EL LIBRO DEL DIABLO
EL ENCUENTRO
Era una mañana de abril de 1989, la temperatura era de unos doce grados centígrados y se podía percibir cómo una espesa niebla arropaba a la ciudad. Desde temprano se veía a una multitud de personas caminando a paso rápido por las amplias calles de Chicago, para Phillip Bowman eso era muy agradable, siempre había deseado trabajar en una gran metrópoli. Vestía como todo un hombre de negocios, saco y corbata de marca elegante y reconocida; para completar, lucía un buen peinado, esculpido con gel para cabello.
Todos los días realizaba la misma rutina. Despertaba, se alistaba para el trabajo, tomaba una enorme taza de café brasileño bien cargado, dejaba su casa impecable y se aseguraba de que todo estuviera en su lugar; al salir, agarraba su maletín de cuero, lo hacía lucir como el hombre exitoso que era, un auténtico yuppie. Siempre le tomaba una hora y treinta minutos llegar al trabajo, si no había mucho tráfico, pues vivía en una nueva y tranquila urbanización a las afueras de la ciudad, razón que lo obligaba a salir con mucha anticipación, en caso de algún congestionamiento durante su trayecto a la oficina.
Pero, en esa mañana fría de abril, rompió su perfecta rutina y olvidó tomar su habitual taza de café. Llegando al trabajo notó que tenía tiempo de sobra para beber un café y decidió entrar a una cafetería diagonal a su oficina, tenía un aspecto rústico y poco elegante. Una vez dentro, ordenó un expreso bien cargado y se ubicó en la parte posterior del lugar para evitar ser notado por algún colega. A los pocos minutos, vio que un hombre, al otro extremo de la cafetería, tenía la mirada fija en él, se le hacía difícil evitar notar que aquel extraño no dejaba de mirarlo, era como si le conociera, pero jamás había visto a tal hombre.
El sujeto vestía un grueso abrigo negro, debajo llevaba un fino traje y una corbata azul marino; aparentaba tener unos cincuenta años o más; llevaba el cabello largo, peinado hacia atrás de manera irregular y sin mucha consistencia; lucía una barba poblada, no tan larga y algo recortada, cabellera y barba resaltaban por su blancura. Lo más curioso era su mirada, tan penetrante que te hacía pensar de inmediato que era un personaje imponente y a la vez amigable. En el instante que Phillip cruzó su mirada con él, el sujeto se levantó y se dirigió a la mesa en donde estaba sentado el joven Phillip.
-Disculpa muchacho, ¿cómo es tu nombre? –preguntó el señor amablemente.
-Phillip Bowman, señor –respondió Phillip con rostro confundido y dudoso.
-¡Vaya!, si eres el famoso Phillip Bowman del que todos hablan. He escuchado mucho sobre ti. Según dicen mis fuentes, eres todo un genio para los negocios.
–Muchas gracias señor -dijo Phillip con algo de incomodidad.
–No hace falta demostrar tanta modestia –manifestó el hombre mientras soltaba un par de carcajadas.
Al joven Phillip le pareció un buen hombre, por lo que podía notar, así que no le incomodó tanto que un extraño lo abordara de repente. Pensó rápidamente que, de seguro, era un hombre de negocios igual que él.
-Bueno, ¿por qué no toma asiento? Apenas estoy empezando a tomarme mi café -señaló Phillip en un tono muy cordial.
-Muchas gracias –respondió el misterioso hombre con una enorme sonrisa en su rostro.
El desconocido tomó asiento y pidió un expreso igual al de Phillip, colocó el periódico sobre la mesa, abrió un poco su saco y revisó el bíper que tenía en el lado derecho de su pantalón.
–Disculpe mi intromisión, no suelo abordar a la gente así. Espero no sea una molestia para ti que este pobre viejo te acompañe un rato.
-Para nada señor, parece un hombre agradable –contestó Phillip mientras soplaba su café.
-¡Vaya descuido mío! No me he presentado, mi nombre es Edward.
-Es un placer, Edward…
-Y cuéntame muchacho, ¿a qué te dedicas?
–Trabajo para la Western Centuries como corredor de bolsa.
-¿Corredor de bolsa?, ¿y qué clase de trabajo realiza un corredor de bolsa aquí en Chicago? -preguntó Edward, como si fingiera no saber nada al respecto.
A Phillip se le hacía difícil creer que un hombre con semejante aspecto no supiera sobre la materia; sin embargo, esto no lo desconcertó en lo absoluto.
–Pues algo muy sencillo, asesoro a los propietarios de grandes empresas a gestionar una venta rentable de sus negocios, detecto en el mercado los posibles clientes que desean adquirir sus activos, entrego todos los documentos necesarios para cerrar el trato, asisto en el cierre de la venta y a cambio recibo grandes comisiones.
-Suena muy fácil. Pero, ¿qué te hace tan especial para que todos estén hablando de ti como si fueras el próximo Warren Buffet?
-¿El próximo Warren Buffet, dicen? –preguntó Phillip esbozando una sonrisa-. Creo que me está dando crédito de más, estás comparando a uno de los hombres más millonarios y exitosos del mundo con un pequeño hombre como yo. Simplemente puedo ver lo que otros no logran ver en algunas ocasiones, es todo –agregó Phillip en un tono muy modesto.
–Entonces posees una clase de don natural o habilidad súper humana que te permite ver lo que otros no ven. Todo un diamante en bruto, diría yo.
-Si desea verlo de esa manera señor. -En ese instante se escuchó el sonido del bíper del señor Edward, este abrió su saco rápidamente y miró de reojo el mensaje, en su rostro se dibujó una enorme sonrisa, su gesto daba la impresión de haber recibido una buena noticia. Se colocó de pie todavía sonriendo.
-Bueno muchacho, el deber me llama, es una lástima que no podamos continuar con nuestra conversación, espero que nos podamos encontrar en otra ocasión –dijo Edward mientras se ponía de pie y estiraba su brazo para despedirse.
-No hace falta. Su compañía fue muy agradable, un poco inusual y breve, pero agradable. No es algo que sea vea todos los días -respondió Phillip mientras apretaba la mano de Edward.
Edward se dio la vuelta y, mientras se marchaba, Phillip sintió curiosidad sobre cuál sería el apellido del hombre. Seguidamente, Phillip miró hacia la mesa y vio que el extraño había dejado su periódico, se levantó apresurado para devolvérselo y lo alcanzó justo en la puerta.
-Disculpe, dejó su periódico.
-Muchas gracias muchacho. Es que ya estoy algo viejo y olvidadizo.
-Señor Edward, disculpe mi impertinencia, pero creo que no escuché su apellido.
-Es Cavini, Edward Cavini -respondió, despidiéndose con la cabeza.
Phillip quedó inmóvil mientras observaba al hombre marcharse hacia un automóvil parqueado en la acera contraria, era un Mercedes Benz clásico de color negro; Cavini fue asistido por un chofer, quien le abrió la puerta trasera. Pronto se alejó rumbo al norte, por la avenida Michigan.
Momentos después, Phillip reaccionó y se percató de que acababa de hablar con uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Cavini prácticamente era dueño de la mitad del mundo, pues su empresa, Vizati Company, era el competidor más poderoso que existía en el mercado.
Ya parecía una extraña coincidencia que, uno de los hombres más adinerados, estuviera en una cafetería común de Chicago para hablar con un simple empleado de la Western Centuries que había ganado algo de fama. Despreciables italoamericanos, astutos sinvergüenzas que lo poseían todo, eran hombres de mafia y negocio, tenían comprado a más de un político y al FBI, podían moverse como y donde quisieran, sabían salirse con la suya. Algunos de los que se movían en asuntos turbios eran viles delincuentes, pero los otros, los hombres de negocios, ellos eran una mafia más poderosa, porque eran hombres con mucho dinero y el dinero lo compra todo. Ellos eran los amos del mundo.
Miró su reloj, iba con unos cuantos minutos de retraso. En el camino a la oficina no dejó de pensar por qué Cavini se le había acercado de esa manera, como si fuera una persona común; además, le intrigaba que hubiera fingido no saber nada sobre la bolsa de valores, él que era un magnate entre magnates por su gran habilidad para manejar las finanzas, y qué clase de negocios podía estar haciendo en Chicago.
Phillip olvidó el asunto por un momento y entró por las enormes puertas del edificio John Hancock, corrió para alcanzar el ascensor que estaba a punto de cerrarse, ya dentro del elevador presionó el botón del veinteavo piso y no reparó en la gente que estaba con él.
-Llevamos mucha prisa hoy. -Escuchó una voz detrás de él. Phillip solo volteó su rostro para ver quién había dicho tal ocurrencia, se trataba de su buen amigo y colega, Johnny Haspen.
-Eres tú, Johnny. ¡Tan elocuente como siempre! Viejo amigo, ¿cómo están Claire y los niños?
-Están muy bien, ¿tú cómo estás? Escuché que pudiste cerrar el trato millonario con los de Mobile Phone System, me habías comentado que ese era tu pase de autobús al Comité de Dirección para pertenecer a la firma de manera permanente.
-Viejo, fue todo un éxito, precisamente voy a reunirme con Blake y los demás del comité para discutir mi asenso. Pero creo que ya estoy en la bolsa, tú me entiendes…
-Ya veo por qué te llaman el próximo gurú de las finanzas -dijo Johnny con respeto y admiración.
Las puertas del ascensor se abrieron en el décimo quinto piso, Johnny se despidió con un buen apretón de mano y le deseó mucha suerte a Phillip.
LA GRAN NOTICIA
Phillip se bajó en el piso 20°, donde se encontraba su oficina, dejó su maletín de cuero sobre el escritorio, sacó del cajón un perfume fino, se aplicó un poco y salió de su oficina para subir a la sala de juntas en el piso 86°. Durante el largo trayecto en el elevador, pensaba sobre lo que podría pasar e intentaba hacerse la idea de que posiblemente no lo ascenderían, quizás algún asunto burocrático se interpusiera, tenía la sospecha de que esos viejos ‘chupa sangre’ no iban a dejar que una cara bonita se les subiera al trono; no obstante, el Jefe de Philip, Blake Collins, había acordado que si lograba arrebatarle de las manos a Vizati Company y a su gente el contrato con Mobile Phone System, de seguro el comité no tendría ningún problema en ascenderlo.
Las puertas se abrieron en el piso 86° y con mucha calma caminó hacia la sala de juntas, allí fue recibido por la secretaria de Blake, Phillip no recordaba su nombre, así que intentó no entrar en conversación con ella, se sentó en el lugar que le correspondía y aguardó en la sala hasta que llegaran todos, eran las 8:52 a.m. y la reunión empezaría a las 9:00 a.m.
Mientras esperaba, Phillip miraba desde la enorme ventana del salón los grandes edificios que adornaban a la ciudad de Chicago, ya eran las 9:20 y aún no había señales de Blake o el resto del comité. Empezó a impacientarse, agarraba y acomodaba su corbata repetidas veces, movía el pie izquierdo sin parar, como si contara los segundos que pasaban con cada movimiento, miraba el reloj de su muñeca y corroboraba la hora con el que colgaba en la pared de la habitación. Estaba impaciente y pensativo, Philip empezaba a tener una fuerte migraña; de repente, lo embargó un mal presentimiento.
A las 9:32 de la mañana llegó Blake y detrás de él, siete ancianos prepotentes y mal humorados, siempre sedientos de poder; a pesar de eso, Phillip los trataba con el mayor respeto, ellos tenían la última palabra y no podía cometer el más mínimo error en ese momento. Hacía mucho que nadie cumplía con todos los requisitos para pertenecer a la firma de manera permanente pero, prácticamente de la nada, apareció él, un muchacho talentoso capaz de romper ese muro de concreto que habían construido para que a nadie se le ocurriera bajarlos de su gloria.
-¡Buenos días caballeros! –saludó Blake con voz estruendosa.
-Tomen asiento, por favor. -Todos en la sala se sentaron sin pronunciar palabra alguna.
-Ya todos sabemos por qué estamos aquí, así que no hay necesidad de entrar en detalles. El señor Phillip Bowman, empleado de la Western Centuries por casi cinco años, ha venido desarrollando un excelente trabajo y no cabe duda que, gracias a sus increíbles habilidades, logramos cerrar el trato con Mobile Phone System –manifestó el señor Blake con elocuencia.
-Es un placer, también, saber que le quitamos la oportunidad a Vizati Company de ser el número uno en el mercado. Lamentablemente, existe un problema con el asunto de tu permanencia en la firma y de hacerte miembro oficial de la junta directiva. -Acto seguido, el comité y el presidente de la compañía se retiraron de la sala.
Phillip decidió quedarse un rato más, su mirada era inexpresiva, no se podía distinguir ningún sentimiento, no había ira en su rostro y tampoco tristeza. Lentamente volteó su mirada hacia la enorme ventana para seguir admirando el majestuoso paisaje que tenía ante sus ojos.
Después de un largo tiempo contemplando la ciudad desde ese prominente rascacielos, se dirigió hacia los ascensores; mientras esperaba, prendió su bíper, lo había apagado para que no fuera interrumpido durante la reunión, las puertas del ascensor se abrieron y presionó el botón del piso 20°.
Al llegar a su oficina, su secretaria le informó que debía revisar y responder todas las cartas y recados de la semana, las había dejado sobre el escritorio de su oficina; Phillip le pidió que cancelara todas sus obligaciones y que no le pasara ninguna llamada. Se encerró en su acogedora oficina, se sentó en su sillón, del cajón sacó un vaso de vidrio y una gran botella de whisky escocés medio llena, se sirvió un poco y de un sorbo bebió el vaso completo.
Phillip bajó la mirada y se percató de que en el escritorio había un montón de cartas sin revisar, las agarró todas de un puñado y las fue desechando, una por una, en el suelo. Cuando ya le faltaban pocos sobres y cartas en la mano, apareció una muy particular, tenía el sello y el nombre de Vizati Company en cera, algo ostentoso para la época. Se quedó mirando fijamente la carta y tiró el resto de correspondencia al suelo.
Phillip dejó la carta sobre la mesa y tomó el teléfono, marcó el número de la clínica en donde estaba internado su padre.
–Buenas tardes, Hospital Psiquiátrico Landon Park. ¿En qué puedo servirle?
-Deseo hablar con Christopher Bowman, por favor.
-Aguarde un momento. -Pasaron unos minutos hasta que escuchó la voz de Christopher.
-¿Aló? -respondió Christopher con un tono de voz muy suave y lento.
-Hola papá. Soy yo, Phillip.
–¿Con quién hablo?
-¡Papá! Soy yo, Phillip, tu hijo.
–¿Phillip?
-¡Sí papá! Tu hijo, Phillip Christopher Bowman.
-Pero si Phillip está recogiendo hortalizas con la señora Kaylee, le dijo a su madre que regresaba para la cena, es imposible que tú seas mi hijo.
-¿Cómo estás, papá?
-Bien. Ahora iba arreglar ese viejo tractor, siempre tiene algún problema.
-Papá, ese tractor lo vendimos hace más de diez años.
-¿Con quién hablo?
-Con… olvídalo.
-¡Te amo mucho padre!
-Yo también a ti. No vayas a llegar tarde, mira que tu madre es muy temperamental.
-Debo colgar.
-¿A dónde vas Phillip?
-Te amo papá. -A través de la línea se podía escuchar el suave sollozo de Phillip.
-Iré a reparar ese viejo tractor, voy a dejar subir a mi hijo Phillip en él. ¡Claro!, si se porta bien y hace todos sus deberes, tal vez, lo deje conducir.
-Bueno papá, cuídate mucho.
-¿Con quién hablo?
-¡Adiós papá!, te amo -dijo Phillip mientras colgaba el teléfono y su rostro se llenaba de tristeza y entraba en llanto.
Sin ninguna obligación por cumplir, Phillip secó sus lágrimas, se puso de pie y decidió tomarse el resto del día.
LA GRAN OFERTA
Era un nuevo día para Phillip, como siempre, realizó su rutina diaria. Antes de salir al trabajo, decidió prender la televisión para revisar el pronóstico del tiempo, pasó rápidamente de canales tratando de encontrar alguno que estuviera presentando el clima, de repente, escuchó una voz amigable que decía: «Buenos días televidentes de…».
Pero como había cambiado de canal y el viejo televisor de Phillip tenía un pequeño problema, debía darle la vuelta a todos los canales para volver a sintonizar el que ya había pasado. Phillip pasó nuevamente los canales, creía que la voz provenía del canal 28, el de la BBC News; cuando llegó al canal, volvió a escuchar la misma voz amigable.
«También les envío un saludo al resto del país que nos está viendo en este momento. Les informo que tendremos una tarde muy fresca y soleada en el estado de California, Illinois incluyendo…».
Phillip apagó repentinamente la televisión, no podía perder más tiempo, ya había escuchado lo que necesitaba. Revisó su bíper mientras buscaba las llaves de su automóvil, se dio cuenta que no había ningún mensaje, agarra las llaves de su Chevrolet Malibu del 82, lo había conseguido en una subasta a un precio bastante asequible.
Tomó su maleta y se subió en el auto, cuando intentó arrancar, el motor se ahogaba, algo inusual porque, semanas atrás, Phillip lo había mandado a restaurar con las piezas originales. Luego de varios intentos, desistió por completo y prefirió tomar un taxi. Había mucho tráfico por la autopista y no lograba ver un taxi libre. La situación empezaba a impacientar a Phillip, pues rompía con su perfecta rutina matutina.
Caminó hasta una parada de autobús, miró de lado a lado por si lograba divisar algún taxi, pero todos pasaban a gran velocidad y estaban ocupados. Era imposible pensar en caminar al trabajo, le habría tomado horas en llegar. En esos momentos pensaba en lo arrepentido que estaba de vivir tan lejos de la oficina.
Después de más de media hora de intentar, agitando su mano para que un taxi se detuviera, alcanzó a ver que desde su izquierda venía uno sin pasajero, Phillip se apresuró a alzar sus brazos y gritó fuertemente.
-¡Taxi! –gritaba Phillip y chiflaba con la punta de sus dedos-. ¡Taxi aquí!
El taxi pasó por enfrente de Phillip velozmente; sin embargo, frenó bruscamente antes de que lo perdiera de vista. En ese momento agarró con firmeza su maletín y corrió hacia el automóvil.
-¡Buenos Días! Al John Hancock Center, por favor -solicitó Phillip con voz agitada.
El conductor del taxi no pronunció ni una sola palabra en el recorrido, lo cual era perfecto para Phillip, no le gustaba conversar con personas desconocidas. Durante la mayor parte del camino no tuvo ningún problema con el tránsito, pero faltando casi doce cuadras para llegar, se dio cuenta que estaba dentro de un embotellamiento, lo más seguro es que estaría atrapado allí por un largo rato. Le preguntó al taxista cuánto le debía, este solo le señaló el taxímetro, el tablero marcaba 34 dólares con 65 centavos, Phillip sacó dos billetes de 20 y los arrojó sobre la silla del copiloto, se bajó del taxi sin esperar el cambio y corrió apresurado hacia la oficina.
A ocho cuadras de la oficina, la temperatura descendió, el cielo se oscureció y se levantó un aroma a humedad, el olor de la lluvia.
-Estúpido pronóstico del tiempo, nunca predice nada -dijo Phillip pensando en voz alta mientras avanzaba velozmente a la oficina.
Cuando le faltaban cuatro calles, se desató una tempestad, Phillip puso el maletín sobre su cabeza y corrió para intentar no mojarse tanto, pero fue en vano. Al llegar a las puertas del John Hancock Center, el portero y la recepcionista lo quedaron mirando fijamente.
-¡Buenos días señor! Al parecer no ha tenido un buen día -le saludó el hombre con aspecto vacilante.
-¿Te parece? -respondió Phillip en tono sarcástico.
-¿Y cómo se mojó de esa manera?, ¿alguien le hizo eso?… ¿Señor?
-¿Alguien?, ¡¿no ves que afuera está lloviendo?! -gritó Phillip muy molesto.
-Pero señor, si hace días que no llueve.
–¿Cómo que no…?
Phillip volteó su mirada hacia la calle, aparentemente había dejado de llover, salió para verificarlo. Se encontró con que no estaba lloviendo; incluso, el pavimento estaba seco, como si no hubiera llovido en varios días.
-¿Lo ve señor?
-Pero…
-¿Se encuentra bien? ¿Señor? ¿Se…?
-Sí, creo que sí -contestó Phillip algo desconcertado.
–De seguro fue una nube que iba pasando –comentó el portero de forma burlesca.
-Sí, de seguro fue eso -expresó Phillip retirándose del lobby para tomar el ascensor.
Casi todos los ascensores estaban detenidos en el sexto piso y con un pequeño letrero que señalaba que estaban fuera de servicio, solo las últimas puertas no tenían ningún letrero pero los número encendían intermitentemente, desesperado presionaba los botones sin importar si funcionaban. Mientras esperaba, vio que su bíper estaba apagado y húmedo. Pensó que, quizás, debía comprar esos enormes celulares Motorola que todos estaban usando.
-A ver si así me coge un rayo la próxima vez -pensó Phillip en voz alta y en un tono mordaz, las personas a su alrededor se percataron de sus quejidos y murmullos.
