El sentido NO COMÚN – Parte 1- Escándalo en el vestuario

El sentido NO COMÚN – Parte 1- Escándalo en el vestuario

Bárbara Schtirbu

22/01/2018

Llegué al vestuario del gimnasio a las 7 de la mañana, como buen Sarmiento que soy, pero bostezando al mejor estilo león de la Metro-Goldwyn Meyer. Apenas traspasé la puerta me noqueó el clásico olor a caca ajena, que uno rechaza abiertamente por el simple hecho de que no sale del propio cuerpo. Me vino bien para despertarme de golpe y perder el sueño…por dos días seguidos. Era realmente una pestilencia del más allá, algo que te hacía pensar que la persona que había pasado por el inodoro ese día, seguramente intentó hacerse daño con la comida. Tal vez 3 latas de pate de foie con vencimiento en 1989, o un 2×1 en McDonald´s. No imaginás que esos aromas lleguen después de fruta y verdura o una sopita y a la cama. El caso es que a medida que me acercaba a la zona sanitaria, la situación empeoraba trágicamente.Parecía el ascenso al Himalaya: para caminar 3 metros tardé unos 25 minutos. Me tenía que detener para juntar aire, respirar por adentro de la remera, y tomar fuerzas. Me dirigí directo hacia los baños, no porque sea especialmente masoquista o quisiera saber si había alguien muerto, sino porque me estaba haciendo pis y no había chance de volver atrás. Cuando finalmente llegué, entendí que la responsable de semejante masacre olfativa seguía ahí, en plena tarea, luchándola.

Dos mujeres mayores vestidas con mallas de natación de 1922, a las que en breve pasare a apodar como las dos “VT” (Viejas Turras), estaban sentadas en los bancos, acomodándose las antiparras y abanicándose compulsivamente con el toallón, al borde de una supuesta lipotimia a causa del hedor infernal. A las arrugas, propias de su edad, se les sumaba una expresión rotunda de indignación que las hacía fruncir al máximo el ceño, volviéndolas dos auténticas pasas de uva. Estaban absolutamente ofendidas de que alguien hubiese tenido el tupé de completar la etapa final de su digestión ahí, un espacio público, como si en el baño de un vestuario no pudiera llevarse adelante ese llamado de la naturaleza. Imagino un cartel pegado en las puertas: “Por favor, tirar los papeles en el cesto. Prohibido excretar con olor”.

En voz alta, con un tono de pava silbadora en su fase más álgida de calentamiento, las VT chillaban con rabia para que las escuche todo el país, pero especialmente para que las oiga la pobre persona que intentaba subsistir en el pequeño cubículo del trono, y a la que le dirigían la protesta con alevosidad. Apañándose entre sí, complotadas y alimentando exponencialmente el fastidio y melodrama, entonaban una repetitiva y pegadiza frase con la que se iban turnando: “¡Qué olor a mierda!”. Mientras una la decía, la otra le tiraba viento con la toalla. Paraban 3 segundos para tomar aire, y proseguían con el himno de 4 palabras: “Qué olor a mierda”. Gran equipo. A esa altura, ya me había olvidado de la baranda a muerte y me había superado el enojo. Pero la escena no termina ahí. Fui a hacer pis, mirando en qué baño estaría la pobre víctima. Me la imaginaba transpirando y llorando a la vez. Quería asomarme para al menos ver sus pies, pero me pareció un poco irrespetuoso, era seguir alimentando la poca privacidad que tenía, así que en el inodoro libre que quedaba le di rienda suelta a mis propias necesidades líquidas, y al salir vino lo mejor. La mujer que cuida el vestuario se había armado con una sopapa del tamaño del Obelisco que cargaba en su brazo derecho como Rambo carga su metralleta a la hora de luchar. Mientras esperaba pacientemente con el arma al hombro a que la descompuesta mujer se dignase a salir, les respondió a las VT una frase que nunca me voy a olvidar: “¡Dejen cagar a la gente en paz!” Qué perfecta y justa devolución a la estupidez humana. Ni una palabra más, ni una menos. El resumen perfecto de una situación ridícula e incómoda. Me hubiese encantado tener ese poder de síntesis y valentía para hablar en el momento justo.

Y así, tras la sentencia más solemne que alguien podría haber dicho, las “ladies” de intestino delicado procedieron a ponerse las ojotas para irse en silencio a la pileta a hacer Aquagym (donde seguro más de una vez dejaron escapar algún fluido en silencio).

Busqué a la mujer de la sopapa metralleta con la mirada. Quería felicitarla por su triunfo, pero me ignoró y se fue a atender a otras personas que dejaban sus bolsos en la entrada.

Increíble falta de sentido común podemos tener en la vida, y el sentido común evidentemente no viene con la edad. Como si estas VT, a sus 175 años de vida, nunca hubiesen pasado por una experiencia escatológica perturbadora, o como si directamente su cuerpo procesara el bife con ensalada y lo devolviera con el mismo aroma con el que lo comieron.

La escena habrá durado 5 minutos, pero me pareció estar ahí 1 hora, entre asombrada, enojada y con ganas de ir a consolar a la pobre persona que nunca se dio a conocer. A veces todavía me pregunto si alguna vez salió del inodoro, dado que desde ese día hay un baño clausurado que ya no está al servicio de la comunidad. Tal vez es una lápida y hay que dejarle flores, quién sabe.

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