El loco que pedía comprensión desde el fondo de su psique.

El loco que pedía comprensión desde el fondo de su psique.

Dedicatoria

Durante la inevitable despedida del último año, aparte de lágrimas, cabía dentro mí una esperanza de que esto no era un adiós sino un hasta luego, pero cuando en segundo semestre mi familia decidió instalarse en la ciudad donde yo estudiaba, supe que la última vez que había visto esos rostros sería probablemente la definitiva para partir; supongo que un hasta pronto sonaba vacío para lo que realmente significaba para mí en esos momentos, en especial lo que sentía al escribir estas líneas para mi propio concilio eran tan pocas para expresar todo lo que sentía y el saber que, de una forma u otra, esos individuos que me colmaron de canas un día en un futuro habrán entendido lo que en esos tiempos significaron para mí. Prometí llevarlos a la luna, pero yo no soy el destino sino el viaje, ¿y cómo no decir que me siento orgulloso de cada uno de ellos?, en caso de leer este libro, quiero que sepan que estaré toda la vida gozoso de saber que están cumpliendo sus sueños como en un día cualquiera de escuela me los comentaron.

-Edgar Rodríguez

Capítulo 1: Internalización

Y fue aquel día de verano como otro en Latinoamérica; me daba la impresión de que aquel joven que me había acompañado a tantas aventuras sufría de amnesia, o por lo menos lo vivido en esos tiempos. Eran las 10 de la mañana, sonada la campana para dejar salir los reos apresuré la marcha para llegar temprano y crear misterio como si se tratase de una película de agentes británicos y yo fuera el villano principal; faltando unas cuadras comencé a organizar la conversación y los temas que me pudiesen ayudar a publicar mis ideas en pasta dura.

Una vez en aquel restaurante tan diametralmente opuesto a mis principios barrí la vista en búsqueda de mi amigo, o por lo menos lo que recordaba de él; desenfundé mi móvil para llamarlo pero de un momento a otro sentí una mano jalando de mi persona a la mesa junto a la que estaba parado, esa mano tan suave y cuidada por los beneficios de la alta sociedad con joyas doradas que lastimaban mis manos de contrarrevolucionario me hicieron recordar cuando en bachillerato pensaba que Marx y Keynes eran la solución a los problemas de nuestra nación; durante ese recuerdo no grato de mi adolescencia escuché un “eh, ¿ya no saluda el señor escritor?”, sentí un alivio por no hacer el ridículo frente a otras personas; anonadado respondo: “¿Sergio?, ¿en verdad es usted?” , con una respuesta afirmada confirmó su identidad.

Durante una pequeña charla sobre el rumbo que habían tomado nuestras vidas, decidí romper con el protocolo y comentarle sobre mi vida como psicólogo en una penitenciaria, comenzando por el sueldo tan bajo como un eunuco proveniente del continente asiático; pasando por los problemas con algunos internos y demás gajes del oficio, pero sentía que perdía la atención de mi amigo, sentía que él ahora era alguien que no le gustaba perder el tiempo, lo sentía por su nueva faceta liberal, dueño de varias empresas entre esas una editorial, una que yo esperaba que me catapultara a la fama, en pocas palabras entendí que él no estaba para perder el tiempo conmigo por más amigos que hayamos sido; por eso decidí soltarme en picada con comentarle que tenía una teoría sobre el comportamiento de los grupos sociales dentro y fuera de las instituciones penales, al principio se mostró poco interesado hasta que comenté que el repertorio conductual de los grupos de personas se podían analizar fácilmente y que en caso tal de darme la oportunidad de escribir un libro se podría vender como libro de autoayuda o uno científico; Sergio, aún con un par de dudas me pidió una demostración de dicha teoría, pero en realidad no había ninguna, o por lo menos todavía.

Salimos a la calle después de un café tan amargo como la incredulidad de un comprador que cree ser estafado, así que decidí que era buena idea ir al centro de la ciudad, igual tenía permiso del jefe, que con un par de favores era una presa fácil para los carismáticos condicionadores del conductismo clásico como yo. Una vez allí, sentados en una banca le pedí que mirara a un grupo de jóvenes que denominé “burguesillos” básicamente un grupo de niños mimados que su padre les tiene bastantes ventajas y son intocables para los pobres diablos de sus colegios, por lo general llevan una especie de zapato elegante que se ve bien pero no deja de ser un escupitajo a la cara a los amantes de los zapatos de material, al igual que eso, tienen una extraña obsesión con usar pantalones apretados, son fáciles de identificar, pero yo voy más allá al decir que como individuos se encuentran en una burbuja de soledad e inseguridades que los tienen maniatados, con un poco de afecto parental se hubiese evitado, por lo general cuando están en grupo miran de reojo a otros “especímenes” parecidos a ellos, como si se tratara de una competencia o un ritual entre machos para, supongo yo cortejar a alguna hembra; después de dar tan detallada descripción, mi amigo, con una expresión de asombro dice: “Ahora sí le creo Edgar, veo que después de todo, esa habilidad suya nunca se perdió cuando vino a esta asquerosa ciudad”.

Pese a su impresión, sentía que él no creía en mi habilidad como psicólogo sino en la calidad visual para describir los defectos de cada individuo; pero ya había pasado tanto desde que en el colegio lo tomábamos como chiste y manera de evitar el acoso escolar de la insignificante promoción subyacente. Una vez terminado mi pequeño monologo sobre la capacidad de retención de la información de mi rico amigo, él acercó una tarjeta con un nombre inscrito allí, eso sí, con el máximo lujo que una tarjeta de presentación pudiera tener, incluyendo hasta un holograma empastado sobre el logo de su tan prospero emporio. Quedé estupefacto por tal despliegue de interés mientras que mi camarada se levantaba de la banca y partía rumbo a la lejanía. En casa me senté en mi costumbrista mueble con toques romanticistas elaborados por unos roedores que socavaban la madera como si se tratara de la viruta de una rata de laboratorio, al igual que al unísono bebía la última cerveza de la nevera del mercado esperado de un soltero aparte de preservativos para ocasiones especiales; decidí llamar al número inscrito en tan extravagante tarjeta, total como en toda empresa que se precie hay un grupo de empleados atendiendo al “Call center” siempre por un par de botones más, alguien debería atender mi petición; una voz muy amable responde y pregunta el motivo de mi llamada, respondo con una voz tímida “Necesito hablar con el jefe de tu jefe”; con una expresión extraña pone la conversación en espera con un desesperante y chirriante sonido polifónico que me irritaba con el pasar del tiempo que calaba con el intervalo entre pitido y pitido; así pasaron los minutos hasta que una mujer de voz dulce retoma mi llamada y me explica con una paciencia propia de los ángeles su situación conyugal con mi amigo, se encontraba ocupado en una junta de accionarios, aparentemente su poderoso esposo le comentó que habló conmigo sobre la idea de catapultarme como autor, por eso y ante cualquier duda decide que mañana a primera hora me reúna con ella en privado en la oficina de marketing, antes de poder explicarle que soy un pobre diablo llevado de la mano por el reino de la burocracia termina la llamada con un “Edgar no me decepciones, mañana te espero. Sé puntual”.

