EL PEQUEÑO JINETE
VEINTIÚN AULLIDOS
Por: Gustavo Mora
Gabo Adolescente.
Norte del Mar Caribe, verano del año…
Mi historia se remonta a un verano; no recuerdo cuál, de algunos buenos, otros malos, pero este fue otro de esos veranos que marcaron mi vida en un afán de superarme.
Extrañamente, esta historia llega a mí por casualidad. Me encontraba en un periodo de indigencia y calle, al cual llegué por motivos ajenos al caso, que contaré en otra corta historia. Confieso que un par de lágrimas caen de mis ojos al recordar por lo que pasé, pero ya escrita como una página que sucedió en mi vida, me hace sentir mejor el haber superado esa crisis y a tan corta edad.
El calor abrasa la piel como un amante celoso. El aire, denso y cargado de sal, se mezcla con el aroma a hierbas y frutas fermentadas, creando un cóctel intoxicante que embriaga los sentidos. A lo lejos, las olas rompen con un murmullo susurrante, donde el océano guarda secretos profundos, secretos que apenas alcanzan a rozar la consciencia dispersa de los despreocupados veraneantes.
Me encuentro en una encrucijada, un instante congelado entre el abismo del desamparo y el fulgor de la esperanza. Las sombras que pululan tras las palmeras se alargan, enrostrándome el eco de mis pasos perdidos, mientras me aferro a esta arena que se cuela parecido a un reloj de arena irremediable. La indigencia me ha acechado, burlándose de mis días; he logrado bailar con el hambre y me he convertido en un príncipe de la noche, susurrando a las estrellas mis anhelos, por cada dosis de desdicha que he tenido que tragar.
Las risas de otros fluyen en un torrente melancólico, una corriente de felicidad que no me pertenece, que se escapa entre mis dedos como el agua del mar. De pronto, ella aparece: su figura se recorta en la bruma del atardecer, radiando un halo que capta mi mirada. Sus ojos son dos abismos, profundos y tentadores, llenos de un fuego que parece buscar algo más allá de las olas. Se acerca mientras el sol se hunde, tiñendo el cielo de tonos carmesí, pero su belleza es solo una trampa, un espejismo en este océano donde la soledad se vuelve monstruo.
Mis pensamientos se entrelazan con los recuerdos, mientras una risa lejana me envuelve en un manto de insomnio. La necesidad de amor y de pertenencia se entremezcla con el miedo, y en esta lucha interna, el aire se tensa en torno a mí. De repente, un destello de reconocimiento: en sus ojos veo la misma oscuridad que lucha en mi interior. El punto de inflexión, el instante en que el destino decide cruzar nuestros caminos.
Ella sonríe, pero es una sonrisa rota; parece que detrás de ella yacen cicatrices ocultas. Sin poder evitarlo, me acerco y por un momento, el mundo se detiene. Las olas, el calor, los gritos lejanos; se desvanecen mientras esta conexión silenciosa nos atrapa. Ambos surcamos el mismo mar de desasosiego y, en el fondo de sus ojos, descubro la promesa de que podríamos ahogarnos juntos o aprender a nadar. Las palabras no se interponen, y el lenguaje de las almas habla por sí mismo.
Pero, en el fondo, surge esta duda oscura. Una sombra se proyecta entre nosotros; es un presagio.
—¿Nos encontraremos en el caos de nuestras vidas, o solo seremos dos barcos a la deriva en esta tormenta que se avecina?…
Las olas rugen y el viento comienza a ulular; el universo mismo se burla de nuestros intentos desesperados por escapar del destino. Y ahí estoy, entre el miedo y la necesidad, dispuesto a enfrentar las tormentas que llegarán, porque a veces el amor puede ser tan aterrador como liberador. Un susurro en la penumbra sugiere que, tal vez, lo que ambos buscamos no es la salvación, sino la aceptación de nuestro propio naufragio.
Así, en el fulgor de este atardecer, una nueva historia comienza a tejerse, marcada por el oscuro matiz del deseo y el silencio ensordecedor de la incertidumbre. Es ella, la triste soledad que viene a mí sin ser invitada, recordándome que no estoy solo en mi soledad y que ya es el momento de salir de este abismo; ella me susurra:
—¡Ya caminaste los siete círculos del infierno, aquí ya no hay nada para ti!
—Sigue el rumbo de esa calle, allí está un nuevo amanecer; es momento de continuar con tu vida. No regreses o te perderás en un oscuro mundo, no mires atrás, solo continúa…
Yo con Lágrimas en mis ojos (Flashback)
En un pequeño pueblo de una isla del Caribe, encantado por la belleza natural, se encuentra Cecilio Narváez, conocido cariñosamente como Chilo. Este enigmático chico, apenas cumpliendo sus diez años, se desliza por las sombras de la vida cotidiana con un cabello negro azabache y liso, enmarcando su rostro de piel canela, el cual irradia una luz misteriosa.
Desde temprana edad, Chilo ha adoptado costumbres antiguas, como si hubiera sido transportado de otro tiempo. Sus días están repletos de actividades que resuenan con la sabiduría ancestral: la caza, la pesca y la recolección de frutas silvestres se han convertido en sus artes favoritas. Con cada paso que da en los oasis de bosques que lo rodean en esta isla del Caribe, se sumerge en un mundo salvaje y primitivo, poniendo en práctica técnicas transmitidas de generación en generación.
