Algo parecido a un rugido la despertó. Sonaba como un perro rugiéndole a otro, pero ponía los pelos de punta. Aguzó el oido. Se escuchaba de nuevo. Y ahora silencio. De repente le pareció una pelea de perros grandes, y parecía provenir del piso de abajo. ¿Se habrían colado unos perros callejeros en el garage? Ahora parecían más bien lamentos… Y para colmo Elías no había vuelto de trabajar.
Salió de la cama a regañadientes. Además, ¿qué haría ella si se encontraba con dos grandes perros abajo? ¿Llamo a la policía? Joder, al fin y al cabo serían sólo perros… A ella le encantaban los animales, así que sabría manejar la situación. Bajó pausadamente las escaleras y, al pasar frente a la cocina, vio los cuchillos… Sin hacer ruido entró y cortó varias rodajas de salchichón, por si acaso. Otro rugido la sobresaltó, y ahora parecía más fuerte, más cercano. Pero no venía del garage, sino del sótano.
«Ya sé: se colaron por el ventanuco». Al abrir la puerta del sótano los rugidos parecían mezclarse con los lamentos, y la intensidad iba aumentando. Se deslizó temerosa un par de escalones abajo hasta alcanzar el interruptor de la luz. Al encender, todo quedó en silencio. Nada por aquí, nada por allá. Si unos perros se habían peleado, allí no había sido. Bajó los escalones que le quedaban. Sin embargo parecía seguir oyendo unos ligeros gemidos perrunos, pero esta vez como lejanos.
Guiada más por su instinto que por el sonido, fue adentrándose en el sótano, armada con sus ruedas de salchichón, hasta que una caja grande, o un pequeño armario, cubierto con una manta gris, llamó su atención.
Allí podría haberse escondido al menos uno de los perros. El que perdió la pelea, a juzgar por los gemidos. Ahora era más bien un lloriqueo.
Respiró profundo, alargó la mano en que sostenía el salchichón, y con la otra retiró la manta, quedándose sorprendida, y no precisamente por encontrar un perro herido.
Era una jaula enorme. Nunca había visto una jaula tan grande, con unos barrotes tan fuertes y gruesos. ¿Para qué era aquello? Tenía cadenas y candados en el interior, tirados en el suelo de la jaula, como para inmovilizar a lo que quiera que fuese que había estado allí dentro. ¿Un gorila, quizás? Desde luego no era la jaula de un hámster.
Por su mente negativa comenzaron a sucederse imágenes horribles de películas de psicópatas… Tuvo que sacudir la cabeza para intentar librarse de ellas. ¿Conocía de verdad a su novio? Esa idea le produjo un escalofrío.
Intentó sobreponerse. La imagen de aquello la había hecho olvidar el tema de los perros. Examinó la jaula con más cuidado. También podría formar parte de un número de magia, como los de Houdinni. Aunque en apariencia estaba bastante descuidada. Algo de eso, de números de magia, habían hablado entre ellos en alguna ocasión… ¿O se lo imaginaba para tranquilizarse?
Volvió a cubrirla. No paraba de pensar qué respuesta le daría Elías sobre la existencia de aquel armatoste tan tétrico en el sótano.
Volvió a oir los gemidos de nuevo. Levantó una punta de la manta y se asomó al interor. Cesó todo sonido. Al soltar la manta y quedar de nuevo cubierta la jaula, volvió a oirse un rugido, ahora no tan fuerte como hacía un instante pero lo escuchó de forma clara. Provenía del interior de la jaula, estaba segura. Recordó los perros. ¿Se habrían escondido detrás, en algún recoveco que ella no podía alcanzar a simple vista? Un poco desconcertada por todo aquello, dio un par de vuelas a la vez que agitaba el salchichón «ven, perrito bueno, ven…»
Pero allí no había nada.
Molesta y asustada subió a la casa, no sin antes dejar el salchichón en el suelo.
– Más le vale que me cuente una buena historia para el artefacto ese del sótano, más le vale que sea buena… -decía en voz alta mientras cerraba la puerta del sótano con llave. Se fue a la cocina y preparó café esperando el regreso de su novio, para asaltarle con una batería de mil preguntas en cuanto lo tuviera delante.
Y os aseguro que la historia que él le contó fue buena, bastante buena.
Y como su propio nombre indica, es otra historia.
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