«EL PROFESOR YUROVSKY» (NOVELA ERÓTICA) LEÓN PERRONE
El profesor Yurovsky (2019) Novela erótica – Horacio León Perrone Barrera
Introducción
(sangría) Era Navidad y nevaba violentamente en Ucrania aquella noche, mientras el viento arreciaba con fuerza en los alrededores de Kiev. A unos setenta kilómetros de la capital había un diminuto paraje, con muy pocas casas, escondido en un denso bosque. Allí se erguía la modesta cabaña de Sergey Yurovsky, un ermitaño gruñón de cuarenta y seis años, que se había recluido desde la muerte de su esposa. Hacía unos diez largos años que este hombre vivía solo, apartado del mundo civilizado, y con un comportamiento brusco, antisocial y huraño.
(sangría) Durante su juventud fue profesor de lengua y literatura rusa, en la Universidad de Minsk (Bielorrusia), donde se enamoró de una estudiante suya: Natasha Lipova, una hermosa y delicada muchacha bielorrusa, de apenas diecinueve años de edad, que tomaba su clase. La jovencita, al principio, se mostró indiferente ante las constantes y evidentes atenciones de su apuesto profesor, que ya contaba unos treinta años, y ocultando su rostro detrás de su larga cabellera rubia, se concentraba únicamente en obtener buenas calificaciones.
De todos modos, pese a los esfuerzos de «Tasha», antes de finalizar el semestre había cedido a la insistencia de Sergey, quien logró conquistarla, y comenzaron un romance a escondidas de todos. Pronto, la niña enamorada de su maestro, encontró la manera de escabullirse de la casa de sus padres para pasar la noche con su amado. Yurovsky la había seducido y excitado, hasta convencerla de entregarse completamente a él, y aquella noche tan fría y oscura, movida por su propio deseo, e incendiada por la lujuria de su amante novio, le obsequió todo su amor, su alma y su cuerpo, su virginidad, su sexo, la humedad de sus entrañas, el placer de su primer orgasmo, y los gemidos de la niña volviéndose una mujer.
(sangría) Dos meses después, los padres de la muchacha se enteraron de lo que estaba sucediendo con su hija, y amenazaron al docente con denunciarlo. Les prohibieron que volvieran a verse, y sacaron a la fuerza a Natasha de la universidad, pensando llevársela lejos en unos días. El señor Dimitry Lipov tenía parientes en Murmansk, al norte de la provincia rusa de Carelia, donde planeaba mudar a su familia. Pero Yurovsky, que ya esperaba tal desenlace de antemano, había tramitado con anticipación su traslado a otra universidad, y acababa de recibir una respuesta favorable de Helsinki (Finlandia). Aprovechando la insensatez de la señora Lipova, que durante la ausencia de su esposo no vigiló tenazmente a su hija, Sergey sacó a Tasha por una ventana, y huyeron juntos a Finlandia. Allí se casaron, ni bien llegaron al país, y se establecieron, felices por estar unidos, amándose…
(sangría) Pero aquello había quedado muy lejos, olvidado en el doloroso pasado del profesor Yurovsky. Ahora, hundido hasta el fondo tras diez años de depresión, alcoholismo y abandono personal, Sergey empezaba a reaccionar de a poco. En su último viaje a Kiev, cuando fue por provisiones, se topó accidentalmente con una mujer: él salía del supermercado, con la visión tapada por las bolsas de víveres que llevaba, y sin querer empujó a Katja, que estaba de pie cerca de la puerta. Perdiendo un poco el equilibrio, dejó caer una de las bolsas, desparramándose los comestibles por el suelo. Ella se disgustó por el atropello, pero se compadeció luego y le ayudó a recoger sus cosas, viendo que se trataba de un hombre mayor y de aspecto descuidado. Oculto tras una crecida barba, grandes bigotes, y el cabello revuelto, con la ropa percudida y vieja, él parecía ser un anciano desvalido, pues aparentaba mucha más edad de la que tenía realmente. Sergey solía tener malos modales con la gente, pero esta vez se contuvo, y al incorporarse del suelo, alcanzó a leer un letrero que ella había pegado en el vidrio, que decía: «Se ofrece mujer responsable para limpieza de casas, lavado y planchado de ropa, cocina, y otras tareas domésticas». Entonces miró a Katja, y mientras ella le preguntaba si se sentía bien, entregándole la bolsa con los alimentos que le había levantado del piso, sintió un impulso y se dejó llevar sin pensarlo.
−¿Usted está buscando empleo, es la de ese anuncio? −dijo señalando el cartel fijado sobre el cristal.
−Así es señor, mi nombre es Ka… −respondió ella, pero Sergey interrumpió antes de que pudiese terminar de hablar.
−¿Cuándo cree que podría comenzar señorita? −exclamó seriamente, y enseguida se presentó−: Yurovsky, vivo a setenta kilómetros por la carretera. −Ella se sorprendió mucho, y estaba feliz de conseguir un trabajo, después de semanas enteras recorriendo la ciudad, pegando letreros en todos los comercios, paradas del transporte público, cafeterías, y sin una sola propuesta, hasta ahora.