En pocos minutos, detrás de él, se fueron acumulando varias personas que no dejaban de mirarlo, confundidas de ver a Phillip tan mojado, Dentro del ascensor fue mucho peor, no había a dónde mirar, era el centro de atención, el recorrido le resultó mucho más largo, ansiaba salir lo más pronto del ascensor para ir a su oficina a cambiarse de ropa. Siempre guardaba una muda de ropa en caso de alguna emergencia, sabía que eso hacía parte de la vida de un ejecutivo, ya fuera porque se le derramara el café o sudara demasiado, pensaba que era bueno tener algo de ropa que lo sacara de apuros.
Entrando a la oficina, interrumpió a su secretaria antes que hiciera alguna pregunta imprudente; una vez dentro, intentó cambiarse rápidamente, debido a que su oficina no tenía cortinas y estaba dividida por paneles de vidrio templado, lo único que tapaba era el enorme letrero en la puerta con su nombre y su cargo, prácticamente todos podían verlo.
En los alrededores todos disimulaban no ver al joven Phillip Bowman semidesnudo. Mientras se ponía los pantalones, posó su vista hacia su escritorio y vió la carta de Vizati Company, de inmediato recordó su encuentro con Cavini en la cafetería, lo había olvidado por completo, Phillip estuvo tan concentrado con lo de su ascenso que no había tenido tiempo de pensar en lo ocurrido.
Cuando por fin terminó de ponerse el traje de repuesto, agarró un pequeño sobre de manivela con cartas en su interior, luego tomó un abrecartas en forma de daga que estaba en la parte derecha de su escritorio y rasgó el sobre sin titubear. Adentro, había una carta dirigida a su nombre, lo invitaban a asistir a un almuerzo formal, en el Hotel Drake de Chicago, para discutir una oferta laboral a las 12 m., ese mismo día.
Al final de la carta escribían dos números de teléfonos para que confirmara su asistencia. Phillip se quedó inmóvil por unos diez segundos más o menos, sabía que no tenía nada que perder si iba; además, la reservación era en uno de los hoteles más lujosos de todo Chicago, y solo estaba cruzando la calle Delaware por la avenida Michigan.
Phillip salió rápidamente de su oficina y caminó hacia el escritorio de su secretaria.
–Evelyn, escucha con atención, llama a este número y confirma que asistiré. Pasa la cita con los de Emparama de las 11:30 para las 3:00 de la tarde, y los de American Tobacco Company, de 1:00 a las 4:40, sé que le cancelamos ayer pero utiliza ese hermoso carisma que tienes y convéncelos de aplazar la cita -le encargó Phillip.
-¡Entendido señor! –asintió la secretaria enérgicamente.
–Necesito que contactes a Blake y le avises que lo veré a las 6 p.m., que debo hablarle sobre un asunto con urgencia y que no tiene nada que ver con lo sucedido en la junta; además, dile que posiblemente se pierda el trato con los de Auto Chrysler, han estado dudando sobre los términos del contrato, así que necesitamos que mueva sus influencias para que tengamos una oportunidad con ellos.
»No me pases mensajes al bíper, se ha mojado y no quiere funcionar. Si llaman de la clínica de mi padre, búscame en el Hotel Drake. ¡Ah! Por cierto, necesito que llames a una floristería para que envíen flores al cuarto de mi padre, preferiblemente girasoles.
»¿Quedó claro todo, Evelyn? –Corroboró, dirigiéndole una mirada sutil y encantadora.
–Muy claro señor –respondió Evelyn.
–Si te divorcias, avísame. Necesito casarme con una mujer como tú –concluyó Phillip. para despedirse, él le dio un fuerte beso en la mejilla y ella soltó una risita juguetona.
-¿A dónde va señor? -preguntó Evelyn mientras él se alejaba.
-¡A comprarme un traje más decente!
Phillip salió en dirección a la calle Chestnut, ubicada detrás del Edificio John Hancock Center, en la misma calle había un gigantesco centro comercial que abarcaba toda la manzana hasta la calle Pearson St., dentro del centro comercial había un gigantesco almacén en donde vendían trajes y ropa de etiqueta, el cual Phillip ya había concurrido en varias ocasiones. Eran las 10:20, prácticamente le quedaba poco tiempo para conseguir un traje a su medida, por suerte contaba con que era un cliente valioso para la tienda y quizás podía tener algo de prioridad en esa ocasión.
Al llegar a la tienda lo recibió Fiorenzo, un elegante y alegre señor con aspecto italoamericano, de baja estatura y que aparentaba unos 60 o 65 años de edad.
–¡Salve Phillip! Come stai? -gritó el señor Fiorenzo en italiano y con una gran alegría.
–Bene, grazie!, ¿e tu? -respondió Phillip de manera afable.
-De maravilla mi muchacho. Accòmodati!, accòmodati!
-Muchas gracias Fiorenzo.
-¿En qué puedo ayudarte mi muchacho?, estoy a tua disposizione.
-Fiorenzo necesito el mejor traje que tengas y lo saques a mi medida, el problema es que lo necesito listo antes de las doce del mediodía, ¿es posible?
-Claro que sí, mi muchacho. Vièni!, vièni!, tengo uno perfecto para ti.
Fiorenzo sacó un hermoso traje de color gris algo opaco, la tela era lana de excelentísima calidad; apenas Phillip lo vio, supo que era perfecto para él. Permaneció con una postura recta y relajada mientras le tomaban las medidas. Después de pasados unos 65 minutos, Fiorenzo había logrado terminar el traje, justo a la medida, con gran destreza. Eran las 11:35 en el reloj, así que Phillip se pudo aflojar un poco.
–Gràzie, Fiorenzo, grazie mille! –exclamó complacido Phillip, besándole ambas mejillas a Fiorenzo como gesto de agradecimiento.
-Sin problemas mi muchacho, aquí para servirte -exclamó Fiorenzo con un mal español.
-Bueno, Fiorenzo. Arrivederci!
-A presto, Phillip –respondió Fiorenzo queriendo decir que se verían pronto o en otra ocasión con una feroz sonrisa.
LA COMIDA CON CAVINI
Faltaban diez minutos para su encuentro con Vizati Company, Philip no sabía con certeza si Cavini asistiría o mandaría alguno de sus representantes; podría mandar a su abogado, Michael Foster, o al vicepresidente, Anthony Byington, del mismo modo podría mandar a cualquier lacayo para presentarme la propuesta laboral. Pero Phillip se oponía a esa idea, en su mirada se reflejaba un poco de confianza y se le percibía muy excitado.
Phillip entró por las enormes puertas del Hotel Drake, y se dirigió al enorme buffet, en la entrada lo recibió un camarero tras el mostrador.
-Muy buenas tardes y bienvenidos al Hotel Drake, mi nombre es Dominic, ¿en qué puedo servirle?
-Buenas tardes, Dominic. Tengo una reservación a nombre de Vizati Company.
-¡Oh!, usted debe ser el señor Phillip. Si es tan amable, sígame, el señor Cavini lo está esperando.
Cuando Phillip se dirigía a la mesa, pudo identificar a Cavini desde la distancia, tan imponente como lo recordaba desde su último encuentro, le acompañaba su abogado, Michael Foster, y se encontraba de pie hablando con alguien a quien Phillip no logró reconocer, tenía una aspecto tan imponente como el de Cavini, se notaba que era de edad avanzada, lucía unas marcadas facciones asiáticas y una formalidad perfecta, pero no lograba reconocer su rostro. El Buffet estaba lleno de empresarios y personajes importantes, Phillip logró sacar por debajo de la tierra a algunos entre la gran multitud.
Cuando Phillip llegó a la mesa, Cavini abrió su mirada hacia él.
-¡Phillip! Me place verte de nuevo y tan pronto, diría yo -expresó el señor Cavini en voz alta y con una formidable euforia.
-Es para mí un placer señor.
-Tú tan modesto como siempre, mi querido muchacho. -En ese momento fue interrumpido por el hombre asiático a quien Phillip no reconocía.
-Tú debes ser Phillip Bowman, al que todos llaman el próximo gurú de las finanzas. ¿Te puedo hacer una pregunta muchacho?
-Claro señor –respondió Phillip.
-¿Por qué Dios creó a los economistas?
-No lo sé señor.
-Para hacer quedar bien a los meteorólogos. -Todos en aquella, incluyendo a Phillip, estallaron en una carcajada desenfrenada.
-Señor, ¿usted sabe por qué los tiburones no atacan a los economistas japoneses? -dijo Phillip, interrumpiendo la avalancha de carcajadas.
-No lo sé muchacho, ¿por qué?
-Cortesía profesional.
En la mesa todos quedaron en silencio, mirando al locuaz y joven Phillip. Después de unos segundos, entraron nuevamente en un mar de carcajadas.
-¡Oye Edward!, me habías dicho que era inteligente, pero no mencionaste que también era un cómico -gritó aquel hombre, mientras no paraba de reír junto a Cavini y Foster.
-Mi nombre es Takashi Matsumoto, es un placer conocerte muchacho. -Apenas Phillip escuchó su nombre, supo quién era. Era ni más ni menos que el Ministro de Asuntos Exteriores de Japón.
-Gracias, señor Ministro, el placer es todo mío -expresó Phillip cortésmente.
-Bueno Edward, lastimosamente debo partir, tengo un vuelo en unas horas. Fue un placer verlos, espero que disfruten de la comida. -Se despidió el ministro apretando fuertemente la mano de todos.
-Phillip antes de que tomes asiento, aún no te he presentado al señor Michael Foster, aunque creo que ya sabías quién es.
-Claro que sí, señor. Sé muy bien quién es, pero es un placer conocerlo formalmente.
-El placer es todo mío, Phillip -expresó Foster sin reparo alguno.
-Ahora sí, a lo que vinimos muchachos –pronunció Cavini esbozando una enorme sonrisa.
Después de las formalidades, se acercó un mesero con actitud diligente a tomar la orden. Cavini, sin mirar el menú, ordenó inmediatamente un vino francés, Château Margaux del 48, en el menú decía que costaba unos 3.500 dólares, después de eso, todo era un festín de precios, pidieron toda clase de platos absurdamente costosos, de entrada pidió pasta marinera con chalotas y mejillones, después ordenó solomillo de cerdo a la pimienta y, de postre, un bonet; Foster se decantó por los canelones de pollo de entrada, después preguntó por el sopado de mariscos a la romana como fuerte, a lo que el mesero convino sería una excelente elección, seguido de escuchar la sugerencia del mesero, no dudó en ordenarlo, por último pidió una torta di riso para el postre. Phillip aún se encontraba indeciso con su orden, puesto que no tenía mucha experiencia en restaurantes de alta categoría, así que optó por arriesgarse, ordenó garbanzos con langostinos de entrada, acompañado de un muslo en salsa de ajo y perejil como plato principal y de postre ordenó una pannacotta de café que, alguna vez, el señor Fiorenzo le había recomendado, intentó pedir algo costoso, tratando de impresionar a aquellos empresarios.
Durante la cena, Cavini solo realizó preguntas impertinentes con respecto a la vida de Phillip, nada relacionado a la oferta laboral, lo mismo hizo el señor Foster. Phillip se puso de pie al terminar de comer y se excusó para ir al baño. Se sentía un poco sofocado y algo inquieto, no encontraba reconfortante que en toda la cena no hicieran ninguna pregunta referente a su trabajo.
Antes de entrar a los baños de hombres, Phillip sintió una pequeña ventisca por todo el pasillo, el lugar estaba sombrío y con poca iluminación, miró hacia atrás esperando lograr ver a algún empleado que pudiera arreglar la iluminación del pasillo, pero no había nadie, cuando volteó para buscar el baño de caballeros vio a una hermosa joven saliendo de una puerta a la derecha del pasillo, parecía de servicio porque no tenía ningún letrero, caminaba tan lento que pudo repararla por completo, la mujer gozaba de un cabello tan castaño como el roble, su piel era blanca marcada con pecas, traía un vestido muy escotado de un rojizo oscuro y caminaba con unos altos tacones de manera elegante y un tanto sensual, fue evidente el cruce de sus miradas mientras se dirigían en sentido contrario por el pasillo, era como si sus ojos hablaran; como si se desearan por un segundo, Phillip dejó de mirarla y continuó su camino. Al entrar al baño de hombres, este estaba completamente vacío, muy limpio y aseado como era de esperarse.
Phillip se tomó un tiempo para orinar, después se miró en el espejo, lavó sus manos y rostro, con los ojos cerrados y cubiertos con un poco de jabón, estiró su mano para alcanzar una toalla que había divisado a la izquierda de los lavamanos al entrar, pero no lograba descubrir la toalla, siguió persistiendo con algo de enojo, cuando logró alcanzar la toalla secó su rostro y miró instintivamente al espejo.
-¡Mierda! -gritó Phillip aterrado del susto al ver por el espejo del baño a aquella mujer sensual, de hace unos instantes, detrás de él.
-Creo que alguno de los dos está en el lugar equivocado -dijo Phillip en un tono burlesco y jocoso.
La mujer no dijo ni una sola palabra y se quedó mirando a Phillip a los ojos, casi sin espabilar, eso puso un poco nervioso a Phillip.
-¿Hola? ¿Señorita, se encuentra bien?
La mujer levantó su mano, tocó el rostro de Phillip con pequeñas caricias, Phillip intentó retroceder pero chocó con el lavamanos, la mujer posó su dedo índice sobre su boca en señal de que hiciera silencio, Phillip no pudo esconder lo confundido y aterrado que estaba, no sabía qué hacer, se paralizó por completo, sus pies y manos temblaban levemente ya que desconocía las intenciones de aquella mujer, ella retrocedió un poco y sin vacilar se desmangó el vestido para quitárselo; antes de que Phillip pudiera decir algo, la mujer estaba completamente desnuda, se acercó y meneó su cintura como si estuviera danzando, estiró su mano y con una fuerza monstruosa jaló la corbata de Phillip, lo arrojó al suelo y se montó sobre él, antes de que él intentara ponerse de pie, agarró con una mano la mandíbula de Phillip e intentó besarlo, con la otra rasgó los botones de su camisa, Phillip tenía los ojos abiertos como platos mientras ella lo besaba de forma desmesurada. La escena era muy bizarra, él no quería ni imaginar qué ocurriría si alguien entraba al baño o, sobre todo, si eran Cavini o el señor Foster quienes decidieran entrar en ese instante.
La misteriosa mujer desabrochó la correa de su pantalón y en pocos segundos ya tenía el pene erecto de Phillip entre sus delicadas manos, intentó meter el miembro forzosamente dentro de ella, en el instante que su glande tocó la vagina de la mujer, la tomó por la cintura y la arrojó hacia un costado con fuerza, la cabeza de la mujer chocó contra el borde de la puerta de una de las cabinas del baño que se encontraba medio abierta, la mujer cayó al suelo y quedó completamente inconsciente; Phillip se arrastró sentado para tratar de alejarse de ella y chocó con la pared, intentó ayudarse de ella para recomponerse, antes de pudiera levantarse por completo, enfocó su mirada hacia la mujer, sin darse cuenta , ella ya lo sostenía del cuello, asfixiándolo contra la pared y levantándolo como si tuviera la fuerza de diez hombres, él intentaba luchar con todas sus fuerzas para intentar soltarse, pero le era imposible, aquella mujer era mucho más fuerte que él; los golpes y arañazos que Phillip le daba, no le hacían efecto alguno.
-Maldita perra, suéltame, ¡¿quién demonios eres?! -prorrumpió Phillip, una y otra vez, en un sonido cada vez más tenue y apagado, pues la mujer apretaba con excesiva fuerza su garganta.
Acto seguido, con una voz gruesa y diabólica, la espeluznante mujer le habló a Phillip:
–Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el postrero. Soy la antigua serpiente y el gran cordero, el gran Belial, el despiadado y misericordioso Samael, el gran dragón, el padre de la verdad y la mentira, soy el dios de este siglo y de la eternidad.
Phillip ya no podía respirar e intentaba encontrar la manera de zafarse de aquella endemoniada mujer, revisó su saco y encontró un bolígrafo en el bolsillo interno, lo empuñó con fuerza y con furia le arañó el rostro hiriéndole el ojo izquierdo, un poco de sangre salpicó el rostro de Phillip, la mujer lo soltó instintivamente y empezó a dar gritos de dolor, cubrió su rostro con fuerza mientras se retorcía por todo el baño. Phillip intentó recuperar la respiración y se aventuró a huir de inmediato; sin embargo, cuando se disponía a hacerlo, la mujer lo embistió nuevamente y le propinó un golpe tan fuerte que le hizo retroceder y lastimarse la nuca contra un secador de manos que se ubicaba detrás, tras el impacto cayó inconsciente al piso.
Pocos minutos después, entró un empleado del restaurante y vio a Phillip tirado en medio del baño, el trabajador se agachó en un intento desesperado por reanimarlo.
-¡Señor, respóndame!, ¿se encuentra bien? ¡Señor! -El empleado golpeaba con suavidad y firmeza las mejillas de Phillip para luego revisar su respiración. Después de varios llamados, Phillip recobró el conocimiento como si estuviera ahogándose, agarró aire con su boca para recobrar el aliento y tocó su nuca para comprobar que no sangraba.
-¡La mujer!, ¿dónde está la maldita mujer endemoniada? -gritó Phillip alterado.
-No veo a ninguna mujer señor, al parecer se desmayó. ¿quiere que llame una ambulancia señor? ¿Se encuentra bien?
-¡No me desmayé!, una maldita perra intentó matarme. Estaba como loca o endemoniada, se desnudó y después comenzó a golpearme, ¡al final intentó ahorcarme!
-¡Lo que deberías hacer es llamar a la policía! la mujer está herida en el ojo izquierdo, recuerdo que derramaba un poco de sangre antes de que me noqueara. ¡Llama a la policía!
-Pero señor, aquí no hay sangre por ninguna parte, levántese y fíjese usted mismo, el baño está completamente limpio.
Phillip tomó fuerzas para levantarse y se dio cuenta de que el baño estaba impecable, no había sangre por ninguna parte; se acercó al espejo para ver su ropa y rostro, no había señal alguna de agresión ni de sangre. Su rostro palideció, los sucesos habían sido muy reales para él, después revisó el bolsillo de la chaqueta y el bolígrafo seguía dentro del bolsillo, lo sacó para examinarlo y no tenía marca de sangre o de maltrato.
-Señor, ¿está seguro que se encuentra bien?, ¿necesita que llame alguien? -Phillip miró fijamente al empleado del hotel y trato de calmarse. –No llames a nadie, estoy bien solo fue un desmayo, quizás solo tuve una alucinación por el desmayo.
El empleado del hotel llevaba un bolso cruzado en el pecho.
–¿De casualidad, no trae consigo un poco de agua que me regale? -le preguntó Phillip fingiendo una sonrisa.
-¡Claro que sí!, con gusto le compartiré un poco.
Phillip bebió un poco de agua, agradeció al empleado por todo, se acomodó el saco y le dio una generosa propina por el agua, después se marchó del baño. El pasillo ya no estaba tan oscuro y la iluminación parecía la adecuada, él siguió caminando hacia la mesa de Cavini, ellos apenas terminaban sus postres.
-Me disculpo por la tardanza señores.
-¿De qué hablas muchacho?, no hace más de unos pocos minutos que fuiste al baño, ya te mencioné que no necesitas ser tan modesto; puede que ahora seamos rivales, pero imagíname como un amigo, como un colega.
-Entendido Edward -asintió Phillip.
-¿Ya ves?, ahora sí nos estamos comprendiendo -replicó Cavini con una sutil carcajada.
-Disculpa Phillip, ¿te encuentras bien?, te ves un tanto pálido -le manifestó Cavini con tono de preocupación.
–Sí, me encuentro bien. Es solo que la comida no me sentó tan bien, sin ofender. Les agradezco mucho la cena pero creo que ya es hora de retirarme. -Phillip se colocó de pie y acomodó ligeramente su corbata.
-Antes de que te marches tenemos algo que decirte. Por favor, siéntate unos minutos, sabemos que hemos dado bastante vueltas al asunto, pero te prometo que no te quitaremos mucho más tiempo -dijo Cavini poniéndose de pie y estirando su brazo para invitar a Phillip a sentarse.
-Phillip quería decirte que hemos escuchado cosas muy buenas de ti.
-Lo siento señor, pero considero que usted no me conoce y que fue un error haber venido. -Hubo un silencio, durante el que las miradas de Cavini y Phillip se cruzaron, generando tensión en la mesa.
-El joven y vigoroso Phillip E. Bowman Duch -dijo Cavini en un tono de voz elevado y con elocuencia-. Phillip, vienes de una familia muy pobre que vivía en un pequeño pueblo en Oklahoma, tus únicos familiares cercanos son tu padre, Christopher Bowman, y tu madre, Charlotte Duch, quien ya falleció por un cáncer en el páncreas; en aquel entonces, Philip tenía 12 años.
»Cuatro años después de la muerte de tu madre y a punto de terminar la escolaridad, tu padre sufrió de una apoplejía con 52 años de edad. Los médicos dijeron que había perdido la capacidad de memorizar cosas nuevas, expresarse de manera coherente y entender lo que se le dice; a duras penas pudiste sobrevivir a tales dificultades, pero eras un chico muy inteligente, ¿verdad?, eso no te iba a detener.
-¿Cómo sabe todo eso de mí? -le interrumpió Phillip atónito, sin poder ocultar, ni un ápice, su incomodidad.
