El pequeño Mikel: Capítulo 2

Capítulo 2

Nuestra historia se inicia en la ciudad de Lysburgo, en el año de 1640.

Lysburgo era una ciudad que se ubicaba en el centro de Europa, colindando con el mar, entre montañas y verdes praderas. De reducidas dimensiones territoriales; pero rico en recursos propios y en atracciones turísticas, los lysburgueses vivían muy felices.

Entre innumerables construcciones de antiguo linaje, destacaba por su magnificencia, amplitud y belleza, el palacio de la Reina de Lysburgo. Bello y majestuoso edificio mezcla de distintos estilos y épocas ya que ha sido remodelado a través de los seiscientos años en la que la familia De Santiago lo ha ocupado. El palacio posee torres esbeltas y sus interiores están adornadas con cuadros del pintor Diego Velázquez. Tiene también ingeniosas terrazas y un magnifico jardín donde suelen crecer flores exóticas.

Esa mañana de julio, cuando los rayos del sol punteaban la cima nevada del Monte Gokú, el Príncipe Jaden de Santiago abrió las puertas de la terraza de su alcoba. Había llegado un nuevo amanecer y Jaden respiró a pleno pulmón. Deportista desde que tenía tres años, el niño gozaba del despertar del nuevo día y del aire oxigenado del mar.

– ¡Ya amaneció! -El sol se alzaba con un color rojizo lívido sobre el valle.

Jaden, quien se veía gracioso con aquel camisón y su gorra de pompón, se metió a su vestidor para cambiarse de ropa sin ayuda de nadie. El Príncipe de Lysburgo se puso sus pantalones de montar y pronto quedó convertido en un elegante jinete.

Después, se dirigió a la alcoba de su madre. Toco la puerta con los nudillos y esperó la respuesta.

-Pasa, hijito. Eres más puntual que el reloj de la catedral.

Doña Leonor de Santiago continuaba en su lecho y le informó a su hijo que no podía acompañarlo tal como habían quedado el día anterior, pues tenía que recibir a un grupo de boy scouts que venía desde los Estados Unidos; madre e hijo se miraron con perfecto entendimiento, daban la impresión de una enorme fuerza que nada ni nadie lograría vencer. Le dijo que se cuidara, lo beso en la mejilla y siguió durmiendo luego de haberle dado su bendición y un fuerte abrazo.

– ¿Quiere que lo acompañe, Alteza? -le preguntó su tutor Julián Montes de Oca.

-No es necesario, Julián. Déjame solo. No te inquietes por mí… ¡Y ya te he dicho miles de veces que no me gusta que me digas “Alteza”! Mi nombre es Jaden, no “Alteza”. ¡Y tampoco me gusta que me andes hablando de “usted”! Soy un niño, no un viejito arrugado como tú-le dijo con una voz dura y severa.

– ¡Discúlpame, Jaden!… Tú sabes que así es el protocolo del reino.

-Pues conmigo no uses tu “protoloco” ese, porque me pica mi hígado.

Julián sonrió divertido al darse cuenta que nunca le ganaría al chico en esa cuestión.

– ¡Niño tenías que ser!… ¿Gustas que alguno de nuestros empleados de confianza te acompañe, por si llegarás a necesitar algo? -Y con cariño, le dio una palmada en la espalda.

-Tampoco, muchas gracias, Julián. ¡Adiós, cuídate mucho!

-Que Dios te acompañe, hijo-Julián le revolvió aún más la enmarañada cabeza a Jaden, y lo miró con un gesto de protección y cariño.

La gallarda figura del Príncipe de Lysburgo se acrecentó sobre el corcel azabache de lustroso pelambre. Tras las primeras escaramuzas, el animal reconoció que su pequeño amo era realmente el que mandaba sobre él.

Pronto obedeció al ligero movimiento de la muñeca y a la presión de las rodillas. Jinete a la alta escuela, Jaden de Santiago lo hizo cambiar de trote y galopar de izquierda o de derecha alternativamente, despertando la admiración de Julián Montes de Oca.