Sin embargo, este jovencito va más allá de las habilidades ordinarias. Con sus manos ágiles y expertas, se dedica a crear increíbles artes manuales. Sus creaciones tienen la capacidad de contar historias sin necesidad de palabras, revelando su talento innato y proporcionando una visión única de su alma inquieta y creativa.
Pero, detrás de esta vida aparentemente tranquila y libre como el viento, Chilo guarda un oscuro secreto y un anhelante deseo, uno que solo su mejor amigo, el Chete, conoce. Y es que, en lo más profundo de su corazón, Chilo alberga un amor prohibido por su leal compañero. En los rincones más recónditos de la noche, bajo la luna llena que acaricia su cabello oscuro, sus pensamientos se entrelazan con los de su amigo en encuentros secretos, uniendo sus corazones en complicidad.
El estilo de vida antiguo, las habilidades excepcionales y el secreto amoroso se entrelazan, creando una imagen cautivadora y llena de intriga. Cecilio Narváez, o Chilo, es un enigma humano, una figura que despierta curiosidad y ansias por descubrir más acerca de la vida. Su anhelante deseo es:
—¡Lo que más deseo en este mundo es un caballo!…
(Música Conmovedora Comienza)
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Una mañana, muy temprano, con el canto del gallo, caminando sin rumbo, pensando en lo que me dijo la chica misteriosa de mi sueño. ¨Bueno, aún no sé si fue un sueño o una premonición¨. Voy pensando en qué voy a comer este día. Paro frente a una casa de color verde claro con rejas negras, que tiene un patio grande con varias mesas, que es una suerte de restaurante casero y un garaje vacío con puerta independiente en la entrada.
Allí está una señora indígena llamada Isabel Narváez. Isa, armando un puesto de empanadas, está muy atareada y tarde, ya que los clientes hacen cola. Yo cruzo la calle apresurado y le ayudo sin preguntarle con todo, e incluso a despachar, con una agilidad y astucia de las personas que venimos de la ciudad. Terminamos a eso del mediodía; le ayudo también a atender las mesas, lavar los platos y asear el frente. Al terminar, la Sra. Isa me sirve un plato de comida y me paga, no recuerdo cuánto, pero es el primer pago en largos meses, tal vez 25 o 35, no lo recuerdo bien, y ella me susurra con una agradable sonrisa:
—Joven, si no está ocupado mañana lo espero a la misma hora…
Yo respiro hondo y se me quiebra la voz al agradecer de corazón por la inmensa ayuda que me acaba de ofrecer la señora Isa. Agradecido con el Universo, siento un aire fresco tocar mi rostro y volteo hacia la puerta para ver a la soledad sonreír y hacer un gesto con su mano izquierda desde sus ojos hacia mí, queriendo decir:
—¡Te estoy observando!…
Mi cara se ilumina y lágrimas en mi rostro anuncian el fin de mi indigencia, gracias a las manos generosas de la señora Isabel Narváez, Isa.
(Música Conmovedora se Desvanece)
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La señora Isabel Narváez, conocida cariñosamente como Isa, es una mujer que emana una belleza ancestral que se entrelaza con su herencia indígena caribeña. Su largo cabello negro, como la noche más profunda, baila alrededor de sus caderas, otorgándole un aire misterioso y seductor. Vestida con un traje floreado, cada una de las delicadas flores parece estar pintada a mano, convirtiéndola en un lienzo en movimiento. Su piel canela, iluminada por el cálido sol del Caribe, posee una suavidad irresistible que invita a ser acariciada. Los rasgos faciales de Isa reflejan la nobleza de sus ancestros, con pómulos altos y ojos oscuros como la noche estrellada.
Su andar es un verdadero espectáculo. Con cada paso, Isa se desplaza con una firmeza y elegancia innatas, que enmarcan su figura esbelta y bien proporcionada. Cada movimiento suyo es un baile en sí mismo, una coreografía que hipnotiza a aquellos que tienen la fortuna de presenciarla. Su gracia y alegría son contagiosas, iluminando todos los espacios que ella habita con una energía vibrante.
Isa lleva consigo la sabiduría de sus antepasados, una riqueza que ha sido transmitida de generación en generación. Desde su mirada profunda hasta su sonrisa amable, todo en ella refleja su conexión con la tierra, el mar y el cielo del Caribe. Cada suspiro que toma se llena de la esencia de la naturaleza tropical, y cada palabra que pronuncia está cargada de historias ancestrales. En la vida de Isa, se entrelazan las tradiciones y el modernismo, la cautivadora oscuridad del pasado y la luminosidad del presente. Es una mujer de carácter fuerte y determinado, que no teme luchar por lo que cree justo y defender a los suyos. Su voz, suave, pero segura, lleva consigo el eco de mil voces que han resistido a lo largo de los años.
