El poder de una maestra

“La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.” –Nelson Mandela.


Hace muchos años, cuando era yo era sólo una niña, vi una película junto a mi familia. No recuerdo muy bien la trama ni el título de la película, pero algo de lo que sí tengo certeza es del impacto que causó en mí. Yo era una lectora muy ávida, leía sobre todo, el periódico, libros de historia y libros de autores históricos. Tampoco recuerdo ni el nombre ni la trama de aquellos libros y novelas. Pero nuevamente, algo de lo que sí tengo certeza es del impacto que causó en mí.

Durante toda mi infancia, me la pasé tratando de averiguar la razón y el motivo de la maldad.

Leía, leía y leía, pero no encontraba una respuesta en concreto. Y así se quedó, en una interrogante.

Algunos días después, escuché hablar a mi madre sobre el poder de los padres y maestros.

“Es una suerte que sea madre –le comentó ella a mi hermana-, aunque ser maestro es igual de bueno porque tienen una segunda oportunidad de educar a aquellos que no han sido educados, es más fácil educar a un niño desde bebé. Los padres y los maestros tienen el poder para influenciar a los niños de manera que les enseñan que pueden ser lo que quieran si tienen los conocimientos necesarios. Una vez escuché a alguien citar una frase de un tal John Wooden, decía: “La profesión del educador contribuye más al futuro de la sociedad que cualquier otra profesión”. A veces pienso: ¿Qué habría pasado si el padre de Hitler lo hubiese dejado seguir su carrera de artista? ¿Qué habría pasado si a Hitler le hubieran enseñado a ser amoroso? ¿Amable? ¿Bondadoso? ¿O siquiera, a no despreciar a los judíos? A sentir amor hacia ellos, no ese abrasivo sentimiento de odio. Habría en la actualidad, al menos, más de 10 millones de judíos viviendo en el mundo. Te diré algo, si quieres hacer algo que de verdad valga la pena, sé o una excelente madre ó una inolvidable y excelente maestra, de valores y buenas opiniones para no corromper a otros con ideas erróneas”

¡Eso es!, pensé yo, seré maestra para que no haya más maldad en el mundo.

En ese entonces, tendría yo unos 8 años.

Y así fue. Fui una excelente alumna, expresé mis opiniones sobre cosas a los maestros, los convertí en mejores personas, convertí a mis amigos más cercanos en mejores personas y hoy en día son unas buenas personas, profesionales y excelentes en lo que hacen, todo, para crear un mundo mejor.

Gracias a eso, la directora del instituto donde estudiaba, le dio una carta de recomendación ni más ni menos, que al director de una prestigiosa academia para maestros.

Y así, mi sueño comenzaba a tomar forma. Por fin, podría tocar la mente y el corazón de todos los niños que pasaran por mi aula de clases.

Con mucha expectativa, al terminar la universidad, conseguí trabajo como maestra de primaria en mi antiguo colegio. Estaba muy emocionada por aplicar algo que una profesora había grabado en mi memoria:

  • –¿Por qué hay tanto odio en la sociedad? ¿Las guerras? ¿Disturbios? ¿Corrupción? –preguntó mi profesora de psicología– Les diré algo y quiero que lo analicen, lo procesen y lo tengan en mente durante todo el tiempo que les queda como maestros. El odio, es un comportamiento aprendido. Si ustedes como educadores, tratan mal a sus alumnos, les dicen que no valen para nada o al menos, reafirman sus conductas malamañosas diciendo que son de lo peor, que son patéticos, ridículos y ustedes no los ayudan a ser mejores personas, el odio que hayan aprendido en casa, va a ser reafirmado en la escuela. Los niños son como una esponja, absorben todo lo que ven y todo lo que viven. ¿Por qué no aprovechar esa cualidad? ¿Por qué no reafirmar algo que ya está naturalmente en el alma de cada niño? ¿Qué es eso, que nos hace tener compasión, felicidad, bondad…? El amor, es un comportamiento natural. Reafírmenlo en sus futuros estudiantes para que lo absorban como la esponja absorbe el agua.
  • –Eres un niño de mucho potencial –le dije a uno no-muy-educado–. Creo que eres divertido, de grandes ideas para hacer reír. Creo que eres un niño muy inteligente, que podrías hacer todo lo que te propongas, con mucho esfuerzo, claro está.

En ese momento, encontré mi respuesta a la razón por la que hay tanta corrupción y maldad en el mundo: Simplemente, falta de amor.

Ahora, si yo soy maestra, puedo contribuir en eso. Las bases de un ser humano en formación es lo que aprende. No puede aprender a caminar sin saber cómo mover las piernas de manera coordinada, no puede saber leer sin saber pronunciar las palabras.

En sí, una persona no nace odiando, le enseñan a odiar.