Como soy una persona fácilmente manipulable casi al punto de un protagonista de una serie decidí no devolver la llamada, quizá me haya empezado a volver loco y todo ese clonazepam que me había robado de mi última visita al Centro de Rehabilitación Integral empezase a tomar control de mi sistema nervioso central, pero el pasado está plagado de errores, errores que toman consecuencias graves en un futuro; rescatando mis contactos escondidos de mi teléfono trato de recordar a algún ex compañero que me pueda mandar un fax para una citación médica, por fin, después de media hora de búsqueda encuentro a Fernanda, una chica que estuvo enamorada de mí, que terminó sembrando rencor hacía este individuo, tenía un título de medicina o algo parecido y estaba ejerciendo en la capital, lo cual sería más creíble para una hipotética mentira piadosa, igual la gente en esta ciudad tiende a irse a la capital por su cercanía en búsqueda de mejores cosas que no brinda una ciudad con supuestos tesoros escondidos; como todo buen psicólogo incompetente lleno mi pecho de falsa empatía para crear una mejor respuesta por parte de la persona que quiero ‘condicionar’ para recibir un favor, con el sonido de auricular de la conexión de una llamada cruzo los dedos para que sea ella y no una persona en otra parte del país y pasar la vergüenza de equivocarme de número, aparte de lo que suponía no recordar más rostros patéticos de una promoción llena de, a ojos de un objetivista, serían comparados con menos de escoria humana; pasados un par de intentos de conectar la llamada, contesta la inconfundible voz de Fernanda, esa voz que un día llena de orgullo me proclamaba como suyo pero otro en concreto me despreciaba aludiendo a mí ‘reemplazabilidad’ frente a los distintos “especímenes” contenidos; replico al típico “¿aló?” preguntando sobre la identidad del sujeto, la suerte estuvo de mi lado, y por casualidades del destino acepta mi propuesta y envía el fax sin rechistar, incluso habló e indagó sobre mi presente como psicólogo y mis especializaciones, el interés se notaba de un solo bando. Espero a que llegue la hora de tomar mi turno en el reclusorio para avisarle a mi jefe que por razones de índole mayor no podría estar durante las siguientes horas, inmediatamente pide la orden de médica donde empieza a analizarla detalladamente cual detective victoriano en búsqueda del asesino de White Chapel; ante todo pronóstico decide dejarme ir sin ninguna pregunta al respecto, debí haberme anticipado y leer la citación, pero una citación para un tacto rectal es normal en hombres, de mi edad no, pero normal en todo caso. Cuando estaba saliendo de la oficina de mi jefe, encuentro a un compañero de trabajo del que no recuerdo su nombre, nadie recuerda a los aduladores sin su caramelo, me saluda con un “¿Se va tan rápido?, ¡ni siquiera es medio día!” sin mucha importancia me tomo mi tiempo para acicalarme para dar la mejor impresión posible a aquella conyugue extraordinaria de mi amigo. Como todo buen asalariado empuñé mi teléfono para generar un taxi a pedir, por suerte llegó en 3 minutos, un récord en la historia de la fuerza amarilla del transporte público y aun más de recordar, el taxista no preguntó nada en todo el trayecto, parecía que el mundo conspiraba a mi favor para conseguir tan anhelado estatus, al fin iba a sentirme utilizado para bien. Una vez en la empresa y con los bolsillos casi limpios de una carrera de taxi interdepartamental logro llegar a la recepción, por alguna razón chronos desde su ya caído monte olimpo estuvo bendiciendo a este humilde mortal con una capital sin trancones ni semáforos en rojo; en la recepción decorada por un hall tan lleno de mármol y marfil cual narcotraficante suramericano delata mi facha de pobre tonto, de esos que no tienen ni un “peso para caer muerto”; mientras me dirigía a la recepción caminaba erráticamente, las piernas me fallaban, parecía que ellas estaban delatando mi facha, por más que mis mejores ropas la opacaran no podía escapar de quien era, y de la miserable vida de soltero que me subyacía; viviendo en un edificio de apartamentos de mala muerte, que cree escapar de la rutina cada vez que escribe en su diario las horribles palabras que se pueden escuchar desde lo profundo de su psique.

Una vez parado en frente de la recepcionista, ella me pide esperar, incluso me llama por mi nombre y me invita a tomar una revista desactualizada de la sala de espera; mientras pasa el tiempo converso en mi mente que decir para mostrarme decidido de lo que quiero, pienso sobre las recomendaciones que me dieron durante la carrera para enfrentar un público hostil sin rebajarme al nivel de pasar insípidamente frente a uno, pero en el fondo sabía que nada de eso servía y sentía que me lo enseñaron por protocolo y llenar las horas a la semana que supone una materia poco intrigante en la universidad; la recepcionista me invita a seguir a la puerta de la derecha detrás de su escritorio, me deseó buena suerte y me vuelve a llamar por mi nombre; la sala estaba oscura, apenas se podían discernir unos objetos por su silueta, de entre esas, reconozco una en especial de sexo femenino, parecía usar ropa de marca, pelo largo y lentes grandes de esos que las juventudes postmodernistas usan por moda más que por necesidad; la mujer envuelta en sobras me pide tomar asiento; logro ubicarme espacialmente en una silla situada al lado de una mesa auxiliar donde estaba un proyector, allí la silueta con su voz, logra ser reconocida por mi corteza auditiva, es ella, la persona que retomó mi llamada a altas horas de la noche; me dice que llegué tarde y que la puntualidad debe ser un don a cultivar.