−Cuando lo prefiera, pero quizás debería llevarse uno de éstos, así me llama cuando se decida −dijo entusiasmada, extendiendo la mano con uno de sus volantes−. Ahí está mi número telefónico −agregó sonriente.
−No será necesario −respondió él, negándose a recibir el panfleto−: ¿puede empezar en es… te momen… to? −imploró mientras parecía que iba a desplomarse, con todos esos paquetes llenos de mercadería.
−¡Oh, por supuesto, permítame! −exclamó Katja, sujetando al mismo tiempo al hombre y sus enseres.
Se dirigieron al estacionamiento, donde estaba el viejo automóvil de Sergey: un oxidado Lada Laika blanco, del cual él abrió la compuerta trasera, y colocaron ahí todos los bultos.
−¿Cómo dijo que era su nombre señorita? −preguntó respetuosamente, intrigado.
−¡No alcancé a decírselo, porque usted me interrumpió: Katja! −gritó ella, tratando de superar el sonido casi ensordecedor del viento−. ¡Y no soy señorita! −prosiguió−. ¡Estoy casada…! Y además no soy tan joven −añadió, bajando el tono de voz, como avergonzada.
−¡Ah, ni yo tan viejo como usted piensa! −replicó Yurovsky−. ¡Suba a la camioneta, antes de que la nieve nos congele! −Y señalando hacia el auto, se subió y desde adentro le destrabó la puerta.
Capítulo 1:
Volviendo a la vida
(sangría) Katja se convirtió rápidamente en una ayuda indispensable para Sergey, una compañera de silenciosas horas de tareas cotidianas, de rutinas repetitivas, algunas casi tan monótonas como rituales. Ella había llegado a su vida casualmente, y ahora estaba ayudándole a recuperar el sentido de estar vivo. Se volvió un importante soporte emocional para Yurovsky (mejor dicho, el único). Con el correr de los días, a medida que se iba acrecentando la confianza, ellos comenzaron a hablar, al principio de cosas simples y vanas, como sucede en la mayoría de las relaciones. Luego, debido a ciertas situaciones puntuales que se fueron dando, se animaron a conversar más profundamente, mostrándose el uno al otro con mayor sinceridad, revelando su pasado y expresando las emociones que los agobiaban.
La primera cosa que los llevó a ese nivel de intimidad, a través de una charla, fue cuando Katja encontró, mientras aseaba el dormitorio, una fotografía de la esposa de Sergey, oculta entre la almohada y su funda, justo del lado de la cama donde él dormía. Esa fue la única referencia de ella que había visto desde que iba a la casa; no había fotografías suyas en portarretratos, ni ropa que le hubiera pertenecido, o cualquier otra señal de su existencia: ni un solo rastro de la mujer de Yurovsky. En dos semanas nunca había visto nada relacionado con ella. Katja dejó la foto sobre la mesa de luz, luego de observarla un rato, y en ese momento Sergey entró a la habitación, la vio y dijo:
−¡Esa era la señora Yurovskya, mi difunta esposa! −Katja se sintió mal por haber invadido su privacidad, y se disculpó de inmediato−:
−Yo… sólo estaba ordenando la cama cuando esa fotografía cayó de alguna parte; lo lamento señor Yurovsky, no era mi intención…
−No te preocupes por eso, de igual manera, tarde o temprano íbamos a tocar el tema −agregó, sin la más mínima expresión de enojo. Mas bien, parecía haberse traslado, mental y emocionalmente, hacia el lejano pasado que compartiera con su enamorada. Y acercándose, tomó la foto y contempló con ternura la imagen de la joven mujer−: ¡Qué hermosa y dulce se veía aquel día! Acabábamos de casarnos en Finlandia, y aún estábamos disfrutando nuestra luna de miel. −Se quedó callado y pensativo, inmerso en los recuerdos de esa maravillosa época.
−No es necesario que me cuente nada de eso señor Yurovsky. Voy a continuar limpiando en la cocina −dijo terminando de extender la cama. Y salió de la recámara, en un intento de huir de esa situación embarazosa. Sergey la siguió hasta la cocina, con la fotografía de su esposa en la mano. Corrió una silla y se sentó a la mesa; aún estaba pensativo. Katja limpiaba la mesada y ordenaba la vajilla, e ignoraba a Yurovsky, dándole la espalda. Él se levantó, puso agua en la pava, y la colocó al fuego, mientras ella lo observaba de reojo.
−Deja eso y siéntate un momento: quiero hablarte de Natasha −dijo poniendo dos tazas sobre la mesa, con saquitos de té adentro, además de la azucarera, platitos, cucharillas, y volvió a sentarse frente a la fotografía de Tasha. Katja continuó sus tareas, mientras Sergey permanecía inmóvil, recordando…
(sangría) El sonido del agua hirviendo en la pava obligó a los dos testarudos a volver en sí. Ella dejó lo que estaba haciendo, y puso el agua caliente en ambas tazas, antes de sentarse, para escuchar a Sergey. No se parecía en nada a la mujer de Yurovsky: era temperamental, atrevida, con firmeza de carácter. Lucía muy diferente que la joven señora Yurovskya: tenía treinta y ocho años, de largos cabellos negros, bien lacios y brillantes, preciosos ojos azules, y vestía como una mujer más joven, pero muy sobria. La verdad es que sentía curiosidad por saber lo que Sergey iba a contarle sobre su esposa, aunque no estaba segura de querer involucrarse.
