Un olor nauseabundo se fue colando por cada resquicio de la casa como neblina de Octubre pegajosa y fría. Todos se pararon a observar y a olfatear como intentando llegar a través de la nariz erguida al origen de la fetidez. Con gestos, sin hablar ninguno, pero con evidente expresión de asombro y duda, cada cual por su lado realizó una pesquisa olfativa, recorriendo con la cara pegada a las paredes, los entre paños, las repisas, los anaqueles, las camas, las ropas, los lavabos y las puertas, pero era imposible ubicar su origen. El olor aunque leve pero perceptible se había pegado a todo como calcomanía sin bordes imposible de arrancar. La tarde era fría y el frío al parecer lo empaña todo y afija los aromas a las cosas como el alma a la carne. El poder de la costumbre hizo que la náusea y la nariz empezaran a convivir juntas y de a poco la familia se empezó a habituar al olor, así como a los duelos, cuando alguien allegado muere. Preocupados por lo que pudieran pensar las vecindades, día por día rociaron con desinfectante de ese que trae olor a rosas. Abrieron puertas y ventanas y encendieron velas de sándalo y canela. Aquella casa empezó a tomar forma de templo budista y un denso sopor almibarado casi insufrible empezó a estragarlos uno por uno. Paradójicamente las veleidades sinuosas de aquel humillo locionado terminó por marearlos y en el combate entre perfume y tufillo este último campeaba como manto lívido que lo envolvía todo. Pronto la ropa, el pelo, las uñas, hasta el sudor empezaron a surgir como brotes sin raíces, como musgo que se pega a las piedras humedecidas. Era imposible escapar de aquél olor, que ya se había instalado hasta en su imaginación, en su memoria y en sus sueños. Soñar con el olor era una tortura. Imaginar tenerlo los obligaba a taparse prenda sobre prenda, a caminar por las orillas alejados de todo y retraerse, ellos que habían sido de lengua vivarás y espíritu de fiesta. El aroma a esencias y sahumerios empezó a atraer a los vecinos, que merodeaban la casa alargando su nariz como si quisieran absorberlo todo y empacarlo dentro de si. La familia desde adentro sospechaba, pensando que estos advertirían a la sanidad o a la policía. Pero lo que no sabían era que aquél olor mortecino solo lo sentían ellos. Lo que disfrutaban los contiguos y los transeúntes era el vapor de rosas y de afeites, de jazmines y lavandas, de alhelíes y de novios que se expedía como brisa fresca alcanforada capaz de destrancarlo todo y ponerlo a uno en estado de gracia. Pronto el rumor de la casa de perfumes se extendió por el pueblo. No faltó quien descubrió propiedades sanatorias y de repente empezaron a llegar asmáticos, pacientes crónicos con bronquitis, tos ferinas, tuberculosis, epocs, enfisemas, y catarros simples. Una simple inhalación profunda, serpenteaba por alvéolos, bronquios, epitelios y pleuras y lo revivía todo como hada en el desierto. La romería se hizo incontenible. La familia observaba a la gente como en trance, como si bailaran el lago de los cisnes pero con la nariz parada en puntas de pie haciendo ver esbeltos hasta a los narigones. Como ellos no sentían lo que pasaba afuera y siempre iban dejando una estela fina como entre ajo y caño, se figuraban como si el olor los descarriara y afectara sus sentidos y les boicoteara el aura. Muy pronto llegó el cura, intentó meter en un frasquito ámbar un poco del aroma, pero éste era inapresable. Indicó a sus monaguillos que empaparan sus pañuelos finos de seda, pero el olor es seco y no moja nada. Tan solo era alejarse un poco de la casa y el perfume se desvanecía y la gente volvía a oler a lo de siempre. Al amanecer con los primeros rayos del sol y cuando el rocío se dejaba reventar por el calor, el espiral parecía un arco iris de olores. La familia aprovechaba la ausencia de curiosos para lavar, cepillar, exhalar, chispear y rocar andenes, el jardín, la calle y hasta las farolas que a esta hora empezaban a apagarse. Sentían la pesadumbre de la culpa por ser los poseedores de aquellas nefastas brisas putrefactas que alocaban a la gente y los atraían como mariposas a la luz.

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