El reflejo la atormentaba, el reflejo del vidrio que apuntaba a ella como malhechor juicioso por ser malo con ella. El reflejo de la pantalla de la computadora que la veía en su día a día, y la acompañaba en la montaña rusa de su vida. El reflejo de su cara en la taza de café ya culminándose. Quinientos gramos de cafeína ya no le hacían nada. Mucho menos quitarse el sinsabor de su boca mientras se mantenía cautiva en una piel que ya le quedaba apretada. La incomodidad de ser alguien que no era le apretujaba su garganta, pero ya no quedaban más lágrimas que derramar. Se había secado, y era como un fantasma sin anima, perturbada de tanto aguantar, vivía en estado automático cual robot sin corazón. La pasión la había abandonado hacia par de años, otra vez se había alejado de lo que la hacía volar, la mejor droga que se pueda consumir en esta vida, es la felicidad, pero ella no sabía mucho de esa, sino más bien se había mandado múltiples sobredosis de dolor.

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