(sangría) Nunca la había mencionado hasta ese día, ni Katja se había aventurado a preguntarle nada de su vida pasada, porque Yurovsky se veía tan reacio a todo contacto, y la comunicación entre ellos era solamente la esencial: el día que Sergey la contrató, al chocarse con ella en la salida del supermercado, apenas cruzaron unas pocas palabras. Katja sí era muy desenvuelta y conversadora, pero pronto se dio cuenta de que éste no sería un gran interlocutor, y se mantuvo en silencio.
Cuando subió al auto, escapando de la fuerte nevada y el viento, notó que el vehículo estaba sucio y en completo desorden: había cosas tiradas en el suelo, sobre el tablero y debajo del asiento. El tapizado de la puerta estaba manchado, y el polvo pegado formaba varias capas. Parecía abandonado, pero no: Yurovsky lo conducía siempre para ir a la ciudad, y era obvio que ni lo notaba, o simplemente no le molestaba en absoluto.
Aún observaba el decadente panorama cuando él le hizo unas preguntas:
−¿A dónde vives, es cerca de aquí? ¿Quieres que te lleve para buscar algo, o decirle a alguien que estarás trabajando en mi casa? −Pero como no le respondía pensó que se había arrepentido−: A menos que ya no estés interesada en el trabajo. Si es así, lo entiendo; no será nada fácil desenterrar mis cosas tapadas de mugre, y sólo has visto mi auto. Debí buscar ayuda hace mucho tiempo, pero creo que todavía no estaba listo. Igual podría llevarte hasta tu casa; no puedo dejarte caminar con esta tormenta −concluyó, mientras Katja lucía preocupada y dubitativa.
−¡No, no será necesario! Se hace tarde, y la nieve es cada vez más espesa. Vamos a su casa, y me muestra lo que debo hacer −respondió ella. Katja necesitaba más ese empleo (y la paga) de lo que Sergey a ella y sus servicios. Dicho esto, Yurovsky le dio arranque al viejo cachivache que conducía, y buscó la salida a la carretera.
(sangría) El viaje duró poco más de una hora, y la nieve se acumulaba sobre el automóvil, formando una gruesa capa de hielo. Los limpiadores giraban lentamente sobre el parabrisas, y la visión era muy reducida gracias a la densa niebla, el fuerte viento, la nieve y el frío intenso que traía la tormenta; además, estaba cayendo la noche, y a medida que se adentraban al bosque la difusa luz era más tenue.
Durante el largo recorrido no articularon palabra, cada uno sumido en sus propios pensamientos; mientras el silencio, por la ausencia del habla, le daba paso a los sonidos de la tormenta, el resoplar constante del viento, el chirrido de los limpiaparabrisas sobre el cristal, congelado por el frío, los ruidos del desvencijado coche, y algún aullido de los gastados neumáticos, sobreexigidos por el hielo que se había formado en el asfalto, los miedos y ansiedades de ambos no acallaban las voces interiores, que resonaban en sus mentes.
(sangría) Al fin llegaron a una cabaña, algo alejada de la ruta, a la que se accedía por un desvío hacia la izquierda: era un olvidado camino de tierra, en pésimo estado, plagado de baches profundos, ahora cubiertos por la nieve. Sergey estacionó frente a la casa, y los dos entraron rápido.
−¡Adelante señorita! −exclamó, olvidando la corrección de Katja−. Bueno, ya estamos aquí −agregó, resoplando luego por el frío (fff…)
−¡Uy, estoy helada! −exclamó ella.
−Permítame, voy a encender la chimenea −respondió Sergey−. Usted puede sentarse, o mirar la casa, como prefiera. −Y puso a arder la leña que estaba en el hogar.