-Déjame terminar, mi querido e imprudente amigo -continuó hablando Cavini-. Con la pequeña pensión que recibía tu padre, gracias a los 36 años de trabajo como ingeniero mecánico en las destiladeras Rutherford en Oklahoma, lograste internarlo en una clínica para que pudieran cuidar de él y pudieras continuar con tu vida, tiempo después lograste entrar en la universidad con una beca honoraria por obtener el mejor puntaje en el examen de admisión y te graduaste en finanzas y comercio internacional en la Universidad de Chicago.
»Posteriormente, comenzaste a trabajar como corredor de bolsa en el John Hancock Center y con el tiempo ganaste una increíble fama como bróker, conseguiste una cantidad extensa de clientes notables, lo que te trajo a donde estás ahora. Entre tus colegas y en este negocio, ha crecido el rumor de que serás el próximo gurú de las finanzas. Somos una compañía muy importante, nos tomamos muy enserio las cosas, tú más que nadie sabe eso.
-Ahora sí estoy bastante impresionado -declaró Phillip-. Perdóneme señor Cavini,ya veo que hizo muy bien su tarea, pero, ¿qué quiere de mí?
–Queremos ofrecerte una generosa propuesta, para ser preciso, necesitamos tu ayuda en Vizati Company; hablo por mí y por la empresa, y creemos que tienes un gran potencial de trabajo. Antes de que te apresures a decir algo, quiero decirte que podríamos doblar tu salario y te ofrecemos un cinco por ciento en acciones de la compañía, lo cual te permitirá ser socio de la firma, sé que suena algo descabellado pero es porque te consideramos un recurso muy valioso. Cabe aclarar que mantendremos la oferta hasta hoy. -En la mesa se hizo el silencio durante unos pocos segundos. Phillip miró el rostro de Cavini y se colocó de pie.
-Acepto, pero con una condición. -Cavini y Foster se quedaron callados esperando la condición de Phillip-. Necesito que el contrato lleve una cláusula de permanencia, donde diga que formo parte de la firma permanentemente.
-Me parece sensato -concedió el señor Cavini estirando su mano para sellar el trato, Phillip la estrechó con firmeza; la oferta era demasiado tentadora para rechazarla y él sabía que trabajaría con una leyenda del mundo de los negocios.
-Enviaremos el resto de la información a tu oficina mañana a primera hora -terció Foster en un tono formal.
-Sé que nos irá muy bien Phillip, espero que des tu cien por ciento -agregó Cavini con una enorme seguridad reflejada en su rostro.
-Será mucho más que eso señor, se lo aseguro -aseveró Phillip.
EL CAMBIO
-¿Aló?, ¿aló?, ¿quién llama? Hable o colgaré.
»¿Aló? ¡Quien quiera que seas, hijo de perra, creo que es muy tarde para bromas! Amigo, logro escuchar tu respiración en el teléfono… Vete al diablo hijo de…
-¡Johnny!, no cuelgues.
-¿Phillip? Amigo, son las tres de la madrugada. ¿Por qué llamas a mi casa a esta hora?
-Lo siento viejo, no sabía a quién llamar.
-¿Por qué coños no decías nada?, ¿estás ebrio?
-Un poco. Lo siento viejo, no me he sentido bien, ¿tienes un momento?
-Deja y cojo el teléfono de la sala que mi esposa está durmiendo. Agradece que poseo una gran paciencia o, de lo contrario, te hubiera mandado al diablo -respondió Johnny.
-Gracias Johnny, eres el mejor.
-Sí, dile eso a mi esposa y al banco -se burló Johnny.
-Dime amigo, ¿qué es tan grave para que me saques de la cama en la madrugada?
-Viejo, acepté ser socio de Cavini y eso me está volviendo loco, no he podido dormir. El día que sellamos el acuerdo creo que me desmayé de los nervios, últimamente no me he sentido bien, no he sido yo realmente.
-¿Hablas de Cavini, el dueño de Vizati Company? -Johnny quedó un poco asombrado.
-Sí amigo, el mismo.
-Pues si te hizo socio, creo que le diste al pez gordo, debiste gustarle mucho a ese tipo para haberte hecho una oferta tan generosa, al parecer Blake no te iba dejar crecer.
-¿Así lo crees?
-Claro que sí amigo. Después de todo, ¿ya lo hablaste con Blake?
-Por supuesto, ya le pasé mi carta de renuncia.
-¿Cómo lo tomó?
-No muy bien.
-Era de esperarse de Blake. -Johnny quedó en silencio por un instante-. Amigo, me quedó sonando algo que dijiste hace un momento.
-¿Qué cosa?
-¿Cómo que te desmayaste?, ¿lo hiciste frente a Cavini y aun así te contrató?
-No viejo, fui al baño a refrescarme un poco y lo único que recuerdo es haber tenido una especie de alucinación, después un empleado del hotel me despertó; creo que es el estrés de estos días, supongo.
-Ten cuidado con esas cosas. Mira, mañana te mando un número, es el de mi psiquiatra, es muy bueno tratando problemas de estrés, dile que yo te mandé.
-¡No estoy loco, viejo!
–No es nada de eso, amigo. De todos modos, eres libre de ir a verlo, pero piénsalo… Yo no estoy loco y me ha ayudado mucho.
-Okay.
-Del resto no te preocupes, te felicito amigo. Espero que triunfes con Cavini; duerme un poco y deja de darle tantas vueltas al asunto.
-Okay viejo, gracias por todo. Salúdame a tu sensual esposa y a los niños.
-Vete al diablo Phillip, que tengas un buena noche.
-Igual para ti amigo.
La voz alentadora de Johnny sosegó los nervios de Phillip, permitiéndole conciliar el sueño.
A la mañana siguiente todo era igual, hacía un frío gélido de unos ocho o diez grados, Phillip realizó la misma rutina de siempre, cuando estuvo listo, tomó las llaves de su coche y se dirigió a su oficina a recoger sus cosas. Al llegar, se encontró con la sorpresa de que sus compañeros le habían organizado una especie de despedida, entre los conocidos estaba Evelyn, su magnífica secretaria, Johnny su gran colega y, al fondo del recinto, estaba Blake con aspecto prepotente. Todos se despidieron con alegría del joven Phillip, él, por su parte, no podía esconder la nostalgia que le producía ver tanta gente que lo apoyaba y creía en él, se sentía ovacionado, como un boxeador que deja la lona después de haber salido invicto de una reñida pelea.
Antes de retirarse, Johnny se acercó y lo abrazó, le dio los mejores deseos y le dejó claro que podía contar con él en cualquier momento, dicho acto puso más emotivo al joven corredor de bolsas, quien le agradeció a su amigo con regocijo. Johnny aprovechó para deslizar un papel en el bolsillo de la gabardina de Phillip, le explicó que era el número del psiquiatra del que le había comentado en la madrugada y que si quería llegar a viejo que era mejor que siguiera el consejo de otro viejo. Phillip se despidió de todos, agradeció en voz alta y manifestó lo dichoso que había sido al trabajar allí, por último, una avalancha de aplausos acompañó su salida.
Eran las 9:34 de la mañana, el vuelo de Phillip para Nueva York salía a las 7:45 de la noche. La idea de trabajar en otra metrópoli envolvía a Phillip en excitación y júbilo, sería otro nuevo mundo por descubrir; antes de partir, decidió recorrer un poco su ciudad, no la iba ver por un largo tiempo, así que pensó que era mejor pasear un poco y relajarse por un instante. Evelyn ya había organizado todo lo concerniente a su mudanza, no debía preocuparse por nada, también tenía seguro el lugar donde se hospedaría, todo iba por cuenta de Vizati Company, siempre les conferían una suite a los nuevos empresarios reclutados por un tiempo indefinido.
Phillip salió del edificio John Hancock Center, quizás para no volver más, con la caja de sus pertenencias bajo el brazo derecho, esta estaba llena de utensilios y papeles de su oficina. Afuera, en la calle, tomó el primer taxi que vio, ya que su auto iba a ser llevado en unas horas con el resto de la mudanza; una vez sentado en la parte posterior del taxi, le pidió al conductor que lo llevara a Grant Park sin ninguna prisa.
Cuando bajó del coche, se dispuso a recorrer lentamente Grant Park hasta llegar a la Fuente de Buckingham, se dirigió hacia una de las enormes bancas, una que vio desocupada desde lejos, se sentó y colocó la caja a un lado, luego alzó su mirada para extasiarse con el paisaje que tenía a su alrededor y admiró la fascinante Fuente de Buckingham, algunos decían que era la fuente más grande del mundo.
Para Phillip todo parecía mágico, a donde mirara había complacencia, la gente que se encontraba a su alrededor destilaba alegría. A su derecha miraba parejas felices y algunos niños elevando una pequeña cometa casera, más al fondo, se divisaba a una mujer en sudadera paseando a más de cuatro o cinco perros; a la izquierda, había un pequeño carro de comida árabe o hindú, algunas personas haciendo ejercicio y otras sentadas en las bancas que adornaban el majestuoso parque, unas charlaban entre sí y otras hablaban por enormes teléfonos celulares, estos se habían vuelto muy útiles y populares para la época.
En ese momento a Phillip lo invadió una enorme tranquilidad de la cual no había gozado hacía muchos años.
LA REVELACIÓN
Phillip decidió quedarse unos cuantos minutos más antes de partir, vio a un anciano que se acercaba al lugar en donde se encontraba sentado, dedujo que quería sentarse en la misma banca, así que cogió su caja y la colocó en el suelo; cuando el anciano llegó hasta él, articuló unas palabras con bastante cordialidad.
-¿Hijo, puedo sentarme junto a ti o está ya ocupada?
-No, tranquilo. Siéntese. Al parecer soy un imán de ancianos -masculló Phillip. El viejo sacó una pequeña bolsa llena de granos molidos que comenzó a regar por todo el piso para que las palomas se acercaran a comer.
-Hijo, estás un poco abstraído -inquirió el anciano.
-Pues esa es la idea, vine a relajarme un poco y desconectarme del mundo por un momento.
-¡Ni que lo digas!, con toda esta movida de los teléfonos celulares y la internet la gente se anda volviendo loca. Antes podía ver a la gente caminar tranquila por las calles, ahora los jóvenes están como locos, atareados y corriendo por todas partes como si quisieran acabar con todos y todas, no es por ofender, pero creo que es la realidad de ahora…
-No ofende a nadie señor, en cierto modo tiene mucha razón. -Phillip siguió absorto en sus pensamientos y no prestaba mucha atención a la palabrería de aquel anciano.
-Me llamo Benjamín -dijo el anciano desconocido, haciendo que Phillip girara su rostro para verle.
-Mucho gusto Benjamín, yo soy Phillip.
-Es un placer -respondió el viejo mientras tiraba las pequeñas migajas de maíz a las palomas que se acercaban.
-¿Puedo intentarlo? -preguntó Phillip, atraído por aquella escena del anciano alimentando a las aves, pensó que parecía un cuadro de algún filme cinematográfico o la propaganda de algún producto.
-¡Por supuesto! -El anciano colocó un poco de maíz en la palma de Phillip y le explicó que debía ser delicado al arrojarlo o, si no,las palomas saldrían volando asustadas.
-¿Crees en Dios muchacho? –preguntó el anciano.
-No verdaderamente, pero mi padre me enseñó que cada cosa que hagamos debemos hacerla sin herir o dañar a alguien.
-Tu padre es un hombre muy sabio. Pero cuéntame, ¿qué te ha separado del amor de Dios?
-Pues no lo sé, supongo que no soy muy religioso, soy un hombre de trabajo que intenta hacer lo que sabe hacer mejor.
-¿Temes morir?
-Sí, ¿quién no? -respondió Phillip después de hacer una pequeña pausa.
-Te ves algo atormentado, un poco insatisfecho, diría yo. Quizás por eso hoy escapaste a este lugar, pero, ¿qué harás mañana cuando entres nuevamente a la hoguera?
–Supongo que seguiré luchando, como siempre lo he hecho.
-Recuerda que la serpiente habla lenguaje humano.
-Génesis 1:5 –mencionó Phillip con la mirada perdida en el paisaje.
-¡Vaya!, eres un conocedor de la biblia después de todo.
-No señor, solo es cuestión de memoria; sin embargo, no comprendo por qué me dice todas estas cosas.
-¿Seguirás luchando solo?, ¿con quién vas a contar cuando te enfrentes a algo que no puedas vencer?
-Con todo respeto señor, no existe nada que pueda vencerme.
-Muy mal amigo, porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido, Lu…
-Lucas 14:11, señor -lo interrumpió Phillip.
-Sí que tienes un don asombroso -exclamó Benjamín, sin poder fingir no estar impresionado por la peculiar habilidad de Phillip.
-Lo siento Benjamín, pero he luchado y me he esforzado para triunfar, no necesité a Dios para hacerlo y aunque bajase del cielo, no le agradecería en lo absoluto. No sé si existe pero, si es así, se olvidó de mí hace mucho tiempo.
-Muchacho, el mundo pasa, y consigo, sus afanes y deseos; recuerda que el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
-Juan 2:17 -dijo Phillip volviendo a interrumpir a Benjamín.
-No te dejes dominar por los problemas, aún tienes mucho por vivir y, por lo que veo en ti, tu verdadera lucha apenas comienza.
-Benjamín, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Claro, adelante.
-¿A qué te dedicabas antes de dar sermones en las bancas del parque? -formuló Phillip esbozando una enorme sonrisa en su rostro.
Benjamín soltó una estruendosa risotada, tocó el hombro de Phillip y lo miró fijamente mientras sonreía.
-Me dedicaba a ayudar a las personas, aún lo hago, solo que no necesito estar presente para obrar, es el trabajo de mi vida y espero morir haciéndolo, porque amo lo que hago.
-Pues esa es la clave de éxito, amar lo que haces.
-¡Correcto Phillip !,¡correcto!
-¿Y usted por qué cree en Dios, Benjamín?, el mundo es un lugar lúgubre, existen miserias que nos acechan día tras días, volviéndonos unos salvajes con el paso del tiempo, ¿o no le basta con la destrucción que hemos causado? No estamos aquí para ser salvados, estamos aquí para ser condenados.
-Como ovejas para el matadero -remató Benjamín.
Phillip solo pudo sonreír ante la ocurrencia de Benjamín y la sutil manera de seguir el hilo de la conversación, que empezaba a disfrutar en cierto modo.
-No pudiste haberlo dicho mejor, Benjamin.
-Phillip, quiero que te fijes en algo, creo en Dios porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios.
Phillip se quedó algo impresionado al ver cómo el anciano estaba refutando cada cosa que decía.
-Creo que debo irme Benjamín, si sigo aquí discutiendo no terminaríamos nunca, pero gracias por tus palabras, las tendré encuentra.
-Me alegro muchacho, fue un placer conocerte.
Phillip apretó la mano del señor Benjamín, agarró su caja y se marchó, pero su encuentro con Benjamín lo dejó inquieto, así que decidió regresar para preguntarle su apellido o un número de teléfono con el que pueda localizarlo. Al regresar, vio en la banca a una pareja que estaba arrojando monedas en la fuente, Phillip miró alrededor pero no había rastros del anciano, así que abordó a la pareja para saber si habían visto en qué dirección se había ido.
-Disculpen mi intromisión, hace un momento estaba aquí sentado con un anciano como de unos 60 años, de casualidad, ¿no vieron a dónde se fue?
-Lo siento. Sí lo vimos a usted pero no hemos visto a ningún anciano -respondió el muchacho sentado en la banca del parque.
-Sí, era pequeño y como de unos 60 años -insistió Phillip.
-Lo siento, pero cuando lo vimos ponerse de pie no estaba con nadie -dijo el muchacho nuevamente.
-Bueno, muchas gracias. -Cuando Phillip se disponía a marcharse, el muchacho de la banca lo detuvo.
-Un momento señor, cuando nos sentamos encontramos este papel. Seguro se le habrá caído. -Phillip no reparó en el papel y lo metió en la caja.
-Muchas gracias -soltó Phillip, antes de partir.
No tuvo de otra que dejar de insistir con el asunto de Benjamín, se marchó del Grant Park y se dirigió a su residencia. Debía dejar la caja con los utensilios, alistar algo de ropa para estar unos días en Nueva York mientras llegaba el resto de la mudanza, debía prepararse física y mentalmente para su nueva vida en esta gran metrópoli.
LA METRÓPOLI
Phillip llegó a Nueva York, un martes 24 de abril de 1992. En el aire se podía respirar la nueva vibra de los años 90. La ciudad era un caos con el transporte, como toda metrópoli, sin embargo, no tuvo ninguna dificultad para llegar a la suite, puesto que un automóvil lo esperaba en el aeropuerto para trasladarlo a la suite del Hotel Imperial. Colgando de una de las paredes del recibidor, había un elegante reloj, Phillip constató la hora y sincronizó su reloj de mano, eran las 11:26 de la noche; el botones dejó sus maletas en el recibidor y se marchó sin pedir propina.
Phillip recorrió toda la habitación, se sentía como todo un magnate, no importaba a dónde mirara, cada detalle de la habitación tenía elegancia y perfección, era lo opuesto a su vivienda en los suburbios, una cama doble con sábanas de fino terciopelo, un enorme baño con una tina dorada en el centro, el piso estaba revestido con un tapete de finas fibras color blanco, y el paisaje era hermoso, casi tan impresionante como Chicago. La oscuridad de la noche era alumbrada por miles de luces que irradiaban a la ciudad y le daban vida, él se sentía en la capital del mundo.
Se retiró su saco, dejándolo caer al suelo, se quitó sus lustrosos zapatos italianos, se desató la corbata y la arrojó hacia un lado de la habitación, desabotonó un poco su camisa y sus muñecas para terminar arrojándose en la cama y dejar su destino en los brazos de Morfeo.
A la mañana siguiente estaba listo muy temprano y sin importar donde estuviera, pues no podía dejar esa manía obsesiva, realizó sus acciones habituales como siempre, cuando estuvo preparado, salió de la suite con su enorme maletín. Tomó el elevador y presionó el botón para bajar al primer piso, debía dirigirse al lobby del hotel, había recibido un mensaje en su bíper diciendo que allí le entregarían una correspondencia con una serie de instrucciones y recados.
En la recepción, efectivamente, había una correspondencia, era un sobre de manila grande con el nombre y sello de Vizati Company, lo abrió sin delicadeza, dentro del sobre había una carta que tenía escrita la dirección de su nueva oficina, al verla Phillip abrió sus ojos y empuñó su mano en forma de victoria, el regocijo del joven empresario se debía a que la dirección impresa era nada más y nada menos que Quinta Avenida y West 34th Street, la del Empire State, Phillip no podía creerlo, pensar que trabajaría en una de las siete maravillas de la ingeniería y la arquitectura moderna era para morirse.
Su rostro se enrojeció de la dicha, sentía excitación, nunca imaginó estar en semejante posición. Había imaginado trabajar en un imponente edificio como en el que trabajó en Chicago pero jamás en uno de los más emblemáticos del mundo, salió impaciente del hotel y tomó el primer taxi a la vista.
Mientras se dirigía al Empire State siguió leyendo la carta, en la parte inferior se ampliaba la información laboral, señalaba el nombre de la secretaria que le asignaron, Tiffani Thompson, más el anexo de su historial laboral e información personal, el teléfono de su oficina con el número de serie de fax y extensión, entre otra información pertinente. Al seguir leyendo quedó nuevamente impactado, su oficina estaba en el piso 96, eso jamás lo vio venir, terminó de leer la información con una lectura precisa y rápida, guardó todo nuevamente en el sobre estropeado y lo guardó en su reluciente maletín de cuero.
El taxi llegó a la entrada del Empire State, Phillip le pagó al conductor y bajó del taxi, se mantuvo inmóvil unos segundos frente a la Quinta Avenida con West 34th Street, alzó su cabeza para ver si alcanzaba a apreciar toda la imponente construcción, miró al frente nuevamente, asió con fuerza la manija de su maletín y caminó con paso decidido hacia el edificio, continuó así hasta llegar a la recepción, no miró hacia atrás ni hacia los lados, estaba tan excitado que no reparó a nadie.
Al llegar a la zona de elevadores se llevó de nuevo una sorpresa, Anthony Byington, el vicepresidente de Vizati Company, estaba esperando uno de los elevadores, era un hombre peculiar, emanaba un aroma penetrante, su perfume se podía oler desde el otro lado de la sala, vestía un traje negro con una delgada corbata roja de seda, era algo robusto y bastante alto, de tez un poco pálida, lucía una barba que lo hacía parecer mayor. Phillip se le acercó sutilmente e intentó no hacer ningún gesto para saludarlo o hacerse notar, actuó con mucha cautela y normalidad, no quería parecer alguna clase de celebridad como había venido ocurriendo anteriormente.
Después de un rato esperando, se escuchó el fuerte sonido de un pequeño timbre y, tras él, las puertas del elevador se abrieron, una pequeña multitud ingresó al suntuoso ascensor, cada quien presionaba el piso al que se dirigía, Phillip se percató de que la mayoría presionaba pisos de la planta baja, a excepción de Byington que presionó el piso 98. Phillip estiró su brazo, tropezando con algunas personas en el elevador, para presionar el piso 97, lo que llamó la atención de Byington, quien giró y miró de pies a cabeza al intrépido muchacho de saco y corbata, lo reparó por unos cuantos segundos, terminó con media sonrisa y volteó su rostro mientras movía su cabeza en gesto de negación.