Enciende el proyector, era un proyector anticuado, uno que solo funciona con plantillas hechas en acetato y que votan tanto calor que también pueden considerase calentadores; presenta la primera imagen, es mi foto de mi hoja de vida que le entregue eventualmente al estado para trabajar en la penitenciaria; en la siguiente diapositiva es una foto de la cámara de seguridad del último centro de rehabilitación en el que había estado, pasó a la siguiente donde me encuentro en el cuarto de los medicamentos, siento la culpa recorrer por todo mi cuerpo, las manos me sudan, el ritmo de mi corazón enloquece, esa mujer sabía todo lo malo que yo había hecho; aún peor, conocía como desprestigiarme como profesional, al final de todo esa mujer envuelta en la oscuridad parecía una representación de mi más profundo miedo en la carrera; soltó una carcajada como si supiera que estaba al borde del colapso, como sabiendo que me estaba torturando y no podía devolverle el golpe, en pocas palabras, ella me quitó mi seguridad, mi zona de confort se había suicidado desde que comencé a ver tan inquietantes fotogramas, donde en solo mi cabeza entraban ruidos de agonía y desesperación por cada fotografía que pasaba y mostraba mi vida patética a nivel personal y profesional; mi vida puesta al desnudo ante un individuo que podía destruirme, la sensación de seguridad con la que viven los seres humanos tarde o temprano tiene que derrumbarse para enfrentar un mundo más oscuro y sombrío con entornos alienantes que te hacen preguntarte si existe un dios por qué no hace nada por evitar todo esto; mientras sufría la agonía más aguda de toda mi vida, una gota de sudor recorrió toda mi espalda haciéndome preguntar que si dios se queda en el cielo porque él también está aterrado de lo que ha creado, y aquí tenía la prueba fehaciente de tal afirmación. Después de 30 segundos de puro dolor psíquico, se encendieron las luces, mi verdugo confirmó mi interpretación auditiva, era la mujer de mi amigo, se presenta gentilmente, como si lo pasado se tratara de una broma; su nombre, Daniela, me recordó a una persona que conocí pasados los años, por desgracia, era ella. Daniela era una chica devota a su dios, creía ser una brújula moral para todo el mundo ¿y cómo decir no?, si su aspecto físico le ayudaba, pero a diferencia de muchos otros compañeros del pasado, ella seducía y convencía; los infelices que no veían el juego tan evidente caían en su telaraña, donde por tener una cara bonita ella podía alcanzar todo lo que pensaba, por eso no era extraño que eligiera a mi todopoderoso amigo. Mientras se presentaba dice “¿No me reconoces?, ¡Si eras mi terapeuta!” Con un suspiro de resignación los recuerdos logran recorrer mi hipocampo para evocarla; ella proclama que lo sucedido era una prueba, algo para comprobar si era resistente al maltrato y los estándares de calidad de su empresa, también me da crédito por ser el inspirador de tan vil prueba; aparentemente cuando Daniela sufría por el amor de un “Juan miserias” en un ataque de rabia la obligué a enfrentarse a él y sus miedos más profundos. Mi pasado puede ser un lugar oscuro plagado de errores.

Mi excompañera de juventud me dice que está interesada en volverme un escritor de nicho, pero ve un problema en ello; ante esto replico queriendo saber la razón de tan magna indecisión; Daniela, decidida, toma la iniciativa que, a no ser de un milagro jamás sería un autor de árboles cortar; un pulso eléctrico recorre mi corazón y un frío aparece al tiempo; una propuesta indecorosa cruza por los carnosos labios de mi bella excompañera, no puedo entenderlo, las áreas de Broadmann encargadas de procesos superiores me fallan para dar una respuesta adecuada; se acerca, se sitúa cerca a mis labios, puedo sentir su respiración, consigo presentir sus dulces labios rozando mi boca para culminar en tal acto puro como un beso apasionado, para poder culminar una espera de más de 20 años; desafortunadamente no sucede, mi corazón casi seco por el alcohol no logra concretarlo por temor.

Ella, en un acto de comprensión, me abraza susurrando a mi oído “Esta no será la primera ni última vez que sucede”; abandono la sala exaltado y casi consternado, la secretaria pregunta si me encuentro bien, miento para no hacerla preocupar; la secretaria pide que me acerque a su área de trabajo y abre un nuevo paréntesis en la conversación con “Edguitar, corazón, ¡Cuánto ha pasado!”, la divagación respecto a la identidad de esta mujer se agudiza hasta que, con una mueca desconcertada comenta llamarse María del Mar, proveniente de “El otro gran reclusorio en el que estuve por tantos años”. Mari era una chica muy alegre que no quería estar encasillada en la rutina y ser una esclava oficinista, poseía un gran carisma, pese a no tener un físico envidiable poseía algo que las demás ‘Escilas’ no llegaban, que era ser bella sin mostrar, mientras los demás seres mitológicos empeñados en mostrar para encajar se desasían en vagas ilusiones de aceptación, la señorita de los océanos hacía a cualquier Zeus o Hades voltear la cabeza para contemplar tan magna epopeya. Había cambiado tanto esta Venus que no la reconocí, solo recuerdo a su amante con exactitud debido a la atención presentada por parte de Lucas, un colega que nos acompañaba del que perdí pista. Por desgracia, los años si fueron crueles con mi físico, llegando al declive de la inactividad y desesperación por la pérdida pronta del gran metabolismo heredado por mi familia, caso que en María del Mar había sido potencializado; quiero saber acerca de su profesión y sus sueños, a lo que alude que esto es un trabajo temporal mientras logra reinventarse y conseguir algo mejor para su salud mental, comenta no quejarse, respecto a la paga y horarios que le resultan cómodos para seguir con sus aspiraciones; la conversación continua fluidamente hasta que por error pregunto sobre la actualidad de su fiel compañera. María sale corriendo despavorida al baño, la sigo, pero cierra con seguro antes de que pueda acompañarla, se oyen chillidos de la otra parte de la puerta. María, con los ojos hinchados cual cráneo con hidrocefalia, me toma del cuello y me empuja hacía la pared más cercana con una fuerza propia de un fisicoculturista, y me amenaza sobre volver a preguntar por su amiga; mi cobardía no lograba ayudarme en esos momentos donde el sistema límbico de esa mujer me acorralaba.

Capítulo 2: Introspección

Me levanté como cualquier otro jueves de química a primera hora, habíamos quedado con mis amigos de hacernos el desayuno en el colegio; lo sé, suena absurdo ahora que caigo en cuenta. Durante la clase había un aire denso, como si algo malo fuera a pasar en las siguientes 7 horas de educación básica; la profesora nos pidió que nos hagamos en grupos de cinco con nuestros puestos como si se tratara de la icónica mesa de Camelot, con la diferencia que no íbamos a discutir sobre temas serios. Estaba todo preparado, hice una seña para la revisión del dispositivo, mis amigos asintieron con la cabeza; Lucas debería estar preparado para recibir el gesto que le indicase seguir al paso próximo; Sergio mantenía la concentración increíblemente ante la presión del momento, mientras que Esteban buscaba la manera de romper con el mecanismo de seguridad que protegía el aparato, y entonces, yo, líder y primero al mando de esta operación doy luz verde para tan anhelado momento: el ensamblaje. Puestos en círculo y cada quien, con gestos de concentración individuales, uno por uno ubica sobre la tabla de apoyo su parte del dispositivo; allí estaba, aquel codiciado artilugio hecho por el equivalente de la época a Porthos, Aramis, Athos y D’artagnan (aunque este último no fuera como tal de la comarca). Sergio nos mostró la leche sagrada de los huesos fuertes, mientras que Esteban blandió sus cereales fuente de inagotables vitaminas, cuando al unísono; D’artagnan montó sus impecables tazas de motivos de El oso Pooh capaces de enloquecer a cualquier mosquetero que se adentrara en la guarida de su medusa madre, y por último, pero no menos importante, Athos Rodríguez con sus reluciente armadura ciñó las cucharas y plátano de la verdad para repartir entre sus fieles compañeros en un acto de camaradería; “reuníos fieles mosqueteros” exclamé con una de las cucharas de la verdad mientras que la atención de mis cómplices era dirigida hacia mí; con una voz únicamente producida por un pecho inflado digo jubiloso: “como dijo un pedófilo: dejad que los niños vengan a mí”; entre risas de mis camaradas preparamos tan esperado desayuno de cereal con leche y un plátano en medio de la clase; pero algo estaba mal, los adulones estaban sintiendo una presencia maligna, ellos no lograban contemplar más allá de la nutritiva situación.