Isabel Narváez, o Isa, es una presencia imponente y exquisita, capaz de cautivar a cualquiera que se cruce en su camino. En su esencia, lleva consigo la magia y la belleza del Caribe y, a través de su historia, envuelve a todos en un abrazo cálido y acogedor. Por mucha situación de calle que estaba viviendo, jamás pedí dinero o ayuda; si estaba allí era por alguna razón que ni yo mismo lo sabía, pero tenía que luchar y salir de este infierno como fuera. Fue una experiencia muy cruda; aún así, mis palabras, que aún recuerdo y las llevo en mi mente cada día, son:
—Yo Soy. Yo Puedo…
Con una gran sonrisa de gratitud recuerdo haber tomado rumbo al centro; llevo puesto un pantalón vaquero, Leví’s, una franela blanca de algodón y un par de zapatos de cuero sin medias. Paro en una tienda de importación, así le llaman en esta isla de zona franca al comercio; compro un cepillo de dientes, afeitadora, jabón, una toalla y una franela blanca de algodón para trabajar al día siguiente.
Esta noche duermo en un terreno baldío al lado de la casa de la Sra. Isa, con unos cartones que hallé de regreso. Fue allí cuando conocí a Cecilio Narváez Chilo, que es el hijo de la señora Isa, a la cual le estoy ayudando. Él me cuenta de cómo quiere y sueña con tener un caballo y toda su conversación rueda en torno a los equinos.
Pasaron los días entre trabajo, despacho, hacer los mandados y las compras del restaurante. Recuerdo que cuando iba al mercado me enviaban a los hijos de la señora Isa, para ver si yo partía con el dinero, pero no. Yo tenía mucho tiempo viviendo en la calle, en la indigencia, para hacer una tontería que me devolviera a ese mundo.
—»La lealtad no se paga ni con sangre»…
Las semanas pasaron y al mes de estar trabajando para la señora Isa, en aquel pueblito mayormente de pescadores, una noche ya tardé. La señora Isa, se acercó al terreno baldío y me dijo con voz suave y dulce, como si se tratara de otro de sus hijos:
—¡Venga, mijo, acompáñeme!
—Sí, mi doña, estoy a la orden. ¿Alguna diligencia de último momento?
Ella me mira nuevamente con su cara de madre protectora y me susurra…
—Tranquilo, mijo, todo está bien, venga. ¡Quédese aquí!…
Y me abre la puerta del garaje vacío. Para mí es como una suite después de haber dormido al aire libre por tanto tiempo. En el terreno baldío llevo ya un mes con comida y sin pagar prácticamente nada, ya que estoy ahorrando para mudarme al centro.
Una mañana me preparo para sacar los utensilios a la entrada y a todos nos asombra un carro con un remolque y dentro viene un caballo, del cual no recuerdo su nombre; un garañón inmenso, parece de carreras, que Jesús Moya.
¡Chuito!, el padre de Chilo, trajo desde tierra firme…
Jesús Moya, conocido por los íntimos como Chuito. Su figura, imponente y orgullosa, es un tributo a su ascendencia indígena, todo hecho de líneas fuertes y curtidas por los rigores de la naturaleza. Sus ojos, profundos y oscuros como el abismo marino, cuentan historias de fuerza y tenacidad que solo los avatares pueden imprimir en el alma.
El cabello de Chuito, liso como la brisa del océano, es un alarde de vitalidad y rebeldía, esplendoroso en su tonalidad negra como la noche, pero a la vez reluciente como el petróleo que yace oculto en las profundidades. Cada hebra es testigo del paso del tiempo y las tempestades que ha atravesado, negras como el carbón, aunque irradiando una vitalidad inquebrantable.
En su semblante, labrado por el sol y el viento, se dibujan rasgos firmes y temerarios. La barba descuidada, pero varonil, revela su ascendencia guerrera, revelando su conexión ancestral con la tierra y el mar. Los surcos de su rostro, tallados por el paso de los años y las luchas personales, trazan mapas de vida y experiencias, contando historias que solo él conoce. Siempre protegido por la sombra que le brinda su sombrero de ala ancha, Chuito se adentra cada día en el mar, en busca de sustento y supervivencia.
Sus manos, robustas y ásperas como cuerdas marinas, son herramientas indispensables en su labor de pescador. Hombros anchos y musculosos, adornados ocasionalmente por tatuajes que narran la tradición y la espiritualidad de su pueblo, revelan su fortaleza física y su compromiso con la tarea que la vida le ha impuesto.
Con cada paso, el tabaco que tritura y mastica es el compañero constante de Chuito, envolviéndolo en un halo de nostalgia y mística ancestral. El humo que escapa de sus labios, como nubes grises entre las olas, es el testimonio de su apego a las tradiciones y sus raíces profundas, resistiendo contra los embates del tiempo.
Detrás de la mirada dura y serena de Chuito, se esconde una vasta riqueza de sabiduría y una determinación inquebrantable. Su espíritu, en sintonía con la naturaleza y el mar, es un faro de inspiración para aquellos que conocen de cerca su historia. En las calles del pueblo, su presencia es casi mitológica, emanando respeto y admiración por su temple y carácter. Chuito encarna la esencia de la vida de lucha y supervivencia de su estirpe indígena.
Su imagen y personalidad se entrelazan en un tejido indomable, lleno de detalles oscuros y exquisitos, que solo aquellos que le conocen se adentran en su mundo y pueden apreciar en toda su magnificencia. El caballo lo ha comprado; a mí me parece que es un regalo de reconciliación porque el señor Chuito se quedó a vivir desde esa mañana. Chilo lo montó enseguida a puro pelo; son el uno para el otro. Todo el día lo corre, lo baña, peina y cuidaba su crin; inclusive ha ganado varios premios y coleadas.
