Te veo frente a mí y me veo a mi mismo, como si vivieras en un espejo sin vidrio, como si fueras un precipicio que cae hacia arriba y se eleva hacia los lados. Que se sostiene en un misterioso abajo que no está en ninguna parte, como una manzana que cae al suelo que cae al cielo.
Te veo y te encuentro conocido pero no sos nadie. Te encuentro una traza de sólida certidumbre en la comisura de los ojos y en el brillo de tus pupilas el silencio de la verdad que no acaba nunca y que no dice nada. Jamás para mí.
Muevo un pie, he aprendido a caminar. Muevo el otro y el otro y veo que camino rápido, porque pienso que tengo que llegar a vos. Tengo que llegar y tocarte y sentirte entre mis manos. Nada hay que no sea entre las manos para el que toca, porque ver vemos, pero no estoy seguro nunca de lo que veo, sin embargo si te toco mientras te veo ya no tengo dudas.
Te veo venir hacia mí y estar tan próximo que deseo besarte además de asirte, deseo también poseerte y sentir, o pensar, que mientras te tenga asido y mientras te esté besando, sea posible, a lo mejor en mi añoranza, creer en tu amor. Creer que me estás amando y que el duradero abrazo y el sensual sabor de tus labios, que no son más que los míos contra los míos, durarán hasta que ya no quiera más vivir, porque me pierda en la distracción de una palabra que se dice y se dice y se dice hasta que se diluye y se transforma en silencio.
Pero yo voy y vos venís y la distancia no cesa.
Te hago preguntas pero no tenés lengua para responderlas.
Tengo sincero miedo de alcanzarte y sentir que nunca me amaste. O que yo no crea que sea posible que me amés.
Corro y quiero parar. Paro y te veo venir a mí. Corro y te veo de pie inmóvil. Sonriendo, llorando amargamente, no podría estar seguro.
¿Quién sos enigma de toda mi vida? ¿Por Dios, quién?
Tus ojos, entonces, de súbito se hunden en la neblina de tu piel y ya no los puedo ver. Después tu nariz, tu boca. Se pierden hacia adentro y me quedo con un monstruo, me quedo, lo comprendo con pavor, con el diablo mismo mirándome de frente, viniendo hacia mí.
Y yo voy porque sé que sos yo y aun sin rostro, y a pesar del terror, diablo mío, necesito tocarte.
Estoy cansado, pero debo decidir.
Aunque sé que no te voy a alcanzar.
Estamos corriendo sobre el toroide vos y yo, que exhuda hacia afuera, como una fuente, todo lo que se rehusa a la entropía.
Siempre uno frente al otro, sin remedio, sin llegada, sin más que yo.
Yo.
OPINIONES Y COMENTARIOS