“El Rebote Hacia Otra Dimensión: Un Domingo con Betillo

“El Rebote Hacia Otra Dimensión: Un Domingo con Betillo

Betillo Meneses

10/06/2024

Alberto, más conocido como Betillo entre sus amigos, se despertó temprano aquel domingo, emocionado por el partido de básquetbol que se avecinaba. Como cada fin de semana, las canchas de Chicoloapan se llenaban de entusiastas del deporte, listos para disfrutar de su pasión.

Ese día, sin embargo, algo inusual ocurrió. Betillo, quien rara vez perdía un partido, se encontró en el lado amargo de la derrota. La tristeza y la frustración se apoderaron de él y de su equipo. En busca de consuelo, decidieron compartir una torta que uno de los jugadores había traído.

La derrota había sido inesperada, un golpe al orgullo de Betillo y su equipo. En un intento por olvidar el amargo sabor del fracaso, compartieron una torta que prometía ser el bálsamo para sus heridas. Pero esa torta escondía un secreto: un hongo alucinógeno que transformaría su realidad.

Las horas se desvanecían en un parpadeo, y los minutos se diluían como gotas en un océano de tiempo distorsionado. Betillo y sus amigos, ahora navegantes de una realidad alterada, se encontraron en un mundo donde la gravedad era una sugerencia más que una ley. Los aros de baloncesto, antes simples objetivos de juego, se transformaron en portales giratorios que conducían a dimensiones desconocidas, cada uno prometiendo aventuras más salvajes que el anterior.

Con cada salto, Betillo y su equipo se elevaban, suspendidos en nubes de colores vibrantes que cambiaban de forma al ritmo de sus latidos. Las estrellas descendían para jugar un partido celestial, donde los cometas eran los balones y las constelaciones delineaban las canchas. Los agujeros negros servían como desafiantes oponentes, su fuerza gravitacional desafiando cada tiro y cada pase.

Los perros del parque, ahora criaturas de sabiduría infinita, conversaban con ellos en un lenguaje universal de empatía y entendimiento. Impartían lecciones de vida que resonaban en sus almas, cada palabra una semilla plantada para futuras reflexiones. Los balones, convertidos en seres parlantes con voces melodiosas, contaban historias épicas de partidos jugados en galaxias lejanas, donde nebulosas y agujeros de gusano formaban la audiencia de sus hazañas intergalácticas.

La tarde se deslizó en un torbellino de risas y maravillas, un carnaval de ilusiones que solo la mente más creativa podría haber imaginado. Árboles danzantes, flores que cantaban óperas y bancas que invitaban a viajar en el tiempo adornaban el paisaje de este parque transformado. Las sombras jugaban al escondite, y las luces parpadeantes tejían patrones que contaban la historia del universo.

Pero mientras la diversión alcanzaba su clímax, una sombra más densa y poderosa se cernía sobre ellos. La realidad, con sus garras afiladas, comenzaba a reclamar su lugar. El efecto del hongo, esa llave mágica a un mundo de fantasía, empezaba a desvanecerse, arrastrando consigo la alegría y la euforia. La claridad se abría paso a través de la neblina de colores, y la gravedad volvía a anclarlos al suelo.

Cuando la oscuridad envolvió el parque, Betillo y sus amigos se encontraron en un lugar desconocido, un anexo silencioso que parecía existir fuera del tiempo y el espacio. La magia de la tarde se había disipado, dejando solo un vacío y un sinfín de interrogantes flotando en el aire. ¿Cómo habían llegado a ese lugar de paredes blancas y puertas cerradas? ¿Había sido real la conversación con los perros sabios y los balones viajeros, o solo un sueño tejido por la mente?

La luz del amanecer trajo consigo la libertad, las puertas del anexo se abrieron como por arte de magia, y los amigos salieron, parpadeando ante la luz del nuevo día. La realidad les golpeó con la fuerza de un rebote inesperado. La aventura había concluido, pero la lección permanecía: la vida era una serie de altibajos, y cada momento debía ser valorado.

Sin embargo, la curiosidad y el deseo de revivir la emoción los llevó de vuelta a la cancha, donde una nueva torta los esperaba, prometiendo otra jornada de maravillas y misterios. Betillo y su equipo se miraron unos a otros, una sonrisa cómplice en sus labios. ¿Se atreverían a morder de nuevo, a sumergirse en el ciclo de lo fantástico?

Y así, con una mordida, el ciclo comenzó de nuevo. El parque se transformó una vez más en un escenario de lo imposible, y ellos, actores principales de una obra sin fin.

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