Phillip sospechó que Byington había deducido quién era él, y que por su gesto no estaba muy impresionado. Ya todas las personas del elevador se habían apeado en sus respectivos pisos, los únicos que quedaban eran Bowman y Byington, el elevador se detuvo en el piso 56, cuando abrió sus puertas, entró Cavini coqueteando con una mujer, que bien podría ser la secretaria del edificio o del mismo Cavini.
-¡Buongiorno Phillip! ¡El hombre del millón de dólares! Justo te estaba buscando, ¿por qué no dejas eso en tu oficina y subes un rato para saludarte y darte la bienvenida?, de paso, si eres tan amable presiona el piso 99.
-Por supuesto señor Cavini.
-Señor era mi padre, llámame Ed como lo hacen todos. Por cierto, ¿ya conoces a esta belleza? Ella es Isabela, mi secretaria personal.
La sensual mujer, saludó a Phillip con una mirada picaresca y sensual.
-No había tenido el placer. Mucho gusto, señor Phillip.
-Es el amore de mi vida, no sabría qué hacer sin ella. -Isabela soltó una risita delicada y abrazó con dulzura a Cavini.
–Supongo que ya conoces al señor Byington…
-Claro que sí. Fue uno de los personajes de la revista Street sobre los empresarios más influyentes del momento, todos saben quién es el gran Anthony Byington.
-Espero que te acostumbres a ese título -interrumpió Byington de forma cortante, generando un silencio incómodo en el ascensor.
-¡Oh, vamos chicos!, ¿qué es esa hostilidad?, suban a mi oficina y nos conocemos un poco mejor.
-Por supuesto, Ed -asintió Phillip con tono desafiante y mirando de reojo a Byington.
-Anthony, llama a Michael y dile que lo espero de inmediato en mi oficina, debemos darle una calurosa bienvenida al señor Bowman.
-¡Entendido! -respondió Byington sin objeciones. Las puertas se abrieron en el piso 97.
-Creo que este es tu piso -le señaló Cavini guiñando un ojo.
El piso 97 era enorme, habían cubículos por todas partes y grandes oficinas a su alrededor, Phillip aún no podía creerlo, definitivamente era mucho más majestuoso que su anterior lugar de trabajo, aunque no tan distinto del todo, había personas corriendo, hablando por teléfonos, sonido de faxes y timbres telefónicos, se podía sentir cómo el dinero fluía por la sala. Phillip caminó para darle un vistazo a todo el piso, nadie se percató de su presencia, decidió ubicar su oficina y muy al fondo vio una que le llamó la atención, pensó que podría ser su oficina, lo dedujo por el contratista que quitaba el nombre de la puerta, al instante se le arrimó una sensual señorita, de cabello rubio y ojos azules celeste, delgada, su piel era tan blanca y suave como la crema, un poco alta para el promedio de las mujeres norteamericanas y bastante sensual, llevaba una blusa blanca escotada y una falda gris opaca, Phillip no podía ignorar la belleza de la joven, su expresión no disimulaba su exaltación por la belleza de aquella joven.
-Usted debe ser el señor Phillip Bowman.
-Por supuesto, y tú debes ser la señorita Thompson. -Phillip estrechó su mano con la de la dulce y hermosa señorita.
-Dígame Tiffani, señor Bowman.
-Ok, Tiffani. Supongo que esta será mi oficina, lo supe por el tipo obeso al que se le logra ver la hendidura de su trasero mientras quita el letrero de la puerta para poner el mío. Si eres tan amable, ¿podrías guardar mi maleta?, el señor Cavini al parecer tiene algo importante que decirme ahora, después de que termine con él, me gustaría mucho que tomemos un café como colegas que somos y conocernos un poco más para hacer más armoniosa nuestra relación, ¿te parece?
-Me impresiona señor Bowman, con gusto le concederé sus peticiones, espero que las mías también puedan ser escuchadas después de ese café.
-Así será, linda. -Phillip deja todas sus pertenencias con la señorita Tiffani y se dirigió a hablar con Cavini.
Phillip tomó nuevamente el ascensor y no tardó en llegar al piso de Cavini, para su sorpresa la oficina ocupaba el piso entero, estaba asombrado al ver una oficina tan grande, el espacio constaba de un alfombrado de color vino tinto bastante tenue, al fondo había un enorme escritorio de estilo victoriano muy bien conservado, detrás había una chimenea y por encima pendía el cuadro más majestuoso que Phillip hubiera visto, en él estaba pintada una cabra en postura de meditación y esta era rodeada por mujeres y niños desnudos que parecían danzar a su alrededor con un semblante macabro, a la izquierda había una pequeña mesa bastante pintoresca sobre la que posaban toda clase de licores.
El señor Cavini estaba sirviéndose alguna bebida y junto a él, en una sala de estar y sentados en unos hermosos muebles revestidos de cuero rojo, estaban el señor Foster y Byington mientras fumaban un habano, Phillip siguió caminando con rostro confundido al ver que pocos elementos ocupaban una oficina tan enorme. Miró a su derecha y la vista era magnifica, los ventanales iban desde el piso hasta la el techo, lo cual dejaba apreciar la magnífica ciudad de Nueva York.
-¡Acércate Phillip!, estábamos hablando de ti -vociferó Cavini con bastante alegría, rezumbando con ecos por toda la habitación-. ¿Cómo te gusta el whisky?
-Con poco hielo y bastante whiskey. -Cavini intentó decir algo pero no pudo porque lo interrumpió una fuerte risotada.
-¿Te gusta lo que ves?
-Es muy impresionante.
-¿Ves la pintura? Después de la Segunda Guerra Mundial, varios artículos de Hitler fueron confiscados y comercializados en el mercado negro, uno de ellos es esta belleza. ¿Te gusta el arte, Phillip?
-Se puede decir que soy un gran amante y conocedor del arte.
-¿Conoces esa pintura?
-Si no me equivoco, debe ser una versión de la pintura desaparecida de Goya.
-Estás en lo correcto, muchacho. No paras de asombrarme.
-Gracias, Ed.
-¿Phillip, puedo preguntarte algo?
-¡Por supuesto!
El señor Cavini se acercó a Phillip para entregarle un vaso lleno de whiskey, mientras él agitaba otro que tenía en la mano derecha.
Escuché un rumor, dicen que Western Centuries tiene problemas para hacerle una oferta presentable a los de American Tobacco Company, quería saber si tú eras capaz de ofrecerles algo tan generoso que prefieran manejar sus asuntos con Vizati.
-Creo que sí -afirmó Phillip en un tono dudoso.
La cara de Cavini quedó totalmente inexpresiva, se acercó lentamente a Phillip, tan cerca que Phillip podía sentir la respiración de Cavini.
-¿Crees que sí, o no estás seguro? -le preguntó Cavini pausadamente con su acento italoamericano, mientras miraba fijamente a los ojos del joven empresario.
-Le aseguro por la memoria de mi madre que American Tobacco querrá hacer parte de Vizati Company.
-¡Lo ven muchachos!, les dije que vale el millón de dólares. -Cavini se dejó invadir por las risotadas que le identificaban.
»Phillip ven y acompáñanos un rato, festejemos por el nuevo miembro de Vizati. Necesito presentarte algunas personas que te ayudarán un poco a desenvolverte en esta turbulenta ciudad, sería primordial que nos acompañes a un banquete que tenemos esta noche a las afueras de la ciudad.
-Usted es el capitán Ed, seguiré el rumbo que me pida.
-Ese es mi muchacho. -Cavini abrazó a Phillip por los hombros y se acercaron a la sala de estar para charlar con Foster y Byington.
Esperaron en la oficina de Cavini hasta la noche mientras se deleitaban con whisky y fumaban habanos.
LA PARANOIA
A la mañana siguiente, Phillip tenía una resaca intolerable, su apartamento estaba tan desordenado como si una fraternidad hubiera festejado toda la noche en él, no tenía nada puesto, no tenía idea de dónde había quedado su ropa interior. Phillip caminó hacia el baño a paso lento, en algunas ocasiones se apoyaba en la pared debido al terrible mareo que sentía, la puerta del baño se encontraba cerrada con seguro, hecho que hizo más tortuoso el asunto para Phillip, recordó que su llaves estaban en los pantalones, intentó buscar por toda la casa, hasta que vio los pantalones colgando de un jarrón en la entrada del apartamento, agarró los pantalones, buscó entre sus bolsillos y encontró las llaves, se colgó los pantalones en el hombro y caminó hacia el baño, esta vez aceleró el paso.
En el manojo habían varias llaves y todas eran muy parecidas, así que le tomó tiempo abrir la puerta del baño, después de probar con la sexta llave, la puerta del baño cedió, al abrir Phillip quedó atónito, no podía creer lo que miraban sus ojos, parecía que hubiera masacrado brutalmente a alguien, había sangre goteando del lavamanos, en el suelo y las paredes estaban salpicadas de un penetrante color rojo.
Lo más nauseabundo era lo que había en la tina, el olor era asqueroso, a Phillip le temblaban las manos, tenía los ojos abiertos de par en par como si nunca se fuesen a cerrar, caminó con temor hacia la tina, lentamente alzó su rostro para ver la atroz escena, había una mujer rubia muerta en su interior, su rostro estaba sumergido debajo de la sangre que llenaba casi por completo la tina, solo se podían ver sus extremidades maltratadas con pequeños cortes, pues sobresalían.
Phillip no pudo soportar tal escena, lo embargaron las náuseas y vomitó en el suelo debido al hedor, era repugnante. Cuando paró de vomitar, se tapó la boca con la mano derecha y salió del baño rápidamente, se dejó caer en el suelo de rodillas apoyando sus manos contra este, tomaba aliento por la boca, no paraba de sudar y su respiración era acelerada, pensó que se desmayaría, sentía que le faltaba el aire.
En un intento por pensar en lo que estaba pasando, trató de recordar la noche anterior sin mucho éxito, a su mente venían los rostros de varias jóvenes rubias con las que tuvo la oportunidad de hablar, tenía recuerdos leves de la velada, pero no le ayudaban mucho para encontrar una explicación al problema que afrontaba. Se colocó de pie para marcar el número de Johnny, en la mesa junto a la cama había un antiguo teléfono de porcelana, sus manos no paraban de temblar, levantó la bocina y se detuvo por unos cuantos segundos con el teléfono en el aire, Phillip no encontraba las palabras adecuadas para explicarle a su amigo que tenía un enorme problema, decidió colgar el teléfono y se dio cuenta de que había dejado una huellas de sangre por toda la habitación.
Phillip estaba desesperado, se agarraba el cabello como si fuese a arrancarselo de un tirón, cuando pensó que estaba totalmente perdido, sonó el timbre, en ese momento pensó lo peor, imaginó que podría ser la policía para preguntar sobre la desaparición de una joven o que la asistencia del hotel venía a hacer la limpieza de rutina y utilizarían las llaves que le dan a los empleados para no tener problemas en el ingreso de las habitaciones que necesitan limpieza.
-¿Phillip, te encuentras ahí? El muchacho de la recepción me dijo que te vio llegar en la madrugada -alguien gritaba detrás de la puerta.
Phillip notó que la voz era similar a la del señor Edward, se levantó del suelo, secó su sudor y se dio vuelta para limpiar las huellas de sangre que había dejado por toda la habitación, pero ya no estaban y por más que revisó, las huellas habían desaparecido. Caminó nuevamente al baño a paso lento, Phillip no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, se quedó inmóvil y más petrificado que antes, su respiración se detuvo por unas milésimas de segundo al ver que el cuerpo mutilado de la joven ya no estaba, la sangre había desaparecido y el baño estaba totalmente limpio. En ese instante Phillip escuchó una voz detrás de él, sacándolo del trance por completo.
-¿Phillip te encuentras bien? –preguntó Cavini.
-Señor Cavini, ¿cómo logró entrar? Me ha dado un buen susto.
-Lo siento, hijo. La puerta estaba abierta y pensé que te había pasado algo.
-No se preocupe. Estoy bien, ¿pero qué lo trae por aquí?
-Vivo unos cuantos pisos arriba, me gusta vivir con algo de clase y confort. -Cavini le guiñó un ojo mientras caminaba hacia uno de los muebles del recibidor.
-No te ves nada bien, muchacho. Te ves bien jodido -comentó Cavini con una expresión de burla.
-Debe ser la resaca de ayer, señor. Me disculpo por mi comportamiento, no suelo hacer ese tipo de cosas.
-No me llames señor, me haces sentir algo viejo y desgastado, ya te dije que puedes llamarme Edward. Y por lo de ayer, no le prestes atención, a veces es bueno descontrolarse un poco. -Cavini le lanzó una mirada penetrante, no era la mirada amigable que le caracterizaba.
-Disculpe por el desorden, llamaré a servicio para que lo ordenen.
-Ya te dije que conmigo no necesitas tanta modestia.
-Hagamos algo, reposate, arréglate un poco y te espero en la oficina en un par de horas. Hoy tenemos un día agitado, así que espero que estés preparado, muchacho. -Cavini se colocó de pie y se marchó de la habitación.
-Señor, ¿le puedo decir algo antes de marcharse? –Lo detuvo Phillip.
-Claro, muchacho -dijo Cavini dándose media vuelta.
-No me diga muchacho, me hace sentir joven e inexperto. -Cavini sonrió, se dio la vuelta y se marchó sin decir nada.
LA SESIÓN
Phillip salió a trabajar como lo hacía habitualmente, no podía permitirse que los sucesos previos interfirieran con su trabajo. Tomó el papel con el teléfono del psiquiatra que le había aconsejado Johnny, en el papel estaba escrito su nombre, doctor Hans Owens Eizensberg, con un número telefónico y la extensión. Debido a que era recomendado de Johnny, pudo concretar una cita directamente con el psiquiatra para la mañana siguiente, pensó que sería una solución inmediata a sus recientes problemas, pero le aterraba la idea de poder estar enfermo, no era normal que hubiera empezado a ver cosas que no estaban pasando, lo único que podía hacer era relajarse y esperar.
A la mañana siguiente, se alistó por completo, tomó su mejor saco y una bufanda que le abrigara del frío de afuera, y salió en dirección al consultorio. En la entrada del despacho del psiquiatra había un pequeña recepción, la secretaria, sentada detrás del escritorio, se encontraba hablando por teléfono, pero Phillip la interrumpió para anunciar su llegada, la secretaria le pidió que aguardara un momento, que en unos minutos lo atenderían.
Phillip tomó asiento y agarró la primera revista que vio, intentaba leer un poco para de distraerse, pero su mente estaba agobiada de pensamientos turbios por esas pequeñas alucinaciones que estaba teniendo, sentía que iba a terminar volviéndose loco. Su padre había comenzado con algunos síntomas parecidos antes de que perdiera la memoria y la razón.
Cerró la revista y la volvió a colocar sobre la mesa, Phillip comenzó a impacientarse un poco, empezó a ponerse ansioso; después de unos minutos, la secretaria contestó el teléfono y en voz alta le avisó que podía entrar al consultorio. En la puerta había un gran letrero enchapado en bronce con los nombres en alto relieve que decían «Dr. Hans Eizensberg-Psiquiatra y Terapeuta», la abrió y entró a una habitación bastante espaciosa; por la apariencia del personaje que estaba sentado sobre el escritorio de roble, Phillip intuyó fácilmente que se trataba del doctor, al parecer estaba escribiendo algunas notas, escribía y pasaba las hojas rápidamente.
Desde la entrada se podían ver unos pequeños muebles, las paredes de toda la habitación estaban adornadas con estantes llenos de libros (algunos eran sobre psiquiatría y medicina, otros de literatura en general), también de unos cuantos adornos y utensilios médicos. Hacia el fondo, estaba el hermoso escritorio de roble que lucía brillante y como nuevo, encima habían muchos papeles regados y un llamativa escultura del busto de algún filósofo griego, en la placa tenía escrito algunos números romanos y algunas siglas en griego.
-Si estás tratando de descifrar quién es, se trata del rostro de Platón, mi estimado amigo -dijo el doctor Hans de manera amigable, mostraba una confianza absoluta, incluso le hacía sentir como si le conociese de antes-. Fue un regalo del plantel educativo de la universidad, por mis años de servicios prestados. Tú debes ser Phillip, ¿cierto? -le preguntó con amabilidad mientras se ponía de pie para estrechar su mano.
-Sí -dijo Phillip.
-Toma asiento, por favor.
-Gracias.
-Mucho gusto, Phillip. Mi nombre es Hans. Cuéntame, ¿qué te trae por aquí?
-Esto no sé si le vaya a sonar algo raro, pero yo no estoy loco, ¿okay? -Phillip miró fijamente al doctor sin espabilar por unos leves segundos.
-No, por supuesto que no. Aquí no tratamos a locos, tratamos a personas, que con ayuda profesional los orientamos a llevar una vida estable y mejor -explicó Hans con franqueza y confianza-. Quiero que te saques esa idea de la mente y me cuentes por qué estás aquí.
-Pues le explico, soy corredor de bolsa y recientemente he tenido algunas presiones de más en el trabajo, hace unos días me cambié de empresa, puesto que recibí una mejor oferta laboral. Y creo que, debido a que he estado tan estresado con todo esta cuestión, he empezado a ver cosas que no son ciertas, siento que tengo algunas alucinaciones, tan reales que a veces no sé si son solo producto de mi mente; pero, he notado que cuando alguien aparece las cosas que vi desaparecen -relató Phillip de manera inquieta mientras se rascaba la barbilla y la pierna constantemente.
-¿Hace cuánto empezaste a ver esas clases de alucinaciones? -preguntó el doctor Han sin vacilación.
-Hace unos pocos días. El primer episodio fue de camino a la empresa para la que trabajaba, tuve un pésimo día, de la nada se desató una fuerte lluvia que terminó mojándome por completo, cuando entré al edificio, todo lucía normal, no habían personas empapadas como yo, salí de nuevo a las calle y todo lucía normal, como si no hubiera llovido en días; pero yo sí estaba mojado de pies a cabeza, no sé qué demonios pasó, pero el hecho fue muy extraño para mí -explicó Phillip con un rostro de amargura.
-Interesante ese punto. Es algo complejo lo que me estás contando. Sabemos que la lluvia fue el punto de partida de la ilusión y lo inusual es que no sabes con exactitud qué ocurrió, la sensación de “ilusión” te impedía saber la razón, ya que en ese momento tu cerebro daba por real que llovía. -El doctor hizo una pequeña pausa-. ¿Has tenido alguna otra clase de “ilusiones”?
El doctor Hans no dejaba de escribir cada dato que Phillip le contaba en un pequeño anotador que tenía en sus manos.
-Sí, se han repetido. Una peor que la anterior, ayer imaginé que había una chica rubia asesinada en la tina de mi baño; esto me está volviendo loco doctor, como le dije anteriormente, a veces son tan vívidas que no puedo diferenciar si fue real o simplemente me desmayé y lo imaginé, es como si soñara despierto. -El doctor pausó sus anotaciones y acomodó la libreta a un lado de la mesa.
-Lo que me estás diciendo ya es algo grave, si sigues teniendo esos desmayos o alucinaciones puede que enfermes. Recuerda que el cerebro cree lo que quiere creer, si tú dices que estás enfermo, así te verás y te sentirás. Luego de haber dicho esto, debemos realizarte unos exámenes, mandaremos a hacerte un tac a ver si encontramos alguna anomalía o enfermedad cerebral, así salimos de cualquier duda.
-Me parece bien doctor -respondió Phillip.
-Sin embargo, tengo una proposición para ti, Phillip. Hace varios años hicimos un estudio sobre la práctica de hipnosis en algunos pacientes que sufrían estrés postraumático o ansiedad crónica, actualmente el uso de este método ha sido un éxito. El 87.4% del total de pacientes que se han tratado por este método, ha encontrado solución a su problema o enfermedad mental.
-¿Y qué le ha sucedido al otro 12.6%?, esas personas que no tuvieron éxito. -Un corto silencio se hizo en toda la habitación.
-Aún siguen en tratamiento… -reveló el doctor.
Hans se colocó de pie, sacó de la gaveta del escritorio unas hojas grandes y se dirigió nuevamente a donde estaba Phillip sentado.
-Si vas hacerlo, necesito que me firmes esta cláusula en la que me autorizas a realizarte dicho tratamiento, bajo tu propia responsabilidad. Allí encontrarás toda la información del procedimiento.
-Eso no suena muy alentador -comentó Phillip.
-Disculpa, pero es la manera correcta para que no se presente algún tipo de inconveniente; de todos modos, tomate tu tiempo para leer la cláusula con detenimiento y decides si quieres practicarte o no…
-Acepto las condiciones, ¿debo firmar algo más doctor? –interrumpió Phillip.
-No, eso es todo. Esperemos los resultados de tus exámenes y si todo sale bien, seguiremos con el procedimiento de hipnosis.
Los resultados de Phillip fueron entregados a los pocos días, en sus exámenes no encontraron ninguna anomalía, todo lo contrario, se encontraba perfectamente sano. Así que no se dio a esperar para recurrir a la terapia de hipnosis, como había acordado con el doctor Hans.
Después de un periodo sin presentar ningún suceso de estrés y con días laborales totalmente normales, Phillip se acercó al consultorio del doctor Hans, se encontraba indeciso debido a que sus alucinaciones habían parado y sus exámenes se encontraban totalmente normales, aún así, tenía una sensación un poco placentera, un mal presentimiento lo agobiaba, esto lo impulsó a no cambiar de parecer.
