No recuerdo haber llegado hasta aquí. Está oscuro y hace calor. No reconozco el lugar. Me parece el sótano de alguna instalación. Por alguna junta mal puesta de las tuberías que recorren los pasillos sale algo de vapor de agua. Camino buscando la salida del laberinto. Empiezo a sentirme observado. Al doblar cada esquina me parece ver una sombra. Al final de cada corredor no hay salida, tengo que desandar mis pasos y girar en otra bifurcación muy parecida a la anterior.

El siseo del vapor de agua no me deja distinguir otros sonidos pero a veces creo escuchar pasos detrás de mí, o delante, es difícil decirlo.

Al cabo de un buen rato llego a una sala con un par de depósitos, como dos calderas gigantes. El calor es irrespirable. En la esquina opuesta de la sala, detrás del segundo depósito, parece haber una puerta bajo un pequeño cartel que marca la salida. Cuando me quedan pocos metros para llegar se enciende una luz detrás de una figura negra con sombrero y los brazos abiertos que se interpone entre la puerta y yo.

-¿A dónde vas David?- me dice.

Su voz es un susurro atronador que recorre la estancia y sale por las tuberías como el vapor.

Creo saber quién es. No puedo reaccionar.

Con las largas cuchillas de su mano derecha hace chirriar el metal mientras se acerca.

Tengo la certeza de que Freddy viene a por mí.

Repaso mentalmente el perfil de sus víctimas y lo único que tenían en común era que huían de él y acababan trinchadas, todas.

Si quiero sobrevivir tengo que intentar algo diferente.

-Hola Freddy, ¿cómo estás?- mi voz suena insegura.

-¿Sabes quién soy?- sus palabras llegan hasta mí como una tonelada de alfileres que se desparraman por una mesa de cristal.

-Sí, claro.- esta vez mi tono me parece más firme. –Me preguntaba qué sería de ti.- Intento apoyarme para parecer más relajado pero me quemo el brazo. -¡Ah!- Mierda.

Se le escapa una risita que me recuerda a las burbujas del fregadero cuando tiro puré de verduras estropeado.

-Creo que me he quemado un poco, pero no es nada.- pienso que si le resulto divertido, al menos, tardará un poco más en matarme. -¿Nunca sales de aquí?

Una nube de vapor asciende y ya no puedo verle, avanzo unos pasos en su dirección. Ahora las cuchillas crepitan detrás de mí, a unos tres metros calculo.

Creo que trata de estudiarme, confundido. Me acerco más.

-Pensé que igual te vendría bien una visita, alguien con quien charlar.- la falta de respuesta me anima a seguir. –No todo va a ser trabajo trabajo trabajo, matar matar matar.- Ahí he podido ir demasiado lejos.

-…

Vuelve a desaparecer en un parpadeo. Ahora parece que él se esconde de mí.

Me tranquiliza no ser el acechado. Hace rato que ya no intento orientarme a través de los pasillos, tan sólo trato de seguir un pequeño rastro de sonidos que Freddy me va dejando como migas de pan, entre chirridos y gorgoteos.

Continúo con pasos distraídos, podría correr hacia la salida pero algo me dice que cruzar la puerta no me salvará. Sigo con mi parloteo durante un buen rato sin más respuesta que alguna risita, cada vez más tímidas, eso sí.

La quemadura del brazo ya no me duele tanto.

Llego a una puerta roja de hierro, lisa. Giro la manivela, no está tan caliente como pienso, entro en la habitación.

Freddy está sentado en suelo, en un rincón, a los pies de una cama. Las sábanas son negras, brillantes. Hay una librería con ejemplares de Verne y Poe, todos tienen aspectos de estar bastante manoseados pero enteros. Especialmente “El corazón delator”. Trato de imaginarlo leyendo sin hacer trizas las páginas al pasar las hojas con sus cuchillas, humedeciendo la punta con la lengua para mejorar la adherencia. Debe ser un tío cuidadoso si se lo propone.

Le tengo justo donde quería.

Hay un tocadiscos y vinilos de ópera y música clásica. También algo de los Beattles y Aretha Franklin.

-Buena selección- digo sujetando el single de “I want to hold your hand”.

Con la espalda apoyada en la pared me mira con incredulidad, la sonrisa que se dibuja en su cara de pizza gratinada le llena de luz. Me sorprende comprobar que sus dientes están blancos y alineados.

-¿Te gustan?- su voz suena ahora más suave, casi vulnerable.

-Sí, claro. ¿A quién no?- pongo la canción.

A esas alturas está a mi merced. Me ha dejado de parecer un ser peligroso y ahora siento curiosidad por conocer a la persona que se esconde detrás del metal afilado. A Freddy le habían acusado de secuestrar niños y llevarlos a su sótano y por eso algunos padres decidieron quemarlo vivo. Pero él podría ser inocente. Puede que ahora tan sólo le mueva la venganza. Quizá nadie le dio nunca una oportunidad.

Sin saber muy bien cómo tenemos una copa de tinto con tonos rubí en las manos y brindamos por los Beattles.

-Por fin te has quitado ese horrible jersey. ¿No te daba mucho calor?