Finalmente, Jaden obligó al caballo a detenerse frente a su tutor y a doblar una pata delantera, a manera de respetuoso saludo.

Con emoción, Julián Montes de Oca recordó el momento en el que sostenía en alto al Príncipe de Lysburgo cuando este era un bebé. En ese instante, el sol apareció con todo su esplendor ante el reino e inundó de luz a la ciudad de Lysburgo.

-¡Bienvenido, Príncipe Jaden!-lo aclamaron los habitantes de Lysburgo. La Reina Leonor de Santiago estaba ahí también.

En una de las soleadas terrazas del palacio, la Reina Leonor de Santiago, madre del Príncipe Jaden, compartía con su asistente Julián Montes de Oca el cálido atardecer y la brisa marina. La mente de doña Leonor de Santiago se desplazaba hacia otros confines y sus ojos, intensamente azules, se desviaban hacia las montañas. Mientras el sol brillaba sobre Lysburgo y los edificios se iluminaban por sus rayos radiantes como el oro, la Reina reflexionaba.

Esbelta, blanca, de pelo café y fino perfil aristocrático, doña Leonor de Santiago sonreía con displicencia y estudiada amabilidad. La Reina conquistaba voluntades e inhibía con su impresionante presencia. Se le quería y respetaba por ser una mujer honrada que deseaba para todos la mayor de las dichas, así como por su extraordinaria belleza y exquisita elegancia. La Reina pretendía por sobre todas las cosas, cumplir con Dios y la justicia.

Doña Leonor de Santiago estaba preocupada y no lo podía disimular.

-Cada vez que mi hijo se va de excursión, me pongo muy nerviosa-comentó-. Que Dios proteja a mi hijo.

La Reina miró la ciudad que ha gobernado por tantos años. A pesar de la hermosura frente a sus ojos, su mente estaba agitada y en su expresión se dibujaba preocupación y tensión.

-Ya debería de estar acostumbrada a sus alardes deportivos, doña Leonor-le dijo su asistente, mientras le servía una taza de café-. El Príncipe ya es un experto.

La Reina aplastó el tabaco de su pipa, la volvió a encender y dio profundas chupadas.

Julián Montes de Oca era un hombre muy alto, de cuerpo atlético, rostro juvenil, mirada brillante y sienes plateadas. Julián era un personaje de confianza, inteligente y patriota. Tenía una gran capacidad de trabajo y se había convertido en el hombre que marcaba la pauta de los negocios trascendentales del reinado. Algunos lo consideraban el poder detrás del trono. Y para concluir, Julián Montes de Oca era también el tutor del Príncipe Jaden.

-No puedo acostumbrarme, Julián. Jaden tiene un carácter incontrolable. Si no se encuentra por el rumbo del Monte Gokú, está en las profundidades del mar, buceando, con el peligro de que se desbarranque o de que lo ataque un tiburón-y de sólo imaginarse una tragedia semejante, doña Leonor de Santiago se entristeció. Quizá tenía una vaga premonición de trágicos acontecimientos.

-Se ha puesto seria, Alteza. ¿Qué ocurre?… ¿Puedo ayudarla en algo? -preguntó Julián, a la vez que le ponía azúcar al café de la Reina.

-No sé, Julián. Tengo miedo. No me gusta que Jaden sea tan ofuscado. Eso se ve mal en un príncipe de sangre real.

Julián respeto su silencio y ya no le hizo comentario alguno durante largos minutos. Finalmente, la Reina cambió la conversación a un tema más frívolo.

-Mi hijo es muy chico todavía; aún no cumple los ocho años.

-Es muy guapo.

-Sí. Debemos admitirlo, Julián. Mi niño es bello y tiene un carácter fuerte e independiente. A veces es agresivo como yo.

Nerviosamente, la Reina volvió a encender su pipa.

-Cuando Jaden nació con esos rasgos tan finos que tiene, con esa piel tan blanca y aquel perfil tan delicado, pensé que tendría un carácter muy débil. Pero gracias a Dios, me equivoque completamente… Jaden tiene una voluntad inquebrantable… ¡Nació para mandar!