Katja estaba pensando en su primer encuentro con Yurovsky, el día que la trajo a esa cabaña en medio del bosque, atravesando un temporal, cuando él comenzó su relato:
−Tenía tan sólo diecinueve años, y era mi alumna en Bielorrusia. En ocho años de docencia universitaria nunca me había ocurrido algo así: fijarme en una de mis estudiantes, y permitirme sentir atracción por ella. Pero con Tasha todo fue natural y espontáneo, no sé cómo explicarlo de otra manera. Hablé con un colega y le pedí consejos, y juro que intenté resistirme, traté, hice un gran esfuerzo para dejarla ir, pero no pude. Cada vez que ella estaba en mi clase, sencillamente no lograba controlarme: era insistentemente pesado con ella, como si fuese mi única alumna en ese curso. La miraba directo a los ojos, le explicaba los temas a ella, extasiado con su belleza, ignorando al resto de los estudiantes. Era tan evidente y provocativo que, no sólo toda la clase rumoreaba por lo bajo, la misma Natasha se sentía avergonzada e incómoda. Sinceramente, pensé que se cambiaría de grupo a otro salón, para evitar tenerme como profesor, y hasta me sentía aliviado de que lo hiciera, pero nunca pasó. Se quedó, e hizo cuanto pudo para eludir mis descarados modales con ella, y obtuvo excelentes calificaciones en la materia. Pero luego de varios meses a ese ritmo, creo que llegué a agradarle, y dejó de eludir mi mirada y mis atenciones. Entonces comenzamos a hablar después de clases, y me ofrecí a llevarla hasta su casa: eso fue estúpido de mi parte, y pura ingenuidad de parte suya. Las primeras dos o tres veces que la llevé sólo conversamos, y había un coqueteo verbal entre nosotros, acompañado de gestos, miradas, sonrisas, y expresiones faciales. La atracción mutua era muy fuerte, aunque inofensiva hasta el momento.
(sangría) Pero la siguiente vez fue diferente: yo conducía un BMW plateado, de dos puertas, y esa tarde, no sé por qué, tomé otro camino hacia su casa, y unas cuadras antes de llegar me detuve en una calle solitaria. Y pasó lo inevitable: la besé en la boca, y acaricié su delgado cuello. Ella era inocente, pero no estúpida. También me besaba, y se abrazaba a mí, mientras yo acariciaba su cuerpo. Después la convencí de ir a mi casa, y estuvimos juntos en el sofá de la sala de estar, frotándonos y despeinando su cabello, pero sin desvestirnos completamente… (Su blusa estaba desabotonada, y le toqué los senos por encima del sostén. Luego, con mi torso desnudo, y el cinturón desprendido, guié su mano entre mis calzones para que ella me masturbara; y mientras me agarraba con fuerza el pito, sacudiéndolo, yo metía mi lengua en su boca, y le bajaba suavemente las bragas: le toqué la vulva y el clítoris, frotando mi mano entre sus piernas, hasta notar su creciente excitación, e introduje mis dedos en su vagina, hasta provocar que se humedeciera. Tasha estaba lista para entregarse: agitada y jadeante, sollozaba y se estremecía, al mismo tiempo que me pajeaba y gemía. Estuvimos a punto de coger ahí mismo, pero sus padres podían preocuparse por la demora, y decidí llevarla a casa). –Mientras Sergey pensaba todo eso, Katja esperaba oír el resto de aquella historia.
−Señor Yurovsky, se quedó pensando después de que “estaba con su alumna en el sofá de su casa…” ¿y luego? −preguntó Katja, porque Sergey se había ausentado, deteniendo la narración de los hechos, como si se hubiese trasladado a través de los recuerdos.
−¡Ah, por supuesto! En ese momento no hicimos nada más, y la llevé a su casa. Pero fue peor que si lo hubiéramos hecho: yo no pensaba en otra cosa más que en hacerle el amor a Tasha, y cuando la veía en el salón, tenía que esforzarme para no recordarla, casi desnuda en mi sofá… −Hizo una breve pausa, y continuó−: Te mentiría si no te confesara algo que, por cierto no se lo he contado a nadie antes, me sucedió durante toda esa semana; traté de evitar todo contacto directo con ella, porque de tan sólo verla, aunque fuera desde lejos, tenía una fuerte erección. Sabía que, si se repetía lo de aquella tarde, no podría volver a controlarme, y no iba a detenerme. ¡Era una locura! Si tenía sexo con una de mis alumnas y se sabía, no sólo arruinaría mi carrera y reputación, sino también las de ella. Y aún cuando no se supiera, no sabía si estaba preparado para lidiar con ese secreto, y menos Natasha.
(sangría) En fin, todo fue inútil. Mi cabeza estaba hecha un lío, cuando ese viernes, sentado al volante de mi auto y a punto de irme de la facultad, la vi saliendo del edificio, radiante y hermosa, joven y despreocupada, y me ganó el impulso de acercarme a ella: encendí el motor del BMW, y conduje despacio por el estacionamiento del campo, hacia donde ella caminaba; cuando me vio se detuvo frente a la ventanilla del carro, y me miró tímida y sonrojada, porque también me deseaba. Mi pantalón estaba hinchado, y le hice un gesto con la mano para que se subiera al auto. Apenas entró, arranqué para alejarnos rápidamente de la universidad, y aceleré, tratando de fingir que no noté su expresión cuando miró entre mis piernas. La dureza de mi miembro era imposible de disimular. −Yurovsky estaba tan entusiasmado reviviendo su pasado, que no parecía evaluar la posibilidad de que su relato, cargado de detalles eróticos, pudiera resultar incómodo para Katja. Ella, en cambio, estaba impactada, no por las imágenes sexuales de lo que Sergey le contaba, sino por el romance apasionado que a través de ellas se revelaba.
−¿Qué pasó después con la muchacha? −preguntó Katja, intrigada y ansiosa por saber cómo seguía la historia.