La aventura del día escolar continuaba con los mosqueteros de último grado del segundo grupo por casi graduarse, cuando de pronto, en la lejanía del segundo piso del colegio, Aramis distingue una exposición de arte; sin más meditación nos aventuramos para otear de qué se trata; al llegar a nuestro destino, nos cruzamos con una habitación propia de un rey, un rey que tiene mala paga y por eso nos enseñaba arte; allí encontramos una inscripción en celulosa que constreñía: “Solo quienes ostentan los verdaderos dones serán proclamados por la eternidad de Noviembre en el olimpo de la exposición escolar, ¡eureka!”.

Los héroes admiraban las obras más complejas de arte hechas por niños de primaria, cuando de repente mientras recorrían con sus miradas, una obra peculiar contemplaban, de un sutil icopor, y una media blanca mal puesta, yacía ver la figura de un ser de nuevo al que se le apodó de un nombre del que ya no recuerdo; era nuestro santo grial, encontrar tan formidable compañero del que hablaban las leyendas; los mosqueteros ingeniaron rápidamente un plan para llevarse el cáliz preciado; pero durante tan magna contemplación; una ‘quimera’ oyó su plan, y dio aviso al guardián; de sexo femenino y cabello rojo junto a un par de kilos de más, asoma la vista y descubre un fardo donde el compañero ideal estaba siendo anexado a la cuadrilla; inmediatamente suelta un alarido: “¿Cómo osáis a profanar la paz del arte de los talentosos niños?”, indefensos ante una posible firma en la hoja de observaciones, los caballeros retornan al compañero a su sitio junto a demás tesoros recuperados como una estatua de un ganso de solemne cuello y majestuosos detalles, además de una bola mágica incapaz de hacer alguna actividad más allá de ser decorativa. La guardiana de cabellos ardientes, con su carácter de ‘kraken’ intenta hacer huir despavoridos a los adulones con la promesa de informar al rey que sus fieles estaban traicionando su confianza; entonces, casi perdidos y con sudor en la frente de cada uno, Sergio decide coquetear con el peligro; y es que se decía que este hábil conductor de camionetas, capaz de volcarse con una y hacerla funcionar podría convencer a cualquier mortal; confundidos, los tres faltantes deciden unirse a la conversación, unos tratando de ver bajo la armadura de la custodia del soberano. Allí, por casualidades del destino, se toca el tema de las doncellas de cada uno de los caballeros; empezó Athos, quien para el tiempo, poseía una prometida que su cinturón de castidad llaves le tenía; después, Aramis, orgulloso, decide sacar ínfulas de su ascendencia árabe por tener más de una pretendiente a su espera; posteriormente, Porthos, quien poco recorrido tenía, a un par de princesas contentaba, sin dejar de ser odiado por los dueños de las soberanas que les celaban; y por último, el menos experimentado, D’artagnan, cual niño puro ni un beso le mandaban, una doncella de brusca cara lo enamoraba, pero a ella un trágico destino le esperaba, su nombre, una tal Valerie que le ríe sin languidecer su proceder.

Mientras la charla transcurría, cual rata escurridiza, Esteban se escabullía, con el botín en mente, y la frente en alto, su astucia le servía, para sacar un bolso y recobrar el botín que por derecho propio era de su grupo; durante la conversación amena, se oye una canción folclórica de los últimos días de los estudiantes de último grado; entre ellas se oye una que clama que la amistad va más allá porque un amigo es más que “la parte de radiación electromagnética percibida por el ojo humano”, incluyendo también la inolvidable “danza de los que sobran” de los esclavos; junto a estas canciones emblemáticas y un rápido latir de nuestros corazones, nos temimos lo peor. Un día cualquiera de escuela dejaba de ser, para convertirse en las despedidas de nuestro proceder; por fin, después de tanto tiempo, algo iba a separar al grupo, y es que se decía que esta amistad era como las de antaño; todos respetuosos uno del otro, cada quien con el juramento de no hacer daño al amigo; anonadados, decidimos salir a ‘otear un vistazo’, nos encontramos con una formación; allí Sergio dirá una frase que estará grabada para siempre en mi mente: “Uy marica, ¿cómo así que hoy es el último día?”, la magia de ser camaradas para toda la vida se rompía, solo nos preguntábamos cada uno en nuestro interior ¿Qué he hecho para que estos otros tres maricas se acordaran de mí?; yo, que soy un llorón, me comienza a entrar la melancolía antes del último adiós, trato de controlarme pero es muy difícil, haber pasado tanto tiempo en un lugar o en la vida de una persona y partir sin más aviso; por fin entendía, pero para qué entenderlo ahora.

