El misterio de Axel Blue

El misterio de Axel Blue

Saily Cabrera

02/11/2018

No tengo idea de por qué acabé siendo amigo de Aliah, Neil y Markus. Son cosas que simplemente suceden. Recuerdo que en ese entonces Aliah y yo vivíamos cerca. Ella debía tener unos cinco años y muchas ganas de jugar, de vivir. Me descubrió un día husmeando por su patio y, en vez de molestarse, me invitó a unirme, pero más que nada lo que yo hacía era observar y hacer por inercia lo que ella me pidiera. Desde entonces siempre he sido un espectador; alguien que escucha más de lo que habla. Después llegaron Neil, que vivía arriba y Markus que siempre andaba con él. Por alguna razón los cuatro nos hicimos muy amigos, es más, los mejores.

La gente crece y cambia, sin embargo nosotros de alguna manera seguíamos siendo los mismos. Neil seguía siendo enano y algo narcisista, Markus seguía siendo demasiado inquieto y Aliah seguía jugando sola en su patio. La verdad es que nos mudamos, pero todo seguía siendo igual. Fue cuando entramos en secundaria que decidimos fundar la directiva del periódico escolar, estando conscientes de que en el siglo XXI tal cosa no tendría mucha, por no decir ninguna, relevancia. A Neil, sin embargo, le entusiasmaba como ninguna cosa.

Ahora bien, esto no se trata exactamente de nosotros ni de nuestras escasas aventuras dirigiendo el periódico escolar. No sólo porque no duraron debido a que cuando empezamos la preparatoria Neil era el único dispuesto a seguir, Aliah se había ido de viaje un verano que pareció una eternidad, Markus ya no pasaba todo el tiempo con Neil y yo, bueno, había decidido desaparecerme. Escribo esto con rapidez en la oscuridad sabiendo que soy el menos indicado de los cuatro para hacerlo, pero alguien tenía que hacerlo. Esto se trata sobre un muchacho que conocimos al principio de la preparatoria, cuando nuestras personalidades eran difusas y nuestra amistad a penas una luz intermitente.

Como habrán notado, me gustaría presentar un narrador más peculiar e interesante que yo, pero soy la única persona que conoce la historia de los Cuatro Chismosos a la perfección, pues siempre fui uno de ellos. Los chicos están de acuerdo en que la cuente yo, porque al final soy yo quien la conoce desde el principio. Desde que Neil Monaghan supo que lo único en que era bueno, a parte de las matemáticas, era en buscar primicias hasta el día en que Daniel Flores tocó la puerta de su escondrijo toscamente hasta llevar a un grupo de chicos a resolver lo que Markus llamaría, unos años más tarde, El misterio de Axel Blue. Y así justamente se llamaría la novela que después iba a escribir yo. Disculpen si voy demasiado rápido, ni siquiera los conocen bien. Pero lo harán.

No tengo idea de por qué sucedió así, pero todo comenzó con Neil Monaghan con una taza de café en la mano izquierda, observándola cuidadosamente, y en la derecha con una libreta rellena de una horrible pero apasionada caligrafía. Quizá la caligrafía sí puede definir a una persona. Ese día, por más raro que fuera a principios de agosto, llovía. No era tanto por la fecha, sino por el lugar; en Aliena casi nunca llovía.

—Ambos casos son muy interesantes —dijo luego de lo que parecía ser el fin de su examen a la taza de café y enfocando su vista en la pequeña chica pelirroja y el chico castaño frente suyo—, sobre todo lo tuyo, An. Por otro lado, Pedro, ya he resuelto lo tuyo. Obviamente esta carta de tu admiradora secreta es de un chico de mi aula, se llama Markus por si quieres ir a golpear pero yo, obviamente, no soy fan de la violencia. Y An, sobre la taza, esto si es algo interesante…para tirarlo a la basura. Si, una chica recibió una taza de café de la señora de la cafetería y estaba toda pintada por su labial, ¿está la cafetería prestando suficiente atención a sus clientes? ¡No! Estamos en una escuela pública, linda. Puedes quejarte con quien sea, pero va a haber una vil injusticia, además no se pueden presentar pruebas concretas de tu caso porque tu labial es el mismo.