-Necesito que te acuestes en el mueble largo que está del otro lado y tomate este pequeño sedante, te ayudará a relajar los músculos del cuerpo. -El doctor Hans volvió a su escritorio y tomó un aparato bastante peculiar y lo puso junto a la silla que se encontraba enfrente del mueble en donde Phillip estaba acostado.
-Quiero que hagas ejercicios de respiración y que calmes tu mente lo más que puedas. Recuerda seguir los pasos que te estoy indicando para que el procedimiento pueda tener éxito. -El doctor se colocó de pie, insertó un cassette en una pequeña cámara de video que estaba junto a ellos, se acercó a Phillip con una pequeña grabadora de voz, presionó el botón de grabar y lo puso en un pequeña mesa que estaba próxima a Phillip.
-Para probar que sí se realizó el tratamiento o la sesión de hipnosis correctamente, se deberá grabar en audio y video, a partir de dichas grabaciones realizaremos los estudios pertinentes para encontrar la causa de su problema.
-¿Cómo te encuentras, Phillip? -preguntó el doctor Hans.
-Tranquilo doctor, a pesar de ese maravilloso discurso que me acaba de dar.
-El sarcasmo es un buen indicio, me indica que tu mente se encuentra bastante serena. Sesión número uno paciente Phillip Bowman, número de registro social 9467866739, edad 26 años, soy el doctor Hans Owens Eizenberg e iniciaremos la sesión de hipnosis bajo los términos legales prescritos por la clínica y autorizados por el paciente.
El doctor levantó una pequeña máquina, parecía un pequeño abanico, pero en lugar de aspas tenía una especie de plato plano y circular, tenía pintadas varias líneas negras en formas de ondas que se encontraban en el centro del plato. Presionó un botón y el artefacto comenzó a girar.
-Quiero que veas el centro del plato, Phillip. Concéntrate en el plato, míralo fijamente, no pierdas de vista el plato, te debes sentir un poco cansado o con ganas de dormir, debes relajarte un poco, sentirás que tus ojos se cierran lentamente, solo déjate llevar, dormirás profundamente, no te preocupes por nada más, solo duerme y cuando cuente hasta tres, quiero que me digas lo que estás soñando…
Pasaron varios minutos mientras Phillip se quedaba dormido por la terapia de hipnosis.
-Uno… dos… ¡Tres! -El doctor hizo una pausa por treinta segundos.
-Phillip quiero que me digas en dónde estás ahora mismo. -No hubo respuesta alguna, Phillip estaba totalmente dormido–. Phillip quiero que me digas qué estás viendo.
-Estoy en esta habitación, doctor.
-¿Qué ves en la habitación?
-Puedo verlo a usted y a mí acostado, aunque la habitación se ve más oscura, es definitivamente la misma habitación en la que estamos.
-Quiero que salgas de la habitación Phillip.
-Lo intento, pero la puerta está cerrada, al parecer no abre por más fuerza que haga.
-Quiero que veas toda la habitación y busques algo que te llame mucho la atención, que te parezca que no debería estar allí.
-Muy bien, veo los mismos muebles, tu pintoresco escritorio, el busto de Platón, y los centenares de libros en las estanterías que tienes por todas las paredes, al parecer todo está como debería estar.
-Busca algún libro que te llame la atención.
-¡Ok!, buscaré un libro.
-¿En dónde estás ahora, Phillip?
-Estoy a su espalda. Al parecer tiene un enorme libro negro y algo antiguo, creo que no lo vi cuando entré, es extraño porque es bastante grande.
-Phillip, no tengo un libro con esa descripción posando en mi librero, quiero que cojas y veas el libro con bastante cuidado.
-Lo veo, pero no tiene título, tiene pintado una enorme estrella de cinco puntas en la carátula, está bastante desgastado, como si se hubiese quemado. Estoy abriendo el libro, no se puede leer pero tiene escrito unas letras extrañas, como jeroglíficos y símbolos que nunca había visto.
-Trata de buscar algo distinguible del libro o que puedas leer. -De repente, el cuerpo de Phillip empezó a sudar-. Phillip, necesito saber si te encuentras bien. -Le preguntó el doctor con algo de preocupación.
-Me encuentro bien, solo siento un poco más de calor y percibo un olor repugnante, muy parecido a la orina.
-¿Has encontrado algo que entiendas?
-Puedo alcanzar a leer algo que se repite varias veces, la palabra que distingo dice es “baphomet”.
-Phillip, veo que estás sudando más que antes, tu temperatura corporal se está elevando. Terminaremos la sesión inmediatamente y continuaremos otro día.
-Espere un momento, hay alguien más en la habitación. No sé qué es, pero está en la esquina del fondo a su izquierda, su cabeza parece la de un caballo, es muy alto y está como encorvado, no se mueve, solo se mantiene atrás en el rincón de la habitación, mirándome a los ojos, ¿qué debo hacer?
-Phillip, no hagas nada. Cuando cuente hasta tres, quiero que despiertes. -El doctor Owens se sentía nervioso, desabotonó los primeros botones de su camisa con manos temblorosas.
-Uno…
De repente, Phillip empezó a levitar en el sillón y voló por encima del doctor Hans, la escena era aterradora. El psiquiatra se levantó inmediatamente de la silla para alejarse de Phillip, estaba aterrado e inmóvil. En cuestión de segundos, el cuerpo de Phillip chocó contra el librero detrás del doctor, su cuerpo dormido cayó y no daba señal de vida.
-¡Maldición!, ¿qué está ocurriendo? -gritó el médico despavorido por lo que acaba de suceder, estaba desconcertado, no podía creer lo que había visto-. ¡Phillip, si me escuchas quiero despiertes!, dos…
El cuerpo de Phillip se arrastró por el suelo y chocó contra el librero, su cuerpo se levantó como si alguien lo estuviera sujetando contra la pared, sus pies no tocaban el suelo y los libros empezaron a caerse uno tras otro. En ese momento la secretaria del doctor entró a la habitación, debido al ruido estremecedor que se estaba escuchando, la secretaria quedó estupefacta al ver el cuerpo de Phillip pegado a la pared como si una fuerza invisible lo estuviera sujetando y empujando.
-¡Tres! -gritó el doctor con más fuerza.
Phillip puso los ojos en blanco, estaban tan abiertos que parecía que fueran a salirse de sus órbitas. Todos en la habitación quedaron atónitos con lo que iba a suceder, Phillip comenzó a hablar en un dialecto desconocido con una voz grave y gutural, las fosas nasales del doctor y de la secretaria empezaron a sangrar al igual que las de Phillip, pero su sangrado era más fuerte; incluso, su saco estaba manchado por la sangre que salía de su nariz.
De la nada, el cuerpo del Phillip empezó a tener fuertes convulsiones, todo su cuerpo se estremecía en el aire, sus brazos y piernas se agitaban como latigazos, su boca se llenó de espuma y cayó totalmente inconsciente al suelo.
-¡Phillip, despierta! –gritó el doctor mientras reanimaba a Phillip.
Luego le ordenó a la secretaria que fuera por ayuda, pero la joven estaba petrificada por lo que había visto.
-¡Muévete y ve rápido por ayuda! -gritó a su secretaria de nuevo y más fuerte.
Ella reaccionó unos segundos después y salió despavorida de la habitación. Hans presionó con sus dedos índice y corazón en la parte de adentro de la muñeca de Phillip, justo debajo de su pulgar, constatando que tuviera el pulso en una frecuencia normal; Phillip abrió sus ojos y se levantó con cara sorprendida, abrió su boca para coger aire entre movimientos espasmódicos, como si su cuerpo estuviese estado ahogándose en un profundo océano.
-¿Qué pasó doctor?, ¿qué hago aquí? -preguntó Phillip con una expresión totalmente desconcertada y mirando para ambos lados, movía su cabeza como una veleta en el viento.
-Quédate quieto, Phillip. No encuentro palabras para explicar lo que ha sucedió. Aunque parezca loco, tu cuerpo voló por los aires sin que nadie te tocara y terminaste tendido contra la pared, después te agitaste fuertemente, caíste al suelo y despertaste de inmediato, ¿recuerdas eso, al menos?
-Solo recuerdo que esa maldita cosa que me señalaba y me susurraba algo, decía que mi nombre es Hazael. Después eso, no recuerdo más -balbuceó Phillip con el poco aliento que le quedaba.
-No te preocupes por eso, pronto vendrá una ambulancia y te llevarán al hospital para revisar que no te hayas hecho daño, ya después hablaremos sobre lo que pasó, ¿okey?
-Okey.
LA REVELACIÓN
Phillip abrió los ojos después de un largo sueño, estaba en una pequeña sala postrado en una camilla de hospital y con un catéter insertado su brazo, vio un reloj en la pared que marcaban las 6:15 de la tarde. Afuera de la habitación se escuchaba el sonido de pasos, acompañado por los ruidos intermitentes de los altavoces que hacían eco en todo el pasillo, Phillip presionó varias veces un pequeño botón cerca a su derecha, a los pocos segundos entró una hermosa y joven enfermera.
-¿Puedo ayudarlo en algo, señor Phillip?
-¿En dónde está el doctor Eizenberg?
-No lo sé, señor Phillip, pero si me da unos minutos, podría localizarlo para usted.
-Muchas gracias -contestó Phillip con semblante agotado y la joven enfermera se retiró de la habitación.
Phillip se tocaba el rostro con un gesto de intranquilidad y frotaba constantemente sus manos, luego cerró los ojos por un instante para tratar de recordar algo de lo sucedido en el consultorio del doctor Eizenberg; por momentos, se le venían a su mente fragmentos de imágenes en retrospectiva que lo pusieron muy inquieto, sentía una enorme presión en el pecho y algo de ansiedad.
El joven Phillip no conseguía sacarse de la cabeza la figura que había visto en la habitación. Su imagen estaba tan intacta en su mente, que sentía como si estuviese siendo absorbido por ese pequeño recuerdo, el cual se repetía constantemente en su cabeza.
-Te ves algo inquieto, ¿te encuentras bien, Phillip? -dijo el doctor Eizenberg que entró inesperadamente a la habitación sacando a Phillip de sus cavilaciones-. ¿Cómo te sientes?
-Muy bien, pero con un poco de inquietud.
-Aquí traigo los resultados de tus exámenes médicos. Lamentablemente tengo noticias malas, pero también tengo unas buenas. -Hubo un corto silencio, la mirada del doctor Hans se cruzó directamente con la de Phillip-. La buena noticia es que estás perfectamente de salud, no encontramos ninguna anomalía, tu cerebro está sano y en perfectas condiciones. No sufriste ninguna lesión grave, solo unos pequeños golpes que sanarán muy pronto.
-¿Entonces cuáles son las malas noticias? -Phillip se sentía desconcertado.
-Quiero decirte que lo que pasó en esa habitación, ha hecho que la visión que tenía sobre todo, ya no sea la misma, como profesional no podría darte una explicación de lo que sucedió. Pero necesito que escuches esto, es la grabación de la sesión de esta mañana, si recuerdas algo o reconoces algo, me lo haces saber, ¿okey?
-Okey. Doctor, ¿qué ocurrió con el video?
-Quisiera mostrártelo pero ni yo mismo he podido verlo, el rollo fue llevado a ser revelado, así que por el momento es imposible apreciar la sesión en video.
»Aunque dudo mucho que encontremos algo que nos sirva porque, cuando recogí por la filmadora, esta estaba totalmente estropeada. –El doctor Eizenberg sacó la misma grabadora que uso en la sesión y presionó el botón de reproducir, Phillip escuchó con atención la grabación, al terminar de escuchar la cinta, el silencio reinó en la habitación, el ambiente se puso un poco lúgubre.
-¿Qué rayos fue eso? -expresó Phillip aterrado, mirando fijamente al doctor.
-Lo sé, es algo aterrador. Con los resultados de los exámenes no he podido llegar a una conclusión sobre qué te está afectando. Como profesional, es imposible para mí darte una explicación coherente de lo que ocurrió en esa habitación, sin embargo, tengo un contacto que podría ayudarnos con este problema, le envié la cinta a un colega especialista en teología, el Doctor. Es un gran amigo de la infancia y un gran científico, de seguro él podría darnos alguna explicación.
-Disculpe que lo interrumpa, doctor, ¿pero por qué a un teólogo?
-Cuando estabas bajo hipnosis, dijiste una palabra que se puede apreciar claramente en la grabación.
-¿Qué palabra dije? -exclamó Phillip alzando su voz.
-¡Cálmese, señor Phillip y déjeme terminar! -vociferó el doctor Eizenberg-. La palabra que repitió en la grabación fue Baphomet.
-¿Qué demonios es eso? -le cuestionó Phillip fuertemente.
-Es curioso que lo digas así. Mira, cuando estudiaba en la universidad, recuerdo unas vez que mi colega, el doctor Tadeus hacía una investigación sobre las figuras representativas del diablo, en la cual sobresalía una en particular…
–Baphomet -susurró Phillip concluyendo la oración del doctor Eizenberg.
-Decía que es una especie de entidad pagana o deidad, la gente lo asemeja con el demonio o el diablo, si existe alguien que nos pueda ayudar con tu problema es ese hombre; sin embargo, no haremos nada que no quieras hacer Phillip.
-¿Por qué está tan interesado en todo esto doctor?, si su trabajo aquí ya terminó.
-No puedo negarte que es aterrador pero, como te dije anteriormente, después de lo ocurrido en esa habitación, no creo que pueda ver las cosas de la misma manera, me resulta espeluznante todo esto, pero al mismo tiempo es fascinante descubrir que este asunto supera toda explicación científica.
»Soy un académico antes que nada y no quiero ofenderte, pero no podría darme la vuelta y dejar pasar por alto un material como este. -El doctor Hans Eizenberg sentía mucha curiosidad e intriga, estaba como un niño encontrando un tesoro en el patio de su jardín.
»Muy pronto te darán de alta, pondré en contacto contigo inmediatamente al doctor Tadeus para que haga un análisis de los datos recogidos en la sesión. -El doctor Eizenberg se acercó a Phillip y apretó su hombro.
-Muchas gracias por todo doctor -dijo Phillip.
-Para eso estamos, para ayudarte -respondió el doctor Eizenberg asintiendo con la cabeza.
El doctor Eizenberg salió de la habitación, Phillip empezó a preocuparse, pensaba en voz alta, no dejaba de repetirse así mismo que Cavini debía estar molesto, pues prácticamente había desaparecido todo el día. En ese momento tocaron dos veces la puerta y giraron la perilla sin dejarle tiempo a Phillip de contestar, la puerta se abrió lentamente y a la habitación entró un hombre acompañado de una mujer.
-Buenas tardes, usted es el señor Bowman…? ¿Phillip Bowman?
-Sí -indicó Phillip levantando ambas cejas con extrañeza.
Phillip jamás les había visto, pero por su aspecto parecían policías. El hombre tenía una mirada sutil y la forma de sus cejas pobladas lo hacía lucir amenazador, era bastante corpulento pero no muy alto, traía puesto una holgada gabardina marrón y, sobre sus hombros, una ligera bufanda de color negro; también su corbata era negra y rodeaba el cuello de su camisa blanca.
-Soy el detective Fuller y ella es mi compañera, Elizabeth Torres; pertenecemos a la división de homicidios del Departamento de Policía de Nueva York. Estoy aquí para hacerle unas cuantas preguntas, si no le molesta -recitó el detective con mucha cautela, sacando su resplandeciente placa dorada. La compañera junto a él no pronunció palabra alguna.
-Para nada detective -respondió Phillip. Después de haber escuchado al detective, el rostro de Phillip se tornó inexpresivo.
-¿En dónde se encontraba el jueves 26 de abril de 2 a 3 de la madrugada?
-Estaba en un evento de la compañía para la que trabajo, el cual se realizó en el hotel Braminthon.
-¿De qué era el evento?
-De caridad, se realizaron muchos donativos para la fundación Vizati.
-¿Tiene personas que confirmen su coartada?
-¿Coartada? ¿Acaso estoy siendo acusado de algo detective?
-Estamos investigando la desaparición de una joven sueca, su nombre es Susan Stalinovish.
-Nos informaron que la vieron salir con usted del hotel Barminton y según testigos, usted iba muy ebrio, el ballet del hotel le pidió un taxi a eso de las 2:15 de la madrugada hacia el norte de la ciudad. ¿Estoy en lo correcto? -interrumpió la compañera del detective Fuller. La expresión perdida del rostro de Phillip lo hacía ver desconcertado.
-Mire detective… -le habló Phillip a la mujer.
-¡Torres! -respondió la detective de golpe.
-Detective Torres, sí tomé un par de copas esa noche, pero entienda que solo llevo un par de semanas de haber llegado a la ciudad. Me mudé de Chicago porque acepté una oferta de trabajo, no he tenido la oportunidad de fraternizar con nadie más allá de lo prudente, así que jamás hablé con una chica llamada así, mi jefe y varias personas que asistieron al evento pueden confirmar lo que estoy diciendo. ¿Puedo llamar a mi abogado? Encuentro esto muy hostigante.
-No quise ofenderlo de esa manera, señor Phillip -dijo el detective Fuller sacando una foto dentro de su gabardina. En ella aparecía un joven de cabello oscuro y piel clara que abrazaba a una joven rubia.
»Según la lista de invitados, la señorita Stalinovish asistió al mismo evento, señor Bowman. Esta es una foto de ella ¿Logra recordarla? -Phillip se quedó sorprendido, había reconocido el rostro de la joven de inmediato.
-Sí la recuerdo, detective -contestó Phillip relajando la expresión de su rostro-. Ella llevaba puesto un hermoso vestido blanco, yo estaba sentado en la barra cuando ella se acercó a presentarse, me dijo que se llamaba Susan, me comentó que trabajaba como gerente en una galería de arte.
»En ese momento mi jefe me llamó para presentarme a varias personas, le pedí disculpas, le expliqué que debía marcharme, ella sacó de su bolso una tarjeta, en ella aparecía el nombre de la galería y, al respaldo, un número de teléfono, me dijo que podía localizarla con ese número si algún día decidía visitar su galería; pero no he tenido tiempo de hacerlo, como puede ver.
-¿Podría ver esa tarjeta?
-Por supuesto -Phillip les dictó el número de su secretaria para que, una vez saliera del hospital, pudiera ayudar al detective, pero este no se inmutó a anotar el número, al parecer tenía una buena memoria; sin embargo, la detective Torres anotó cada dato y número proporcionado.
-¿Puedo hacerle otra pregunta, señor Bowman? -dijo el detective mientras guardaba la foto de la joven dentro de su gabardina.
-Por supuesto.
-¿Por qué se encuentra en el hospital?, ¿ha tenido problemas con alguien…?
-No, claro que no. He tenido algunos ataques de estrés, hace unos días me he sentido algo enfermo y decaído, así que vine hacerme un chequeo para saber que todo marcha bien. -Hubo un silencio prolongado.
-Bueno, eso todo. Espero no haberle incomodado -se despidió el detective con amabilidad. Pero antes de marcharse, el detective revisó nuevamente su gabardina, escarbando en los bolsillos internos.
-Torres, ¿te queda alguna de las tarjetas? -La detective le entregó una pequeña tarjeta blanca al detective.
»Mire, señor Bowman este es mi número. Si llega a saber algo de la joven, por favor no dude en llamarnos, le agradecemos de antemano su colaboración.
-Okey -respondió Phillip.
Apenas los detectives se retiraron de la habitación del hospital, empezaron a hablar sobre Phillip.
-No me agrada el tal Bowman ese, tiene algo que no me alcanza a simpatizar.
-A mí tampoco -respondió Fuller.
-¿Crees que nos está mintiendo?
Por la expresión de su rostro cuando le mostré la foto, estoy seguro de que sabe algo más. Quiero que investigues por qué está hospitalizado, yo iré al Hotel Imperial a revisar las cintas de vigilancia.
-Pero jefe, aún no tenemos las órdenes para eso. -El detective abrió un costado de su gabardina descubriendo su placa y su pistola.
-Aquí tengo la orden -dijo el detective. Los detectives se detuvieron en la puerta del hospital.
-Prométame que no se va meter en problemas, jefe -le rogó la detective preocupada.
-No te prometo nada -respondió el detective con una pequeña sonrisa.
-Odio cuando pones esa cara, cuando la haces, siempre se desatan un millón de problemas. -El detective Fuller se dio media vuelta sin decir nada y se alejó del hospital.
La detective regresó a la recepción del hospital, había un par de enfermeras atendiendo los teléfonos y llenando historiales clínicos.
-Buenas noches, necesito información sobre el paciente Phillip Bowman.
-¿Es familiar del señor Bowman? -preguntó la enfermera.
-Soy la detective Torres, del departamento de homicidios, necesito información concerniente al paciente Phillip Bowman.
-Es política del hospital no dar información de los pacientes, a excepción de los familiares. ¿Trae una orden consigo, señorita?
-No tengo una orden.
-Lo siento, señorita. Sin la orden o la autorización de un familiar, no puedo brindarle ese tipo de información.
-¿Podría hablar con el doctor que lo atendió?
-Claro que sí, pero le informo con anticipación que obtendrá el mismo resultado, no estamos autorizados para dar ese tipo de información sin la orden o la autorización respectiva. Sin embargo, espere un momento mientras busco en el sistema al médico.
La detective aguardó en la recepción, se puso de espalda al mostrador observando a la gente pasar por el amplio pasillo. Giró un poco su cabeza, observó junto a ella a un hombre de cabello blanco y escuchó que el hombre preguntaba por Phillip Bowman.
