Veo rostros conocidos,

lagrimas corren entre ellos.

Voy sentado sobre cajones llenos de muerte.

Lentamente rueda sobre las calles empedradas,

mi cuerpo tiembla y trato de mantener mi cabeza.

A mi lado un hombre llora,

porque al paso ve a su esposa, a sus hijos:

-“Dios los bendiga”- suplió de sus labios grietos.

Al pasar no veo, sólo rostros desconocidos.

El llanto arropa el destartalado camión

y en él voy tembloroso.

Mi ropa camuflada siente miedo.

Veo mujeres, niños, ancianos:

-“¡adiós!, ¡adiós!”- se oye a lo lejos

y cerca el desconsolado llanto.

Volteo para ver,

mi cuerpo tembloroso estremece.

Ahí está: llorosa, angustiada.

Una noche antes habíamos hecho el amor

y otras noches puede que no existan.

Esta llorosa, no puedo verla así.

Mis ojos quizá noten su presencia por última vez.

Voy al paso, girando la cabeza para verla.

Y se aleja, y me alejo,

porque a la guerra voy.

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