(Música Conmovedora Comienza)
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Pasaron los meses y nunca creí que el tiempo pasara tan rápido cuando estás ocupado, trabajando y tranquilo, bueno, dentro de lo que cabe, y al acercarse el siguiente verano, hablé con la señora Isa. La noche llegó de pronto, como huyendo; parada frente a la puerta del garaje está ella de nuevo, mirándome a los ojos y me señala con su mano izquierda, terminando en su dedo índice y señalándome la calle con dirección al centro. Es aquí cuando comprendo que mi momento para seguir adelante ha llegado. El pasado está allá, y ahora lo importante es seguir adelante y escribir esta extraña historia que permanece en mi memoria.
La señora Isa me ve hablando solo en la puerta del garaje, con lágrimas en mis ojos, doblando mi otro pantalón vaquero Levi’s y la otra franela de algodón. Ella se acerca a mí y sus palabras son:
—¿Te sucede algo, hijo?
Yo, con un nudo en mi garganta, la observo y tiene esa mirada de madre preocupada que no puede ocultar; yo solo puedo decir…
—Gracias, mi doña, por todo y por darme una mano cuando más lo necesite, muchas gracias…
Ella, extrañada, me mira fijamente y al parecer adivina lo que está pasando.
—¿Por qué te vas, mijo?…
Le comento:
—¡Ya tengo que seguir mi camino, gracias por todo!…
Aún sigo agradecido con ella. Aunque jamás los volví a ver, qué pena. La señora Isa, con mucha tristeza y llanto, me dice:
—Está bien, mijo, quédese el fin de semana y el lunes vaya con Dios. Muchas gracias, aquí siempre tendrá un garaje, una amiga y un plato de comida…
Me abraza con lágrimas en los ojos; mi amigo Chilo está bastante triste; también El Chete, amigo de la infancia de Chilo.
(Música Conmovedora se Desvanece)
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El Chete, un niño de apenas once años, es un paisaje lleno de misterio y oscuridad. Con una presencia que cautiva e intriga a todos aquellos que lo rodean. Sus ojos, marrones y penetrantes, parecen ocultar secretos ancestrales y un conocimiento más allá de su corta edad. Desde pequeños, Chete y Chilo han sido inseparables. Su amistad es intensa y casi palpable, pero en medio de su conexión, hay un aura de tensión sexual inexplicable. Sus miradas, cargadas de deseo, se encuentran en cada momento, y sus abrazos son más que simples gestos de afecto; son encuentros de almas que se desean en lo más profundo.
El Chete, con sus cabellos oscuros y rebeldes, esculpe su personalidad a cada paso que da. Su voz grave y firme, a pesar de su corta edad, mantiene cautivo a cualquiera que lo escuche hablar. Es un seductor innato, capaz de envolver a quienes lo rodean en su magnetismo irresistible. En su cotidianidad, es un observador meticuloso y detallista del mundo que lo rodea. Absorbe cada imagen, cada sonido, cada aroma con una pasión que solo los artistas conocen. Sus ojos escudriñan cada rincón en búsqueda de nuevas experiencias, de nuevos caminos por explorar.
Sin embargo, su vida no es solo un cuadro oscuro y embriagador. El Chete también es un niño lleno de amor y ternura. Su relación con Chilo, su amigo de la infancia, es un refugio de dulzura y complicidad. A pesar de la extraña tensión que los envuelve, su amistad es un oasis de lealtad y suavidad en medio de un mundo turbio y desconocido. Ambos niños se nutren mutuamente de sus secretos más profundos, compartiendo la intensidad de sus emociones como si fueran un mismo ser. Juntos, son capaces de atravesar las sombras de la vida sin miedo, enfrentando cada obstáculo con valentía y determinación.
La vida del Chete, envuelta en su aura de misterio y seducción, es un lienzo en blanco, esperando ser manchado con colores vivos y oscuros a la vez. Su existencia está llena de matices, de luces y sombras que se entrelazan en un baile cautivador. Él es el autor y el protagonista de su propia historia, una historia que se despliega en cada palabra, en cada gesto, en cada mirada. Y aunque el futuro no está escrito, el Chete ilumina su camino con una pasión desbordante que lo impulsa a descubrir los secretos más profundos de la vida y del amor.
No sé por qué, pero entre el Chete y Chilo siempre hay, no sé, esa extraña tensión sexual; sus miradas y sus abrazos son muy efusivos, todo lo hacen juntos, son muy amigos, tal vez quizás más, en realidad no lo sé, pero siempre quedamos hasta bien entrada la noche conversando junto con otros amigos del pueblito; si es demasiado tarde, el Chete se queda en la casa de Chilo.
Cuando están jugando en el cuarto, la Sra. Isa les cierra la puerta y dice que no los molesten para nada.
Ella afirma que:
—Es mejor que esté con un amigo en su cuarto a que ande con muchos inventando en la calle o quien sabe donde…
Yo no conozco a mucha gente del sector; no tengo tiempo para otra cosa que no sea hacer dinero y mudarme; siempre estoy haciendo un trabajo, un mandado, algo que me genere, por muy poco que sea, dinero.
Ese último fin de semana me pusieron un chinchorro (hamaca) en la azotea de la casa, donde nunca quise vivir, ya que en el garaje tenía llave y entrada independiente. No me hace falta entrar a la casa.