Su sonrisa se amplía, medio incrédulo, medio feliz. Su torso es fuerte debajo esa piel fundida en ampollas y cicatrices. El sombrero sigue sobre su calva irregular, creo que le da seguridad. Lleva los pantalones pero va descalzo, le faltan algunas uñas en los pies pero no parece molestarle.

Freddy puede leer la mente de alguien que le tiene miedo pero a mí no puede, por eso me pregunta todo el tiempo por lo que me gusta hacer y escuchar. Yo también me intereso por sus pasatiempos pero evito nombrar a sus víctimas y mucho menos insinuar que son inocentes, eso le habría molestado y lo está pasando bien. Pobre infeliz.

El vino está muy rico, ¿me habrá drogado? Yo lo habría hecho en su lugar.

Ahora estamos los dos tumbados en su cama, desnudos. Es curioso cómo me puede acariciar la piel con la punta de sus cuchillas de forma tan agradable. Estoy convencido de que su filo sólo corta si él quiere y a mí no quiere hacerme daño, eso seguro. Mis dedos se pierden por su piel deforme dibujando sobre sus cráteres pequeños corazones que le hacen cosquillas.

Me besa con sus labios interrumpidos, es dulce pero torpe. No tiene experiencia. ¿Quién querría besarle? Yo le enseño, con la punta de mi lengua busco tímidamente la suya, queriendo conocerla sin abalanzarme. Se estremece. Si sus pezones no se hubieran fundido estarían erectos, como su polla. Como la mía. La piel de su espalda es aún más irregular que la de su pecho y mis manos se entretienen en cada agujero, cada pliegue, los recorro como si los quisiera memorizar. Ya besa mejor. Sus garras metálicas están tan calientes como él. Con ellas me pellizca los pezones, juega a que piense que me puede arañar y cortar y eso le enciende más. Hace lo mismo con la piel que envuelve mi glande y la estira hacia abajo, dejándolo descubierto, brillante. La mira, fascinado por la suavidad. Le sujeto con firmeza por donde habría tenido sus orejas de conservarlas y le bajo a saborearla, le gusta. Lo hace bien. Le dejo disfrutar. Mi turno. Joder, la piel de su miembro no es diferente al resto, como un calabacín olvidado en el cajón de la nevera durante semanas, pero caliente. De todas formas lo desciendo con los labios, presionando en cada relieve. Sé que le vuelve loco, lo noto. Su escroto está aún peor, un testículo le debió explotar y tiene un agujero. Bueno, ignoro esa parte. Ahora quiero entrar en él, llenar su calor con el mío, el abrazo perfecto. Él me deja, está entregado. Me daría lo que le pidiera ahora mismo, lo sé, me lo susurra al oído y me muerde la oreja mientras lleno su existencia. Justo antes de explotar de placer dentro de él me pregunto si eyaculará sangre y pus o por el contrario emanará un buen chorro de blanco esperma como a mí me gusta. Su perlado nácar baña el momento en el mismo instante que yo. Sudor y magia para este desgraciado amasijo de deformidad. Ahora sólo siente el aire en los pulmones y la sangre en las sienes. Y su sonrisa.

Lo siguiente es aún más raro, si cabe.

Insiste en presentarme a sus amigos. Tiene.

Les invita a cenar en casa, son cinco. La novia de Frankenstein de mechones blanquecinos que le nacen en los parietales y que ahora es novia de la momia, que también ha venido, junto con unos cuantos ciempiés que le trepan por los vendajes. Frankenstein, no el monstruo recosido y gigante sino el avieso doctor que lo creó y con su flamante novia, la mujer-lobo. ¿Soy sexista al decir mujer-lobo en lugar de mujer-loba porque me imaginaría a una puta?, puede, pero después de hacerle el amor a una quesadilla humana es la menor de mis tribulaciones. El quinto invitado es una silueta oscura detrás de una sombra, no sé quién es y nadie más repara en él. Me resulta extrañamente familiar, como cuando me miro al espejo con la luz apagada. Tiene una silla esperando y un plato en la mesa, pero se queda al fondo. Desde allí sé que me mira, acusándome en silencio, aunque no logro ver su mirada enrojecida.

El banquete es sencillo, copas llenas de ese vino-rubí tan rico y una ensaladilla de la que se van sirviendo todos. No sé de qué está hecha y me da por pensar que es de carne humana. La mujer-lobo a mi derecha me confiesa poniendo una delicada y peluda garra sobre mi brazo que ella es vegana y que puedo comer de la ensaladilla con tranquilidad. Ella lo hace. Las risitas del inocente viscoso otrora asesino son ahora una cascada de diamantes en los patios del Generalife.

Pienso que la presencia oscura del fondo puede ver dentro de mí. ¿Cómo puede ser? Sospecha que el amor que le demuestro a Freddy es fingido para poder salir vivo de ésta. Ve mi corazón, sabe de qué color es. Y por alguna razón yo puedo ver a través de él.

Me puedo ver a mi mismo sentado, compartiendo la velada con esas monstruosidades como si fueran normales, iguales a mí.

Y entonces consigo verme de verdad y el miedo crece dentro de mí.

El miedo a lo que soy.

Este sería un buen momento para despertar…

Miguel Ángel Payá Giménez, 26 de abril de 2020.

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