El secreto del cuarzo

El secreto del cuarzo

Zuzart80

18/05/2023

Capítulo 1

El azar

El viento rugía entre los árboles del bosque; en un claro tres viajeros descansaban alrededor de una fogata improvisada con gajos. Las lúgubres llamas ardían silenciosas, crepitando por algún que otro insecto demente que se internaba en el fuego. Dos jutías recién muertas y sin piel, estaban atravesadas por un metal, que sujetaba Alf en un extremo de la fogata, sentado en la yerba con los pies cruzados. Alf era de esos ancianos enigmáticos, que no llevan barba y se mantienen con un físico extraordinario; su rostro, iluminado por las llamas era de esos que parecían poseer más años de los que aparentaba, el cabello escaso y canoso tampoco lo ayudaba a mejorar su edad; sus ropas eran pobres: vestía una capa larga y desteñida, llena de parches, que se sujetaba con un broche a una brigantina color marrón; poseía un cinturón de cuero gastado, que aguantaba unos pantalones de terciopelo elástico verde, tan sucios y desteñidos como la brigantina; y usaba un par de zapatos bajos, llenos de fango y casi sin suela. Alf no dejaba de silbar mientras cocía los conejos.

—Dime de nuevo —dijo Sven, un joven noble de las Colinas. El señorito estaba sentado en un tronco caído frente al cocinero. Vestía como la nobleza de aquellas tierras: acostumbrados jubones blancos con el símbolo del halcón y un pantalón ajustado a la cadera, también unos zapatos de cuero, resistentes, hechos con la piel de un buey Colinero. Antes llevaba un baúl con joyas, dinero, algunas pieles, un hermoso caballo fino, guantes de gran variedad, pañuelos de seda y una hermosa espada con empuñadura de halcón. Pero los bandidos solo le dejaron una muda de ropa, por benevolencia del jefe, varias bofetadas por bocón y una espada oxidada para que se defendiera. Al fuego, su oscuro cabello relucía, gozaba de tener un rostro bien cuidado, la estatura de un hombre y el porte galante acostumbrado en los nobles—. ¿Por qué no hizo nada de magia? al menos podríamos haber salvado a los caballos —señaló al sujeto que estaba apoyado con la espalda a un tronco. Alf levantó la vista para mirarlo. Helge, era ese tipo de hombres que no sabes si es bueno o malo, de los que hablan poco y mantienen distancia con todo el que se le acerqué. El mago tenía una capa con gorro que le ocultaba el rostro, pero aun así, se le podían ver todas las cicatrices en el rostro y el parche en el ojo izquierdo.

—¿Sabes lo que le suelen hacer a los magos de este lado del Gran Río? —preguntó Alf dándole unos pequeños toques con un palo a las jutías, aún estaban crudas. El aroma se comenzaba a volver delicioso. Sven se encogió de hombros, miró de reojo al mago, que se mantenía con la vista entre los árboles—. Supongamos que tiene suerte y lo acogen en ese grupo de bandidos, pero, ¿qué pasa si no la tiene? Por aquí son supersticiosos, lo más probable es que lo atarán a un árbol y lo quemarán.

—Bárbaros —dijo el noble, agarró una rama en el suelo y la dejó caer en la fogata—, no me extraña que todos los demás reinos los odien… —Alf ahora fue quién se encogió de hombros. La luna menguante brillaba en el cielo estrellado —. Si tan solo esos bandidos no nos hubieran atrapado, ahora estaría durmiendo en una cama, en el castillo de mi primo, con alguna sirvienta…

—Pronto lo estará…

—Sí… eso espero… tengo ganas de ver a mi primo, ha crecido el muy idiota seguramente, me hubiera gustado quedarme en el reino, pero ya saben, aquí me necesitan más —habló con una fingida sonrisa. Los otros dos se miraron, para nadie era un secreto lo que sucedía en las Colinas: la guerra contra los salvajes se había encrudecido y muchos poblados estaban cayendo ante la enorme masa de bárbaros. Sven seguro era el primogénito de algún noble pobretón, que por miedo de perder a su único hijo lo mandó lejos de la guerra, al otro lado del Gran Río, para que estuviera a salvo—. En fin, ustedes viajan mucho por estos parajes ¿no? —el noble era un niño mimado que se montó en el mismo barco que Alf y Helge cuando venían hacia el Sur. Él fue quien se les acercó para preguntarles si se dirigían hacia Tun, seguro algún marinero se fue de lengua y comentó lo que eran cada uno. Helge, el mago que habla más de 15 idiomas, y Alf, el escribano. Ambos eran conocidos como los Historiadores, pero en esa parte muchos creían que solo eran un cuento sobre trotamundos.

—Hace mucho que no veníamos…

—Es cierto que son narradores, de esos que escriben historias, algún libro tuyo he leído en algún momento, en casa tenía, tengo, una biblioteca inmensa… ¿cuál es tu firma? —dijo el noble.

—No he publicado ningún libro —mintió Alf, no quería hablar de eso. Sus ojos cayeron sobre las jutías que comenzaban a dorarse por el fuego. Hubo varios instantes de silencio. El aullido de lobos hizo que Sven se tensara—. Tranquilo, no atacan a los humanos, son más de cazar otras cosas… si estuvieras en las Tierras Congeladas, si te haría falta una buena escolta…

—Maldita sea, odio a esas bestias… una vez un cazador de animales llevó lobos con un zoológico que tenía a nuestro pueblo…

—¿De qué color eran los lobos? —interrumpió Alf.