−¿Estás segura de querer oírlo todo? −indagó Yurovsky, a lo que ella se apresuró a responder−:
−¡Desde luego! ¿No pensará dejarme con la expectativa? −dijo con una expresión de impaciente espera.
−Está bien −prosiguió él−. Esa tarde llevándola a su casa, conversamos mucho sobre el asunto, y quedó más que claro que ya no queríamos postergarlo, no podíamos aguantar más las ganas de estar juntos: ambos estábamos deseosos y excitados, decididos a hacer el amor. Nuestras manos estaban entrelazadas mientras hablábamos, y volví a detener el auto a un par de calles de su casa, pero esta vez era para buscarle una solución a nuestro dilema: tenía que haber un modo de eludir a sus estrictos padres, para que pudiéramos pasar la noche los dos solos, en mi casa. Entonces ella mencionó que su amiga Feodora la había invitado para que se reunieran en su casa a estudiar, esa misma noche, pero como no estaba muy animada no le había dado ninguna respuesta. Yo le pregunté qué tan buenas amigas eran, si hasta confidentes, y Tasha me respondió que sí: Feodora era una excelente y muy confiable amiga suya, y se conocían desde mucho antes de ir juntas a la universidad. Le insistí para que aceptara la invitación, y convenciera a su compañera de cubrirla, así tendría una coartada ante sus padres, y podría escaparse conmigo toda la noche.
(sangría) Hicimos un plan, y la dejé cerca de su casa. Cuando estuvieron hechos todos los arreglos, ella me llamó a mi casa, como habíamos quedado, y me dio la dirección de Feodora, para que fuera a buscarla. Su amiga la hizo cenar con ella, sus padres y dos de sus tres hermanos (ya que el mayor no estaba en casa todavía). Se aseguraron de actuar con normalidad, y subieron al dormitorio para “leer interminables apuntes”.
Cuando estacioné frente a la casa, Natasha salió por la ventana, y se deslizó desde el pequeño balcón, por una especie de cerca de madera, cubierta por enredaderas, hasta caer sobre el césped del jardín. Luego caminó unos metros hacia el auto, casi corriendo, y se subió, alborotada y risueña. Nos besamos con desesperación, al punto de que no distinguía adónde terminaban mis labios, y comenzaban los suyos. Pero era poco prudente quedarnos ahí, y partimos hacia mi casa −concluyó, y se mantuvo recordando, con una amplia sonrisa, cosa muy inusual en el Sergey que Katja conocía−. Lo demás, ya sabrás imaginártelo −dijo, mirando a su atenta oyente, dándole a entender que obviaría el resto de lo que sucedió aquella noche de lujuria. Pero Katja no estaba dispuesta a perderse ni una sola palabra que él pudiera referirle.
−¡Vamos señor Yurovsky! ¡Usted fue profesor de lengua y literatura, y todavía conserva un exquisito estilo para narrar! Además, siendo completamente honesta, estoy más excitada oyéndolo contarme sus recuerdos, de lo que he estado en quince años de matrimonio −y habiendo dicho eso, se sintió emocionalmente desnuda frente a él…
Sergey minimizó aquel comentario, como si se le hubiese pasado por alto, y siguió contando los hechos desde donde se había quedado. Pero no era un dato menor lo que Katja acababa de expresarle (y era la primera cosa que decía acerca de su esposo, al que nunca había mencionado desde que trabajaba para él).
−Ya es un poco extraño para mí estar hablando con alguien de ella; hace muchos años que no lo hago, no he hablado con nadie desde que la perdí, y menos viviendo recluido en este bosque, lejos de todo. No sé por qué, pero me dio ganas, por primera vez en diez años, de contar mis sentimientos más íntimos, cuando te vi observar así su fotografía. Algo en tu actitud me produjo suficiente confianza; pero me resulta raro seguir oyéndote llamarme “señor Yurovsky”, mientras estoy abriendo mi corazón, como nunca lo he hecho −confesó, apelando a un trato menos formal de su parte−. Si puedes decirme solamente Sergey, teniendo en cuenta que ya hemos cruzado esa línea, que separa a dos extraños entre sí, lo que habíamos sido hasta hoy, a pesar de haberte traído por dos semanas a mi casa; yo nunca te mencioné a mi esposa, ni te dije que estoy viudo hace diez años, los mismos que he vivido aquí, solo y apartado −se sinceró.
−De acuerdo… Sergey −dijo ella, mientras pensaba que jamás le había dicho a otro hombre que su matrimonio no funcionaba, pero a él acababa de insinuárselo en un descuido, y no estaba segura de si lo habría notado. El profesor siguió contándole sus vívidos recuerdos.
