En su primer día, esperó cuarenta y ocho minutos a que le recibiera el responsable del proyecto. Él, sería su mentor, el tutor de su beca.

-Buenos días, ¿es usted el estudiante?

-Buenos días, sí, soy yo.

-Bien, yo soy Durán, disculpa la espera, estábamos reunidos.

Le extiende su mano y el nuevo la acoge con decisión y alegría.

-No se preocupe, no hay problema.

-Bienvenido, me han dicho que vienes de la Escuela, ¿te importa que nos tuteemos?

-No, adelante y sí, en efecto, fue el Profesor el que me recomendó.

-Muy bien, por favor, sígueme, te presentaré al resto del equipo.

Mientras avanzan por el pasillo, Durán le habla mirándole primero a sus verdes ojos entrecerrados, concentrados en cada detalle técnico o administrativo que le traslada; sin darse cuenta, pasa a observar su tabique recto y fino, después, a sus afilados colmillos descubiertos por la atenta boca abierta mientras ambos suben las escaleras hasta el tercer piso. Sin intención definida, Durán pasa a fijarse en su cuadrada barbilla a la que casi parece golpear una prominente nuez que, en suave movimiento de vaivén, descansa vigorosa sobre el pedestal de la laringe, enmarcada a su vez en una huesuda escotadura esternal.

-Es aquí, pasa.

Al retirarse para dejar pasar al nuevo, Durán advierte que al final de sus rectos pantalones, se encajan unos oscuros zapatos de tacón de aguja, pero, ya en la sala, se sobrepone y, uno a uno, le presenta al químico, al matemático y al físico.

-Como ya hemos comentado estos días atrás, nuestro nuevo colega viene recomendado para el proyecto, os ruego le ayudéis en estos primeros días en la medida de vuestras posibilidades. Gracias. Bien, como todavía no nos han subido el que será ordenador, acompáñame, te instalarás en mi despacho, junto a mi mesa. Por aquí.

Al retirarse para dejar pasar al nuevo, Durán advierte que al final de sus rectos pantalones, se encajan unos oscuros zapatos de tacón de aguja, pero, ya en la sala, se sobrepone y, uno a uno, le presenta al químico, al matemático y al físico.

Ambos continuaron hasta el despacho acristalado del fondo. Al aproximarse, la domótica iluminó una tenue y blanca luz.

-Coge una silla, por favor, siéntate. Bueno, dime, ¿siempre quisiste estudiar en la Escuela?

-Sí, desde que era niña, mis padres se conocieron allí, así que ha estado presente en mi casa desde que tengo memoria.

-Qué curioso, en todos mis años de estudiante no creo haber conocido ni haber oído hablar de la familia de ningún otro compañero. En fin, en mis tiempos lo que todo el mundo recuerda, te lo reconozca o no, es ese maldito, como decirte, ese maldito ambiente de angustia, de miedo constante, ya sea al suspenso o a la vergüenza del mismo y, como no, a la maldita frustración tras é. La verdad, a veces, ni siquiera yo estoy seguro de haber terminado los estudios. Recuerdo que estaba bajo tanta presión que, no acabo identificar las distintas materias en el tiempo y en su contexto. Pero bueno, eran otros tiempos y mira, sin embargo, sí me acuerdo del Profesor, ¿qué tal se encuentra?

-Bien, se encuentra bien. Por supuesto, Él, si le recuerda a usted, de hecho, me habló de su talento, o de lo que Él considera un ingenio transformador, y es por ello que me recomendó para el puesto.

Durán calla, descansa la mirada unos segundos sobre el balanceo de tacón de la pierna derecha del nuevo. Durante lo que cree sólo unos segundos, vuelve atrás en el tiempo subido a ese piropo intelectual que, puede que sea el primero que recibe en años o, al menos, desde su graduación.

Antes de volver a hablar, el nuevo se levanta y se posiciona frente a él. Al arrodillarse lo empuja suavemente para colocarle y darle espacio en una posición que le permita regalarle la mejor de las felaciones.

Una vez ha terminado, el nuevo se levanta y vuelve para recolocarse en su asiento, Durán se desbrocha el botón de la camisa bajo la corbata, respirando entrecortado. Antes de poder pensar en nada, escucha:

-El Profesor me comentó que están bloqueados con los ensayos de prototipo, que hay discrepancias con respecto a los resultados del modelo teórico.

-Sí, correcto. Se mantiene la curvatura pero perdemos la distancia respecto del foco, estamos tratando de…

-Disculpe que le interrumpa, el Profesor ya me habló de ello, ¿tuvo tiempo de leer mi ensayo? Se lo mandé junto a mi solicitud de beca.

Durán comprueba su correo y rescata el documento que había dejado abandonado en una esquina del escritorio. Sin que pueda ya mostrar mayor vergüenza, lo lee ahora. Al terminar, escucha como el nuevo golpea un huevo contra el borde de su escritorio para seguidamente abrírselo sobre la cabeza. La solución propuesta en el documento le embarga mientras clara y yema le resbalan y gotean sobre los hombros.

Al día siguiente, el nuevo es recibido por la responsable de producción.

-Buenos días, ¿eres tú el de la solución?

-Sí, soy yo.

-Bien, me llamo Bauzá, sígueme por favor, te mostraré las líneas que hemos preparado. El almacén está en la parte central, tenemos autómatas que se guían por los colores y las luces en el borde y, como puedes ver desde aquí, cada estación es independiente de las demás. Los palpadores aseguran la coordinación al inicio de cada operación y los láseres la posición.