Este domingo del último verano de mi indigencia, hay una competencia donde Chilo está inscrito y es el favorito. Solo se habla de la competencia y del veloz caballo de Chilo; hay quienes están muy contentos con el caballo, como la señora Isa, y quienes no, como El Chete. Ellos fueron juntos al colegio y compartían todo, aunque desde que Chilo tenía caballo y consiguió novia, sí, novia, aquí las cosas cambiaron.
Isabel Marcano: Chabela, adolescente de algunos 12 años, estudiante, hija única y consentida de su casa.
Isabel Marcano, conocida cariñosamente como Chabela, es una adolescente encantadora de aproximadamente 12 años de edad. De delicada apariencia, posee una melena oscura y brillante que enmarca su rostro angelical, resplandeciendo bajo el sol caribeño. Los ojos de Chabela, grandes y expresivos, destilan una mezcla de curiosidad y determinación, reflejando su espíritu audaz y aventurero.
Siendo hija única, Chabela ha sido criada en un hogar donde su dulce voz y su sonrisa traviesa son el centro de atención. Mimada y consentida por sus padres, su familia decidió mudarse a la tranquila y paradisíaca isla del Caribe debido a motivos políticos. Desde su llegada a esta tierra llena de encanto, Chabela ha encontrado una nueva perspectiva en la vida. Empapada por las brisas tropicales y embelesada por la inmensidad del océano, ha aprendido a apreciar los regalos de la naturaleza. Su corazón palpita con la emoción de explorar cada rincón de la isla.
Como estudiante dedicada, Chabela se esfuerza diariamente en su educación. Su sed de conocimiento y su capacidad intelectual se reflejan en cada tarea realizada con meticulosidad y minuciosidad. No hay detalle que escape a su fértil imaginación, pues se deleita con cada palabra escrita y cada línea trazada en sus cuadernos. Sin embargo, la vida de Chabela no se limita solo a los estudios. Su espíritu inquieto la lleva a vivir diversas experiencias emocionantes. Explora las playas de arena dorada, su fino tacto en la piel y el sonido de las olas que se estrellan con fuerza contra la orilla, enfatizando su tenacidad y decisión.
Chabela, con su carácter amigable y extrovertido, se ha ganado el afecto de Chilo. Ha establecido lazos de amistad que se entrelazan como las enredaderas coloridas y fragantes que adornan los jardines de las lujosas casas coloniales.
Conversaciones llenas de risas y cuentos de fantasía envuelven sus vidas, siendo ella quien contagia su energía positiva y vibrante a Chilo. Las horas pasan rápidamente mientras Chabela se sumerge en interminables juegos y risas compartidas con su nuevo amigo, disfrutando de una infancia plena y llena de alegría.
Su mejor amigo quedó desplazado y, bueno, en las caras se les nota la envidia, pero son tantos que uno no le daba importancia y además, yo no pertenezco allí, así que es harina de otro costal. Aunque pude notar que desde que Chabela viene de visita cada vez con más frecuencia, el Chete comienza a alejarse y las noches de conversación y cuentos ya no fueron las mismas, qué pena.
Es viernes, de este último fin de semana del verano a mediados de los años 80. Se nota ya que hay música en la casa, todos con ropa de fin de semana; bueno, yo igual, el mismo vaquero Leví’s, franela de algodón blanca y zapatos de cuero sin medias; siempre ando limpio y aseado, que es lo importante.
Los días de verano son exhaustos y sofocantes. Más en las penínsulas del Caribe, el calor es abrazador. Cenamos, conversamos un rato. Están Chilo y El Chete. Van al centro para una discoteca donde trabajaba el novio de Consuelo Narváez, Chelo, la hermana de Chilo.
—¿Pero, bueno, por el amor de Dios, que tiene esta gente con la letra CH?…
Casi todos los nombres van en torno a esta letra. Ellos me invitan, porque es la primera vez que Chilo va a entrar en una discoteca; es un acontecimiento único para la fecha, pero yo tengo otros planes y no puedo gastar ni medio. Me mudo sí o sí la siguiente semana y tengo los ahorros justos. Y yo me voy a descansar a la azotea, buscando el aire fresco de la noche, ya que es mi último fin de semana en la casa antes de mudarme. Las hojas no se mueven, ni una (pizca) de brisa en los techos que aún son de tejas para aquel entonces.
Quedo dormido por cansancio; ya todo está callado. Lo único que interrumpe el silencio es un reloj antiguo de doble cuerda que da la hora con unas campanadas terroríficas que se escuchan hasta la otra cuadra. Se pueden imaginar que cuando son las doce el gong del reloj retumba alrededor de dos cuadras. Hay algunos vecinos que ya son un show de medianoche. Tras el sonido del gong con su eco aterrador se escucha:
—¡Hijos de putaaa!…
Nunca supe quién era, pero sospecho de un viejo Uruguayo que vive en una de las casas del frente, basándome en que cada mañana da un portazo y se va a trabajar trasnochado…
—Ja, ja, ja, ja…
Luego no se escuchan ni los grillos. La mayoría de las casas tienen un terreno baldío de por medio; precisamente en el terreno de al lado, donde yo dormí el primer mes, está el caballo de Chilo.