La formación para misa católica, poco nos interesaba, habíamos pasando nuestro último día de clases haciendo el imbécil mientras que todo se finiquitaba a nuestro alrededor sin darnos cuenta; un descuido así solo nos podía pasar a nosotros, sea como fuera, la clase que acontecía a la “formación católica estructurada” era educación física. Durante las clases era obligado a comandar el grupo de los rechazados, por 2 años, más que rechazados, parecíamos perdedores hasta que llegó el último año; durante los clasificatorios para los juegos entre cursos, me había armado con un grupo interesante conformado por: Sergio, Esteban, Lucas, María del mar y su amante, Fernanda y un bulto que no recuerdo por qué estaba ahí (quizás porque tampoco lo querían en otro lugar y sobraba un puesto en los “infants terribles”); enfrentados al temible equipo titular de la selección del colegio, cuales cerdos de la granja de Epicuro: ‘gordos y lustrosos’ creían que éramos presa fácil, pero, por desgracia del favoritismo del profesor este equipo de “fracasados” tenía un capitan con melancolía de graduarse, prometiéndose a sí mismo disfrutar al máximo los momentos que le faltaban antes de llegar tan trágico día. Un partido de voleibol contra oponentes de la misma calidad y altura siempre es de agradecer para un “combo” como el mío, infortunadamente nos doblaban en todo. Por cortesía nos dan el primer saque, las miradas se cruzan entre mis jugadores; Sergio me lanza el balón para servir el saque. Me posiciono en la línea de fondo, preparo el lanzamiento, recuerdo las instrucciones básicas: mano débil sujeta al balón y mano fuerte lo golpea; estoy listo alzo, y golpeo, el balón se eleva con una rapidez increíble y coge un movimiento de parábola que roza a la malla llegando al piso contrario. “Punto para los celestes” exclama el profesor; todo el mundo está sorprendido, el aire es acompañado por un silencio infernal hasta que Lucas exclama “Sí”, corro para abrazar a mis amigos, nadie se lo puede creer; diría que ese punto fue tan psicológico como un ‘test de Zulliger’ para gerentes. Marcador a nuestro favor; saque nuestro, segundo servicio mismo procedimiento, resultado igual, el equipo de “elite” no parece responder a la paliza. Pasados los saques y los intentos de contestar a los ataques, se mueve el banco de suplentes, con mi ligamento carpal palmar ya lastimado por el abuso y mi nervio mediano cansado por el desgaste, devuelven el ataque inicial, Sergio salta, pero no logra llegar. Punto para ellos. Estamos obligados a rotar, nosotros recibimos; un “burguesillo” contrario que lleva esteroides golpea el balón con tantas ganas que ninguno de nosotros lograr reaccionar; solo somos capaces de devolver algunos ataques, pero no pasan la malla. Desmoralizados, nos preparamos para recibir el último servicio, los contrarios con una diferencia de cinco puntos, sacan confiados de tenernos dominados; recibo y levanto la esférica con mi antebrazo, Sergio alcanza a venir desde atrás para meter un palmetazo y clavarla en la caliente baldosa del patio de recreo callando con ella a los equipos que esperaban su turno de perder. Todos fuimos abrazamos a Sergio, era un acto de ese calibre el que necesitábamos para recuperar la confianza perdida a base de “quemonazos”. Recuperamos el saque y Esteban servía, saca, devuelven, recibimos, María del Mar esta vez marcaba el punto, ¿quién iba a creer que esa flaca haría algún punto?; repetimos el procedimiento unas veces más con el mismo resultado, pero con distintos anotadores; llegada la hora de la verdad, nos tocaba el punto que nos daría la victoria, al fin venceríamos a nuestra “bestia negra”, al fin la cenicienta iba a defenderse ella sola. Esteban hace el servicio, responden inmediatamente llegando la bola mansa a nuestro campo, María del mar recibe y levanta el balón unos 3 metros sobre el cielo, el viento está fuerte y trata de desviarlo, corro con todas mis fuerzas para no perderlo; surco los cielos golpeando el balón hacía atrás con una posición de clavado hacía el pavimento. Lucas, que no había hecho mucho corre como puede y logra conectar con el balón en pleno movimiento aéreo, golpea muy duro y la redonda comienza una trayectoria rara respecto al campo de juego; recorre el largo de la cancha, ningún alma contraria quiere tocarlo para darnos la victoria, creen que se va a ir por fuera; todo el equipo cierra los ojos rezando para que la línea del fondo enemiga nos salve, se nos hizo eterno hasta que suena la bola.

Capítulo 3: Moral autónoma.

Había pasado un mes desde mi entrevista con Daniela; Sergio, distante y con mucho trabajo por el fin del año fiscal lograba mantenerme bajo su “ala”, era su psicólogo preferido, pero por razones judiciales no podía despedir personal durante la época, así que me resigne a poner la frente en alto durante las 8 horas diarias en la penitenciaria.

En la víspera de navidad el jefe había dado medio día libre a todos menos a mí; en mi cubículo tecleaba los informes de último minuto que algún lastre se había olvidado, cuando de repente hace su entrada triunfal; con una taza de café en la mano y un rolex en la muñeca me pregunta en dónde voy a pasar la navidad, inmediatamente huelo su intención y decido jugar un poco con su mente primigenia. “Escuche bien Edgar, como le cae bien a mis hijos y a mi mujer se me ocurría que le podría interesar pasar esta fiesta con nosotros” vociferó el regente con una voz de superioridad, por fin le habían salido testículos o por lo menos se le notaron; le explico al jefe que no me gusta pasar fechas ‘especiales’ con la gente porque no me sienta, una prueba de eso es mi cumpleaños, siempre que cumplo años me pierdo en un mar de lágrimas y nadie da fe de haberme visto durante el día entero. Con una cara de fastidio deja mi recinto de 1 x 1 y cierra la puerta con fuerza. Por fin, después de 3 horas de romperme los dedos escribiendo puedo salir. Llego a la parada del bus y me subo al que me lleve al centro de la ciudad, una vez allí paso por una cadena de supermercados nacional, hay descuento en pavos para rellenar, por los viejos tiempos cuando cocinaba me convenzo de intentarlo una vez más; con los condimentos ya listos me dirijo a la caja para pagar, muestro mi tarjeta de crédito, la cajera la desliza por el baucher con un pulso propio de alguien que hace la tarea por 8 horas al día comprometiéndose a una lordosis lumbar por las incomodas sillas ubicadas a medio metro de la helada goma que evita lesiones rostrales a los niños insoportables que no pueden mantenerse quietos y patalean frente a todo el mundo sin vergüenza alguna. “Lo siento señor, está sin fondos” expresa la cajera, un viento helado pasa por todo mi cuerpo, pongo mi mano en mi bolsillo trasero para retornar a desenfundar mi billetera lentamente, antes de que pueda hacerlo aparece Daniela inesperadamente, me dice que esté tranquilo, la empresa de su esposo había comprado recién el banco donde se encontraban mis “botones”, por eso mi tarjeta estaba estéril; “Yo pagaré por ti esto querido, pero me debes ya muchos favores” dice mientras saca un billete de 100 mil pesos, sí, de eso que solo se usan en operaciones bancarias.

Me entrega mi ave con mis sazonadores, y me da un beso en la mejilla, me pregunta qué voy a hacer ahora; desanimado respondo que pasaré las festividades solo como siempre; anonadada cambia de tema rápidamente para no “incomodarme”, es mejor para mi salud mental despacharla rápido para que el pavo logre cocinarse hoy; una despedida formal pasa sin ningún apuro cuando de un momento a otro, con sus manos puestas en mis hombros y su mirada fija en mis ojos dice “No has cambiado, sigues siendo patético desde el día que te conocí”. Por la carencia de efectivo en mis bolsillos comienzo a caminar por las calles adornadas por luces navideñas y comida callejera, me propongo curiosear un poco antes de encerrarme toda la noche; los niños jugando, las madres rezando y los padres ‘jartando’ me recuerdan a tiempos mejores que no volverán, nadie recuerda a este pobre diablo que ya no recuerda para qué o quién vive; “maldito aquel que viva del hombre” escuché hace unos años, pero si no hay nada más que te mueva, entonces para qué moverse. Con esos recuerdos en mente y los ojos casi lagrimeando mi celular comienza a vibrar, es un número privado, prefiero colgar antes que responder a un extraño. Sigo caminando hasta que en media cuadra vuelve a llamar un número privado, probablemente el mismo de hace un momento; harto contesto, “aló” respondo; “Soy Sergio; Edgar la cagué, ¿dónde está que voy a recogerlo ahora mismo?”, extrañado le digo que no estoy en la capital, me responde que no le interesa; alude a que es cuestión de vida o “muerte”; acepto la petición, mi amigo me dice que está también en ese “pueblucho” donde vivo, “estoy en el centro, por toda la calle principal; si quiere que le ayude muévase”; me quedo esperando donde estaba, se oye un motor estruendoso en la lejanía, puede ser Sergio; cuando, de repente en 5 minutos aparece una camioneta último modelo con vidrios polarizados y blindaje a los costados, donde de ella desciende mi amigo con un camisa de marca Louis Vuitton con varias manchas de lo que parece ser sangre que me dice que esta noche la recordaré toda mi vida. Recién llegado y parando el tráfico me dice que me suba, me niego rotundamente, hasta que saca de la parte trasera de su pantalón un Smith & Wesson para convencerme de manera tranquila y civilizada; una vez en el vehículo, con su habilidad única en camionetas enciende en quinta revolución a toda prisa y me grita para que me ponga el cinturón de seguridad, en 4 minutos llegamos a la autopista, los policías ni se inmutaban, no entendía qué pasaba, pero la velocidad a la que íbamos era para preocuparse.