-Esa es una ventaja, doña Leonor-comentó Julián.

-No lo creas. Su carácter fuerte podría meterlo también en problemas. Si no lo enseñamos a ser una persona mesurada, tendrá conflictos con la mujer que él escoja para casarse, y eso le dificultará alcanzar la paz y la felicidad.

-Permítame que insista, señora-dijo el asistente de la Reina-. El Príncipe Jaden va a gobernar cuando usted se retire y le herede la corona. Así que necesita tener mano dura y estar preparado para lo que tenga que enfrentar. No se angustie, doña Leonor; su hijo sabrá defenderse porque Dios lo va a ayudar y no lo desamparara en ningún momento. Jaden es un niño muy inteligente y está consciente del destino que tendrá que asumir algún día.

-Julián… ¿Crees que él ya está listo para recibir la corona? -preguntó doña Leonor con una voz profunda y llena de emoción.

El hombre la miró y despacio asintió con la cabeza. Su espalda estaba recta y su cabeza se encontraba erguida.

-El Príncipe Jaden tiene la sabiduría de su madre-dijo Julián Montes de Oca. Él sabía que eso era lo que doña Leonor de Santiago necesitaba escuchar. Pero la expresión de la Reina aún denotaba intranquilidad, así que Julián añadió:

-No estará solo, Majestad. Si Dios me lo permite, yo estaré a su lado para aconsejarlo.

-Julián, tengo miedo de que Jaden se entere que…

-No se preocupe, Alteza… El Príncipe jamás lo sabrá… Ese secreto solo permanecerá entre usted y yo.

Doña Leonor necesitó tomar aliento para que su voz no fuera un grito desesperado.

-Gracias, Julián. De solo imaginarme que Jaden descubra que él… ¡Oh! Sería terrible para mi niño… Lo conozco y sé que no lo soportaría… ¡Dios quiera que mi pequeño nunca se entere de la verdad! También me despreciaría por el resto de sus días… Jaden nunca me perdonaría que yo hiciera… ¡No!

Julián Montes de Oca jugaba con su fuerte dentadura, tratando de calmar sus nervios, mientras doña Leonor se mordía los nudillos… Tenía ganas de llorar, de gritar, estaba asustada… El miedo le había dado un fuerte puñetazo en su estómago.

-Sé que esa situación es muy incómoda para usted, doña Leonor, pero piense que todo resulto de acuerdo a lo planeado, lo cual se hizo con nuestro más estricto protocolo. Ya verá que Dios, el tiempo y la historia le darán la razón, Alteza. Usted hizo lo que hizo por el bien del niño y del reinado de Lysburgo; e indudablemente, la suerte ha jugado un papel importante para nosotros y se augura para nuestro país un largo periodo de paz y progreso. Quítese de remordimientos y preocupaciones, señora. ¡Usted no hizo nada indebido! Y recuerde que jamás ha faltado a sus deberes ni eludido responsabilidades, al contrario: Se ha caracterizado por velar los intereses de Lysburgo. ¡Es patriota, no traidora!

Con mano temblorosa, Julián se sirvió medio vaso de café. Un sudor frío perlaba su frente al ver que las manos de doña Leonor también estaban temblando. El hombre observaba sus manos con intensa atención, deseaba que se detuviese.

-El Príncipe Jaden es un niño extraordinario… Aunque se enterara de la verdad, nunca la despreciaría como usted supone. Es más, yo creo que hasta le agradecería eternamente lo que su madre hizo por él.

La Reina inclinó la cabeza, una sonrisa juguetona tiraba sus labios, mientras se pasaba las manos por el rostro, como para serenarse antes de hablar.

– ¿Tú crees que así sea?

-Sí, señora… Yo también conozco muy bien a Jaden, y sé que así sería.

De un sorbo, Julián Montés de Oca apuró el vaso de café, mientras la Reina succionaba su pipa, para tratar de dominar sus nervios.

-Aun así, debemos evitarle un gran sufrimiento… ¡Dios dirá!

