El amor hace cosas
raras conmigo.
Enciende mis mejillas
y agudiza mis sentidos,
tomando control total
de mi anatomía.
El amor, cuando me
posee, me toma de
cruel entretenimiento:
como el viento eleva a
la hoja, dándole a ésta
la falsa esperanza de
que vuela, solo para
dejarla caer. Como el
anzuelo al pez;
atrayéndolo para
conducirlo a su final.
El amor se presenta en
mi vida con las mismas
sensaciones que ofrece
un narcótico: haciéndome
ver todo de una manera
distinta, casi mágica.
Provocando que los colores
sean más llamativos, los
sentimientos más intensos y
las buenas sensaciones incluso más gratificantes.
El amor es un fascinante espectáculo de magia:
inesperado, intrigante y
emocionante. No importa
qué tan escéptico sea el espectador ni cuánto
cuestione su naturaleza,
siempre siente curiosidad
por el desenlace.
Pero cuando lo experimento
no estoy siendo
dueña de mis facultades:
porque el amor se apodera
de mí con tal intensidad que
pienso cosas inimaginables,
veo todo de
una manera distinta y hablo
sin premeditación. El amor me priva del control y, a cambio,
ofrece la emoción.
El amor me vuelve débil y
obsesiva: haciéndome creer
que cualquiera es digno de
saber mis secretos y
protagonizar mis
pensamientos. El amor me deshumaniza;
convirtiéndome en un ente
constantemente embelesado
con cualquier elemento que brinde un recuerdo relacionado
a mi amante.
No importa realmente si me descuido del mundo porque
de eso se trata: de perderme.
¿Y cómo saber si la otra
persona experimenta el
mismo júbilo? Porque la
peor parte del paracaidismo
es tocar el suelo y tener que
subir de nuevo para poder experimentar la adrenalina.
Yo no quería poner los pies en
tierra de nuevo, quería quedarme suspendida en el
aire; cayendo eternamente sin
experimentar repercusiones.
Pero las consecuencias son solo
visibles a la luz del día: porque, en la noche, soy un ser
libre e independiente completamente confiado.
Quizá debería culpar a la
luna de sumirme en la soledad que me mueve a entregarme
en cuerpo y alma.
Pero no es culpa de la luna,
sino del amor, el que me
arrastre de vuelta hacia quien
me hirió. Porque el
amor me cega con la falsa
creencia de que quizá ésa
persona se arrepintió de sus
acciones.
Si así fuera, ¿sería necesario
arrastrarme?
Pero no hay tiempo para
considerar, si quiera, la
dignidad: debo
mantenerme ocupada
amando a alguien más
para ignorar la tarea de
amarme a mí misma. Por
eso me arrastro sin
admirar la probabilidad
de ponerme de pie.
¿Por cuánto tiempo estarán
generosamente abiertas las
puertas a tu corazón? Porque
recuerdo que, cuando te
hirieron, lo cerraste:
prohibiendo la entrada hasta
nuevo aviso.
Necesito saber por cuánto
tiempo estarán abiertas para
amarte incesantemente y
desaparecer antes de que las
cierres nuevamente para no
quedarme fuera. No podría
soportar la humillación de que
cierres la puerta en mi cara.
Lamento, por cierto, si estoy
molestando al preguntar. Es
típico en mí arruinar el
momento considerando
constantemente la
probabilidad de que dejes de
amarme.
A veces freno tu caminata para
tomarte de la mano como un
infante necesitado de atención o
interrumpo tus pláticas para
besarte con necesidad:
irrumpiendo en tus acciones más
cotidianas con mi asfixiante
amor; movida por la fascinación
que me causa tu mera existencia.
Pero, ¿te pasa a ti igual que a mí?
Cuando me besas o me tomas de
la mano, ¿lo haces porque te
mueve el deseo; o por simple
hábito?
No quiero ser un hábito, por si te
lo preguntas. Porque los hábitos
se vuelven aburridos,
monótonos y uno desea
cambiarlos.
Quiero ser un anhelo: lo que
realizas movido por frívolo
placer y entretenimiento para
alegrar tus días. Lo que persigues
para contentar tu alma.
Pero debo aclarar, para que
nuestro romance no llegue a
su trágico fin, que estoy
dispuesta a ser tu hábito. Que
prefiero ser monotonía antes
que no ser en absoluto; que
puedes tomarme de la mano
por costumbre y yo, en un acto
de autocompasión, me
convenceré de que lo haces por
voluntad propia.
Ess culpa del amor, el que me arrastre de vuelta hacia quien
me hirió. Porque el amor me
cega con la falsa creencia de que quizá ésa persona se arrepintió de sus acciones.
Si así fuera, ¿sería necesario arrastrarme?
Pero no hay tiempo para considerar, si quiera, la
dignidad: debo mantenerme
ocupada amando a alguien
más para ignorar la tarea de amarme a mí misma. Por eso
me arrastro sin admirar la
probabilidad de ponerme de pie.
No tienes que saber que te amo
desesperadamente porque no me
amo a mí misma; puedo
convencerte de que mi amor es
obsesivo porque eres demasiado
importante. No soportaría que
comenzaras a verme como
realmente soy: una criatura
susceptible al rechazo y
necesitada de tus encantos.
De todos modos no creo que
hayas cuestionado nunca el
motivo de mi afecto. Te gusta
demasiado la intensidad con la
que te amo, no necesitas
explicaciones.
Más importante aún, cuando me
arrastre hacia ti, ¿me dejarás en
el piso o me ayudarás a ponerme
de pie?
OPINIONES Y COMENTARIOS