-¡Señorita! -habló la enfermera en un tono de voz alto, pillando fuera de base a la detective Torres-. El señor Bowman fue atendido en primera instancia por el interno de la sala de urgencias, pero ahora el sistema reporta que el Doctor Eizenberg es quien está haciéndole seguimiento al señor Bowman.
-¿Dónde puedo encontrar al doctor Eizenberg?
-En psiquiatría. Se dirige por el fondo de este pasillo, sube dos pisos por la escalera de la derecha y cruza a la izquierda.
-¡Muchas gracias! -La detective volteó para echarle un vistazo al hombre de cabello blanco, pero ya no estaba.
Esperó un poco en la recepción a ver si lograba verlo de nuevo y se percató de que la enfermera se había alejado del mostrador, estiró su mano y con sutileza agarró una hoja en donde estaban los nombres y las firmas de los visitantes, la última visita era del cuarto del joven Bowman, firmaban con el nombre de Edward Cavini. La detective colocó la hoja en el mostrador disimuladamente y se retiró con rapidez.
EL LIBRO
–No deja de meterse en problemas señor Bowman -dijo Tiffani mientras recogía la maleta y la gabardina del joven Bowman.
-Es mi especialidad, Tiffani. -Phillip mostraba una descarada sonrisa mientras hablaba.
-Gracias por tu ayuda.
-Es mi trabajo, señor. -Tiffani se puso de pie junto a la puerta de la habitación del hospital mientras esperaba a que el joven Bowman terminara de atar los cordones de sus lustrados zapatos. -Por cierto, señor Bowman, debe agradecerle mucho al señor Cavini.
-¿Por qué lo dices?
-Prácticamente lleva solo dos semanas trabajando y ya está metido en problemas.
-¿Problemas?
-Lo menciono por lo de los detectives. -Hubo una marcada pausa en que la mirada de Phillip, llena de perplejidad, se cruzó con la de Tiffani.
-¿Cómo…?
-Fueron a la oficina, señor. Interrogaron al señor Cavini el mismo día en el que a usted lo pusieron en observación, le preguntaron sobre una joven desaparecida.
-¡Demonios! -exclamó Phillip con brusquedad, mientras salía de la habitación maldiciendo entre murmullos por los pasillos del hospital-. Quiero que me comuniques con el señor Cavini, necesito hablarle para explicarle que todo es un malentendido.
-Ya le dije señor. Creo que le debe de agradar mucho al señor Cavini, al parecer no le importó en absoluto la situación, por el contrario, él ya se anticipó y me pidió que le informara que lo necesita en su oficina lo más pronto posible para comentarle sobre un importante contrato.
-¿El contrato con la American Tobacco Company? -preguntó Phillip con el rostro desencajado.
-No lo creo, señor Bowman. Solo dijo que era algo grande y que usted era el indicado para ese trabajo. -Phillip se abstuvo de refutar las palabras de su secretaria, caminaba más lento y calmado, su mirada estaba perdida, de vez en cuando movía un poco los labios como si hablara con él mismo.
-¿Tienes mi bíper, Tiffani?
-Claro que sí, Señor Bowman. Deme un par de segundos, por favor. -Tiffani rebuscó en un pequeño bolso que cargaba en su hombro derecho. -¡Aquí está! -exclamó Tiffani cuando encontró el bíper.
-¡Quédatelo! -repuso Phillip.
La expresión de Tiffani cambió instantáneamente.
-Necesito que hagas algo por mí, por ahora solo quiero que estés atenta a mi bíper, llegará un número al que podrás llamarme. Tiffani asintió con la cabeza sin refutar.
»Y por favor Tiffani, ¡deja de llamarme señor Bowman!
-Entendido.
Phillip, junto a su secretaria, salió del hospital y tomó un taxi para dirigirse a las oficinas de Vizati Company. Rápidamente llegaron al edificio, tomaron el elevador y cada uno se detuvo en un piso diferente. Tiffani se bajó en el piso donde se encontraba la oficina de Phillip, mientras que Phillip subió directamente a la oficina de Cavini.
Al apearse en el piso de Cavini, descubrió que no había nadie, las cortinas estaban cerradas, haciedo que el recinto se viera más oscuro de lo habitual, solo un haz de luz que provenía detrás del escritorio, caminó un poco por toda la oficina y visualizó el imponente cuadro sobre la pared del fondo, se acercó lo suficiente para tropezar con el escritorio.
Además, vio que el sillón que acompañaba al escritorio tapaba la chimenea, rodeó la mesa e inclinó un poco su cabeza para ver la chimenea, había un poco de leña encendida, lo que daba a entender que la habían prendido hace poca horas. Phillip tomó el sillón y le dio varias vueltas, mientras lo hacía, miraba las puertas del ascensor, los números sobre la puertas parecían no cambiar, detuvo el sillón y se quedó observando fijamente el número del elevador al tiempo que se sentaba.
Pasados unos minutos, se dio por vencido y dejó caer su cuerpo sobre la silla, relajó todo su cuerpo mientras recorría toda la habitación con la mirada; las manos de Phillip acariciaron el fino roble de la mesa, como si fuera una delicada dama, abrió el primer cajón que estaba a su derecha, estaba completamente vacío, debajo había un cajón más grande, observó un pequeño seguro en una de las esquinas de la gaveta, al reparar que el cajón no cedía, desistió inmediatamente.
Dio la vuelta sin pararse de la silla, alzó su rostro para mirar el excepcional cuadro, en la parte inferior estaba la firma de Goya, siguió reparando el cuadro y su mirada se congeló, la cabra que estaba rodeada de las mujeres ya no estaba pintada sobre el cuadro, Phillip se puso de pie y tocó el lienzo. A su espalda, las puertas del ascensor se abrieron sin previo aviso, Phillip volteó despavorido, pero nadie salió del elevador.
Se acercó lo suficiente y notó que el elevador estaba vacío. Presionó el botón para cerrar las puertas pero no parecían responder, repentinamente un leve chillido salió del escritorio del señor Cavini, parecía el sonido de las gavetas del escritorio al abrirse. Phillip caminó con recelo hacia el escritorio, lo rodeó y notó que la gaveta que estaba sellada, se encontraba totalmente abierta, con la poca luz que llegaba a la oficina no lograba ver qué había dentro, así que arrimó su rostro y un fuerte olor a putrefacción golpeó su nariz, salió de la oficina a buscar a la secretaria de Cavini.
-HA…ZA…EL… -Se escuchó una voz que susurraba desde el escritorio.
-¿Quién está ahí? ¿Es una clase de broma de iniciación, muchachos?, me parece un conducta poco profesional -Phillip gritó despavorido por toda la habitación.
-HA…ZA…EL…
–¿Quién está ahí? -volvió a preguntar Phillip.
Por su frente empezaron a rodar gotas de sudor y de su boca salía humo, como si su temperatura interna se hubiera elevado abruptamente.
-¡Salgan ahora mismo!, esto ya no es divertido. ¿Byington…? o ¿Foster, eres tú?
-HA…ZA…EL… -Los susurros se escuchaban más fuertes y Phillip estaba absorto en la mitad de la enorme habitación, decidió moverse y encontrar de dónde salía la extraña voz, cuando llegó al escritorio, la habitación fue asaltada por un enorme silencio, miró el cajón que estaba abierto, aún se podía olfatear un horrible olor a descomposición.
Dentro del cajón había un enorme libro, tenía una correa roja y desgastada para mantenerlo cerrado, su portada estaba hecha de cuero antiguo, en la parte de adelante había un sello con la imagen de una estrella pentagonal invertida.
El ambiente se tornó turbio y pesado, Phillip empezó a sentirse abrumado, como si una fuerza lo estuviera presionando contra el suelo. Su garganta estaba completamente seca, usó su lengua para humedecerse los labios; después desenrolló la cuerda que lo cubría y puso el libro en el escritorio.
A pesar de que hacía un frío espantoso, de la frente de Phillip seguían bajando gotas de sudor. El olor del ambiente era fétido, tenía la sensación de que mientras perdía algunos sentidos, los otros se agudizaban. Siguió con la mirada fija en el libro, estiró lentamente su mano hacia él, incluso podía escuchar el latido de su corazón mientras lo hacía, pero sus manos se detuvieron a medio camino de tocar el libro.
Levantó la mirada para ver la habitación, delante sus ojos la habitación se alejaba, apoyó una de sus manos sobre el escritorio, las paredes y el piso parecían estar vibrando, miró nuevamente el libro, lo abrió lentamente con la mano que le sobraba.
La primera hoja estaba escrita a mano, su contenido estaba en español. No quiso detenerse a leer lo que estaba escrito, así que pasó las páginas rápidamente sin prestarle atención a su contenido, después de haber pasado un par de páginas, se detuvo en una que llevaba un título muy grande, el título decía Hazael, más abajo estaba escrito: «Heme aquí, no seré el primero pero si el último de…».
Antes de que terminara de leer la oración, en la página cayeron dos gotas de sangre, la nariz de Phillip sangraba nuevamente, comenzó a revisar con desespero sus bolsillos, sus manos temblorosas sacaron un pañuelo blanco, lo colocó sobre su nariz haciendo una fuerte presión, cerró el libro, lo colocó en el cajón y lo metió de un solo golpe, cuando levantó la mirada, vio que había algo a su lado, sentía el sonido de su respiración, lo hacía tan fuerte como si se tratase de un gran animal, volteó para ver lo que estaba a su espalda, pero no logró ver nada, las luces y la chimenea se apagaron instantáneamente.
Corrió por toda la habitación para llegar al elevador, presionó el botón constantemente, no dejaba de hacerlo, miraba los números del elevador que estaba a tres pisos abajo. Se volteó para ver si algo lo perseguía pero solo se veía una profunda oscuridad, se podía escuchar como si un animal rasgara el tapete al caminar, el sonido se escuchaba más fuerte, momentáneamente el sonido paró.
Phillip vio que las manijas de su reloj iban en reversa. En la oscuridad de la habitación se escuchó un rugido lento y prolongado, alzó su mirada y perdió su vista en esa inmensa oscuridad que invadía toda la habitación. Puso su espalda contra la puerta del ascensor mientras seguía presionando el botón, nuevamente se escucharon los pasos, pero esta vez no se arrastraban por el tapete, el sonido eran de pisadas, como las de un caballo marchando por la alfombra. El ascensor emitió su distintivo sonido y las dos puertas se abrieron, unas delicadas manos tocaron el hombro de Phillip, él se volteó gritando asustado.
-¡Por Dios, señor Phillip. ¿Qué está pasando?, ¿por qué ha gritado de esa manera? -expresó la secretaria del señor Cavini con un semblante despampanante.
-¡Santo cielos! Eres tú, mujer. La luz de la habitación se fue y creo que me puse un poco nervioso.
-No sabía que le temía a la oscuridad, déjeme pasar a ver qué ha ocurrido con las luces. -La secretaria salió del elevador y caminó hacia donde se situaba un pequeño recibidor.
-No le temo, solamente me asusté por algunos ruidos que escuché, pero debió ser mi imaginación, seguramente es por la fatiga y el medicamento que me dieron en el hospital, que me hace imaginar cosas. -Phillip miró hacia la oscuridad, no podía ver claramente pero la secretaria de Cavini parecía buscar el interruptor-. ¿La puedo ayudar en algo, señorita?
Las luces de la habitación se encendieron.
-¡Solo estaban apagadas! -exclamó la secretaria con una mirada picarona.
-¿En dónde está el señor Cavini?
-Tuvo que salir de imprevisto, pero me dijo que le entregara esto.
La secretaria de Cavini sostenía en su mano un folder marrón frente a Phillip.
»Solo me dijo que no había necesidad de explicarle nada, porque usted era capaz de interpretar lo que él le dejó en esta carpeta.
Phillip sostuvo la carpeta y miró fijamente la cara de la secretaria, ella tenía una pequeña cicatriz en su ojo izquierdo, además notó que el rostro de la mujer era muy parecido a de la joven que lo había atacado en el baño. La secretaria se retiró, dando la vuelta con una sonrisa macabra, Phillip rápidamente la agarró del hombro para voltearla bruscamente y ver su rostro nuevamente, pero este era distinto y no tenía ninguna cicatriz.
-¿Necesita algo más, señor Bowman?
-Disculpa, no es nada, no me he sentido muy bien en estos días, disculpa mi arrebato.
-No hay problema, si necesita algo no dude en llamarme. -La secretaria se retiró de la habitación. Phillip se sentó en el sillón que se encontraba junto a él, abrió la carpeta de par en par sin desconfianza alguna.
Leyó detenidamente, se trataba del cierre de un contrato con Western Centuries, su rostro se descompuso al terminar de leer todo el contenido de la carpeta, organizó nuevamente los papeles del folder, lo cerró de golpe y lo tomó con fuerza. Se dirigió al elevador, se detuvo en el piso de su oficina y caminó con la mirada en el aire.
-¡Phillip! -le interrumpió Tiffani antes de que el exaltado joven entrara a su oficina.
-Llegó un mensaje urgente del doctor Tadeus, dice que debe verlo de inmediato.
Las facciones de Phillip estaban tiesas, volteo su rostro y entró a la oficina sin responder, arrojó la carpeta sobre el escritorio, agarró la gabardina que estaba colgada sobre el espaldar de la silla de su escritorio y salió ipso facto de su oficina, Tiffani intentó hablarle, pero sus palabras se desvanecieron en el aire.
LA DUDA
El doctor Tadeus hablaba por teléfono cuando Phillip entró angustiostioso a su oficina, inmediatamente dejó de hablar se quedó observando fijamente a Phillip, frunció el ceño, tomó el teléfono dijo algunas palabras en hebreo y luego colgó el teléfono.
-Buenas tardes, doctor. -El doctor Tadeus estaba inmóvil, se encontraba totalmente hipnotizado por la presencia del joven. -Hans no me había contado que era sacerdote.
-No lo soy, simplemente me entregué a la devoción de Dios y le sirvo de otra manera distinta. ¡Vaya!, Hans me dijo que eras un caso interesante, pero no pensé que de esta magnitud.
-¿A qué se refiere doctor?
-Pues hijo, con todo el respeto que te mereces, te va a parecer muy loco, pero desde que entraste a esta oficina, perturbaste toda la paz y la alegría que había en ella.
-¿Perdón?
-No sé si logres sentirlo o no, pero en mi trabajo he llegado a experimentar ciertas anomalías que a los ojos del hombre no se pueden ver pero sí sentir. En tu caso es algo abrumador la sensación que emanas, al parecer traes dentro de ti una carga muy pesada y no sé qué hayas estado haciendo, pero está adquiriendo mucha fuerza.
-No entiendo nada de lo que dice, padre.
-Perdóname los tecnicismos, te lo explicaré en palabras castizas.
-Una fuerza maligna te persigue y al parecer te está debilitando para apoderarse de ti.
-Eso sí suena algo loco, viniendo de un doctor -dijo Philip con expresión burlesca.
-Por lo que veo en tus ojos, sé que en el fondo estás preocupado por todo esto. -Phillip no dijo ni una sola palabra para refutar las palabras del doctor Tadeus, Phillip frunció el ceño rascándose la frente repetidamente.
-¿Por qué me está pasando esto?, ¿qué rayos es Baphomet?
-Pues, si en realidad estamos tratando con Baphomet, no son buenas noticias.
-¿Pero qué coño es, doctor? -El doctor Tadeus se levantó y sacó un gran libro, lo abrió en una página que tenía separada.
-Baphomet o Hazael. -Los ojos de Phillip se abrieron en señal de evidente sorpresa.
-¿Hazael…? -preguntó Phillip.
-Hazael significa el último, ¿por qué te preocupa tanto ese nombre?
-Hace un momento, en mi trabajo, en la oficina de mi jefe sentí una voz que me decía ese nombre, no sé cómo es posible que lo haya imaginado, es que jamás había escuchado tal nombre.
-Baphomet es un numen o dios pagano del siglo XV, cuyo culto se le atribuye a los Caballeros de la Orden del Temple. Su nombre apareció por primera vez cuando los templarios eran acusados de herejes.
-¿Pero eso qué tiene que ver conmigo?
-Esa es la gran pregunta, hijo.
-¿Por qué decía que no son buenas noticias?
-Baphomet era el encargado en el purgatorio de los siete infiernos y de los diferentes demonios de los siete pecados capitales, en ciertas palabras para entrar al infierno necesitas la aprobación de Baphomet, pero es un demonio traicionero, se decía que les ofrecía poder , gloria a los caballeros de la orden y al final se apoderaba de su carne . He visto gente que ha tenido el desafortunado encuentro con demonios, y ver cómo se apoderan de ellos, algunos no han sobrevivido a tal infortunio. Créame señor Phillip, el poder de esos demonios no tiene límites, he visto cosas tan retorcidas que te quitarían el sueño o simplemente las ganas de vivir, y Baphomet no solo es un demonio, es una deidad entre ellos.
-He visto un libro, no sé si es producto de mi imaginación, pero hoy me topé con un libro que se veía algo desgastado y tenía una estrella invertida, dentro del libro estaba el nombre de Hazael escrito, habían una imágenes aterradoras, muchos símbolos geométricos que no entendí mucho de lo que decía estaba en un idioma diferente.
-El pentágono, siendo una simple figura geométrica, podría no representar a la maldad en sí mismo, sino simplemente el poder de la naturaleza por encima del hombre cuando está invertido. El pentágono invertido forma una cabeza de macho cabrío, el Baphomet. El símbolo de la Church of Satan consta de tres elementos, la estrella pentagonal invertida, los símbolos colocados junto a cada una de las puntas y el rostro de un macho cabrío. En el pentagrama invertido, según la interpretación satánica, las tres puntas inferiores representan la negación de la Sagrada Trinidad de la teología cristiana y las dos puntas superiores representan la afirmación de las paridades o contrastes que realmente equilibran y dirigen el universo y la vida.
-Entendible, ¿pero qué tiene que ver conmigo, doctor? No soy un satánico. No creo en Dios, mucho menos en el diablo.
-Ser escéptico no te exime de ser invadido por el mal o por el bien, todo lo contrario, las personas como tú son el perfecto conducto para los demonios, entre más suprimas tu alma y más te alejes de Dios, más campo le das a él de que se apodere de ti. -Phillip agachó su cabeza en forma de lamento y tapó su cara con la palma de sus manos, su desasosiego por esta situación era contundente. Sacó un frasco de pastillas que le había dado el doctor Hans.
-¿Un vaso con agua? -preguntó el padre Tadeus. Si por favor: Manifestó Phillip. El padre Tadeus presiono un intercomunicador que tenía sobre su escritorio.
-Arthur, por favor, ¿serías tan amable de traer un poco de agua para mí y para el invitado?
»Existen dos cosas interesantes en tu historia, una es la grabación que me mandó el doctor Hans, el lenguaje que usaste en aquella habitación es un idioma perdido del evangelio de Jesús, casi no se conoce sobre él, solo conozco a un hombre capaz de traducir dichas palabras, debido a la falta de tiempo debemos ser pacientes y esperar un veredicto. Lo segundo es el libro que mencionas, probablemente lo que hayas visto en tus pesadillas o sueños es el libro de Orum, este era reconocido por traer dibujado el pentágono invertido, también puede ser llamado una señal o una dirección indicando como una flecha hacia abajo donde está el reino de «Satanás», aunque este solo es una suposición cristiana.
-¿Como un mito?
-Si lo quieres ver así, sí. Se decía que Baphomet representaría la creencia pagana de que la naturaleza es superior al hombre; representaría el poder de la naturaleza por encima del hombre. Con esta herejía pagana, el pentágono invertido se volvió parte del colectivo imaginario medieval sobre los demonios y formando parte del folclore satánico, con el libro de Orum, el hombre podía tener control de esa naturaleza y la de todos los infiernos, incluyendo el poder que emana cada uno de ellos. Sin embargo, estas son historias milenarias, fábulas medievales relatadas por soldados templarios, no existe ninguna prueba física que indique que el libro de Orum exista, algunos dicen que cada personaje importante de la masonería ha tenido contacto con ese libro otorgándole conocimiento más allá de lo que el hombre convencional puede tener.
-Eso no explica por qué yo lo he visto sin saber que existía, solo soy un hombre común que intenta ganarse la vida, no le hecho daño a nadie, ¿por qué soy atormentado por estas especies de ilusiones o pesadillas?
El padre Teodoro rascó su frondosa barba con una mirada pensativa y fruncida. En el acto entró el ayudante del padre Teodoro y colocó los vasos con agua en el escritorio.
–Gracias, puedes retirarte. -El ayudante del padre asintió con la cabeza, cuando procedía a retirarse, se detuvo y volteó para ver al joven Phillip, se quedó mirándolo fijamente totalmente inexpresivo.
-Arthur, te dije que puedes retirarte -dijo el padre en un tono de voz alta.
-¿Ocurre algo, amigo? -preguntó Phillip mirando al ayudante del padre Tadeus. El ayudante del padre seguía mirándolo, Tadeus se levantó de la mesa y agarró a Arthur por los hombros.
-¿Qué ocurre contigo, Arthur?, te dije que podías retirarte.
-Lo siento, padre Tadeus. -El ayudante del padre se retiró de la habitación.
-Eso fue incómodo -manifestó Phillip.
-¡Qué extraño! Arthur es un chico calmado, primera vez que lo veo actuar de esa manera. Espero me sepas disculpar.
