Una mañana de junio Gabriela se encontraba en la terminal de Tres Cruces. Abrigada con más capas de ropa que una cebolla y usando un gorro gris con un gran pompón.

Le parecía una tragedia estar esperando un ómnibus a las seis de la mañana, pero, no podía despreciar la invitación al matrimonio de su tía Marta, al fin y al cabo aunque no la veía muy seguido era la única familia viva que tenía.

Mientras Gabriela pensaba en esto, los parlantes de la terminal anunciaban el embarque de su ómnibus. Se sentó junto a una señora de aspecto refinado, con cabello que parecía recién salido de la peluquería. Gabriela esperó que no fuera de las típicas compañeras de asiento que hablan por celular a viva voz todo el viaje y terminas enterándote de la vida de toda su familia. Ocho horas en esta situación sería una tortura.

Por suerte sus temores no se hicieron realidad.

Durante el viaje hizo hasta lo imposible por no dejarse sobrecoger por la pena que sentía . Leyó un libro, escucho música, miró un par de capítulos de una serie en su teléfono, pero nada logró acallar ese sentimiento de ahogo que le oprimía el pecho.

Tomó su celular, buscó en sus contactos a Nicolás, con una expresión de rabia presionó la opción “bloquear”.

Luego observó con una mezcla de melancolía y enojo las fotos en las que se encontraba acompañada por un joven de ojos olivo y brillante sonrisa. Las borro una a una, hasta que no quedó ni un rastro de ese rostro en su celular. Con los ojos empañados y el ceño fruncido se dijo:

– ¡Hasta acá llegamos!-

Para llegar hasta “Santa María” había que tomar otro transporte puesto que el pueblo quedaba a unos kilómetros de la ruta principal . El camino no era agradable, tenía piedras, pozos, zanjas y zanjones. El vehículo que transportaba a Gabriela parecía salido de un museo, fácilmente era de la década del 60´.

Santa Marta era un pueblo pequeño, típico de la zona rural uruguaya, se podían ver las casas antiguas estilo español, la plaza central donde el pueblo se reúne a tomar mate, cerveza, vino y a hablar del prójimo por supuesto. En frente a este centro de reunión se encuentra la iglesia y en la esquina norte el boliche más grande del pueblo. El boliche, es decir, el almacén de ramos generales donde se encuentra desde un destornillador hasta la yerba para el mate. Este establecimiento se llamaba “ Boliche Santa María”, digamos que el dueño no se puso muy creativo con el nombre. Esto es muy habitual en el Uruguay, siempre hay un almacén con el nombre del pueblo. De la plaza podían contarse tres calles paralelas a cada lado y el resto era verde pradera.

En la calle “Artigas «paró el ómnibus en una pequeña terminal, Gabriela corrió al baño a cambiarse. Se puso un pantalón negro y una blusa blanca con bordados de manga larga. Se miró al espejo y vio reflejado su rostro el cual aún mantenía los ojos empañados y el ceño fruncido. Delineó sus ojos para sacarle protagonismo a las ojeras que los acompañaban, peinó su cabello que como siempre sufría una crisis de identidad, no sabía si era lacio o enrulado, se colocó brillo labial y salió corriendo hacia el registro civil del pueblo en compañía su mochila colorida.

En la pequeña oficina del registro civil aguardaba la feliz pareja a que el juez los llamara. La novia una mujer de más de cincuenta regordeta y bajita. Vestía una elegante traje de pollera saco y zapatos blancos que contrastaba con su cabello color fuego. El novio, un hombre robusto de piel curtida por el sol y manos ásperas de trabajar en el campo. Vestía sus galas de paisano en el registro civil. Bombacha de campo ocre, camisa blanca y la infaltable boina que lo acompañaba en toda ocasión, este atuendo era coronado con un cinturón ancho de cuero auténtico adornado con pequeñas monedas grabadas.

“El casorio” como le decimos en esta parte de América fue breve, todos los que hemos concurrido a una boda civil sabemos que los jueces no son grandes oradores. Sin embargo en este casamiento era notorio el amor que se profesaban los novios a través de sus miradas de complicidad. Entre los asistentes al evento se encontraban familiares y amigos sobre todo de Gustavo quien era originario de la zona.

Luego del baño tradicional de arroz a la salida del registro civil el novio anunció

-¡Vamos pal campo a festejar! ¡Tengo asado con cuero y vino!- dijo emocionado mientras levantaba su mano que aún sostenía la de Marta.

    Gabriela se sentó en el asiento trasero de la camioneta de su nuevo tío. El viaje duró cuarenta minutos atravesando por un camino de tierra y piedras. La flamante pareja conversaba alegremente acerca del festejo que habían organizado y quienes asistirán. Mientras Gabriela se encontraba perdida en sus pensamientos que perseguían los hechos de la noche anterior.

    Al llegar se podía ver una gran portera de madera castigada por el clima . Al traspasarla aguardaba una casa con techos altos al estilo español y estructura rectangular. Gabriela pensó que la pintura de la fachada un tanto vieja y apagada le daba un aspecto perturbador incluso de día. Cuanto más se acercaba a ella más sensación de frío e incomodidad le generaba.