Una persona que no le enseñaron a amar no puede dar amor, el amor es un valor natural en el ser humano, solo se debe estimular. Así que, ¿por qué no estimular el amor en otros?

Durante algunos días, todo se movió con bastante normalidad, habían niños muy educados y otros no tanto con los que yo lidiaba. Gritaban por todos lados, hacían alborotos, distraían a los otros, entre muchas cosas más. A aquellos, comencé a darles un trato especial, desarrollaba valores entre todos para que se pudiesen propagar entre cada uno de ellos. De manera que, cada mañana, cuando cada uno estaba en su pupitre, pasaba a cada uno de ellos al frente, lo sentaba en mis piernas, dado a que no eran muy grandes; de un metro o menos, y los halagaba.

Y cosas similares a esas, les decía yo a cada alumno que se sentaba junto a mi escritorio, dependiendo de su necesidad. A algunos, hasta tenía que soltarles un “te aprecio mucho” o un “te quiero” y luego, se les escapaba una hermosa risa contagiosa.

De manera muy sutil, terminé conociendo a Corvette, era muy inteligente, creativa y de grandes ideas, pero tenía muchos problemas. Venía de una familia disfuncional, sus padres no cumplían más allá de sus necesidades más básicas y eran muy ausentes. Su irresponsabilidad llegó a un punto en el que tuve que llevarla yo misma a su casa y consideré seriamente adoptarla, pero sabía que sus padres podían cambiar; no era una tarea imposible. Así que solicité un permiso y le hice un seguimiento desde mi puesto como profesora enseñándole en mi casa luego de clases.

A fin de mes, se vieron resultados con respecto al ejercicio. Los niños no-muy-educados fueron más educados, hacían sus tareas y trataban con respeto a los niños muy-educados. ¿Por qué?, te preguntarás.

Cada vez que alguno sacaba buenas calificaciones o era aprobado en las participaciones en clase, se felicitaban unos a otros, como si ellos hubiesen sido los aprobados; sucedía constantemente, una y otra vez. Se trataban con amor y no con rechazo, se ayudaban entre sí a mejorar constantemente. En una ocasión, escuché que empezaron a halagarse y a motivarse entre sí a ser grandes personas como yo le decía a cada uno cuando los halagaba.

El ejercicio ayudó mucho a Corvette, al punto que llegó a escribir varios relatos cortos, sintiendo que podía llegar a ser todo lo que ella quisiera. Se trataba sobre ella siendo doctora, en otros de cómo enseñaba, curaba enfermedades, era bailarina, deportista; todo lo que quería ser lo escribía como si ya fuese así. Y eso la alentaba a querer ser mejor, para convertirse un día en alguna de ellas.

Un día, ella no asistió a la escuela. Ni al otro día, ni el día luego de ese. Hablé con mis superiores y me dijeron que la retiraron del colegio.

Uno de los niños en mi clase, Mateo, notó mi preocupación y me dijo que él vivía al lado de Corvette y que tenía una enfermedad grave y por eso la retiraron, sus padres cuidaban de ella y empezaron a tratarla mejor, pero tuvieron que mudarse. Hice lo que pude por localizarla pero nunca lo conseguí.

Y no volví a verla.

Años después, cuando casi se acercaba la hora de retirarme, me llegó una carta de Corvette invitándome a su graduación de la Facultad de Medicina. Presencié cuando recibió su título para convertirse en una excelente doctora y fue en ese entonces que me contó todo.

Gracias a enseñarle a amar a Corvette, ella le enseñó a su hermano pequeño. Ellos dos fueron de ejemplo para sus padres, que estaban a punto de separarse. Les recordaron y hasta les volvieron a enseñar qué es amar. Hacía ya tiempo, habían vuelto a ser una gran familia y volvieron a ser tan felices como deberían ser las familias de hoy en día y todo fue porque tomé la decisión de enseñarles a los niños a amar y propagar el amor. Inspiré y ayudé a una doctora en su travesía a convertirse en lo que es y ella influenció a su hermano, el cual se convirtió en un muy hábil futbolista, ellos dos ayudaron a sus padres a ser una pareja de nuevo y ellos iniciaron talleres para ayudar a otras parejas a reconciliarse y volver a ser felices.

¡Ah! Qué dicha sentí cuando recibí otra carta, esta vez una invitación, para asistir a la boda de ni más ni menos que de Mateo y Corvette. Ahora, al igual que sus padres, son una gran familia feliz que espera con ansias una oportunidad más para cambiar el mundo para bien, un pequeño e inocente bebé que recibirá y dará amor.

Y con esto finalizo, deseando que puedan poner en práctica lo leído o escuchado salido de este cuento, recordando cual fue mi contribución para crear un mundo lleno de paz y amor y inocentes niños.

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