La casa de vacaciones era un palacio salido de mis escritos tristes, solo podía imaginarme un lugar así en las pocas veces que estuve feliz, y de eso ya han pasado bastantes años. Mientras descendíamos del vehículo me tropiezo con el frío pavimento de su morada; Sergio me coge del brazo y me jala dentro de su palacio, le digo que no tengo buena espina sobre esto y me quiero ir a mi casa, donde él responde obstinado “Eso no es una casa maldito estúpido, le debí haber puesto un tiro entre las cejas y con eso me deshago de dos cadáveres de golpe”. Decido seguirlo arregañadientas.

Entiendo que su época con la policía le habrán enseñado a cosas como estas” dice Sergio con una mueca en su quinto nervio craneal; acto seguido levanta el suelo de su elegante sala, el polvo se eleva y salen cucarachas, no puedo ver bien, es muy denso y entra a mis ojos, arden, empiezo a llorar hasta que se empieza a disipar con su insipiente densidad. Mi amigo me echa en la cara un vaso de agua del congelador; “Patético, desde el último día de clases no lo había visto así. ¡madure!” exclama Sergio con una mirada sombría. Antes de que pudiera ver que escondía ese retablo de Holtztec laminado de 8 milimetros, alguien me pone un saco negro en la cara no puedo ver, me atan las manos y ponen lo que creo que es un cañón en mi sien; no debí haber venido, mi patética vida va acabar un 24 de diciembre y eso que no he armado el arbolito.

“¡Sorpresa maricón!” exclama una voz tenebrosa; me libran de mi tortura, puedo ver la cara de mi verdugo, ¡es Lucas!; “Maldito idiota, han pasado mas de 30 años y ¿aun haciendo esas mierdas?; estúpido muerto viviente” reviro con furia; a lo que Lucas responde con una carcajada.

Lucas, bien vestido me saluda formalmente; lo detallo, tenía puesto un uniforme militar de gala color caqui; tenía un porte único, parecía a Pinochet con la diferencia de que mi amigo no era aún un salvador para el país; una vez terminado mi análisis visual el general Quintana dice en voz jubilosa “tenía que ver con mis propios ojos que el psicoanalista no se haya suicidado”, “Elo aquí, me lo encontré por azares de la vida. Había que atar al mono para que dejara de lanzar mierda” responde Sergio; pregunto extrañado si esperábamos a otro invitado, ambos disienten con la cabeza, cuando de repente se oye un coche derrapar afuera de la casa.

Vivos o muertos, las bolsas no cuestan tanto.

La vida con en el Sinaí se basaba en la misma que me esperaría en Colombia si me hubiese quedado con los “pixelados”. Cinco de la mañana, levantarme rápidamente para tender la mierda donde dormía para ir a ponerle cara a un incompetente con mas rango que yo al que no podía responderle.

Archivo, papeleo, engrapo, simple y sencillo; el Batallón Colombia no tenía nada que hacer peleando guerras ajenas, solo estábamos por si ganábamos el conflicto tener el derecho de reconstruir el extranjero con nuestros profesionales como lo contempló ya hace muchos años la convención de ginebra. La base era árida, si los rasos iban a patrullar las zonas de guerra, primero pasaban las ordenes por mi oficina; el sello rojo carmesí como los inmundos labios de Fernanda marcaban la posible muerte de jóvenes como yo, pero para este punto ya ni me importaba; solo contaba números, eran estadísticas para llenar en los informes, nada más.

Durante los últimos meses hubo un cese al fuego bilateral por el inicio del Ramadán, no le veía sentido que hayan aceptado; para mejorar la imagen de nuestras tropas y el gobierno decidieron no dar la noticia desde el interior, el mundo pensaba que la guerra estaba terminando de una manera asquerosamente “ghandiana”, por fin lucía que las Naciones Unidas servían para algo.

Vigésimo séptimo día de tregua, todo normal hasta que me pidieron acompañar a un reportero de guerra en un informe sobre el desarrollo del conflicto sobre la población civil aledaña; primero tuvimos que ir a que me consiguieran “protección” (pensaba que con una estampa de la virgen maría me bastaría); el arsenal estaba lleno de armas producidas en Israel para que los que nos cazaban se enfurecieran, kevlar y un casco para que me protegieran de una eventual caricia de hierro a máxima velocidad; el joven del arsenal en un inglés fluido me advierte “ Stay as far as possible from the downtown today… I have a bad feeling”; con una mirada extrañada decido musitarle “Don’t worry” mientras me alejaba para recibir instrucciones detalladas de la “misión”. El mayor general me explica rápidamente que debo escoltar al periodista para que saque fotos y entreviste a los habitantes de la localidad; las tropas americanas nos prestaron un Humbie para desplazamiento de tropas, una degastada ametralladora M249 soldada al techo nos acompañaba junto a su operario de nuestra nacionalidad. El trayecto de la base al centro de la ciudad estaba despejado, no se oía ni una sola alma o arma; faltando 30 minutos para llegar al destino decido preguntarle al periodista sobre su vida personal (no es que me importara mucho, solo quería hacerle creer a San Pedro que hice un amigo antes de morir); el muy imbécil solo habla francés, pero no uno convincente o entendible, lo hacía como si tuviese un baguette en la garganta; así que, ni corto ni perezoso decido apodarme “faguette”, es fácil saber mi decisión: fag= marica/maricon + baguette= pan francés mal llamado en Colombia.

Antes de llegar vimos un tanque americano del que sale un soldado desde la cúpula del comandante y nos hace un distintivo de paz con sus hermanos, parece que durante la guerra aún se puede guardar la esperanza de una paz segura sin armas ni calamidades. Durante la pequeña introspección respecto al papel de nosotros, los extranjeros en la guerra solo compraban chuches artesanales a precio de diamantes en el África; recibo una orden del teniente mayor Quintana, me pidió que buscara a la compañía conocida como “las águilas renegadas” para mantener al VIP lo mejor protegido posible, aparentemente recibieron informes de un posible ataque durante la oración del medio día con francotiradores. Aparcamos el Humbie a unos dos kilómetros del punto de encuentro por si teníamos que huir poder agruparnos en un punto distante de las salvas enemigas.