—Blancos, tan blancos como la nieve, altos, medían siete pies, no ocho, y su boca, fácilmente podía tragarse a un humano —Alf sonrió, era la clase de exageración que hacía un pueblerino en las historias, pero una vez, en una cueva en las Tierras Congeladas, buscando refugio del frío, se toparon con una loba enorme, daba miedo de verla, tuvieron suerte de salir vivos de ahí.

—No te preocupes… esos son de las Tierras Congeladas, aquí los lobos son como zorros, y nunca se acercan a los humanos…

—Es un alivio eso que dices —dijo el noble mirando a la oscuridad del bosque sin creérselo. El estómago le rugió de pronto—. Me jode que solo me hayan quitado todo a mí…

—Nosotros tuvimos suerte de que vinieras —dijo Alf sonriendo—, si no, nos hubieran quitado todo a nosotros…

—Sí, bueno, supongo… —hubo varios instantes de silencio donde solo el viento habló—. ¿Es cierto lo que dicen de los dem´r? —preguntó casi como un susurró mirando al suelo. Alf miró a Helge—. Lo preguntó porque en el barco, me dijeron que está tierra está maldita… y Tun es un lugar lleno de esas cosas…

—¿Supersticioso? —preguntó Alf mostrando una sonrisa.

—No… pero hace mucho que no vengo, quiero saber si es verdad… Ustedes… se ven que tienen mundo…

—Ya sabes como son los de aquí… no te preocupes por eso… lo más parecido a un dem´r que verás es la obra de teatro… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, el rey maldito…

—Buena obra —dijo el noble—, una vez la vi…

—Ya está casi listo —comentó Alf pinchando con un palo la carne—. Come y descansa un poco, mañana llegaremos a Tun, no querrás que tu primo te note cansado… —Sven asintió.

La comida trascurrió en silencio. Varios lobos del bosque se asomaron ante las llamas del fuego, con sus orejas erguidas, eran pequeños y de un color verdusco, aullaban, gruñían, pero ninguno se atrevía a dar un paso contra los viajeros. Helge le tiró restos de carne a uno hacia los arbustos. Pudo oírse una pelea entre ellos que al final se calmó. Sven se terminó su pedazo de jutía y se tiró en la yerba. Alf se desabrochó su capa y se la dio. El noble la rechazó al comienzo, pero después lo pensó mejor y la agarró. El mago se enfurruñó en su capa, no se sabía si estaba durmiendo, muerto, o si vigilaba. El anciano después del último bocado siguió tarareando, esta vez una de las canciones más famosas en toda la Región: La forma del fuego. Una canción triste, que sumió al noble en unos segundos en un profundo sueño.

Helge despertó en la madrugada cuando el alba comenzaba a despuntar. El mago se movió intranquilo en sus sueños, y cuando abrió los ojos se encontró lleno de sudor; apartó la capa de su cuerpo y se estiró un poco… Entre los árboles del bosque algo llamó su atención. La fogata estaba consumida casi por completo, excepto por unas ascuas rojas que seguían intentado respirar entre las cenizas. Alf dormía sentado y el noble estaba bajo la capa del escribano. Hubo un momento intenso donde el mago miró con más ahincó hacia el bosque en penumbras, como si no estuviera viendo algo: las hojas de los árboles se movían despacio y el aire se estaba volviendo gélido. El lingüista llevó su mano al cinturón donde guardaba una daga. El bosque no tardó en oscurecerse, la fogata se apagó y todo quedó a oscuras. Helge, como alguien que está atento, murmuró rápidamente unas palabras en idioma arcano, y un fuego se prendió en sus manos. En el claro, a escasos metros de él, había una sombra que salía del suelo, el fuego en su mano dejaba verla con nitidez. El mago no tardó en murmurar otras palabras: esta vez el suelo se estremeció y un hilo de sangre le corrió por la nariz. Al cabo de unos instantes el alba regresó. Helge se hallaba en el claro, las ascuas del fuego seguían ardiendo, Alf roncaba y el noble discutía dormido. El viento mecía con suavidad los árboles y el frío otoñal volvía a imponerse. El mago comenzó a respirar fatigado, la magia tiene un alto precio, sus manos comenzaron a temblarle al igual que los pies, los pulmones parecían querer estallarle. Después de unos minutos insoportables, el lingüista logró reponerse y correr hasta Alf para despertarlo.

—¿Hey, que sucede? —dijo el anciano en voz baja, pasándose la mano por el rostro para despertarse. Miró a su amigo preocupado por el aspecto que traía.

—Nos encontraron… solo era uno, lo pude detener, pero vienen —dijo Helge asustado, las manos le temblaban

—Imposible… los despistamos en el mar…

—Parece que no ha funcionado… No podemos dejar que ellos encuentren el cuarzo… —las miradas de aquellos hombres cayeron sobre el chico que dormía.

—¿Ellos lo vieron?

—No, se acercaron por el plano celestial, querían atacar tu aura directamente…

—Cada vez más desesperados —comentó Alf levantándose—, suerte que te tenía a ti —sacó de su zapato un colgante donde pendía un cuarzo de color blanco—. Ellos no saben quién es, y supongo que seguirán tras nuestra pista… cuando se den cuenta que no tenemos el colgante, deberán comenzar de nuevo… parece que el azar del destino a elegido un nuevo portador…

—¿Estás seguro?

—No… pero, ¿qué otra opción tenemos? —dejó el colgante en el cuello del muchacho, la piedra brilló. Alf abrió su macuto y sacó un mapa, luego del zapato una moneda de oro, se lo dejó todo delante—. Si que voy a extrañar mi capa —comentó mientras el muchacho se revolcaba por la yerba envuelto en ella, discutiendo en sus sueños. Los Historiadores se perdieron entre los árboles cuando comenzaba a salir el sol. Dejando una gran responsabilidad en manos de un noble.

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