— ¡Te equivocas! —exclamó la pelirroja, indignada—. El que hay en la taza es rojo escarlata y el mío es bermellón.

— ¡Vaya falta que he cometido! Me disculpo, mademoiselle. —dijo Neil haciendo una reverencia. Anabel, que estaba segura de que era buena hasta llevando casos mediocres al director del periódico escolar, gruñó y se fue agitando su melena rojiza—. Me temo que ahora solo estamos tú y yo, Pedro. ¿Quieres que que nos abracemos o algo así? —Bromeó el director del periódico escolar.

—Lo siento, Monaghan. Hoy no es mi día. Voy a ir a darle una golpiza a ese tal Markus y te daré ese artículo que tanto quieres. Así que hasta luego.

Neil se despidió con la mano y observó a Pedro alejarse. Realmente quería ver cómo le daban una buena golpiza a Markus, incluso si era uno de sus mejores amigos, podía llegar a ser un reverendo patán. Al final decidió que no iba a dormir en su despacho y que una vez más en el periódico no figurarían artículos interesantes.

Bueno, eso pensó hasta esa misma tarde.

***

Aliah ese día se levantó de su siesta por la tarde con los ánimos por el suelo, con su cabello rubio atado en una coleta alta. Bufó molesta por el simple hecho de tener que levantarse para ir a trabajar. Como si no fuera suficiente con ir a clases y sacar buenas calificaciones, tenía que trabajar en ese café de mala muerte en donde Neil esperaba a sus clientes imaginarios con una llama ferviente en su corazón que llamaba a gritos “algo interesante, algo por lo que morir buscando encontrar la ansiada respuesta”, por supuesto Aliah creía que la adolescencia a Neil le había pegado muy duro y que ser dos años mayor le daba cierta autoridad sobre él. Estaba muy equivocada y tenía cientos de problemas más allá de su hermanito menor, pero el afecto que sentía por Neil se sobreponía ante cualquier cosa. Y era una de las razones por las que no continuaba echando una siesta.

Aliah decidió que no tenía por qué cambiarse si luego iba a echarse encima ese horrible delantal marrón. Su madre no estaba en casa y no molestaría por no verla usando “la ropa adecuada”.

Salió de casa rápidamente, creyendo que si empezaba con rapidez terminaría con rapidez. Se le ocurrió que si no lo pensaba demasiado, tomaba su botella de agua fría y su vieja mochila gris y se la colocaba en el hombro mientras caminaba apresuradamente y le ponía seguro a la puerta, llegaría en poco tiempo. Así fue. En cuestión de minutos Aliah estaba frente a Alíen, la cafetería más mugrosa, pero más acogedora cuyo dueño era Alan Enders, que por cierto era mi tío.

Al entrar a la cafetería, Aliah sintió un abrumador aroma a humo de cigarrillo inundo sus fosas nasales mezclándose con el del café y panecillos seguramente duros. Lo aspiro percibiéndolo como un aroma de bienvenida casa luego de las largas vacaciones de verano que había pasado lejos del pueblo. A veces necesitaba recordar que estaba conectada al mundo, despertar, saber que estaba viva. Y uno de sus conectores más fuertes alzaba la voz para saludarla.

— ¡Ali! Estaba ansioso por verte. ¿Por qué has desaparecido este verano? De lo que te has perdido…—Empezó a hablar Neil, notoriamente animado.

— ¡Monaghan! El pobre Markus se está desangrando y tu estas muy ocupado hablando con… ¡Aliah! No te había visto, pequeña. Ven conmigo, voy a buscarte tu delantal. Y tú, Monaghan, ve a atender a Markus o los clientes, no sé. Haz algo por la patria.

Aliah soltó una dulce carcajada. Había extrañado el ajetreo innecesario de Alíen, pero, ¿Por qué Markus se desangraba por la nariz?

—Es bueno volver a verte, Al. Finalmente regreso a mi lugar. Pero, ¿Qué ha sucedido con Markus? —preguntó, como siempre, cuidadosa.

—Le han dado una golpiza. Pobre chico. Pero se la tenía merecida, ¿sabes qué hizo? ¿Conoces a Pedro Hernández? Ese flacucho y altanero castaño de gafas redondas —Aliah asintió—, bueno, le escribió una hermosa carta de una admiradora secreta. Resultó que esa admiradora secreta era tu amigo.