Una vez localizado el punto de reunión no demoran en aparecer los otros vigilantes con pistolas grandes; distingo al de mayor rango, General Velasco, un saludo formal basta entre subalternos para explicarle las ordenes recientes. Asiente con la cabeza, un soldado de apellido Navas despliega un mapa sobre la espalda del operario de M249 que nos acompañaba, el mejor lugar para entrevistar civiles sería el parque principal en el cual se está realizando la oración de medio día. La multitud agrupada, escuchando el discurso del imán donde al unísono operario de ametralladora me dijo que estaba recitando un mensaje de odio hacia los occidentales, especialmente a los latinos que estaban ocupando su país; cuando, de un momento a otro descubrí una triste realidad acerca de la naturaleza Freudiana de los humanos:

“Quítale un dulce a un niño y no parará de llorar, quítale un ídolo a un adulto y dejará de creer”.

Suenan zumbidos con olor a pólvora combinadas con la distinguible e inigualable frase en árabe “Alah es grande”, acto seguido me despierto en una azotea con los calientes casquetes que caen sobre mi rostro por parte de las renegadas ametralladoras de las águilas de mismas características; “si no se ha dado cuenta nos están acribillando esos turbantes con fusiles (referencia a Piedad Córdoba)” oigo a la distancia, mientras me recupero me grita el imbécil de Velasco “Más le vale que tenga buena onda y coja la honda para matar a Goliat”, inmediatamente me tiran una pistola de cañón largo y cinco cartuchos llenos con capacidad de 30 balas de calibre 5.56 milímetros capaz de perforar una caja torácica efectivamente a unos 200 metros de distancia dejando un agujero de salida del tamaño de un balón de fútbol americano; justo a la deliciosa posición en la que estábamos. Todos a cubierto y nuestro mundo vivirá de nuevo, esperando ver el lugar de los zumbidos veloces que sobrevolaban nuestros cascos que nos hacían rezar al ser misericordioso de preferencia personal; necesitábamos llamar al teniente a cargo de esta misión, merecíamos tener el derecho de defendernos. Apunten, fuego.

Hoy me herido, solo para ver si todavía mentía; me concentro en el dolor…

La fría aguja rompe mi piel, un viejo olor familiar recorre la habitación…

Lo intento mandar a otra parte, pero recuerdo todo.

¿En qué nos hemos convertido, mi dulce amigo?

Todo mi mundo que conozco se va al final

Lo pudimos haber tenido todo, mi imperio de mugre

Te dejaré morir, te haré sentir

Solo has cargado esa corona de espinas en el lugar de un mentiroso

Lleno de pensamientos rotos que no puedo reparar

Bajo las manchas del tiempo los sentimientos desaparecen.

Las camillas del hospital se tornan de color ocre junto al desesperante hedor a muerte insaciable que colmaba mi vista, adiós viejo amigo; fuiste un gran compañero, pero nadie en el mundo es eterno; y sí, debo ser yo quien te mande de vuelta al caldo de existencia del que viniste; al final de cuentas, siempre fuiste un gran soldado. Saluda a las otras águilas de mi parte.

Me asomo por la ventana después de haber oído el estruendoso ruido de las llantas caras de un automóvil de más de cien mil millones de pesos, “Mierda, llegó mi mujer” exclamó Sergio, inmediatamente nos pide entrar a una pequeña compuerta situada debajo del piso de la cocina.

Bienvenidos a mi guarida, tranquilos el lugar está recubierto para que no suene nada desde aquí abajo” exclama el anfitrión. Una compuerta secreta a un recamara que parece estar interconectada subterráneamente por toda la casa solo podía ser ida de una mente retorcida como la de Sergio; inspeccionando la bordara veo una foto que me llama la atención, parece ser de un pelotón de soldados, veo 15 cuerpos pero con las caras tachadas con marcador rojo, prefiero no preguntar acerca de ello; también veo un baúl de color aceituna oscuro con un slogan en amarillo puro que tenía por eslogan “Orgullosos de los colombianos ante el mundo” y el logo de la coalición. “He esperado tantas décadas para mostrarle esto Edgar, y ahora que estamos reunidos creo que es el momento” decía Navas con voz entrecortada mientras desempolvaba y se ponía una gorra militar que se encontraba en el cofre. Son unas chapas, de lata de aluminio y con poco brillo marginadas en la parte del nombre esteban.

Debemos ir al hospital psiquiátrico” exclama Lucas, comenzamos a conversar sobre el contenido de mis bolsas al momento de mi reciente secuestro, aclaro que era para cenar un pavo entero donde lo que sobrara lo iba a regalar a alguna familia de escasos recursos que me encontrara, a lo que alude Lucas con un “Edgar maldito mentiroso, si usted no cree en el altruismo”.

“Aparentemente mi mujer va a durar un rato allá arriba buscándome” exclama Sergio con una mueca de consternación en todos sus nervios faciales.

– “¿Acaso qué horas son?” replico con sospecha.

– “Como las siete mil ocho mi lanza” responde Lucas.

Para estas solo podemos cavar para salir” dice mi amigo mientras nos lanza una pala a cada uno mientras buscamos el mejor sitio para cavar un agujero lo suficientemente grande para que tres hombres entraran sin comprometer la estabilidad estructural de ‘la cueva del hombre’.

Encontramos el lugar perfecto detrás de las recuerdos del ejercito donde empezamos a cavar como pudimos, palazo tras palazo nos dimos cuenta que las palas no valían para nada en la tarea de salir pronto; reviso mi reloj, son las nueve de la noche, mejor movernos antes de caer desmallados por deshidratación y agotamiento; así que decidimos usar un pico oxidado en el que nos turnábamos para hacer una rutina de brazo igual a la de los gimnasios donde hay salamanquejas que solo ejercitan la mitad del torso para arriba, pobres mujeres que ven a esos idiotas con abdominales hermosos hasta que se los llevan a la cama para descubrir la diminuta razón de esos músculos inflados como globos de helio. Pasada una hora logramos tocar superficie, nos hallábamos en la reja de la casa, un vehículo procurábamos para llegar al último destino.

“Mis hombres están a unas casas de aquí, me esperan en un blindado” dice Lucas con convicción, decidimos correr por ninguna razón aparente, el cuerpo nos pedía que nos diéramos prisa por un motivo más poderoso que nuestra amistad. Cuando llegamos a donde se encontraba el vehículo Lucas saludó a sus hombres con el típico a discreción seguido de un descansen, en el auto blindado el soldado y el guardaespaldas personal nos preguntan a donde vamos, Navas responde que al CRIP inmediatamente, incesante presiona la pierna del soldado para que pise a fondo el acelerador del blindado automático. Por el camino pensaba en los tantos pacientes que había dejado morir por causas mayores a mi salario y mis contactos, pero ya no sentía lástima por ellos. Si dios no hubiese querido que murieran, no los habría puesto ahí en primer lugar; curioso pensamiento, igual que hace 30 años.