Lo que sucedió esa noche fue terrible. Los que estuvimos allí creo que jamás lo olvidaremos…
Faltan poco para las doce, lo sé porque veo mi reloj de muñeca y porque me despierta un frío tan inmenso que me asusta; en pleno verano y todo está helado. Me levanto de la hamaca muy incómodo, enciendo una vela que está en una mesita como lamparita para leer por las noches. En lo alto de esta casa enclavada en pleno corazón del Caribe, con la luna radiante y el calor abrazador del verano como testigos, me encuentro enigmático y curioso en esta azotea, rodeado del murmullo distante de las olas que acarician la costa cercana, creando una melodía única y embriagadora.
Me siento en una silla vieja y gastada; agarro con manos firmes un periódico doblado cuidadosamente. El papel crujiente parece ser la puerta a un mundo de acertijos y desafíos, y el crucigrama se extiende frente a mí como un lienzo en blanco, esperando ser resuelto. Sin embargo, el hechizo del momento se rompe abruptamente cuando, de repente, un aullido aterrador emerge de la casa. Un escalofrío recorre mi cuerpo y mis sentidos se agudizan. El sonido del aullido se dispersa en el aire, mezclándose con el fragante y cálido aroma del jazmín que se abre paso a través de las ventanas cercanas.
(Aullido Aterrador)
—¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!…
Yo me imagino la situación abajo en el patio.
El perro, guardián de la casa, emana una presencia imponente y salvaje, como es la personificación misma de la fuerza y la protección. Su pelaje oscuro brilla bajo los azules rayos de la luna, revelando un pelo exquisitamente cuidado y bien cepillado. Sus ojos, relucientes y vigilantes, escudriñan el horizonte, buscando cualquier indicio de peligro o intrusión.
Pero lo que se encuentra allí no es humano, ni siquiera es algo, porque nada se puede ver bajo la luz de la luna. La energía palpable en este momento suspende el tiempo; yo no puedo evitar sentirme fascinado por este aullido aterrador. Mi corazón late con un compás frenético, mientras mi mente se deja llevar por las posibles razones detrás de este sonido angustiante.
—¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!…
—¿Un llamado de auxilio? ¿Un presagio místico? ¿Qué?…
La brisa gélida y suave acaricia mi piel desnuda, provocando una sensación de espasmo y terror. Mientras estoy aterrado en la azotea, la vida en el vecindario continúa a su alrededor, aunque permanezco inmóvil, cautivado por el misterio y la posibilidad de adentrarme en un nuevo enigma.
En su resuelta minuciosidad, retomo el periódico y empiezo a enfocarme en el crucigrama una vez más. Las palabras se entrelazan ante mis ojos, convirtiéndose en enigmas que esperan ser desentrañados. Pero en el fondo de mi mente, el eco del aullido persiste, llenando el aire con su presencia inquietante.
En esta azotea, en pleno corazón del Caribe, me encuentro en una encrucijada entre los desafíos del crucigrama y la misteriosa llamada que llena el aire. Ahora, solo el tiempo revelará qué camino elegiré y qué secretos me aguardan en este cálido rincón del mundo.
(Aullido del Perro Nuevamente)
—¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!… ¡Auuuuuuuuuuuuuu!…
Del susto rompo el periódico en dos.
—¡Coño, pero qué vaina es esta!…
—¿Qué le pasa a este maldito perro?…
Digo yo, impresionado.
Corro a la baranda de hierro de la azotea y observo a mi alrededor, pero no veo nada, no hay ni brisa, el frío es intenso y las ramas de los árboles se mueven en dirección hacia la casa donde estoy yo. Mis manos están aferradas a la baranda y, por más blancos que tenga los dedos ya sin sangre de tanto apretar, no puedo despegarme de la baranda. Son veintiuno los aullidos de dolor y terror del perro con su pelaje de punta, la cola entre las patas, mirando hacia el caballo y luego hacia los árboles. En el último aullido suena un trueno estrepitoso que a continuación deja escuchar las doce terribles campanadas del reloj antiguo.
(Trueno Estrepitoso)
—¡KRAAAAAK! ¡KRAAKABOOM!…
(12 Campanadas del Reloj Antiguo)
—¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don! ¡Din don!…
Te digo algo, primera vez que no se escuchó el famoso grito.
—¡Hijos de Putaaa!…
Allí mismo comienza a caer un aguacero inclemente y las ramas de los árboles se estremecen y van en dirección de la calle; es todo tan extraño que cuando puedo despegar mis manos de la baranda, todo ha pasado y se oyen de nuevo los grillos, ranas y todos esos sonidos que trae la noche.
Yo, estupefacto, me pregunto:
—¿Pero todo esto qué coño ha sido? ¿Qué ha sucedido aquí?…
La señora Isa sale de la casa con Chuito. Encienden las luces del patio y Chuito me pregunta:
—Mijo, ¿escuchaste eso?…
Yo, helado y sin sangre en mis venas, lo miro y asiento con la cabeza, porque no tengo ni saliva. La señora Isa me manda un vaso con agua; yo estoy transparente con lo sucedido. Las manos me temblaban, no puedo ni bajar las escaleras, las piernas no me responden.
—Mmmm… Estoy seguro, o creo que algo caminó por el terreno baldío; ¡en realidad no sé lo que vi!