– ¿No será que me estás diciendo todo eso para calmar mis nervios, para tranquilizar mi conciencia?… ¿Acaso me estás engañando, Julián?

-Sabe que le he jurado fidelidad eterna, Majestad. Soy su sirviente y jamás ha pasado por mi mente la idea de mentirle.

-Es que… Lo que hicimos esa noche, Julián…

-¡Olvídelo, Alteza! Ya no mire hacia atrás… Todo termino precisamente esa noche… Lo importante es que Jaden ya es suyo en cuerpo y alma.

De pronto, doña Leonor se incorporó con inusitada violencia. Y antes de hablar, la Soberana recorrió teatralmente con la vista el panorama que la rodeaba.

-La sangre que corre por sus venas ¡es la mía!… A partir del momento en el que tú lo depositaste en mis brazos, ¡Jaden es hijo mío!… Cuando la gran estrella de la mañana llegue hacía el firmamento, mi hijo heredara el trono.

Julián miro a la Soberana con detenimiento.

– ¡La admiro! Usted es valiente y segura de sí misma… ¡Una digna Reina que escribirá páginas gloriosas en la historia de la patria! Por eso, usted y el Príncipe Jaden son muy especiales para nosotros.

-Exageras, Julián. Mi hijo y yo somos seres humanos como cualquiera de ustedes, no tenemos nada de especial. Ni una corona, ni un título nos hace excepcionales o superiores a la gente que nos rodea. Por eso, no me agrada que ni tú ni nadie se inclinen ante nosotros, aunque así lo exija nuestro más rígido protocolo. Mejor, inclínense ante Dios…

-Si la Reina supiera que el Príncipe tiene otro secreto que es más grave que los otros, se horrorizaría bastante… ¡Dios mío!, esta cadena de secretos me está enloqueciendo por completo… ¿Hasta cuándo, Señor?… Parece un humano, pero no lo es… Ojalá y nunca se descubra el verdadero origen del pequeño Jaden. ¡Y que él no lo sepa nunca…!… Es horrible.

Julián tomaba la taza y apuraba el café hasta el final.

El verano había llegado al bosque de Lysburgo. Las ramas de los árboles colgaban pesadas con hojas de brillante color verde. Yerbas y vegetales llenaban el frondoso bosque, formando ordenadas hileras de perejil y romero, de tomates y chicharos. En el borde del claro las flores silvestres aparecieron casi en una noche, con sus largos tallos alzándose al sol. Casi todos los días como ese eran luminosos y cálidos, el cielo de un azul brillante, y las nubes de un blanco esplendoroso.

El Príncipe Jaden de Santiago tenía siete años, y lleno de energía, corría por todo el bosque; Jaden parecía ajeno al cansancio, una enorme fuerza lo impulsaba. El chiquillo se tiraba al suelo, inconsciente de las manchas que dejaba la yerba en su elegante traje, y disfrutaba el sol. A cada rato, Jaden levantaba la nariz e inhalaba el aire fresco del verano.

Jaden era un chico muy avispado que conocía desde muy lejos casi todas las cosas que se movían y aun las que estaban bien quietas. El pequeño se sabía la vida y las costumbres de todos los animales del bosque, y en ocasiones, hablaba con ellos muy a su modo.

Jaden también se divertía persiguiendo a las lagartijas o mirándolas moverse tan graciosamente al sol con sus vivos colores, sus claras barrigas y sus ojillos de cabeza de alfiler tan brillantes y perfectos.

No siempre Jaden era un buen niño, pues a veces le divertía partir en dos a una lagartija y quedarse viendo como su cola, separada del resto del cuerpo, seguía moviéndose por un buen rato.

Los pájaros también le divertían, y había sido adiestrado por su madre en la construcción de lazos y cepos para toda clase de aves. Las grandes arañas inofensivas de aquellos parajes, las moscas mismas, las mariposas, los escarabajos, los saltamontes e incluso los alacranes-a los que sabía quitar muy hábilmente su arpón venenoso-eran sus víctimas o capturas preferidas.