–No pasa nada padre, pero aun no me responde la pregunta.
–Hijo, no tengo una respuesta para eso, son cosas que no podemos explicar. -El padre hizo una pequeña pausa. -Ve a la Iglesia Luterana de la Santísima Trinidad, ahí podemos internarte y darte la ayuda que necesitas.
-¿Me está hablando en serio padre?
-Por las evidencias que me has mostrado, estamos tratando con un caso totalmente distinto, algo maligno y muy poderoso se está apoderando de ti, consumiéndote poco a poco, al final no quedará nada de ti.
-Padre, con todo el respeto que se merece, pero todo esto me parece una mierda, no existe esa mierda de demonios, tomaré el maldito medicamento y toda esta basura será una historia más que contar.
Phillip tomó dos pastillas que tenía en su mano, agarró el vaso con agua con fuerza, tragó toda el agua de un zarpazo y lo azotó contra la mesa.
– Con permiso, debo volver a mi trabajo gracias por su tiempo.
EL FOLDER
Phillip salió con rapidez del edificio, caminó por las atestadas calles de Nueva York, había un fétido olor golpeando sus fosas, por momentos pensaba que las inestables alcantarillas de la ciudad estaban colapsando, otras veces, le recordaba el mismo olor que había sentido en la oficina de Cavini. Caminó sin un rumbo, tropezaba a las personas al caminar y cruzaba las calles totalmente congestionadas de automóviles que pasaban a gran velocidad rozándolo por pocos centímetros, su rostro demostraba un ira impecable, con una mirada perdida en un mar de pensamientos, que solo podían ser pesadillas para la conciencia del pobre joven atormentado.
Se detuvo en un semáforo ya que era una extensa avenida, como para seguir caminando imprudentemente, al detenerse la gente se acumulaban rápidamente detrás de él, cerró sus ojos y agarró su nuca mientras giraba su cabeza para lidiar con el estrés, al levantar un poco la cabeza vio a su derecha a un vagabundo, el hombre estaba sucio de pies a cabeza, emanaba un olor terrible, de su cuello colgaba un letrero que reposaba en su pecho y decía:«El fin se acerca», el vagabundo volteó a mirarlo, y su rostro se llenó de pánico y se aferró de la chaqueta de Phillip con sus dos manos.
-¡Huye! -gritaba repetidamente aquel vagabundo mientras Phillip asustado trataba de quitarse aquel hombre de encima. Antes de que él pudiera decir algo, el vagabundo soltó a Phillip de un empujón abalanzándolo contra la multitud. Dio unos pasos hacia atrás, caminando a ciegas sobre la avenida y señaló a Phillip.
-Él vendrá para… -Antes de que pudiera terminar, un automóvil impactó el cuerpo del vagabundo, salpicando de sangre las calles y a la multitud, el cuerpo del vagabundo fue arrojado a metros de distancia. Las personas entraron en pánico, Phillip se encontraba en shock, no podía mover su cuerpo, ni escuchar nada. Algunas personas habían corrido para ver el cuerpo del vagabundo, pero el accidente le había propiciado una muerte inminente.
Phillip regresó a la suite para cambiar su traje lleno de sangre, pero fue interrumpido por Jorge, el celador de turno del hotel.
-¿Señor, se encuentra bien? -preguntó Jorge, mientras miraba atónito el semblante macabro de Phillip, al verlo con toda esa sangre sobre su cuerpo.
–¿Llamo a una ambulancia, señor? -Pero Phillip ignoró las palabras de Jorge y se dirigió al elevador. Este rápidamente se abrió y no le dio tiempo a Jorge de hacer algo por el joven Phillip. Mientras subía piso por piso, la mirada de Phillip se perdía cada vez más, su rostro estaba pálido y respiraba más lento. Sentía que el tiempo se detenía lentamente, y su mente almacenaba el recuerdo de aquel accidente que acababa de presenciar.
Entró rápido a su apartamento, se despojó de su lujosa y salpicada chaqueta, arrojándola contra el suelo, se quitó su corbata y se sentó en el mueble de la sala boca arriba. Miraba el techo sin ningún motivo en específico, solo no dejaba de mirar el mismo punto, después de varios minutos su rostro cambió de semblante, como si algo se le hubiese escapado, y su mente apenas logra procesarlo.
Minutos después Phillip, agarró el folder que le había dado la secretaria de Cavini y salió totalmente cambiado de su apartamento; entre más caminaba, más aceleraba el paso, al salir del edificio, desde la entrada avistó un taxi, el cual estaba siendo abordado por otro hombre, antes de que cerrara la puerta, Phillip detuvo la puerta y abordó alocadamente aquel taxi.
–¿Qué le sucede amigo?, no sea imprudente y salga del taxi -gritaba el hombre que había abordado el taxi en primer lugar.
–Mire amigo necesito este taxi, le doy cien dólares si me lo cede -le propuso Phillip desesperadamente.
-¡No quiero su maldito dinero, bajase ahora mismo!
-¡Oh, vamos amigo no me hagas esto, te doy 150 dólares! -insistió Phillip sacando los 150 dólares de su bolsillo.
-Coja su dinero y bájese señor.
–Si no se deciden en 30 segundos seré yo quien los baje a los dos -refutó el taxista, fastidiado por aquella situación.
–¿Cómo es tu nombre?
–Eso no te incumbe, así que baja del maldito taxi o te bajo a la fuerza.
–Amigo, mi esposa está a punto de dar a luz a mi primer hijo y si no llego en los próximo 30 minutos, me perderé el hecho más asombroso de mi vida. Por favor, ayúdame. -Inventó Phillip con mayor desesperación.
–Bueno hijos de perras, se me bajan del taxi ahora mismo o los bajo yo mismo, y créanme que yo sí soy hombre un de palabra -gritó el taxista mirando por su retrovisor, agitando en su mano una especie de vara de acero.
-No es necesario, cederé el taxi a este pobre hombre, yo también soy padre y hubiera sido muy frustrante no poder haber estado en el nacimiento de mis hijos.
El taxi aceleró rápidamente y Phillip sacó su mano por la ventana haciendo un gesto obsceno a aquel hombre que le cedió el taxi.
-Por favor, a la Biblioteca Central -pidió Phillip al taxista, el cual no pronunció ni una palabra después, pero se podía ver por el retrovisor que torcía los ojos de disgusto.
Al llegar, Phillip se encontró con esa majestuosa biblioteca de la ciudad de Nueva York. Al entrar, se topó con un enorme pasillo con un enorme mapa, se quedó observándolo fijamente, buscando algo en específico, segundos después, caminó por los diferente pasillos y corredores en forma de laberinto. Phillip, turbado y agitado, llegó a un gran salón donde había cientos de archivadores y pequeñas computadoras digitales en diferentes mesas, cada pasillo contenía una letra y un número, lo que confundió un poco al subvertido joven Phillip. Desde su posición alcanzó a divisar a una joven que se encontraba acomodando varios libros de enorme tamaño en esos gigantescos archivadores.
-Disculpe, ¿cómo hago para encontrar los sucesos económicos y sociales de la última década?
–Debe buscar por la letra E y S, el número junto a la letra indica una sección en este caso la letra uno indica economía. Váyase por este pasillo de aquí y cruce a la derecha, cuando llegue, cada archivador tiene un número que le indicará la fecha, si tiene el número E1-90, quiere decir que encontrará todos los sucesos económicos que pasaron en la década de los 90.
-Muchas gracias -respondió Phillip rápidamente pero con un gesto de amabilidad.
Phillip pasó los pasillos contando los números, buscando entre los archivadores, era magnífico ver aquel lugar lleno de miles y miles de libros enormes que contenían la prensa de más de una docena de décadas. Pocos minutos después y con torpeza Phillip encontró el gabinete E1-90, agarró esos enormes libros y empezó a inspeccionarlos uno tras otro, leyendo y buscando detenidamente lo que se necesitaba averiguar.
Al terminar, el rostro de Phillip nuevamente estaba en blanco, su mirada estaba fija en los periódicos, pero su mente no estaba allí en ese momento. Cerró todos los libros en un santiamén, mientras caminaba para salir de la biblioteca, Phillip iba acelerando el paso poco a poco.
Salió de la biblioteca central, miró su fino reloj, faltaban cinco minutos para la una de la tarde, agarró el primer teléfono público que encontró, y marcó a la oficina.
–Buenas tardes. Bienes y raíces de Vizati Company, habla Tiffani, ¿en qué puedo servirle?
-Tiffani, te habla Phillip.
-¿Señor Phillip, ocurre algo? Se ha ausentado toda la mañana, han llamado de todas partes, en especial el señor Cavini, andaba preguntando por usted, también llamaron de la aerolínea para confirmar si va cancelar su reserva del vuelo.
-No canceles nada, Tiffani. ¿A qué hora es el vuelo?
-A las 2:15 p.m., señor.
-Ok, ok….ok…
-¿Sucede algo, señor Phillip? -preguntó la secretaria en un tono de preocupación.
–Ya te dije que no me llames señor.
–Entendido se… Disculpe es la costumbre.
-Solo dime Phillip, querida. Si Cavini llama nuevamente, dile que estoy en el aeropuerto, que lo veré apenas regrese de Chicago.
-Entendido -concluyó Tiffani.
-Pero, ¿qué les digo a…?
Antes de que Tiffani pudiera decir algo Phillip colgó el teléfono de un golpe. Sin más, asió con fuerza el folder que le entregó la secretaria de Cavini, tomó un pequeño suspiro y se montó en un taxi para dirigirse al aeropuerto.
EL DESCONCIERTO
Phillip se encontraba en frente del John Hancock Center, no hacía más de un par de semanas que había partido para no volver, lo que nunca pensó es que volvería para comprar a Western Centuries a nombre de Vizati Company y hacer la fusión corporativa más poderosa del mercado. El folder el cual se le fue entregado a Phillip llevaba los términos de contrato para comprar Western Centuries.
Al llegar al lobby del edificio lo esperaba su colega Johnny.
-Pensé que no te vería en un buen tiempo, amigo. ¿Cómo va todo en la gran ciudad?
-Una mierda -respondió Phillip.
-Ese es el Phillip que yo conozco.
-Si tú lo dices… -concedió Phillip.
-Cuéntame, ¿qué te trae por aquí nuevamente?
-Vengo hablar con Blake.
-¿Qué ocurre?, ¿tienes asuntos pendientes con él? Dime que lo vas arrojar por la ventana porque, desde que te fuiste, el tipo se ha comportado como un maldito bastardo.
-No, nada de eso. -Mientras Phillip hablaba con Johnny su rostro se tornaba más lúgubre.
-¿Ocurre algo, amigo?, ¿aún sigues estresado por aquel asunto? Amigo, esa ciudad te está matando.
-¡Johnny!, Vizati Company comprará a Western Centuries, se van a fusionar y seguramente van a liquidarlos a todos, quieren posicionarse en el mercado. -Hubo un silencio entre los dos. -Lo siento amigo, no quería ser yo quien te lo dijera, pero seguramente te despedirán.
-Es imposible, y si así fuera, ¿acabarán con todo? ¡No habrá reubicación de personal! -exclamó Johnny muy ofuscado.
-Lo siento, amigo. He visto con mis propios ojos cómo Vizati maneja las cosas,por eso te digo que no te hagas esperanzas. Tengo que irme, ¿podemos hablar de esto luego?
-Sí, está bien -respondió Johnny.
-Necesito decirte algunas cosas muy importantes.
-Okey, sabes que puedes contar siempre conmigo. -Hubo una pequeña pausa. -Y no te preocupes por mí, te agradezco que me avisaras sobre este asunto.
-Salúdame a los niños y a tu sensual esposa. -Johnny sonrió un poco y, sin decir una sola palabra, se despidió de Phillip estrechando su mano con fuerza.
Al llegar a la sala de juntas, esta estaba totalmente deshabitada, no había comité ni junta directiva esperando a Phillip, solo estaba Blake y su abogado junto a la mesa.
-Terminemos con esto de una vez Phillip.
-¿Puedo hacerte una pregunta, Blake?
-Quisiera que no, pero no tengo remedio.
-¿Por qué siendo una de las empresas líder en el mercado y sabiendo que Cavini acapara todo de una vez, cedió ante esta fusión tan repentina y absurda?
-¿Intentas persuadirme?
-Claro que no, solo que no puedo creer que sea el único que comprenda que esto está totalmente salido de contexto.
-Así es el mundo de los negocios, mí querido Phillip Bowman -respondió Blake sin reflejar ningún sentimiento sobre su rostro.
-¿Qué les ofreció?
-Está chantajeando al comité, conoce sobre sus más viles secretos.
-¿Qué cosas sabe Cavini para que ustedes cedieran ante esta absurda fusión?
-No tenemos más nada de qué hablar, por favor, ¿podríamos proceder con lo que vinimos hacer? -El abogado y Blake leyeron rápidamente el contrato y sin objeciones firmaron los papeles.
-Creo que es todo. -Phillip estrechó manos con Blake, cuando Phillip intentó zafarse, Blake apretó más su mano sin aflojar un ápice.
-Sé que no quería decir nada, pero sí quiero que recuerdes estas palabras. Aveces, los hombres inteligentes son más propensos a cometer actos de estupidez.
Al terminar la frase Blake lo soltó de inmediato, el ambiente en la sala de juntas se puso tenso, Phillip guardó los papeles del contrato en el folder y salió con rapidez del lugar.
-No lo conoces, Phillip. Sacará lo peor de ti -gritó Blake antes de que Phillip saliera de la habitación.
-¿Por qué lo dices?, ni siquiera lo conoces -respondió Phillip sin darse vuelta.
-Solo mírate… -Phillip se marchó sin decir nada más.
Phillip salió del edificio, caminó hacia un paradero y tomó el bus de las 5:00, el cual pasaba por West Hantoon, la antigua y pequeña urbanización en la que vivía a las afueras de Chicago. Al llegar, su cuadra estaba tranquila y solitaria, Phillip tenía pocos vecinos porque la urbanización no hacía mucho que la habían construído y la mayoría de casas todavía estaban sin vender o sin habitar.
Al llegar a su antigua casa, pudo ver el letrero de venta afuera con el nombre y teléfono de la inmobiliaria, caminó hacia la puerta y empezó a buscar las llaves entre las plantas que estaban junto a la puerta, después de escarbar un poco las encontró, eran una llaves que guardaba como repuesto en caso de que extraviara las originales.
Una vez dentro, encontró que la mayoría de cosas estaban empacadas y organizadas en cajas. Caminó hacia la sala, la tranquilidad invadía aquel lugar, la brisa soplaba por las ventanas y se podían escuchar las ramas de los árboles mecerse al vaivén de la brisa invernal.
Decidió quedarse de pie un rato, sin hacer nada, mirando a todas partes con parsimonia, lentamente estiró sus hombres y sus brazos, abrió la palma de su mano dejando caer el folder al suelo, como si ya nada importara, y sin verlo venir, comenzó a gritar con una ira inexplicable, gritaba y gritaba sin parar.
En el arrebato de furia incesante, su cuerpo empezó a retorcerse y rascaba su cuerpo como si quisiera desgarrarse el alma, lentamente se desplomó en el piso quedando de rodillas con las brazos extendidos. Después hubo un silencio, solo se podía escuchar la respiración de Phillip en la habitación, sus suspiros eran largos.
Se colocó de pie, subió las escaleras y se dirigió a la habitación principal. La cama había sido desarmada y empacada, pero habían dejado el colchón en el piso, sin importarle nada, se arrojó boca arriba esperando poder relajarse un poco. Mientras estaba acostado sujetaba su cabeza e intentaba respirar hondo y prolongado, al instante recordó que no había tomado las pastillas que le había recetado el doctor Hans para las alucinaciones.
Se levantó, se dirigió al baño que estaba dentro de la habitación, sacó el frasco de su bolsillo y puso tres pastillas en la palma de su mano, acomodó el frasco en el lavamanos y se quedó mirando fijamente al espejo, solo se observaba, inmóvil y sin ningún propósito, continuó haciéndolo por varios segundos.
De repente, salió del trance con un pequeña sonrisa, abrió la puerta del gabinete del espejo y sacó un pequeño vaso, lo llenó con el agua del grifo, de un tirón se tomó las tres pastillas y después arrojó el vaso en el lavamanos.
Regresó nuevamente a la habitación y cuando entró se quedó observando el espacio, reparó en que había una caja abierta, la caja donde había puesto las cosas de su antigua oficina, así que empezó a rebuscar un poco dentro de ella, habían algunos papeles y adornos de escritorio, al fondo había puesto la fotografía de sus padres, siguió escarbando la caja y encontró la nota que le habían entregado los muchachos en el parque, al parecer se le había caído al viejo Benjamín.
En la parte superior de la hoja estaba escrito «oración a la serenidad», Phillip ya había escuchado esa oración por su madre, así que su curiosidad por leerla cedió naturalmente. Al terminar de leer, se dio cuenta que era una pequeña oración religiosa y no la reparó más, dejó la caja y el papel como estaban.
Se levantó, miró el polvoriento colchón otra vez y antes de arrojarse nuevamente en él, un ruido lo estremeció, se quedó quieto por un momento, quería saber si lo había imaginado, no hubiese sido extraño para él. Estiró un poco su cuello para desentumecerse y justo cuando iba arrojarse al colchón volvió a escuchar un sonido que provenía del primer piso, aterrado agarró un paraguas que estaba encima de una de las cajas, salió de la habitación lentamente y cuando llegó a las escaleras, vio una luz que parecía provenir de la cocina.
-¿Quién está ahí? -gritó Phillip, tartamudeando un poco-. Esto es propiedad privada, llamaré a la policía.
Al no tener respuesta, bajó las escaleras muy asustado, mientras bajaba, su mano apretaba con fuerza el barandal. Cuando llegó al primer piso, los ruidos eran más nítidos, parecía el sonido del golpe de la porcelana.
-¡Maldición! -susurró Phillip.
Tenía la puerta en frente, sabía que podía salir corriendo y llamar a la policía en la casa del vecino más cercano, pero por alguna razón no pensó bien lo que iba hacer y antes de que Phillip pudiera tomar una decisión, escuchó una voz muy familiar tarareando una canción.
Invadido por la curiosidad, Phillip caminó lentamente a la puerta de la cocina, al llegar a la puerta sus ojos se entrecerraron.
-¿Qué pasa Phillip?, por tu expresión pareces extrañado de verme aquí. -Phillip dio un par de pasos para entrar a la cocina y se detuvo.
-¿Has comido los sándwich de Skroffy? los que venden en la avenida Madison, ese maldito irlandés sí que sabe hacer buenos sándwich.
-Esto es una especie de broma -dijo Phillip.
-No, nada de eso amigo. Ven y siéntate, hay suficiente para ambos.
-¿Señor Cavini, qué hace aquí?
-La pregunta no es qué hago aquí, sino por qué estoy aquí -dijo Cavini mientras saboreaba con gusto un enorme sándwich.
–¿Por qué está aquí…?
–Eso lo discutiremos ahorita, ven siéntate, relájate un poco muchacho.
–No, gracias. Así estoy bien -respondió Phillip.
–No seas maleducado. ¡Vamos, siéntate!
–¡Le dije que estoy bien!
–Ok, ya entendí. -Cavini siguió saboreando el suculento sándwich.
-¿Qué demonios es esto?, ¿es alguna clase de prueba, una tonta broma, o estoy soñando? Oh, por dios. Debí medicarme a tiempo, no sé por qué me tome las malditas pastillas tarde.
–Lo siento mucho, Phillip, pero esto está pasando, yo estoy aquí y tú también, estamos teniendo esta conversación que no va para ningún lado. -Cavini limpió su boca con una servilleta mientras se ponía de pie.
-Sé que es extraño que yo esté aquí en la cocina de tu antigua casa, pero necesitaba verte lo más pronto posible.
-Pero las puertas y ventanas estaban cerradas, ¿cómo logró entrar?
-Eso no es importante, vengo por otro asunto, algo distinto, seré breve… Necesito que te unas a mí.
-Con todo respeto señor, ¿de qué demonios está hablando?
-Veo que ya te familiarizaste con el libro, me enteré de que hurgaste un poco en mi oficina. -El semblante de Phillip cambió sorpresivamente.
-¡Señor, no es lo que parece! -dijo Phillip un poco apenado.
-Te he dicho que te relajes. ¿Cómo te lo explico?, tú naciste para esto, desde que viniste a este mundo, estabas preparado para ese día, tenías que encontrarte conmigo, estás hecho para cosas más grandes.
-¿Quién eres?
-¿Que quién soy? Eso tú ya lo sabes, pero, ¿quién eres tú?
-No sé lo que está ocurriendo aquí, pero sea lo que sea que esté pensando, no tendrá una respuesta positiva; a decir verdad, esto me está asustando señor, ¿hace esto con todos sus empleados?
-Lo siento Phillip, creo que he dado una mala impresión, lo diré de otra forma. Solo debes ir mañana a mi oficina, necesito que termines con un asunto, será el inicio de una nueva vida para ti, te lo aseguro.
Un silencio invadió la cocina, el viento ya no se escuchaba susurrando entre las ventanas, las hojas de los árboles ya no se balanceaban, no se escuchaba ningún sonido en absoluto.
-Creo que es todo. -Cavini se acercó a Phillip por su derecha y con su mano tocó su hombro. –Te estaré esperando, amigo.
