El Mapa de Vidas en sus Manos

El Mapa de Vidas en sus Manos

Valen

18/10/2025

​Las manos de mi abuela. Pienso en ellas y la imagen que me viene no es la de una fotografía pulcra, sino la de un recuerdo táctil, una textura. No eran perfectas, claro que no. Estaban cruzadas por una red de arrugas profundas, como si un sastre invisible hubiera tomado un puñado de hilos de vida y los hubiera cosido a través de su piel.

​Pero qué suavidad… una suavidad que parecía venir de dentro, como el terciopelo que ha sido pulido por el tiempo. No la suavidad de la juventud, sino la de las cremas de noche, la del vapor que escapa de la olla de guisos y, sobre todo, la de haber acariciado mucho. Mucho cabello, muchas frentes con fiebre, y mucha tela al planchar.

​Recuerdo sus nudillos. Estaban ligeramente hinchados, una pequeña batalla ganada contra los años, pero nunca perdieron la gracia. Cuando ella tejía, esos dedos, torcidos por el reuma, se movían con una velocidad y una precisión que desmentían su apariencia. El sonido de las agujas era el latido de la casa, y de esos gestos nacían bufandas y mantas, cálidas no solo por la lana, sino por el calor que sus manos les dejaban.

​Me encantaba cuando cogía la masa para hacer las tortillas de la cena. Sus manos se llenaban de harina, pero en lugar de parecer sucias, se veían gloriosas, como si estuvieran haciendo una ofrenda. Los anillos de plata que siempre llevaba, gastados en los bordes por el uso constante, brillaban un poco más cuando la luz de la cocina caía sobre la masa. En ese momento, sus manos no eran solo las manos de mi abuela; eran las manos de una alquimista, transformando lo simple en sustento y amor.

​El aroma de sus manos era particular: una mezcla sutil de jabón de glicerina, el café recién colado por la mañana y el perfume a tierra húmeda del jardín que siempre cuidó. Cuando me daba un pañuelo, el olor me quedaba en la palma, un pequeño talismán de su presencia.

​Esas arrugas, me di cuenta con el tiempo, eran las pruebas de que había vivido plenamente, que no había evitado el trabajo duro ni el esfuerzo de sostener a una familia. Eran las huellas dactilares de una vida llena de entrega.

​Ahora, cuando tomo su mano, es como si estuviera leyendo en braille la historia de nuestra familia. La suavidad me da paz, las arrugas me dan respeto. Son, simplemente, las manos más hermosas que jamás he conocido. El mapa de mi mundo, trazado en la piel de mi abuela.

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