Una vez, cuando tenía cinco años, le picó un alacrán, y todavía recordaba los terribles dolores sufridos, a pesar de que su tutor Julián Montes de Oca le había chupado con su propia boca el veneno que el escorpión le había dejado en la pantorrilla derecha. Desde entonces, el Príncipe de Lysburgo les juró venganza en su interior… Jaden levantaba las piedras y hurgaba con su espada entre las plantas que encontraba para poder llevar a cabo su cacería. Y cuando el asqueroso animal, como un cangrejo extrañamente rubio, salía, el chiquillo le quitaba con un golpe la bolsa del veneno y luego, con su propia espada, lo pinchaba por la mitad del cuerpo y lo dejaba así de atravesado, para que muriera a la luz del sol.

La hojarasca crujía bajo los pies de Jaden mientras caminaba a lo largo de la orilla de un río. El Príncipe descubrió como su pecosa carita se reflejaba en la quietud del agua como si estuviera frente a un espejo. Después, se inclinó y bebió con infinito placer las cristalinas aguas del río.

Lleno de entusiasmo, Jaden empezó a desvestirse con gran rapidez. Después, apenas cubierto con un pequeño pantalón, Jaden escaló una roca y se dispuso a lanzarse al río.

El pequeño describió una elegante parábola y se hundió en las frescas aguas transparentes. Gozando las delicias del agua, el Príncipe reía a carcajadas. Y enseguida, puso en juego todos sus músculos, nadando contra la corriente, gracias a sus poderosas brazadas. Luego, se adentró en las profundidades del río.

Buceador desde que tenía tres años, Jaden gozaba de las indescriptibles bellezas submarinas, donde abundaban las distintas especies de peces de todos tamaños y colores. Ahí, en el fondo del río nada parecía romper el silencio y la paz que embargaban a su alma infantil. Todo le parecía bello y pleno de felicidad.

-Yo creo que en mi otra vida fui pescado, porque me encanta estar en el río… ¡Es maravilloso! -pensó al sentir la acariciante sensación del agua.

De pronto, Jaden se enfiló hacía la entrada de una caverna. Era oscura como boca de lobo, pero sin ningún miedo, el Príncipe de Lysburgo continuó nadando plácidamente por pasillos estrechos que apenas le permitían deslizar su cuerpo. Era un largo trayecto de más de cincuenta metros que conducía al otro lado del río donde las aguas tenían diferente temperatura y otro color.

Jaden salió a la superficie y lanzó eufóricos gritos de júbilo.

Agradablemente fatigado por el esfuerzo que había hecho para dominar la corriente, el Príncipe salió a la orilla en busca de sus ropas, después de rascarse el cuello con el pie. Pero cuando se estaba vistiendo con el cuerpo aún mojado por el agua del río, un sapo brincó dentro de su camisa.

– ¡Chispas! ¡Creo que tengo un pulpo en la espalda!

El horror de sentir un animal volvió loco a Jaden, que se revolcaba queriendo quitarse la camisa.

– ¡Me va a chupar el pulpo! ¡Me chupa! ¡Me rechupa!… ¡Jesús!

El chiquillo sintió vergüenza cuando descubrió de lo que se trataba.

– ¡Canalla! ¡Eres un sapo cualquiera, y yo que creí que eras un pulpo! ¡Pero no te me vas vivo sin darte tu merecido, condenado insecto!… ¡Te voy a mandar a la guillotina!

Al querer apoderarse del sapo, su pie resbaló y Jaden logró el segundo mejor clavado de su vida.

– ¡Guau, qué buen clavado me avente otra vez! ¡Gracias, sapito!… Le diré a mi mamá que te de una medalla por tu acto heroico.

Con la ropa pegada por el agua, Jaden brincó a diez metros de altura y se pegó al tronco de un árbol muy grande. Luego, correteó por las gruesas ramas del árbol y dio volteretas para bajar por el mismo tronco.

El pelirrojo no se dio cuenta que alguien, entre la espesura, lo observaba.