Cuando Phillip volteó su rostro para verlo, Cavini tenía una sonrisa bastante malévola.
-No te preocupes, amigo, conozco la salida.
Cavini se retiró de la cocina, al salir empezó a silbar alguna canción que ya había escuchado pero que no podía recordar su nombre. Instantes después, el viento volvió a soplar contra las ventanas y meciendo los árboles. Como la puerta no había sonado, Phillip salió de la cocina para ver si Cavini aún seguía en la casa, pero ya no había nadie, simplemente se quedó de pie, sudando un poco más de lo normal, miró el cerrojo de la puerta y para su sorpresa, tenía el cerrojo puesto por dentro, era como si en vez de salir por la puerta, se hubiera desvanecido en el aire, lo que hizo más aterrador el asunto.
El PREÁMBULO DEL FINAL
Al día siguiente, hacía una fría mañana en la ciudad de Nueva York, como era de esperarse. Desde la enorme ventana de la suite de Phillip se veía despertar a la intranquila y ajetreada ciudad. Como de costumbre, Phillip dio inicio a su rutinario día a día, se alistó para trabajar, tomó su gran gabardina de lana, agarró su lustrado y costoso maletín de cuero y salió del edificio a cumplir con su jornada laboral. Todo era como siempre había sido, no había pasado nada extraño, tampoco tuvo pesadillas, y mucho menos alucinaciones, a pesar de que no había tomado las pastillas esa mañana, bajó del apartamento y tomó un taxi.
Tardó un poco más de lo normal en llegar debido al horrible tráfico de la ciudad, pero eso ya no le preocupaba mucho. Pagó la tarifa del taxi sin esperar el cambio, a la entrada se detuvo, notó que el portero no había aparecido para abrirle la puerta, siempre había un muchacho muy servicial que lo recibía en la entrada, extrañado entró de inmediato al edificio.
El lobby estaba totalmente desolado, no había recepcionista, ni personas corriendo o utilizando los ascensores, Phillip caminó mirando de un lado al otro.
-¡Hola! -vociferó Phillip, pero no obtuvo ninguna respuesta.
Era tétrica la escena que Phillip estaba viendo, como si el edificio se hubiera desconectado del mundo, pues las calles estaban atestadas de gente.
–¿Qué demonios está ocurriendo? -balbuceó Phillip.
Extrañado por la situación, corrió a los ascensores, uno de ellos tenía las puertas abierta y la luz de su interior parecía haberse averiado, se encendía y se apagaba de forma intermitente; intentó presionar los botones de lo otros elevadores pero ninguno de ellos reaccionaba
-Que se jodan, debe ser otra de mis alucinaciones -pensó Phillip en voz alta.
De repente, recordó las palabras del padre sobre los demonios y las fuerzas malignas, quería seguir pensando que todo era falso, pero el miedo que sentía no era falso, era muy verdadero. Un calor empezó a invadirlo, su frente empezó a sudar y le faltaba la respiración, se aflojó la corbata, abrió algunos botones de su camisa, dejó el maletín en el suelo, miró el interior del elevador y tuvo la sensación de ver que las paredes se ensanchaban y se encogían, su garganta estaba seca sin poder tragar saliva.
Pensó que debía terminar con ese asunto de una vez por todas. Una y otra vez se repetía en su cabeza «termínalo, termínalo, termínalo», entró al ascensor, intentó ver los números de los pisos en el tablero pero su visión estaba algo distorsionada presionó el botón para cerrar las puertas, apenas se cerraron, el elevador empezó a funcionar, no sabía qué piso había presionado pero esperaba que parara en alguno y pudiera pedir ayuda a alguien.
Esos minutos en el elevador parecieron horas, pensó que quizás el elevador se averiaría y quedaría atrapado, se sentía muy agotado, seguía sudando, ya no lograba mantenerse de pie y se apoyaba en las paredes del elevador. Un balbuceo de oraciones empezaron a salir de la boca de Phillip, estaba hablando solo.
-Sé que no soy religioso y esto te va parecer hipócrita, pero si estas en alguna parte, necesito tu ayuda, solo me sé una oración; apenas tuve tiempo de leerla, así que diré lo que recuerdo.
«Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia; viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz; pidiendo, como lo hizo Dios, en este mundo pecador tal y como es, y no como me gustaría que fuera; creyendo que tú harás que todas las cosas estén bien si yo me entrego a tu voluntad; de modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida e increíblemente feliz contigo en, en, en…»
–No me falles ahora memoria. ¿Cómo era el maldito final de la oración? -dijo Phillip a sí mismo-. ¿Qué estoy haciendo?, ahora sí que me volví loco.
Sin darse cuenta, se escuchó el sonido de campanilla distintivo de los ascensores antes de abrirse, no sabía en qué piso se detuvo, el marcador no mostraba ningún número, pero por el tiempo que tardó en abrir el ascensor, dedujo que era uno de los pisos más altos.
Fue en el piso 99, la espaciosa oficina del señor Cavini, el lugar estaba sombrío, en el aire se sentía un intenso olor a azufre y pudrición, el ambiente era pesado. Al entrar a la oficina, por alguna extraña razón, se sintió aturdido como si una energía lo empujara contra el suelo, sentía que era más difícil respirar, como si el aire de la habitación fuese más denso, alzó su mirada y vio el escritorio que se encontraba desde el otro lado de la habitación, estaba adornado por seis candelabros de plata con velas rojas encendidas que rodeaban un libro, seguramente el libro que Phillip había encontrado la noche que irrumpió. El cuadro era siniestro, a su izquierda estaba Cavini, mirando por la ventana mientras sostenía un vaso de whisky, el sonido del hielo golpeando el cristal retumbaban los oídos de Phillip, a pesar de que se encontraba al otro extremo de Cavini, lo escuchaba claro y fuerte.
-Adelante muchacho, estábamos esperándote. Desde hace mucho tiempo estábamos esperándote, no podíamos comenzar esta fiesta sin ti -dijo Cavini desde el otro lado, sin dejar de observar por la ventana de su oficina.
A un lado de la habitación se encontraban dos mujeres desnudas, teniendo el acto más erótico que alguien haya podido presenciar.
-Déjalas, solo están divirtiéndose un poco, probando esos pequeños placeres de la humanidad, tú sabes de qué hablo.
-¡Vaya que tienes todo un teatro aquí montado!
-Me encanta tu sentido del humor, ¡me encanta! Sabes, esas son las cosas que me atraen de ti, Phillip, vaya que sí eres un chico muy especial.
-¿Qué estoy haciendo aquí Cavini? -preguntó Phillip inmóvil en medio de la refinada oficina.
-¡Uy!, directo al grano. No me extraña eso de ti, pero relájate un poco, tómame algo por favor.
-¡¿Qué estoy haciendo aquí?! -gritó Phillip.
Sus gritos eran cortantes y resonaron en las paredes de toda la oficina, después se produjo un largo silencio, Cavini se sirvió otro trago de whisky.
-Déjame contarte una historia amigo, el hombre vino a la tierra a ser feliz, a compartir esa alegría con todos para prosperar en un mundo progresista, donde cada persona intenta vivir en paz consigo misma siguiendo las reglas, el orden y todas las conductas restringidas por los parámetros, ¿pero qué hizo el hombre?
»¡Nada! Absolutamente, nada. Eso es una patraña con la que crecemos, una historia que nos inventaron nuestros padres, somos como malditos animales esperando a ser cazados. La diferencia está en quién es el animal y quien es el cazador. Tú y yo sabemos quién es el ganador en esa contienda.
»¿Quién eres Phillip?, ¿eres el animal o el cazador? ¡No respondas! -Cavini hablaba mientras recorría la habitación-. ¿Me preguntas qué estás haciendo aquí? Estás aquí porque eres un cazador, porque eres el mejor, el espécimen perfecto, creado con un propósito especial.
-¿Perfecto para qué? -interrumpió Phillip.
-¡Para ganar Phillip, para ganar! Tú mismo te lo has repetido toda tu vida, es tu razón de ser. No solo lo disfrutas, saboreas saber el hecho de que no hay nada que te pueda vencer o detener.
-¿Quién eres? -le espetó Phillip con tenacidad.
Cavini caminó alrededor de Phillip, como si él fuera una presa indefensa acechada por un fuerte cazador.
-¿Quién soy? Soy la caída de Babilonia, el hundimiento de la Atlántida, el incendio en la biblioteca de Alejandría, la caída del Imperio Romano, la primera cruzada, la bomba atómica, soy los grandes hechos que han cambiado la vida del hombre, soy el creador de este mundo y el dueño de esta era.
Phillip no perdía de vista a Cavini, lo seguía con la mirada mientras él hablaba con altivez, Cavini se acercó a la barra que estaba junto a su escritorio.
-¿Baphomet? -dijo Phillip, mientras Cavini se servía un vaso de whisky, aquellas palabras cortaron a Cavini, había quedado inmóvil con el vaso a medio servir en una mano y la botella en otra. Se quedó así por unos pocos segundos y siguió llenando su vaso.
-Tengo muchos nombres, pero eso no es importante, en lo que llevo aquí, todos han hablado de muchos nombres. Tan solo mírame, Phillip, ¿qué ves? No soy muy diferente a ti. También soy un luchador, también soy un soñador. Tengo anhelos y metas que cumplir.
-¿Qué hay de Dios o del bien y del mal? -refutó Phillip en tono desafiante.
-¿Dios…? -dijo Cavini burlándose grotescamente-. Dios es otra persona como yo, pero con un trabajo diferente. No existe nada eso del bien y del mal, amigo; eso es una estúpida idea que se creó el hombre para tener una razón para existir y querer controlarlo todo.
-Entonces, ¿qué estoy haciendo aquí después de todo?, está claro que necesitas algo de mí, pero lo que no entiendo es por qué tenías que rebajarme a esto, ¿por qué la necesidad de acabarme?
-Porque hasta los mejores son sometidos a pruebas, mi querido y joven amigo. ¿O crees que eres el único que ha intentado ganar? Muchos hombres lo han intentado y han fracasado. Pero tú, tu amigo, has salido victorioso.
»Ven Phillip acércate aquí. -Cavini colocó sus brazos sobre los hombros de Phillip guiándolo hacia el escritorio en donde estaba el libro, ese enorme y grotesco libro que había aparecido hace poco en su vida y que creía haberlo imaginado. El libro estaba abierto en una página específica.
-Te presento mi más grande tesoro y el comienzo de una nueva era para ti y para mí, una era de gloria, lo único que debes hacer es firmarlo con tu puño y con tu sangre.
-¿Gloria, dices? Por supuesto, entonces. ¿Todo ese estúpido discurso por una simple firma?
-Sí, ¿qué puedo decir?, yo no creo las reglas -respondió Cavini-. Simplemente compartirás un poco de tu esencia conmigo.
-¿A qué precio?
-A ninguno, Phillip. Tú te lo has ganado.
-Sin embargo, hay algo que estás olvidando -manifestó Phillip.
-¿Qué? -El rostro de Cavini se puso tieso.
-¿Qué te hace pensar que necesito algo de ti?
-Todos necesitamos algo Phillip. ¡Todos!
-¿Hasta tú? -Cavini solo se rió ante la ocurrencia de Phillip. -Si hago un trato contigo, ¿después cómo le veo los ojos a Dios?
-¡Y qué importa Dios! Pensé que no creías en él, que todo eso era basura para ti.
-¡Tampoco creía en el diablo y en ninguna de estas patrañas, pero aquí estás!
-No me hables como si yo fuera el diablo porque no lo soy, y tampoco me hables de Dios como si lo conocieras. ¡El hombre siempre quiere hablar de Dios como si supiera quién es!
»Te digo algo, ¡Dios no es nadie! ¿Qué ha hecho Dios por ti? ¡Dímelo! -Cavini gritaba con ira desenfrenada.
»¡Te quitó a tu preciada madre y humilló a tu querido padre! Solo te llenó de tristeza y amargura, ¿no lo ves?, ha jugado con tu vida todo el tiempo. Eres su ratito de diversión, eso es lo que eres tú para él. ¿O qué pensabas?, ¿que era paz y amor? ¡Mentiras! no son más que su granja de hormigas y después de ver cómo se corretean entre ustedes, les impone reglas para que se destruyan con sus propios prejuicios.
»Yo solo te quiero regresar todo eso que has perdido, todo lo que el mundo te ha quitado de las manos. Puedo darte toda la felicidad que él te ha prohibido. -Phillip no respondió a ninguna de las palabras que Cavini dijo, simplemente se quedó en silencio observando el libro. Cavini sostuvo la mano izquierda de Phillip y remangó un poco su saco.
-¿Tienes miedo, Phillip?
–No.
Cavini agarró una plumilla que estaba junto al libro, con la punta afilada rajó la palma de la mano izquierda de Phillip.
-Ten, ya sabes qué debes hacer -dijo Cavini entregándole la plumilla y dio unos cuantos pasos hacia atrás.
Phillip sostuvo esa hermosa plumilla con la punta recubierta de su propia sangre. Las dos mujeres, que antes estaban teniendo relaciones sexuales, empezaron a rodear a Phillip en una especie de danza, le acariciaban cada parte de su cuerpo, la escena se asemejaba al preludio de un acto erótico. La mente de Phillip se perdió en el momento, sentía tantas sensaciones en su cuerpo que jamás había sentido, cada una le susurraba al oído incitándolo a que lo hiciera.
-¡Basta! -exclamó Phillip empujando el cuerpo desnudo de una de las secretarias de Cavini-. ¡Apártense de mí!
Cavini hizo un chasquido con los dedos, dando la señal a las secretarias de que se retiraran de la habitación.
–Vamos chico, relájate un poco. ¿Qué razón tienes para querer acabar con todo?, porque para que haya un comienzo debe haber un fin, solo intento crear un mundo mejor.
-Por tu testimonio, viniste aquí a ver cómo se destruye el hombre y por lo que veo, no es difícil deducir que siempre has hecho parte de todo esto.
-Tampoco escucho a nadie sacándomelo en cara, ni siquiera me he tomado el crédito, no soy el chico malo, yo he puesto en juicio mí fuerza y he dado mi último aliento para que el hombre encuentre su razón, yo les he dado la voluntad de existir, el caos los ha llevado más allá de donde ustedes nunca imaginarían que llegarían.
-No firmare Cavini, no lo haré. Podrás seguir acabando conmigo, pero repito, no existe nada que me venza.
-Vaya Phillip, esa presunción te va matar, pero muy bien, ¡tú ganas! -Cavini caminó hacia la ventana.
-¡Santo cielo, sí que eres especial!, es increíble viniendo de alguien que siempre ha estado solo. Puedes irte, eres libre, todos los somos; pero antes de que te vayas, déjame presentarte a alguien.
-Charlotte, puedes pasar -dijo Cavini en voz alta y Phillip volteó para saber de quién se trataba, no podía creer lo que sus ojos veían.
-¿Madre? ¿Mamá, eres tú?
-Hijo mío, mírate cuánto has crecido -dijo Charlotte mientras abrazaba a Phillip.
-¿Cómo es esto posible?, ¿cómo es posible que estés aquí?
-No lo sé, hijo. Pero lo bueno es que estoy aquí…
-Esto no es real, tú no eres mi madre.
-¿Qué cosas dices, Phillip?
-¡Tú estás muerta! ¡Moriste cuando tenía cinco años! -Phillip gritó y se apartó de su madre, mientras trataba de disimular sus lágrimas.
-Hijo, ven acá. ¿Qué ocurre contigo?
-¡Apártate de mí, por favor, no me toques!
»¡Cavini, acaba con esto ya! ¡Malnacido, vete al infierno, maldito desgraciado!
-Pero Phillip, ¿qué ocurre aquí?, ¿por qué le gritas a este hombre? -Charlotte intentó tocar a Phillip que se encontraba de espalda a ella.
-¡No me toque! -Phillip volteó y su madre ya no estaba.
-¿Qué hiciste con mi madre, maldito enfermo? ¡Termina con esta farsa de una vez!
–¡Entonces firma, hijo mío! ¡Firma! Y no solo será como un recuerdo la tendrás día y noche las veinticuatro horas del día. Todo lo que desees se te será cumplido.
-¡A la mierda! Ni tú, ni Dios, ni nadie decide sobre mí. -Phillip arrojó la pluma contra el suelo y se marchó rápidamente de la habitación.
-Antes de irte, saluda a tu padre de mi parte. Cavini rió con estridentes carcajadas.
–¡Maldito bastardo! No te atrevas a tocar a mi padre.
-¿Qué harás?, ¿me matarás? ¡No me hagas reír! -Cavini tomó una pequeña daga que tenía en su escritorio y se acercó a Phillip para entregársela, empuñándola en su mano y apuntando a su corazón.
-Hazlo muchacho, atraviésame el corazón. -Cavini abrió su camisa de un tirón, quedando con el pecho desnudo.
»¡Hazlo! ¡Vamos!, ¿qué esperas? -gritó Cavini una y otra vez.
–¿Sabes algo?, no vale la pena. Yo fabrico mi destino. -Phillip tiró la daga al suelo y se dio vuelta, caminó tranquilamente hacia las puertas del elevador.
-¡Huye, maldito cobarde! Pero cuando menos esperes, estarás arrodillándote ante mí. ¡Yo soy el amo de todo, ni tu ni nadie va cambiar eso, no tienes voluntad, porque me perteneces maldito bastardo, me perteneces!
Cuando Cavini dejó de gritar aquellas palabras, Phillip ya había entrado al elevador y Cavini estaba justo enfrente de él, mirándolo fijamente antes de que las puertas se cerraran. Phillip pudo ver cómo Cavini sonreía de la forma macabra que acostumbraba hacerlo, una sonrisa que Phillip jamás olvidaría.
Al abrirse las puertas, nuevamente en el primer piso, todo había vuelto a la normalidad, había gente caminando por los pasillos y empleados de diferentes oficinas saliendo y entrando. Todo había vuelto a ser como antes. Esta vez Phillip no quiso coger transporte, simplemente decidió caminar hasta llegar a casa.
LA TRAGEDIA
–Buenos días. ¿El señor Johnny Haspen?
-Sí, soy yo.
–Soy el detective Fuller y ella es mi compañera, Torres. Pertenecemos a la División de Homicidios del Departamento de Policía de Nueva York.
-¿Nueva York?, ¿qué hacen dos policías de Nueva York en mi casa?
-Sentimos informarle que ayer encontramos el cuerpo de Phillip Bowman, colgado sin nota de suicidio.
-Por el amor de Dios, ¿Phillip está muerto? -Johnny se pasó la mano por la frente al escuchar las palabras del detective.
-Sí, señor. Lo lamentamos. También hemos venido a informarle que usted es el total beneficiario de la póliza de seguro del fallecido y ,a excepción del padre, es el único que aparece en su testamento. ¿Sabía usted algo de esto?
–No señor.
-¿Podría venir a identificar el cuerpo y contestar varias preguntas?
-Pero si Phillip vivía en Nueva York.
-El cuerpo fue hallado en su antigua morada, una urbanización a las afueras de Chicago.
»La división de Nueva York estaba trabajando con el distrito de Chicago, debido a que el señor Bowman estaba siendo investigado por la desaparición de varias mujeres.
»Sé que es difícil de procesar, pero por favor, acompáñenos a la estación y le explicaremos con más detalles.
-Entendido. Permítame buscar un saco y los acompañaré a la estación.
-Muchas gracias por su colaboración y sentimos mucho su pérdida.
Johnny Haspen enterró el cuerpo de Phillip Bowman el 4 de mayo de 1992, su tumba estaba junto a la de su madre en el cementerio de Oklahoma.
A la fecha no se ha encontrado el paradero del asesino, ni el de las chicas desaparecidas. El padre de Phillip murió un años después de su muerte debido a un ataque epiléptico que le causó un paro cardiaco fulminante.
Era la navidad de 1995, el mundo estaba evolucionando cada vez más, eso no detuvo al casi veterano Johnny Haspen. Johnny se encontraba en una cafetería de Nueva York para asistir a una entrevista en una empresa automotriz japonesa, llamada Yakura Motors Company.
Antes, llegó a una pequeña cafetería y pidió un expreso para llevar, Johnny volteó rápidamente, tropezó con alguien que estaba a su espalda y le derramó el expreso sobre la ropa.
-¡Amigo, lo siento tanto! Disculpe mi torpeza. -Johnny intentó secar la ropa de aquel hombre, pero estaba totalmente estropeada por el café.
-Amigo, estas cosas pasan…
–Déjeme arreglarlo, por Dios, déjeme pagarle por esto.
–No es necesario amigo, no se preocupe.
–Por favor, tome esto. Arruiné por completo su ropa. Vayamos a un cajero y le pagar lo que costó su traje. Por favor, es lo mínimo que puedo hacer.
-Muy bien, vamos.
-¡Cielos!, no sé dónde tengo la cabeza, ha sido un día muy duro.
-No eres de por aquí, ¿verdad? -dijo aquel hombre.
-Por supuesto que no, vengo de Chicago. Vine para asistir a varias entrevistas, han sido años muy duros, la gente no acepta sangre vieja en este siglo.
-¡Dímelo a mí! -Johnny y el extraño sujeto empezaron a reír desenfrenadamente.
-Disculpe mis modales. Mi nombre es Johnny, Johnny Haspen.
-Mucho gusto, Johnny. Mi nombre es Edward Cavini, pero dime Ed.
Fin.
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