El Ritual de los Seres de Blanco

El Ritual de los Seres de Blanco

Ricardo Valdez

17/12/2018

Las tenues luces de las farolas dibujaban en el aire caprichosas formas, como halos blancuzcos en la oscuridad de la madrugada fría, mientras una pesada niebla cubría el otrora imponente Edificio, que con sus molduras, sus frisos y columnas aún parecían demostrar un poderío sin decir una palabra, parecía que todavía era portador de un Poder Antiguo, al mismo tiempo en que se desmoronaban y caían sus revoques.

De pronto, un sexagenario y lánguido Ser se apareció detrás de nosotros, y a paso veloz se dirigió hacia la entrada del gran Edificio. La sorpresa nos turbó por un instante, hasta que nos dimos cuenta que no nos podía ver, – y en realidad después descubrimos que nadie nos podía ver en este sitio tan interesante-.

Un ruido de metal precedió a un chirrido, y las grandes puertas se abrieron de par en par, haciendo que una bocanada de luz pareciera querer iluminar la negrura de la mañana. Recién entonces divisamos al Ser con mayor precisión, vestía un extraño atuendo largo, aburrido, gris y sobrio que parecía estar en consonancia con el edificio, pero no con la vivacidad de sus ojos. Al instante los vehículos llegaron, iluminando la fría niebla con su faros y balizas, mientras presurosos, entre besos y despedidas, decenas de Seres Pequeños caminaban, saltaban y corrían hacia la gran entrada, llevando pesadas cargas en sus espaldas, sobre la blancura de sus ropas, algunos murmurándose secretos, otros empujándose mientras entre grititos, charlas y golosinas, se quitaban la somnolencia de sus cuerpos y sus ojos. Detrás de ellos llegaron los otros, Seres más grandes, algunos mayores que otros, todos vestidos de largos ropajes blancos, los más jóvenes cargando grandes bolsas con papeles, bultos y más papeles, que con una mirada vívida y tenaz, repasaban los movimientos de los pequeños y las charlas de los mayores, mientras a paso vertiginoso ingresaban al Edificio. El caminar más parsimonioso de los Seres Mayores parecía coincidir con la preeminencia de su estatus y la volatilidad de sus charlas parecía ser indiferente del ensordecedor murmullo reinante en la señorial entrada.

En ese instante un estrepitoso ruido cortó en seco el alboroto del momento, -el responsable no era otro que Ser de gris- y el caótico desorden en un instante terminó por ordenarse, los Seres Pequeños se reunieron y alinearon, mientras los Seres Mayores cruzaban miradas a diestra y siniestra como en busca de quien se atreviera a desarticular la simetría de sus filas, y de hecho varios de los pequeños parecían contrariar esas fuerzas, empujándose o sencillamente actuando indiferente ante los regaños de los mayores … Entonces comprendimos que comenzaba una especie de ritual, una extraña ceremonia cuyo altar era una solitaria y larga asta, que se erguía sólida en el medio de un solar interno. Las reprimendas al murmullo fueron seguidas de un silencio, que a su vez fue eclipsado por una melodía que brotaba de algún lado, no cualquier música, sino un aria a la que las voces de los Seres Mayores y Pequeños trataban de seguir. El momento parecía volverse cada vez más solemne, quizás por lo pomposo de la música o por lo enigmático de la letra, a la vez que las voces coreaban casi sin comprender. Mientras tanto sobre el astil corría con ligereza un símbolo, dirigido por las pequeñas manos de los pequeños seres, que comenzaba a ondear en la fresca brisa de la mañana. El frío saludo del Mayor de los Seres Mayores pareció concluir el extraño rito, mientras el murmullo y las risas de los pequeños hacían volver la vida al solar.

Nuevamente sobrevino un cambio, y todos los seres comenzaron a abandonar el solar para encerrarse en recintos periféricos. Más ruidos, más murmullos, más gritos y reproches … Comenzaba al parecer otros rituales, más privados, entre cada uno de los Seres Mayores y muchos de los pequeños, quienes se apresuraban a desparramar el contenido de sus bolsos sobre las incómodas mesas que los ordenaban, mientras el oficiante acuñaba mensajes en la pared y en el aire, y los menores trataban de encontrar el significado de sus palabras. Pero el orden quizás encubría un caos, un caos invisible resultado del mensaje, de las invisibles diferencias de los menores -cada uno en su propio mundo-, de las diferentes acciones del momento -cada uno relacionándose con todos-, un rito donde el caos-orden o un orden-caos hacía indescriptible a las fuerzas del ritual, que quería continuar y terminar luego de haber empezado, pero que cíclicamente siempre volvía a sus comienzos. Solo el estridente ruido producido por el Ser de gris parecía marcar períodos que pusieran fin a los interminables ciclos dentro de los recintos. Y los Seres -grandes y pequeños- emergían hacia el solar en busca de calor, de aire, de libertad, y de alimentos, todo a una frenética velocidad como si se deseara distorsionar el tiempo para no volver tan pronto a los rituales del encierro. En ese entonces los pequeños escapaban con los juegos hacia mundos muy distantes, mientras los mayores discutían sobre interminables problemas, sobre necesidades o quizás sobre banalidades que también los liberaba temporalmente de los gruesos muros del templo. El odioso ruido nuevamente ponía otro fin y otro principio a los rituales, que cíclicamente se fueron sucediendo hasta que el Sol se encontró en su cenit. Fue entonces cuando todos los seres salieron por última vez al solar, pero esta vez de nuevo reunidos y alineados -aunque ahora el desorden casi no era posible de ordenar- para recibir la despedida del mayor de los mayores.

Los gritillos, cantos, sonrisas y adioses se sumaron a las presurosas idas de los mayores y a las corridas de los pequeños, quienes con presteza montaban nuevamente en los vehículos, pero ahora cargados de una energía nueva, de una alegría, como si una misteriosa fuerza creada en el Edificio finalmente se hubiera enraizado en sus cuerpos y sus almas.

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