Silbando una alegre melodía, Jaden saltó sobre su caballo y salió a galope tendido…

Para Jaden, el entusiasmo por su caballo negro se imponía a cualquier cosa. El rocío de la mañana, y la sensación al manejar la rienda de aquel noble bruto le causaban infinito placer. El chico llevaba una espada en el cinturón de cáñamo de su cintura, lo cual, le daba un aire de magnificencia.

El Príncipe Jaden de Lysburgo era un niño con la piel muy blanca. Su carita estaba salpicada de pecas rojizas y su cabello era bastante largo, rojo y lacio. Por su baja estatura y singular delgadez, aparentaba menos edad de la que en realidad tenía; sin embargo, Jaden imponía por la energía que emanaba de su sola presencia, a pesar de contar con una mirada muy ingenua. Su rostro era tan bello y radiante, que se parecía a la cara de un querubín que los pintores renacentistas solían incluir en las esquinas de sus murales religiosos, allá arriba, donde nadie podía verlos.

Cuando el Príncipe llego a lo alto de un promontorio, se perfilaba el sol del nuevo día. Después, Jaden hincó las espuelas y aflojó la rienda, lanzando al noble animal a galope tendido. Al pequeño le encantaba estar en el campo. Le agradaba en extremo el sol y dejaba que el aire jugara con sus largos cabellos que lo hacían semejante a un ángel.

El pasto semejaba una gigantesca alfombra y con las crines al viento, el hermoso corcel también disfrutaba de esa carrera a través del valle.

El Príncipe animaba al bruto con la voz y lo dirigía con la presión de sus piernas. El bello animal dilataba las fosas nasales aspirando y expeliendo, por el esfuerzo, gran cantidad de aire. Sin poder resistirse, Jaden acarició a su caballo.

Unas ovejas de pelo largo pastaban cuando el rezongo lejano del caballo de Jaden las impulsó a alzar la cabeza y mover las orejas en dirección del ruido que las inquietaba. Cuando Jaden comenzaba a descender en dirección al rebaño, las ovejas tropezaron y se dispersaron. Los cencerros resonaron discordantes, como si estuvieran convocando a una parodia de plegaria.

El ejercicio físico, el sol y el aire libre, le habían dado lozanía y belleza al pecoso rostro de Jaden, cuyos rasgos estaban perfectamente bien delineados. Embebido en la hermosura y en el silencio que lo rodeaba, el niño era completamente feliz.

Y al acercarse a un obstáculo…

– ¡Vamos, tú puedes saltar, “Hércules”!

Pero el animal lo rehuyó cambiando de rumbo. Enfurecido, el pequeño arremetió contra su corcel.

– ¡Obedece, “Hércules”!… ¡Soy tu amo! ¡Vas a saltar, así te haga reventar!… ¡Vamos, con un demonio!

Jaden lo lanzó a toda velocidad tratando de obligar al caballo a salvar el obstáculo.

– ¡Arre!

Pero nuevamente, el animal soslayó el intento. Ante eso, el pellirrojo tomó una gruesa vara.

– ¡Yo te enseñaré!… ¡Te mataré a golpes, pero te quitaré lo cobarde!

La hermosa bestia se encabritó tratando de deshacerse del jinete. Pero Jaden resistió agarrándose de las crines con vehemencia.

– ¡Quieto!

El largo cabello de Jaden se erizó y su cuerpo fue rodeado por un aura dorada que despedía relámpagos azules, mientras sus enormes ojos brillaban aún más, hasta hacerse muy intenso su color miel. La fuerza del chiquillo había aumentado inconmensurablemente.

– ¡Vamos, bonito!… ¡Tú puedes hacerlo, “Hércules”!

La voz de Jaden se prolongó en el eco a través del bosque. Ahora sentía todo su poder. Los ojos le ardían, y su carita adquirió un destello que sin duda no era humano.

El animal convencido de la inutilidad de su esfuerzo, y al sentir aquel extraño poder sobrenatural que emanaba de su amo, lanzó un terrible relincho. Y dócil aceptó la guía del Príncipe Jaden, dispuesto a llegar hasta el final.