La responsable de producción acompaña al nuevo a través de los distintos hangares mostrándole las diferentes máquinas herramientas, materias primas, procesos productivos, mientras le explica el sistema de gestión y selección de proveedores.

-Bueno, si te parece bien, lo dejamos aquí por ahora. Aquella puerta es mi despacho y, antes de ir a comer, me gustaría mostrarte nuestros indicadores de calidad. Acompáñame, por favor.

Mientras se dirigen hacia el lateral del hangar principal, la responsable de producción percibe en la respiración marcada y desacompasada del nuevo el cansancio de la mañana.

-Sube, desde mi despacho se pueden ver las tres líneas principales.

Al dejarle pasar, repara en que bajo las patillas de las gafas de pasta se esconden unos marcados surcos de edad, propios de la curvatura saliente desde sus hombros que ahora, tras él, claramente identifica.

-Bien, es aquí. Mira, acerca esa silla. A través de esta herramienta monitorizamos todos los pedidos, la calidad final obtenida y la calidad percibida por el cliente. El histórico nos permite remontarnos hasta casi las primeras series. Lo malo es que, como puedes ver, la divergencia es notable.

-Vaya, sí, fascinante. Así es justo como el Profesor me dijo que sería.

-¿Conoces al Profesor?

-Él mismo fue quién me facilitó una copia de sus tesis sobre el valor de los intangibles y su repercusión dentro de cada uno de los diferentes mercados. Me dijo que se llamaba Bauzá, ¿verdad?

La responsable de producción se frotó los ojos con ambas manos con la intención de despegar el cansancio de los mismos. El nuevo se levantó y, desde el respaldo de la silla donde estaba sentada, le regaló el abrazo más acogedor que le habían dado en años. Con la voz quebrada de emoción, ella empezó:

-¿Sabes? Es, es muy complicado encontrar el punto de equilibrio entre calidad, costes, precios y satisfacción de nuestros clientes.

-El Profesor me preguntó si finalmente se había atrevido a implantar el algoritmo de optimización que dibujó en su tesis, yo le propuse adelantar la variable 3 en el paso 6.

En ese momento, mientras la responsable de producción asiente dibujando la posición de cada variable en la pared izquierda, se oye como el nuevo golpea un huevo contra el borde del escritorio para seguidamente abrírselo a Bauzá sobre la cabeza. La solución la embarga mientras clara y yema le resbalan y gotean sobre los hombros.

En su tercer día, el nuevo es recibido por el director.

-Buenos días, ¿es usted el nuevo?

-Sí, señor, soy yo.

El director no puede evitar fijarse en la camisa arrugada y las zapatillas que acompañan a unos chinos desgastados. Espira con intensidad no disimulada y se pasa una mano sobre la goma que fija su cabello cada mañana, desde hace ya más de treinta seis años laborales.

-Pase y siéntese, por favor.

-Gracias.

-Verá, me han hablado muy bien de usted. Parece que ha causado una gran impresión en dos de mis mejores departamentos.

-Gracias.

-¿Estudió usted en la escuela?

-Así es.

-Si la información que me han transmitido es correcta, entiendo que todavía no ha terminado sus estudios, ¿es así?

-Sí, así es. Los terminaré en la siguiente convocatoria. Esta beca me permitirá obtener los créditos que me restan.

-¿Ya ha pensado lo que quiere hacer más adelante?

-No, todavía no.

-Y, ¿cuándo piensa hacerlo? Verá, le he invitado a mi despacho porque nunca nadie se había acercado a, como decirle, nunca nadie había podido desnudar la sincera humanidad de mis empleados, no desde su contratación.

-El Profesor, bueno, si me permite, su Padre, me dijo que no me preocupase por ello.

-¿Qué quiere decir? ¿Se deja guiar usted por las palabras de un anciano desconectado del mundo real?

-Bueno, más bien me pidió que identificase lo que verdaderamente me gustaba, lo que quería hacer mío para transformarlo en mi futuro y, con los años, que fuese mi legado, lo que poder trasladar a otros; otros, claro, mejores incluso que nosotros.

-¿Es que no tiene usted ideas propias?

-Bueno, el Profesor me dijo que usted diría algo parecido.

-No le entiendo joven y, francamente, me desconcierta que haya llegado hasta la puerta de mi despacho. Si no le importa, en diez minutos me espera el consejo.

-¿Puedo acompañarle?

-¿Acompañarme?

-Sí, acompañarle, su Padre, me dijo que usted era ahora un maestro de la ciencia y la forma, aunque durante años había sido un rebelde falto de instrucción con un corazón extremadamente rojo; me pidió además que le entregase esto.

El nuevo se levanta y, del bolsillo izquierdo de sus desgastados pantalones, extrae una moneda con las dos caras iguales que deja sobre la mesa del director.

Mientras el director dibuja los años de su infancia y juventud sobre la moneda en su mesa, el nuevo golpea un huevo contra el borde de su escritorio para seguidamente abrírselo al director sobre la cabeza. La propuesta le embarga mientras clara y yema le resbalan y gotean sobre sus hombros.

Aunque llega tarde al inicio de su cuarto día, el nuevo viste la mejor de sus faldas. Confiado, se dirige al despacho del responsable de personal. Llama a la puerta acristalada y, sin esperar a que le indiquen que puede pasar, entra para presentar su renuncia por falta de motivación.

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