−Detuve mi vehículo deportivo en la cochera de mi casa, mientras el portón automático descendía lentamente detrás de nosotros. Estábamos a oscuras, y finalmente solos; Natasha había tenido durante todo el viaje, de unos veinte minutos, su mano derecha en mi pantalón, justo sobre mi bulto, provocándome una firme erección. Esta vez ella lo había hecho a propósito, y mi pene estaba enorme, y muy duro, como a Tasha le gustaba (yo estaba a punto de averiguarlo). Pero cuando me quise bajar del auto, para llevarla al interior de la casa, me sorprendió su atrevida propuesta: ella quería hacerme sexo oral ahí mismo, y desde luego me encantó la idea. Me quedé sentado en el asiento del conductor, con la portezuela abierta, mientras disfrutaba lo que me hacía: desabrochó mi cinturón, abrió la cremallera y me bajó el pantalón; acarició mi calzoncillo, lo deslizó hacia abajo, y tomó decididamente mi pito, poniéndoselo en la boca. Sólo tuve que correr mi asiento hacia atrás, para evitar que se golpeara la nuca contra el volante mientras me lo chupaba. ¡Ah, juro que fue la mejor mamada de polla que me habían dado hasta entonces! −exclamó, todavía más excitado que al contarle los pormenores de esa noche ardiente y descontrolada. Katja estaba ruborizada, por lo específico que era Sergey al referirse a los hechos, pero no quería dejar de oírlo; de alguna manera, ella misma fantaseaba con ser la protagonista de tales eventos amatorios.
−Cuando ella terminó de hacer lo suyo, satisfecha por haberme comido la verga, la saqué del coche y la metí en la casa. Fuimos otra vez al sofá, para continuar lo que habíamos dejado inconcluso, una semana antes, y ahí la desvestí despacio, hasta dejar al descubierto su armoniosa desnudez: le quité el sostén y acaricié sus proporcionadas tetas, exuberantes, pero sin ser exageradas, de una redondez perfecta. Lamí las dilatadas areolas que coronaban sus mamas, y succioné lascivamente sus endurecidos pezones; luego dejé correr libremente hacia abajo mis besos, sobre su perfumada piel, hasta encontrar con la lengua su monte de venus, cubierto de vello púbico, los carnosos labios blancos de la vulva, y al separarlos con mis manos, sus rosadas ninfas, blandas y dóciles al tacto, y el sensible clítoris, abultado por la excitación que le provocaba el movimiento rápido de mi lengua. Junté abundante saliva y escupí en el orificio de entrada a su vagina, para meterle la lengua primero, y lamérsela más profundamente; dos de mis dedos más largos después, dilatándosela hasta que quedó bien abierta, y finalmente, habiendo chupado y dedeado bastante ese papo, para prepararla antes del coito, le metí mi pija en la concha, empujando con firmeza hacia adentro para romper su himen. Una vez desgarrado, éste sangró como clara señal de la pérdida de la virginidad, y dejando el paso libre para coger más placenteramente; de a poco Natasha dejó de sentir dolor, y empezó a experimentar el disfrute de la cópula: mi pene entraba y salía rítmica y velozmente en su tierno coño, bien lubricado y caliente…
(sangría) Katja levantó las tazas y las lavó en silencio, atesorando cada palabra que había oído de él, mientras Sergey la observaba con detenimiento, viéndola por primera vez como a una bella mujer, y contempló su hermosa figura… En los últimos dieciséis años no había mirado así a ninguna otra mujer que no fuera Natasha, y desde que ella había muerto, él estuvo sepultado junto a su amor perdido, muriendo lentamente, en la cruel agonía de estar sin ella… Pero estaba despertando, reviviendo al fin, descubriendo que aún estaba vivo, y era capaz de apreciar la belleza y la calidez de una mujer, una compañera como Katja: tan inesperada como real, tan «no buscada» como descubierta, tan circunstancial como trascendente.
Capítulo 2:
La mentira de Katja
(sangría) Sergey llevó a Katja hasta su casa, en Kiev, como era costumbre cada vez que terminaba su jornada de tareas domésticas, en la cabaña de él. Durante el viaje se hizo evidente que todo había cambiado entre ellos, a partir de lo que acababan de compartir, y la creciente tensión sexual era manifiesta y cada vez más obvia para ambos. Pero todavía existía una barrera no cruzada por ellos: la del respeto y la prudente distancia entre el profesor y su empleada doméstica; en sólo dos semanas de trabajar a diario en la casa de él, Katja y Sergey eran apenas dos extraños, que no sabían nada uno del otro, aún…
Cuando estacionó el auto frente a su casa, ella bajó rápidamente, con su habitual saludo formal.
−¡Hasta mañana señor Yurovsky! Y caminó de prisa hacia la puerta. Él la miró hasta que estuvo dentro, y luego se marchó, sin notar que Katja se escondía detrás de las cortinas, espiándole por una de las ventanas. La mentira de Katja estaba a salvo por un día más, porque Sergey no la había descubierto. Ahora sería más difícil para ella seguir ocultándole la verdad al hombre que, sin proponérselo, estaba despertando emociones nuevas dentro suyo, las mismas que consideraba imposible volver a sentir.