Aliah no pudo evitar soltar una sonora carcajada.

— ¿Y cómo se enteró Pete?

—Monaghan —Aliah abrió la boca con obvio gesto de sorpresa—. Ahora vamos a buscar tu delantal.

La chica le siguió sin preguntar nada más y mientras acompañaba a Alan divisó a Neil limpiando con mueca de asco la nariz sangrante de Markus. Se le ocurrió que, aunque ella se había ido en verano, todo había seguido como si realmente estuviera allí. Que gracias a Dios nada había cambiado y que seguían siendo amigos, es más, mucho más que amigos; hermanos.

Como solía suceder cuando Aliah Martínez se dejaba llevar por sus pensamientos las cosas sucedieron muy rápido y Al le tendía el horrible delantal con su nombre escrito con tinta de una pluma azul en la parte superior izquierda. Se lo coloco mientras el hombre mayor se perdía entre la pequeña y destartalada cocina. A trabajar, se dijo y luego sonrió. No había nada que hacer. Nada más que limpiar un poco el mostrador para luego tener la ansiada larga conversación con sus amigos. Y así lo hizo, pasando un trapo húmedo por aquella superficie gris bañada por el polvo y sintiéndose bien con su trabajo antes de caminar hacia sus amigos.

—Entonces chicos, ¿esto hacen cuando no estoy? ¿Meterse en peleas? —dijo mirando fijamente a los ojos claros de Markus—. ¿Y delatándose de manera mediocre? —Neil bajó la vista, avergonzado.

— ¿Así saludas a dos de tus mejores amigos luego de tres meses lejos? ¡Es bueno verte de nuevo a ti también, Ali!

—Cierra la boca, Markus. Por abrirla estoy limpiándote mocos rojos.

— ¡Lo mereces! Por tu culpa estoy así, Monaghan. Era solo una broma para Pete, pero el gran Neil Monaghan tenía que entrometerse. ¿Sabes qué? Dame esa estúpida toalla y me limpiare el rostro yo mismo.

Markus arranco la toalla de las manos de Neil, molesto y salió a la calle con la toalla blanca teñida del color de su sangre. Aliah lo siguió mientras Neil cubría sus ojos con las palmas de sus manos.

—Markus, eso ha sido inmaduro de tu parte.

Markus soltó una risa sarcástica.

—Si yo he sido inmaduro me pregunto qué demonios sucede con Neil. Primero no me ayuda con las tareas, segundo no pone mis artículos en su periódico y cree que todos los suyos son mejores que los míos. Y ahora hace que Pete me golpee por una estúpida broma, no sé qué le sucede. Acabamos de regresar a clases y ya estoy en detención. Ah, y ahora dices que yo soy el inmaduro, ¿verdad?

—Sí, lo eres. Neil puede ser muy listo por dirigir el periódico escolar teniendo dos años por debajo de la media de los directores de todos los clubes escolares. Sus calificaciones y promedio es un nueve punto cinco de diez. Es un chico listo, pero es menor que tú. Debes entenderlo —Aliah bufo—. Dame eso —agregó tomando la toalla. Markus no presento objeción y dejó que su amiga limpiara los restos de sangre y le ayudara a parar la hemorragia.

Mientras ambos pensaban que la luz de la luna estaba a solo un par de horas de salir y se preguntaban en voz alta cuál sería la manera correcta en que Markus y Neil se disculparan y hablaban de cómo me extrañaban a mi y su actitud mi actitud mediador por excelencia, un chico salió corriendo por la acera con el estuche de una guitarra al hombro y gritando como un loco. Ese chico era Daniel Flores, pero en ese momento ellos no lo sabían y no les interesaba. Porque a la luz del sol casi apagándose, solo eran dos amigos. Ella limpiaba sus heridas y él contaba historias.

Así era siempre. Aliah Martínez había nacido para curar heridas, excepto tal vez, las suyas propias.