    A ambos lados de la casa se podían ver sillas, mesas, reposeras y un ardiente fuego en el suelo al lado de la parrilla donde se encontraba el asado con cuero. Ya había gente en el lugar varias familias de la zona que se habían encargado de organizar el pequeño evento. A nadie parecía incomodar en lo más mínimo esa casa, en cambio Gabriela estaba cada vez más inquieta.

    -Gabi, querida, ¿me ayudas a traer más vasos?- Dijo la regordeta novia

    – Sí tía- contestó Gabriela un tanto desanimada siguiéndola hasta la pequeña cocina de la casa.

    La cocina era pequeña con baldosas cuadradas blancas y negras muy desgastadas, la mesada era de piedra laja y se podía ver que había sido reparada en varias ocasiones. Tenía dos pequeñas ventanas por donde apenas entraba luz natural. Un escalofrío extraño recorría su cuerpo, tenía la sensación de que la observaban desde el lúgubre pasillo.

    -¿Cuéntame qué te pasa?- dijo Tía Marta estirando su mano hacia un mueble ruinoso que se encontraba sobre la mesada para sacar vasos-

    -Nada, me deje con Nicolás, lo encontré con otra chica – dijo Gabriela tratando de no darle mucha relevancia al tema.

    -¡No te puedo creer! A mi no me gustaba ese muchacho, me parecía un poco ojo alegre, pero no quise meterme en tus asuntos- dijo tía Marta abrazando a Gabriela.

    -No te preocupes tía estoy bien- Dijo Gabriela mostrando toda la entereza de la que fue posible.

    -¿Por qué no te quedas el fin de semana? ¿ O tenés que trabajar o estudiar mañana?- dijo la flamante novia con cara expectante

    – En realidad tengo unos días de licencia y receso en la facu, pero no quiero incomodar, estás recién casada.- dijo Gabriela un tanto avergonzada.

    -No te preocupes aunque no parezca mi gauchito es un romántico, nos vamos a ir de pequeña luna de miel el fin de semana, puedes quedarte acá y despejarte un poco antes de volver- dijo con tono afectuoso tia Marta,

    – ¿Y a Gustavo no le molesta?- dijo Gabriela

    – No te preocupes, yo me encargo de él- dijo tía Marta con una mirada cómplice.

    La reunión se terminó pronto, los visitantes se fueron, tía Marta y Gustavo también partieron al caer la noche. Ella estaba ahí en la casa en el medio del campo sola, aunque a veces tenía la sensación de no estarlo,se le erizaban los pelos de la nuca sin saber porque, se sorprendía mirando hacia puntos de la casa donde sentía que se encontraba alguien.

    Recordaba que Gustavo le había dicho que podía disponer de la casa como quisiera pero que no entrara a la última habitación del pasillo. En ese momento no le dio importancia, ella iba a estar solo un fin de semana y no tenía intenciones de fisgonear en casa ajena. Simplemente pensó que probablemente ahí guardaría sus herramientas de trabajo y que no le gustaba encontrar las cosas fuera de lugar. Obviamente no había que disgustar al nuevo tío.

    La habitación donde la habían alojado era amplia y poco luminosa, depositó su mochila colorida sobre la colcha tejida en crochet que cubría la cama antigua.

    Escudriñó la habitación con gesto de desaprobación al ver una cómoda con espejo antigua venida a menos y un ropero que se caía a pedazos. La habitación le desagradaba y no era solo por el mobiliario.

    Ya era tarde, o eso parecía, Gabriela se puso el pijama y se acostó. La cama olía a humedad y a añejo pero no importó luego de cinco minutos estaba totalmente dormida.

                                                                  …………………………….

    La casa ardía en llamas, se escuchaban los gritos de dolor de sus habitantes . La niña lloraba frente a la casa sosteniendo un pequeño oso de peluche. El calor de las llamas ardía en la piel e iluminaban la noche oscura.

    La tía Marta corría hacia ella y la tomaba en sus brazos. Gabriela vio como su madre salía de la casa cubierta en llamas y dando gritos desgarradores que jamás pudo borrar de su memoria.

    Se despertó llorando y empapada en sudor, hacía años que no tenía esos sueños.

    Al mirar a los pies de la cama encontró parada frente a ella el cuerpo de su madre quemado con la piel en carne viva mirándola con el único ojo que le quedaba y diciéndole.

    – Ven a vernos, ven a vernos, se nuestra-

    Mientras le tomaba el tobillo con su mano huesuda caliente y casi desprovista de carne tirándola de la cama y arrastrándose por el piso hacia la puerta de la habitación.

    En ese momento de desesperación Gabriela tomó un trozo de ladrillo que se utilizaba para mantener la puerta de la habitación abierta sin que se golpee por el viento y con él golpeó la mano huesuda que la sujetaba hasta que esta se rompió y se desprendió de la criatura que dando un grito de ira se volvió a meter en el ruidoso armario de la habitación.

