiendo usar todas esas herramientas. Pero lo importante no es saber hacer un vídeo bonito, sino saber qué queremos decir con él. Sin una intención retórica consciente, el mensaje en muchas de las ocasiones corre el riesgo de perderse en el ruido generado por la gran cantidad de información sin propósito alguno.

Aquí está el verdadero reto: ¿cómo enseñamos a escribir en este mundo de pantallas? No se trata solo de combinar textos e imágenes. Se trata de recuperar la intención, de pensar por qué contamos algo y cómo hacerlo para que conecte con el otro. De unir lo clásico y lo nuevo: de escribir un relato breve y luego pensar qué pasaría si lo contáramos como un podcast, o como una serie de imágenes.
La web no ha matado la retórica; la ha vuelto más compleja, más rica. Escribir, hoy, es también diseñar. Las herramientas han cambiado, sí, pero el deseo de comunicar, de conmover, de conectar… ese sigue siendo el mismo. Quizás la única diferencia es que ahora escribimos con luz, pero seguimos buscando lo mismo: que alguien, al otro lado, nos entienda.
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