***

Markus no solía preocuparse de cosas que considerara poco importantes, cosas como juntarse con una pandilla escolar de idiotas que les hacían bromas a personas mas idiotas. Personas como Pete Henderson. Pedro, arrogante y condenadamente ridículo, con sus feos overoles y sonrisa altanera por ser el lindo hijo de mami. Markus realmente quería bajarlo de su nube de auto-adoración, donde flotaba en una habitación con retratos de sí mismo. Por eso Markus, junto a la panda de idiotas, decidió que alguien debía darle su merecido a Hernández. Ya que escribir cosas cursis y bonitas era lo único que un chico como Markus hacía bien, hizo eso.

“Hola, Pedro.

Quiero decirte que me gustas mucho. Desde el primer momento que te vi, pero me da vergüenza decírtelo de frente. Me pierdo en tus ojos, oscuros como la noche y preciosos y sinceros como mi amor por ti. Te miro de lejos. Eres un chico hermoso.

Siempre tuya,

tu admiradora secreta.”

Markus sonrió ante la convicción de su obra. Su caligrafía femenina definitivamente mejoraba bastante y ese tal Pedro tendría parte de todo o que merecía por habérsela pasado haciéndole la vida imposible el año anterior, repartiendo puñetazos a dos por tres con su pandilla de idiotas cada uno más que el anterior, tan solo porque en ese entonces no era ni quería ser como ellos, solo quería ser feliz con el club de periodismo incluso si Neil desechaba sus artículos sabía que lo hacía bromeando y los agregaba a su columna especial la noche anterior antes a la publicación. Neil si era su amigo, y aunque era un más pequeño que él era tan valiente como pararse frente a los que intentaban hacerle daño, incluso si luego se burlaba y soltaba comentarios sobre el suceso con un deje de cinismo. Y eso parecía estar bien para ambos porque seguían pasando tiempo juntos, pero cuando Markus se cansó de ser protegido por su petizo mejor amigo decidió cambiar sus juntas. No quería ser aterrorizado y quería que lo tomaran en serio y aunque las cosas al principio no fueron tan fáciles, logró encontrar un grupo donde escudarse. Si, se había convertido en un cobarde igual a Pedro, pero para él era la única manera de protegerse por su cuenta. Ya en Alíen y con sus amigos de verdad podía ser el mismo. Podía recostarse en el hombre de Aliah como un bebé, discutir conmigo sobre películas, competir con Neil sobre quien conseguía mas articulo interesantes y luego leer sus cursis historias de amor a la luz de la luna con sus tres mejores amigos como buenos espectadores, ansiosos por la siguiente parte, inclusive Aliah que prefería una buena novela negra antes que cuentos rosas.

Fuera el Markus que necesitaba ser protegido, el que fingía ser otro o el que se sentía atormentado, continuaba siendo el mismo. Tenía un alma traviesa, juguetona. De un perfecto bromista. Un bromista que necesitaba una venganza contra su antiguo acosador. Quizá cualquiera lo viera como un simple gesto infantil, pero para él significaba dejar una carga.

Y cuando dejó esa carga en la mochila de Pedro Hernández, tuvo una mayor encima de sus calificaciones, y de paso una suspensión de cualquier actividad extracurricular, pero se sintió condenadamente bien. Incluso con la marca de la mano de Pedro dando tonos rojizos a su rostro pálido. En ese momento se rió. Una carta de una admiradora secreta falsa no podía ser causante del golpe que Hernández le dió, no, había dicho algo. Algo que movió las entrañas del muchacho castaño hasta sus cimientos, algo que le molesto en sobremanera. Claro, solamente el director, Pedro y él sabían eso. Eso que le rompió la nariz que luego fue golpeada otra vez por la palma ligera de Neil Monaghan antes de intentar detener la sangre derramándose por su rostro luego de haber salido corriendo de la oficina del director. Y luego curada apropiadamente por un doctor luego de los mediocres, pero bien intencionados cuidados médicos de Aliah Martínez. Claro, eso fue días después. Días después del verdadero principio.

Unos momentos antes, cuando ese chico salió corriendo por la acera a Markus le pareció que estaba bien ser un poco loco tan solo por un día.

***

Un resfrío, si, esa definitivamente sería una buena excusa no asistir a clase o por lo menos una mejor que ansiedad por el regreso, granos, cambios en el cuerpo, incomodidad, hormonas, no poder ser bueno en los deportes y cuidarme por mis secuelas de asma. Si les hubiese dicho a mis padres que no quería asistir al primer día porque estaba teniendo un montón de crisis existenciales probablemente se habrían burlado de mi. Era vergonzoso, y aunque la del resfrío no era una mala idea, preferí asistir a clases. Ir entrando en rutina.

