El niño continúa su camino. Mientras que el globo parece algo que fácilmente pudiera alcanzar con solamente el mínimo esfuerzo, éste se aleja a cada paso. Al cabo de unos metros, la distancia pronto se torna inalcanzable… pero el niño no se da por vencido fácilmente, ya que cree que con su voluntad lograra las metas que se proponga. La férrea creencia lo envuelve en un manto de seguridad hacia sus posibilidades; la vigorosidad de su persona lo hace formidable. La embriagadora sensación de que todo lo puede, hace que su caminar sea intimidante.
Los pasos se van acelerando cada vez más, mientras que el camino se hace mas empinado, pero su rostro aun tiene esa certeza que el globo volverá a sus manos, tal como estaba hace tan solo unos momentos atrás (¿o quizás lo creyó así? ¿Acaso importa la respuesta?). Sigue su marcha hasta que su destino adopta la forma de un pronunciado risco. El niño baja su mirada y observa que en una esquina, un bella rosa de un color opaco crece sin que nadie la detenga. El niño sonríe, pero cuando levanta la mirada ve que el objeto, por el cual había estado luchando, el cual había sido motivo de dicha, lo abandona sin ningún remordimiento. La tristeza lo invade pero no quiere llorar debido a eso, así que, con los ojos vidriosos, recita unas palabras que quedaran en su conciencia. Procede a sentarse y dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Detrás del niño, las llamas horrorosas e impiadosas de la realidad, que todo lo devoran, se aproximan a un paso lento pero con la seguridad que nada la extinguirá.
El niño voltea su mirada y percibe su situación. Permanece sentado, en silencio, con la misma sonrisa que mantuvo en todo momento.
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