En los quince años que llevaba casada con Aleksey Petrovich había sido muy infeliz. Su esposo era «un hombre de las cavernas» ruso; bruto, egoísta, autoritario, sofocante, y en los últimos años también alcohólico y violento. Este hombre era un verdadero desgraciado, que humillaba a Katja desde el mismo día en que ella fue su esposa: el maltrato verbal y emocional al que la había sometido durante todos esos años, no tardó en darle paso a la violencia física, que recrudeció con la afición de Aleksey por el vodka. Ella estuvo paralizada por el miedo mucho tiempo, con su autoestima revolcada, temerosa de la agresividad de su marido: derrumbada totalmente, como mujer y como ser humano, fue incapaz de sobreponerse a este trauma, hasta que conoció a su amiga Tanya. Ésta era la única persona que conocía la infernal suerte que corría Katja con la bestia de Petrovich, y la estaba ayudando, de a poco, a salir de la brutal trampa que significaba para ella su matrimonio. La escuchó, la consoló en medio del dolor, y la alentó para que saliese adelante; le dio fuerza, y planearon juntas una manera de escapar: primero debía buscar un trabajo de pocas horas, que ella pudiera hacer mientras Aleksey no estaba en casa, para evitar tener problemas con él. Así podría ir guardando el dinero que ganara, para huir cuando tuviese oportunidad.
(sangría) Cuando conoció a Yurovsky, en medio de la alegría por empezar a concretar su plan, y pensando en juntar lo suficiente para irse lejos de «su captor» (como ella consideraba a su marido), Katja debió resolver sobre la marcha una dificultad: cuando Sergey la trajo de regreso a la ciudad, desde la cabaña de él, y le preguntó dónde vivía exactamente en Kiev, se sintió perdida. No podía dejar que la llevara a la casa de Petrovich, porque éste se enteraría de lo que había estado haciendo a espaldas suyas, y jamás le permitiría trabajar. Lo peor es que posiblemente ya estuviera bebiendo, y hasta podía atacar a Yurovsky si la veía llegar en el auto con él. Solamente una cosa se le ocurrió en ese momento: darle la dirección de Tanya, su fiel amiga.
Desde entonces, Sergey la buscaba todos los días ahí, creyendo que era la residencia de Katja, y la dejaba otra vez en la puerta, de regreso. Así se las arreglaba para ocultarse de Aleksey, y evitaba la penosa situación de tener que revelarle su dramática condición a Yurovsky. Pero ella sabía que no podía sostener esa mentira indefinidamente: tarde o temprano la verdad saldría a la luz, y tendría que lidiar con la reacción del «viejo ermitaño», cualquiera fuese.
Capítulo 3:
Los pájaros volaron violentamente
(sangría) Sergey estaba en el bosque, cortando leña con su filosa hacha, cuando oyó un disparo a lo lejos, y los pájaros se volaron violentamente desde las ramas de los árboles que le hacían sombra. Eso lo llevó a recordar los primeros días que pasó con Tasha, su flamante esposa, en la casa que alquiló para ambos en Helsinki. Acababan de casarse, apenas llegados a Finlandia, y Yurovsky ya había comenzado a dar sus clases de Literatura en la universidad. Muy a su pesar, dejaba a Natasha sola en casa cada mañana para cumplir con el horario de la facultad, y se dedicaba de lleno a sus actividades como profesor. Ella se había convertido en una ama de casa, pero quería retomar los estudios en cuanto pudiera: antes tendría que aprender el idioma, con ayuda de Sergey y algunas clases de finés. Su tiempo en la cocina y otros quehaceres domésticos era temporal y pasajero, pero igual se esforzaba para hacer lo mejor que podía. Cuando Sergey llegaba encontraba todo en excelentes condiciones: la casa limpia, la ropa lavada y guardada en perfecto orden, la comida deliciosamente preparada, y a su esposa arreglada, bien bonita para él. No tenía nada más que pedirle a la suerte, ni a su joven compañera: ella lo esperaba ansiosa por verlo, lo atendía, le servía, y escuchaba lo que su marido le contaba de su jornada laboral. Cuando Sergey trasponía la puerta, Tasha se colgaba de su cuello para besarle, y se mostraba contenta de tenerlo de regreso. Sus ojos brillaban, y la sonrisa que iluminaba su bonito rostro alegraba la llegada de él a casa.
(sangría) Así pasaron los primeros meses de su matrimonio, enamorados, apasionados, felices… haciéndose a diario el amor. Pero la extensa luna de miel, idílica y paradisíaca, terminó abruptamente un atardecer, cuando caminaban abrazados por los alrededores nevados de su pequeña casa, y un repentino disparo de escopeta hizo asustar a las aves que anidaban en los árboles. Era Dimitry Lipov, el padre de Natasha, que les había seguido el rastro hasta allí desde Minsk. Él no se resignaba a dejar ir así a su hija, tan simple como un pájaro que abandona el nido cuando crece, y vuela para buscar su destino. Quería llevarla de regreso a Bielorrusia, aunque fuese a la fuerza y contra su voluntad. La escena fue violenta, y la tensión aumentó cuando Lipov dijo estar dispuesto a matar a Yurovsky, si trataba de impedirle recuperar a su hija. Entonces Tasha se interpuso entre su esposo y la miraba furiosa de su padre, que empuñaba con determinación el arma, y le apuntaba amenazante. Dimitry bajó la escopeta, y accedió a la sugerencia de su hija de entrar a la casa, para discutir calmadamente el asunto.