—Escuché veintiún aullidos del perro, que estaba viendo algo o a alguien en el terreno baldío; tenía la cola entre las piernas; estaba más asustado que yo, de donde salió este frío tan inmenso…
No puedo dormir el resto de la noche, tampoco los familiares de Chilo, que están en el patio tratando, como yo, de entender qué pasó esta noche. La señora Isa susurra:
—Tengo un mal presentimiento, algo me aprieta el pecho…
A lo que Chuito le responde:
—Tranquila mujer, fue el susto…
A la mañana siguiente, ya con el sol caliente del último verano en el pueblito insular y un día radiante, se escuchan varios gritos desgarradores y de dolor de la Sra. Isa.
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!…
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!…
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!… ¡Por Dios!…
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!…
Corremos los que estamos despiertos y un par de vecinos chismosos de la casa de al lado también, todos hacia el terreno baldío, de donde vienen semejantes gritos de horror. Es la señora Isa, arrodillada al lado del caballo que tiene en su pecho veintiún puñaladas. Yace en un charco inmenso de sangre ya seca, con los ojos y la boca abierta. Lo han asesinado a sangre fría.
La escena es bastante grotesca y estremecedora. El sol radiante de la hermosa mañana desafía la tragedia que se ha desplegado en este terreno baldío. El pueblo insular, usualmente tranquilo y pintoresco, se encuentra sumido en un estado de shock ante el horrendo acto de violencia que acaba de presenciar.
La Sra. Isa yace arrodillada junto al hermoso caballo. Las líneas de dolor en su rostro adelantan la magnitud de la tragedia que ha presenciado. Su grito desgarrador ha llevado consigo todas las angustias del mundo. El majestuoso animal ahora muestra las secuelas de un ataque brutal. El cuerpo del caballo reposa inmóvil, su pelaje oscuro manchado por un charco de sangre seca. Las veintiuna puñaladas que lo han atravesado exhiben la crueldad y la falta de piedad de su agresor.
La escena es dantesca. La sangre coagulada contrasta poderosamente con el vibrante verde del terreno baldío. Los ojos y la boca permanecen abiertos en una expresión de horror impreso en su rostro. Su mirada perdida y sus labios entreabiertos tratan de entender cómo ha llegado a este cruel desenlace. La comunidad, en un acto de solidaridad y curiosidad morbosa, se ha congregado en torno al lugar del crimen. Susurros de indignación y conmoción llenan el aire, mientras cada persona intenta encontrar alguna pista o explicación para tan horroroso suceso.
La vida en el pueblito insular nunca será la misma después de este día. La violencia, que parece un concepto ajeno a este rincón paradisíaco, se ha adentrado de manera implacable, dejando cicatrices emocionales en cada uno de sus habitantes. El asesinato a mansalva del caballo es un símbolo trágico y brutal de la fragilidad de la vida. La Sra. Isa, una figura querida y respetada en la comunidad, personifica la inocencia y ternura que tanto se aprecia en este rincón del mundo. Ahora, su existencia está marcada por un dolor indescriptible y un vacío que ninguna palabra podría llenar.
¡Pero las malas noticias siempre llegan todas a la vez!
Los llantos de las hermanas y amigos de Chilo llegan a la casa:
—Lo mataron, Maita, lo mataron. Él no quería ir a la discoteca. Nosotros lo llevamos. Perdóname, Maita, perdóname…
La Sra. Isa, en pleno llanto y a punto de desmayarse.
—¿De qué me estás hablando Chelo?…
La Sra. Isa, se lleva las manos al pecho y dice:
—Yo lo sabía, tenía un mal presentimiento, que le paso a mi Chilo. ¿Donde está?…
Gritos, llantos, ataques, desmayos, todo un frenesí.
(Chelo Continúa)
—Todo está bien, maita, estamos bailando, todo tranquilo; mandan a buscar a Chabela con alguien de confianza y nos despedimos de ella. Temprano hubo una pelea afuera, pero nosotros no vamos a ver porque comentan que son desconocidos. Chilo está incómodo porque no sabe bailar y se va al baño; él se está tardando mucho y cuando se escucha el relámpago todos nos asustamos y salimos a buscar a Chilo, porque creemos que se ha ido a la casa del Chete. Tú sabes que ellos siempre están juntos y, como tú dices que los dejen tranquilos cuando están en sus cosas y que no los molesten, no nos preocupamos…
Chelo, llorando inconsolable, continúa.
—Hasta esta mañana, cuando se formó un escándalo por un muchacho muerto en la parte trasera de la discoteca, vamos a ver a dónde es la cosa y allí estaba tirado en un charco de sangre un muchacho con veintiuna puñaladas en el pecho, los ojos y la boca abierta, cuando lo destaparon para ver quién lo reconocía:
Chelo gritando desesperada.
—¡ERA EL MAITA, ERA ÉL, ERA CHILO!…
—¡Hay Dios mío, mi hijo, que horror!…
Los padres de Chabela llegan a buscarla porque se supone que están juntos en la discoteca, pero ella se marchó temprano, al parecer con alguien de confianza.
Padre de Chabela, muy enojado y preocupado.
—Buen día; por favor, dígale a Chabela que estamos aquí. Hoy está castigada: tenía que llegar a las 12 de la noche y mira la hora que es y ella no ha llegado a la casa desde anoche…
—¿Qué está pasando aquí?…
Chuito, nervioso y con las manos temblorosas, comenta:
—Cálmense, señores, que esto debería tener una explicación…
Padre de Chabela sigue muy alterado.