La mañana del primer día me di cuenta de cosas muy interesantes: en primer lugar, no me había comunicado con ninguno de mis amigos en esas vacaciones, no había visto a Aliah, mis ojos ya no eran azules sino verdes, no había practicado nada de piano y no me había puesto al tanto de lo que sucedía en el pueblo. En conclusión no había podido estar más desconectado. Por eso en el camino, arrastrando los pies como enormes bolsas de cemento, pensaba en que no era tan malo. Que la rutina no era tan mala. Fue entonces cuando ví a Daniel Flores sentado en la acera llorando como un crío, pero yo sabía que no lo era del todo porque ya estaba en secundaria; le había visto en ocasiones en el segundo piso de la escuela. Ya que la rutina podría retomarse en un rato y el muchacho azabache bloqueaba mi camino, decidí que era momento de hacer algo bueno por el planeta Tierra.

—Ey, chico, ¿Qué te pasa? —pregunté, algo incómodo fingiendo tener voz gruesa.

El muchacho levantó lentamente la cabeza dejando a la vista largos lagrimones.

—Axel. Algo le ha pasado a Axel, y yo lo sé. Maldita sea, ¿Por qué demonios nadie me cree?

— ¿Axel? ¿Quién es ese?

—Es el profesor de música de la academia de Aliena, Axel Blue. Tiene semanas sin ir a dar las clases, pero nadie lo reporta como desaparecido y ayer, cuando finalmente decidí decirle a alguien lo que sucedía en la comisaria me dijeron que exageraba y que seguro estaba teniendo problemas otra vez con la bebida.

— ¿Y tú que crees? ¿Qué lo rapto un alienígena o algo así? Tal vez nuestra ciudad gire en torno a ellos, pero es solo algo comercial, ¿sabes?

— ¡No te estoy contando un maldito chiste, Peralta! —Daniel dejo de llorar y se levantó de golpe apretando las manos con fuerza en un puño. No quería hacerlo enojar y puse las manos encima de los hombros del muchacho para intentar calmarlo. Y lo logré—. Estoy seguro de que algo malo le ha pasado, y que si solo alguien me creyera será capaz de ayudarme.

—Puedo creerte, amigo y conozco a personas que también lo harán, pero si hay posibilidad de que el tipo este bien deberías calmarte.

Me arrepentí inmediatamente de las palabras que había escogido cuando Daniel comenzó a lloriquear otra vez.

—Estoy seguro de que algo le ha pasado.

— ¿Cómo?

Daniel jugo con sus manos, nervioso.

—Hace unos meses me dijo algo extraño en clases. Me dijo que si algún día se desaparecía, que no le buscara, que ya era su fin y que me dejaría las llaves de su marquesina. Que allí había algo, algo que debería encontrar y que iba a saber si algo le había sucedido o no. No he recibido la llave y han pasado dos semanas. ¿No es extraño que me lo dijera? No había pensado en eso hasta su desaparición.

—Ah, no vamos a ir a clase hoy —suspiré, del todo convencido de que el tal Alex Blue solo le echaba uno bueno a Flores—. A eso de las cuatro ve a Alíen, la cafetería mugrosa. Espérame ahí.

El niño indefenso de secundaria que siempre cargaba su guitarra al hombro, asintió. Fue en ese entonces cuando lo evoqué por primera vez con su nombre, Daniel Flores, que lo ví como un protagonista de la historia que luego se escribiría y no como un simple personaje terciario cuya aparición no era siquiera ocasional. Claro, no pensaba que a eso de las cuatro Daniel corriera como un petardo por la acera para llegar a Alíen, cruzando por el lado de aquella extraña belleza y el pobre chico golpeado, que luego iba a entrar al local y vería a un estupefacto Neil Monaghan que había dejado de limpiar mesas para admirar su entrada dramática. Ahora que hago memoria fue entonces cuando el Universo decidió que todo definitivamente debía empezar. Que todas las piezas deberían comenzar a moverse.

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