Una vez adentro, ella preparó café con vodka, y se sentó a conversar con su padre, luego de servirles a él y a su esposo. Pero en cuanto Dimitry supo que se habían casado, sin contar con su consentimiento, y ni siquiera hacer partícipe a su esposa Aniuska Lipova, se volvió loco y se levantó de la mesa enfurecido, señalando a Sergey, y amenazándole otra vez.
(sangría) Mijail Grunov, un vecino de la pareja que apreciaba mucho a Sergey, había llamado a la policía luego de oír el disparo efectuado por Lipov. Mientras esperaba que llegaran los oficiales, se dirigió a la entrada de la casa de su amigo, y justo cuando estaba por tocar a la puerta, escuchó la acalorada discusión entre Dimitry y su yerno, y decidió entrar para tratar de calmar las cosas. Una vez que estuvo dentro vio a Yurovsky, arrinconado por Lipov, con el caño de la escopeta en el mentón, mientras Natasha gritaba desesperada, rogándole a su padre que no disparase. «Misha» se abalanzó sobre Dimitry, y quitando el arma hacia un costado, forcejeó con él hasta que lo desarmó. En ese momento ya se oían las sirenas de las patrullas llegando, pero lejos de rendirse, el padre de la joven intentó golpear al esposo de su hija, y éste se defendió sin dudarlo: Sergey le atinó un duro puñetazo en la cara a su suegro, quien había demostrado cuánto lo detestaba, y le provocó un leve sangrado en los labios.
La policía llegó finalmente e intervino, ordenándole a Dimitry Lipov que se marchase, y se mantuviera lejos de los Yurovsky, si no quería ser arrestado para enfrentar cargos criminales, y lo escoltaron hasta el aeropuerto de Helsinki, para asegurarse de que éste partiera de Finlandia. Confiscaron la escopeta, y le tomaron testimonio a Grunov, pero no retuvieron a Lipov debido a que Sergey no quiso presentar cargos: después de todo, se trataba de su suegro y no quería empeorar las cosas, ni hacerle más daño a Tasha.
(sangría) Dimitry volvió a Bielorrusia, y le contó lo ocurrido a Aniuska, su mujer, ofuscado por no lograr su cometido de separar a su hija de ese tipo, y traerla de vuelta a casa. Y en Helsinki, seguros por ahora, Sergey y Natasha sabían que nunca estarían tranquilos, mientras Lipov estuviese tras ellos, y aquel hombre testarudo no se daría por vencido tan fácilmente.
(sangría) Yurovsky se había quedado inmóvil, recordando todo aquello. El hombre, atormentado por los recuerdos de ese pasado, todavía «reciente» para él, volvió en sí, y continuó cortando la leña que necesitaba en su cabaña, para mitigar el cruento frío de aquel crudo invierno. Luego tuvo en cuenta que ya se acercaba la hora de ir a la ciudad, para buscar a Katja, y subiendo a su Laika emprendió el recorrido por la ruta, en dirección a Kiev.
Durante el viaje casi no podía concentrarse en el camino, pero no había bebido alcohol: ya no conseguía dejar de pensar en Katja, con inquietante insistencia, desde que habían compartido ese momento «tan íntimo», emocionante y excitante a la vez, cuando le contó a ella sobre su historia, de amor y pasión, con Tasha.
(sangría) Habían transcurrido dos días desde el viernes cuando hablaron, y Sergey pensó mucho en eso durante el fin de semana; casi no bebía vodka, desde que ella trabajaba en su casa, pero no bebió ni una sola gota más de alcohol desde la última vez que la vio. Se habían despertado en él sentimientos olvidados, que jamás imaginó que volvería a experimentar: quizás fue la caída lenta de la claridad durante aquella tarde en la cocina de su cabaña, o la emoción de volver a recordar tan vívidamente a su adorable esposa; quizás fue la mezcla embriagadora entre los recuerdos de la dulzura de Tasha, la actitud tan receptiva y curiosa de Katja, y sus propias ganas de volver a sentirse como un hombre completo, lo que le empujó a tener esa inclinación hacia ella. Sergey se estaba permitiendo vivenciar la atracción por otra mujer, después de su esposa y de diez años de duelo solitario. Mientras el automóvil surcaba la ruta, dejando atrás la densidad del bosque, sus ojos apenas veían el camino, porque sus pensamientos estaban concentrados en Katja. Él se sentía más animado cada día, recobrando el deseo de vivir. Entre tanto, en Kiev, ella llegaba tarde a la casa de su amiga, para esperarlo. Había estado muy atareada esa mañana, y luego no decidía qué ropa ponerse, ni cómo peinar su cabello; tal vez Yurovsky no lo notaría de todos modos, pero era importante para ella: volvió a sentirse coqueta, con ese impulso incontrolable de arreglarse para presumir, cosa que la rutina de su amargo matrimonio con Aleksey le había quitado años atrás.
(CONTINUARÁ…)
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