Llegamos a la entrada, todo cerrado; las enfermeras trataron de alzar el teléfono para dar aviso a las autoridades, pero, al parecer las líneas estaban ocupadas; mi general tuvo que haberse ocupado de eso con antelación, el guardaespaldas y el soldado sacan dos fusiles con silenciador y se ponen unos pasamontañas antes de salir del coche, “quédensen en la recepción” les dice en tono autoritario donde ambos responden con una afirmación seguida de la palabra “señor”.

Sé a dónde vamos, pero no el por qué, tomamos el elevador camino al 9-01; una habitación acolchonada con un hombre durmiendo entubado en una cama, es Velasco, nuestro amigo. Se veía decrepito, justo como lo había dejado desde que trabajé aquí.

Güiza ya es hora” exclamó Lucas melancólico

“¿Tan pronto?”

– “Debí haberlo hecho hace mucho tiempo yo mismo y no dejar que Edgar te dejara vivir tanto. Con tristeza en el corazón veo que lo mejor será es acabarlo ahora y dejarte ir por siempre

– “Lo hecho, hecho está; lo que me hacía feliz ahora me entristece, no volveré a creer. Mi mundo acaba

– “Desearía el tiempo regresar porque la culpa ha sido toda mía

– “No podré vivir sin la confianza de esos que quiero

– “sé que no pudiste olvidar el pasado, que no puedes olvidar el orgullo y la gloria

– “Eso es lo que me mata por dentro. Al final todo vuelve a la nada. Fue un placer conocerte -amigo

– “Dios tenga piedad de tu alma hermano

La corriente que mantenía el débil y flácido corazón de mi amigo se había cortado, Lucas le había quitado el don de la vida a su mejor amigo. Él creyó todo este tiempo que habíamos matado a los civiles en esa plaza; se ha llevado su realidad hasta la muerte. Siempre te recordaremos General Velasco ¿o debería decir, Esteban?, tus restos serán esparcidos en el mismo lugar donde nos conocimos.

Siéntate a la orilla de un río y verás el cadáver de tu enemigo pasar.

Capítulo 4: Gnosia, prosia y anosognosia.

Un café hermoso a las afueras de la ciudad me citaba para una reunión después de años de intermitente información entre nuestras vidas, ella solo buscaba una secretaria; mi baile por un sueño había quedado en pesadilla, solo rezaba para que Valerie estuviera bien en cualquier lugar donde mi Dios la tuviese.

Valerie, ¿crees que hago bien encontrándome con ella?” pensé mientras ordenaba un expreso con canela y dos bolsas de esplenda. Con mis uñas recién pintadas y mi pelo lavado con smog por culpa de algún bruto en su buseta espero a la susodicha, veo que llegué unos minutos antes, odio pasar por esto, pero me veo obligada a maquillarme en un lugar publico como una simple prostituta; con precisión delineó mis parpados con sombras ocres y me hago una con el delineador que llena mis ojos pequeños detrás de mis lentes.

Van pasando los minutos y el expreso se congela, parece que me dejarán plantada como “una gorda que le gusta el k-pop” (Rodríguez, 2030); mejor darle una probadita pequeña, a nadie le haré daño, mi bolsillo paga a los campesinos que siembran mi café.

Ojalá mi sueño se hiciera realidad y pudiera extender mis alas y volar, muy lejos de esta vida que me destruye sobre este cielo gris, con alas blancas cual pájaro el firmamento surcar, poder revolotear libre y sin dolor; la soledad de un niño como anhelo nada ha de cambiar. La música ambiente se llena de una calmante y poco común música de Jazz, Frank Sinatra penetra mis tímpanos cual amante pasajero, en pocas palabras me llevó a luna a ver qué pasaba con mi vida mientras que bailaba con las estrellas y veía con recelo a marte y júpiter, déjame danzar un poco más si eres por lo que me esfuerzo y adoro.

“Hola querida, perdona hacerte esperar, pero el trabajo me tiene agotada” exclama la señora impuntual, veo que desde la partida de tu amiga no eres una mujer empática me dice vulgarmente con voz entre cortada por la prisa que se tomó para llegar; querida tu pelo luce espantoso, ni siquiera te puedo tomar enserio más allá de que te creas artista me dice su mirada con pómulos maltratados; “¿así que tu señor esposito te deja verte con tu antigua novia?, que romántico” le expreso con sabrosos sorbos de un sin azúcar artificial; no sabe cuanto me muero por tomar tus manos, él no te conoce tanto como yo. Una indiferente lágrima brota de sus ojos para recordarme el miedo de nuestra primera vez.

“Mari, ya no soy así. Mi familia es todo lo que soy, me prometiste el mundo, pero nos hicimos mayores.”

“Claro, supongo que no eras una visionaria como yo. Siempre fuiste una santurrona.”

“¿Sabes?, eres igual que el piano que tocaba Daniela: nuevo y desafinado, ¿cuándo vas a entender que el mundo no es un juego?”

“Solo quería verte… saber de ti, abrazarte, como en los viejos tiempos.”

“Ya tengo quien me abrace. Buenas tardes.”

Después de una desarraigada discusión de ex amantes vuelve a partir, esta ocasión no aguanto llanto. Ya no sé quién soy, sin ella no tengo ningún valor, A mi casa le hace falta ella, su olor, su presencia… todo. María no te desesperes, recuerda lo que aprendiste de la terapia; recuerda al terapeuta, solo recuérdalo: a él y sus palabras:

“¿Por qué vives?”

No lo sé.

“¿Para quién vives?”

Lo solía hacer para ella.

“¿Para quién vives?”

Para nadie.

“¿Estás satisfecha de vivir?”

La danza es todo lo que soy, sin ella no creo tener ningún valor.

“Evadirse trae más sufrimiento.”

Si siempre evado nadie me respetará.

“Nadie te respeta para nadie es un secreto.”

“Escogiste la danza como barrera para evadirte del mundo”

“La única persona que hoy por hoy te quiere eres tú misma, así que échate un ojo”

“El medio ambiente que rodea a tu pasado yo, solo crea puentes imaginarios donde crees llegar al corazón de otras personas”

“Si solo piensas en los demás disturbas tu alma”

Solo soy un cuerpo vacío.

“Solo eres otro puercoespín matando a los de su raza con sus púas”

“Dependes de otros seres para creer reconocer tu forma”

“Solo existes porque hay otros”

No es cierto.

“La realidad es más detestable de lo que crees”

La danza y Valerie la hacían menos.

“Tu punto no es el único que importa”

Lo es.

“Tu verdad no ha evolucionado como el mundo”

Es el mundo el que no ha evolucionado.

“No estás acostumbrada a no recibir aprobación de Valerie”

Ella es todo lo que soy.

“También puedes amar a otros”

No como a ella.

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