—Pues si hay alguna, dígamela porque allá afuera está la policía y están haciendo muchas preguntas.
—¿Dónde está mi hija?…
El Chete algo nervioso.
—Lo único que escuchamos fue un perro aullando; aullaba feo, maita, muy feo…
Un vecino chismoso de la casa de al lado con cara de Mmmm…
Desconfianza y sospecha, quién sabe qué.
—¡Carajo, un perro aullando en una fiesta moderna, cuéntame otra porque no te la creo!…
El Chete nervioso y desubicado.
—Yo lo digo porque en mi casa también aulló el perro y todos los perros de la vereda. Mi mamá me mandó a ver qué estaba pasando en la calle y porque la policía estaba aquí, en la casa de mi amigo…
El vecino chismoso continúa su interrogatorio personal.
—¿Bueno y tú, no estabas en la fiesta moderna, pues?…
El Chete responde desafiante.
—¡Sí, pero me fui para la casa temprano, no me sentí bien!…
Sergio Narváez, Checho, hermano de Chilo. Lo certifica.
—Sí, el Chete ni siquiera entró a la discoteca; se sintió mal de repente; eso fue antes que llegara Chabela. Y él se fue en un taxi…
El Chete se ofreció a ir a comprar alcohol para los desmayos y la tensión del momento y fue a la farmacia. La señora Isa cae desmayada; todo es gritos, llantos, más desmayos, una escena muy dura y triste; también muy extraño el hecho de la muerte que se suscita en ambas partes, en el mismo momento y con el mismo tipo de arma, según fuentes oficiales.
Al momento no se supo quién fue; la escena es horrible y la desaparición de Isabel Marcano y Chabela fue todo un acontecimiento, dejando un cangrejo sin resolver. Eso cambió para siempre a todas las personas que conocí allí en ese pueblo.
La muerte estuvo frente a mí, entre los árboles del patio. La escuché y la sentí, pero no la pude ver. El perro la vio venir y la vio irse. Fue aterrador.
—¡No es lo mismo llamar a la muerte, que verla llegar!…
La señora Isa. No volvió a ser la misma desde aquella vez. Toda una tragedia, sin contar la separación de los padres de Chabela, seguido por el suicidio de su madre. Fue un misterio muy grande y doloroso.
Después del oscuro y triste suceso, el lunes temprano continué con mi vida y me mudé a un anexo en una urbanización fuera del centro. Conseguí un trabajo, comencé un curso de cocina y uno de inglés y salí de la indigencia y la oscuridad de las calles, gracias a aquella señora indígena llamada Isabel Narváez, conocida popularmente como Isa, que me tendió una mano y me regaló esta trágica historia.
Pasaron los diez meses, para ser exactos; con bastante esfuerzo y sacrificio alquilé un anexo tipo estudio al sur de la isla, en el centro, lo que un día fue la zona colonial, del cual tengo otra historia. Frente a una hermosa bahía donde los anexos y habitaciones para estudiantes eran más económicos.
Del Chete, recuerdo su rostro muy vagamente; aquel chico de once o trece años compartía todo con nosotros y era muy tranquilo; se podría decir que extraño.
Después que él salió a buscar el alcohol en la farmacia, jamás se le volvió a ver; tampoco nunca más supe de la desaparición de Chabela. Jamás hablé con ella, solo llegaba hasta la puerta; siempre la traían y la llevaban y uno, con tanto trabajo, no tenía tiempo para socializar. Yo tenía una meta: mudarme y continuar mi vida.
Pasaron dos veranos y, una mañana calurosa, a principios del tercero, me encontraba desayunando y leyendo el periódico local, El Insular, y en el lado de sucesos apareció la fotografía de un chico al cual yo conocía, El Chete. Se trataba del mejor amigo de Chilo. Lo hallaron ahorcado en el patio de una casa de campo, bajo las ramas de un enorme árbol de guayacán. Debajo de él había una tumba con una cruz de ramas atadas con un cordón de zapatos y una pala con la tierra removida.
Allí estaba el cadáver de Isabel Marcano, Chabela. Con muchas revistas hípicas y algunas fotografías de la novia de Chilo con múltiples cuchilladas, sus ojos estaban perforados con tijeras, algo muy perturbador.
En su cuarto de la casa de campo, encontraron en una caja detrás del escaparate un tipo de punzón o abrecartas que era el arma del crimen, junto a una camisa y un pantalón con sangre seca y muchas fotografías en donde salían Chilo y el Chete, en sus momentos de playa, río, juegos y otras al parecer íntimas; se veían como hermanos. Las fotografías tenían múltiples impactos de cuchilladas en el papel.
También se encontraron muchos dibujos donde un caballo estaba acuchillado por todos lados, varios peluches apuñalados, ropa de Chilo, varios mechones de cabello y otras cosas que no se podían contar; nunca se supo qué eran.
Había una pared completa con fotos y el nombre de Chilo, rayado en marcador, muy triste y perturbador para un jovencito de once años, qué pena.
En la tumba se halló el cadáver de Chabela, con la ropa de la fiesta y con las mismas heridas en el pecho que Chilo y el caballo. Fue un crimen pasional.
El amor es extraño y descontrolado.
Así fue como se descubrió el misterioso caso del pequeño jinete.
La amistad fue muy grande. Pero al final el celo lo venció.
—Las nubes se van, pero el sol no regresa…
Fin.
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