    La mano aún seguía adherida al tobillo de Gabriela y se movía en forma siniestra estrangulando la articulación poco a poco. Tras unos minutos de lucha logró desprenderla la arrojó al suelo cerca del ropero de donde la criatura utilizó la mano que le quedaba para recogerla y volvió a cerrar el armario.

    Gabriela agazapada contra el respaldo de la cama respiraba con dificultad mientras observaba fijamente el ropero vigilando a la criatura que aún se quejaba con chillido estridente.

    La noche fue larga, la batalla contra el sueño dura, temía que si se dormía la criatura la arrastrara fuera del dormitorio. Al salir del sol los chillidos de la criatura parecieron silenciarse de manera inesperada. Esperó con cautela hasta que de puntillas y aún tiritando por el ataque de pánico logró llegar al baño. Examinó su tobillo y notó la quemadura en forma de mano que tenía le ardía y parecía estar infectada. Pensó que era necesario salir de esa casa cuanto antes, revisó su celular el cual estaba extrañamente sin carga, tampoco había luz en la casa. ¿Cómo llegaría al pueblo? No había ningún vehículo ni sabía como llegar. Algo era definitivo, estaba atrapada hasta que sus tíos llegaran.

    ¿Qué había pasado? ¿Había otra persona en la casa que la intentaba atacar? Definitivamente eso no era una persona pero entonces ¿ qué era? parecía dispuesto a llevarla con los demás… quiénes serían los demás? ¿habría más personas atrapadas en la casa?.

    De pronto empezó a sentir un fuerte olor a podrido y a carne humana quemada, lamentablemente reconocía ese olor muy bien. Se dirigió con cautela por el pasillo irguiendo un palo de amasar, el olor provenía de la última habitación. La puerta era grande, robusta y antigua. Al acercarse escuchó gritos,eran esos gritos, los que había escuchado esa noche frente a su casa mientras su familia se quemaba viva.

    En cuanto tocó el pestillo de la puerta los gritos cesaron y pudo distinguir la voz de tía Marta que en un tono suplicante decía.

    -Gabriela, abre la puerta, sálvanos, estamos todos aquí-

      Al escuchar el grito suplicante su mano se movió sola y la puerta se abrió. La habitación era luminosa y agradable aunque vacía, Apareció ante ella su madre tal y como la recordaba antes del incendio, su hermano mayor, su padre, tía Marta y Gustavo.

      – No entiendo, ¿qué está pasando, estoy loca?!- dijo con los ojos desorbitados

      – No estás loca – dijo su madre tomándola de la mano- Estás aquí para cumplir con tu destino, te extrañamos y queremos que vengas con nosotros.

      – No entiendo, ustedes están muertos y yo estoy viva- dijo espantada y dando pasos hacia atrás lentamente-

      – Eso es algo fácil de resolver- dijo su madre transformándose en la criatura que había visto la noche anterior.

      Inmediatamente su padre, su hermano, tía Marta y Gustavo se transformaron en criaturas quemadas tan horripilantes como su madre, encerraron a Gabriela y se le vinieron encima, tocándola con sus manos ardientes y despellejadas. Quemando cada parte del cuerpo de su víctima y regodeándose con cada grito de agonía.

      Gabriela se sintió arder poco a poco la agonía la invadió en oleadas de dolor cada vez más fuertes hasta que solo dejó de sentir.

                                                        …………………………………………….

      – ¡Martinez, venga para acá!- dijo el comisario haciéndole señas a un oficial

      – Diga comisario- dijo el joven oficial con tono serio

      – Hágame el favor de ir a la estancia “El sorgo”, los vecinos están llamando desde ayer dicen que vieron un pequeño incendio y sienten olor a podrido también- dijo sin darle mucha importancia al asunto

      – ¿No habrá algún animal muerto? ¿ Todavía se mete gente ahí a chusmear?- dijo el joven intrigado

      – Yo que sé Martínez para mi que alguno mató ganado ajeno y se mandó tremendo asado vaya y averigüe- dijo haciéndole un gesto con la mano para que se retirara.

        El oficial Martínez se subió a la patrulla y empezó su trayecto hasta la estancia canturreando y mirando el campo. Casi sin darse cuenta se encontraba en la añeja portera de madera de la estancia donde aparecía un viejo y casi ilegible cartel que rezaba “El sorgo” la abrió como pudo sin que se desmantelara y continuó manejando hacia la ruinosa construcción.

        Era una tapera vieja y abandonada, no tenía techo y la mitad de las paredes estaban en el suelo. Le sorprendió sentir un olor fuerte y penetrante a podrido con un dejo de carbón.

        En el suelo había una mochila colorida, sacó su arma, posiblemente los que habían carneado la vaca estaban ahí.

        Avanzó por el derruido pasillo de la casa, lentamente, con el arma en alto. A cada paso los aromas que percibía eran cada vez más penetrantes. Entró por el hueco que quedó luego de que la puerta de la habitación se hubiera caído hacia el pasillo.

        Ahí lo vió era el cadáver de una persona que aún humeaba, al lado tenía un bidón vacío que olía a nafta y un encendedor.

        De nuevo en “ El sorgo” donde quince años atrás habían encontrado a toda una familia quemada.

        Endy

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