– ¡Hazlo, “Hércules”! -De sus manos se desprendieron partículas luminosas doradas.

Así, “Hércules” saltó limpiamente, describiendo una hermosa parábola.

– ¡Bravo!… ¡Eres el mejor caballo de todo el universo! -le dijo con el aliento cortado por el esfuerzo.

Aquel fue un triunfo personal para Jaden, quien había vuelto a la normalidad luego de que desapareció el misterioso llameo de energía que se encontraba alrededor de él. Todo había sido muy rápido…

A pesar de los ojos hundidos tras las espesas cejas y su delgadez, el jovencito proyectaba una enorme energía interior.

De pronto, el caballo hundió las patas delanteras en el fango oculto bajo el césped… Y dando una espectacular voltereta, arrojó al jinete sobre su cabeza. Jaden se volvió a caer a la mitad del río, aunque aminorado el golpe por el agua, el Príncipe no sufrió más que un espectacular baño.

Tan pronto era proyectado hasta el fondo como revolcado y golpeado contra los salientes de las bordes, al ser arrastrado río abajo por la corriente. Jaden trató de sujetarse con desesperación de una roca… Jadeante, el chiquillo se aferraba a la roca con toda la energía de sus poderosos músculos, tensos a su máximo; pero el poder de la corriente logro imponerse ante él, pues el Príncipe, con el cuerpo y las manos sangrantes por las ásperas rocas, cayó de cabeza por una pequeña cascada.

Inesperadamente, la velocidad de la corriente comenzó a aumentar sensiblemente. Y a cierta distancia estaba la catarata, en cuyo fondo, el agua al estrellarse, se convertía en neblina. Y se inició entonces la titánica lucha de un ser por salvar su vida ante la furia de la naturaleza que, como un gigantesco monstruo, amenazaba devorarlo…

Ya próximo a ser engullido por la rugiente caída, repentinamente, el Príncipe se hundió bajo la superficie. En su desesperación, Jaden tomó a un enorme pez del cuello y juntos dieron varias volteretas por el agua, mientras el chico lanzaba horribles gruñidos.

Enredado en unas plantas acuáticas, Jaden luchaba por salir de aquella trampa que le había puesto la madre naturaleza. Aterrado, el niño comenzó a sentir que a sus pulmones les hacía ya falta el aire. Su cuerpo parecía deshacerse en mil pedazos; sangraba por la boca, nariz y oídos.

Al final, Jaden consiguió coger la empuñadora de su espada, la desenvaino y movió la punta de su arma con la forma de una cruz. Su corazón latía muy rápido y los pulmones empezaron a dolerle… El Príncipe creyó que sus pulmones le iban a estallar en aquel momento.

-Ahora… o nunca-Los ojos de Jaden se tornaron fosforescentes, levantó la espada y su rostro adquirió un gesto demasiado duro… Un gesto que haría estremecer a cualquiera.

Silencio, y luego… oscuridad.

El sol seguía enviando sombras largas y multicolores sobre el paisaje.

Jaden dejó caer la mano y palpó el fresco césped. El Príncipe estaba tendido en el suelo. Cuando abrió los ojos, se encontraba mirando al cielo, con los brazos y las piernas extendidas en forma de equis. El niño movió su otra mano con temor, y se palpó varias veces el pecho y el resto de su cuerpo. Su ropa estaba seca. Estaba transfigurado frente al agua.

Jaden levantó su cabeza y trató de ponerse en pie poco a poco. Sus cortas y delgadas piernas le respondieron sin ningún problema. Una sonrisa espontánea subió a sus labios y después, le atravesó una cálida oleada de alivio. Jaden se llevó sus manos al pecho y notó su corazón latiendo bajo su piel. Sus ojos tenían una expresión atenta y meditativa.

Encima, sobre la copa de un árbol, se había posado un pequeño cardenal rojo. Movía la cabeza, como sabiendo a qué atenerse, y miraba al sorprendido niño, allá abajo, con algo parecido a una expresión de triunfo en los ojos.

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