El año viejo llevaba ya un rato guardando sus cosas en un hatillo. Acarreaba con él para siempre tantos sueños rotos y deseos incumplidos, que no pudo dejar de pensar en cuánto daría por poder charlar, aunque fuera un ratito, con el año nuevo que llegaba a sustituirlo en la ardua tarea de dejar pasar el tiempo.

Pero eso era imposible, ya se lo habían advertido. En el escaso segundo en que se cruzaran con el sonido de fondo de las campanadas del reloj, apenas había tiempo para un apretón de manos y el esbozo de una sonrisa sincera, neutra, sin estridencias, en la que el nuevo recluta del tiempo no pudiera adivinar la amargura ni la infelicidad del que se iba sin culminar la tarea.

Miró nuevamente el reloj. Estaba nervioso. Volvió a apretar el lazo del regalo que dejaba para el año entrante, lo único que podía hacer para no sentirse inútil, y volvió a mirar a su alrededor por si se dejaba algo.

Prefirió no pensar en lo que había pasado ni en lo que pudo ser y no fue. Su misión terminaba y tendría toda una eternidad, más adelante, para cargar con el peso plomizo de su calendario. Ahora había que estar a lo que estaba. Era la hora de dar el relevo y de atisbar, en la cara del compañero, la emoción de venir al mundo.

Con la primera campanada apareció, de la nada, con el traje planchado y el peinado perfecto. Su cara le recordó a él mismo en el espejo, cuando todo era ilusión y el futuro parecía fácil.

Se acercó, con la seguridad del maestro que parece vivir para mostrarte el camino, y se atrevió a darle un abrazo, en un ataque de emoción que sorprendió al año nuevo. Le entregó su regalo, envuelto en el papel brillante en el que se envuelven los sueños y le indicó el camino al escenario donde ya se oían los aplausos.

Antes de irse, con la última campanada de las doce, lo observó desenvolver nervioso el paquete donde él le había dejado de regalo la esperanza, esa que no debe perderse nunca, y que todos los años viejos tienen que dejar al que llega para que ilumine con su luz nuestras tinieblas.

– Suerte compañero- dijo, mientras saltaba hacia el lugar donde se guardan los años que vivimos- que la esperanza ilumine el camino de todos y ayude a cada uno a ganar su batalla.

FELIZ AÑO NUEVO.

M. Carmen Orcero

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